Por Dr.Armando Nova Gonzalez
El papel del mercado y la planificación estatal constituye un tema de relevante importancia y de actualidad en el actual contexto de transformación económica que se ha iniciado en la economía cubana. Tema polémico y por lo general carente de suficiente debate, aunque en el ámbito académico, en cierta medida en ocasiones ha ocupado cierto espacio, pero quizás no el necesario. A lo anterior puede que haya contribuido el hecho de que en ocasiones se haya establecido cierta identidad entre mercado y capitalismo y esto haya dado lugar a frenar el debate y en ocasiones cuando aflora el tema de algún lugar o de alguien surge una voz ¡cuidado con el mercado!
Al parecer existen tres líneas de pensamientos bastante difundidas sobre planificación y mercado: aquellas que atribuyen el papel fundamental a la planificación estatal y desconocen la existencia del mercado y su función: una segunda línea la cual atribuye el papel fundamental al mercado y desconoce el papel del Estado y la planificación y por último aquellas que plantean establecer una relación objetiva entre el papel de la planificación y el mercado.
Es probable que algunas interrogantes pudieran facilitar el camino hacia el debate, citando entre ellas las siguientes:
• ¿economía planificada es sinónimo de socialismo teniendo presente que en el capitalismo también existe planeamiento?;
• ¿es la economía de mercado sinónimo de capitalismo, cuando en el socialismo también existe el mercado?;
• ¿la planificación y el mercado no son más que mecanismos económicos?;
• ¿el que haya un poco más de planificación o un poco más de mercado, es lo que distingue esencialmente al socialismo del capitalismo?;
• ¿es la estructura de la forma de propiedad lo que determina si una sociedad es socialista o capitalista?
Indudablemente el presente análisis no pretende en modo alguno responder a todas esas interrogantes, sino exponer algunas reflexiones al respecto.
La economía planificada centralizada vigente hasta principios de los años 90 no se correspondía con la realidad objetiva, ante las nuevas condiciones económicas y el período de crisis económica (período especial), sobre el que aún transita la economía cubana, es decir no facilitaba el desarrollo de las fuerzas productivas, requiriendo un proceso gradual de transformaciones.
Resulta obvio que aún persisten formas de control rígidas sobre las entidades económicas, privándola de la autonomía necesaria, tanto en las estatales, como en las formas de propiedad cooperativa, mixtas y el privado dificultando el desenvolvimiento de la ley del valor, la función del mercado y la competencia empresarial, no propiciando el pleno desarrollo de las fuerzas productivas.
En realidad el mercado no es atribuible al sistema de producción capitalista ya que el mercado existe desde la propia descomposición de la comunidad primitiva, señalando que el propio Marx planteó que la mercancía sólo logra su reconocimiento social, a través del intercambio (mercado). El mercado existe, es una realidad objetiva tanto en el sistema de producción capitalista como el socialista, mientras existan las relaciones mercantiles y el dinero.
El conjunto de las relaciones de producción (relaciones económicas), forma la estructura económica de la sociedad, la base, estas relaciones dependen de como están distribuidos en la sociedad los medios de producción, de como está resuelto el problema de la propiedad de dichos medios. La forma de propiedad (la posesión de los medios y de las decisiones de los productores respecto a la producción y los resultados), determina el carácter del nexo, que une al productor con los medios de producción, no sólo en el proceso de producción material, sino también en las relaciones de distribución, cambio y consumo. De la forma de propiedad depende así mismo el carácter de la distribución, forma y cuantía de los ingresos de los miembros de la sociedad.
Algunos especialistas centran la acción de la planificación en los aspectos macroeconómicos, en busca de las proporciones, el equilibrio, la equidad, el crecimiento sostenido de la economía en su conjunto, en armonía con los territorios. Mientras que consideran al mercado como el agente, la herramienta, que facilita una mejor distribución, la eficiencia económica, formación de precio1, entre otros, pero sobre la base de un mercado no espontáneo, más bien regulado, pero no por regulaciones administrativas, sino por mecanismos económicas, donde el Estado desempeñe el papel de regulador, evitando y corrigiendo las deformaciones que el mercado pueda originar.
Un breve recorrido por las diferentes corrientes ó líneas de pensamiento sobre el tema tratado, puede facilitar cierta actualización y esclarecimiento , de que no se trata tan sólo de más ó menos planificación ó de mayor ó menor espacio para el mercado, más bien de lograr las decisiones y proporciones en el momento adecuado y sobre todo de las funciones y el papel que debe desempeñar el Estado como facilitador y supervisor del crecimiento económico-social, sobre la mayor eficiencia económica posible y con la mayor equidad posible en la distribución de la riqueza, a partir de los resultados productivos teniendo como condición primordial estimular al que más y con mejores resultados produzca, para el alcance de una sociedad más justa.
El análisis de las potencialidades y límites del mercado y de la acción del Estado en la economía es fundamental para definir áreas y formas de la política sectorial.
Expertos consideran que existen tres paradigmas principales sobre los papeles del Estado y el Mercado en la sociedad (en cierta forma consecuente con las tres líneas de pensamiento, planificación y mercado señaladas anteriormente), la visión keynesiana, la neoclásica y la teoría del desarrollo.
La visión keynesiana de la economía y los papeles que en ella resumen el Estado y el Mercado sigue el camino el cual plantea que no es la oferta quien crea su propia demanda sino del lado de la demanda que garantiza la realización de los recursos. Lo anterior rompe con la teoría de los clásicos2 burgueses quienes concebían los mercados como esencialmente estables y a la economía en su conjunto como un sistema que tiende a equilibrarse al nivel del pleno empleo. Keynes coloca en primer plano el problema de la demanda efectiva y sus componentes: consumo y acumulación (componentes básicos de la renta nacional), que estimulando estos elevaría la ocupación y cubriría la brecha entre la oferta global y la demanda global. Keynes aprecio en el desempleo el problema fundamental a resolver; y en cambio encontró que la inflación bien regulada podía ser una solución conveniente para alcanzar el “pleno empleo”. La economía política capitalista anterior a Keynes partía de que las inversiones se sitúan automáticamente al nivel del ahorro gracias al tipo de interés, de forma tal que entre ambos no pueda surgir una desproporción, sin embargo Keynes expreso la idea de que, en realidad, la magnitud de la inversión esta subordinada a una serie de factores que no permite tal automatismo, que por supuesto Keynes no atribuía a algunas contradicciones reales del modo de producción capitalista, en primer término a las contradicciones entre las condiciones de producción y la realización atribuyéndolas al carácter eterno de las leyes psicológicas (que según el rigen en el consumo individual) y a la ley de la tendencia decreciente de la productividad d. El pensamiento keynesiano expresaba: “..ahora soy algo escéptico en cuanto a las posibilidades de éxito de una política puramente monetaria orientada a regular el tipo de interés. Yo cuento hoy con que el Estado, que esta en situación de apreciar la eficacia máxima de los bienes capitales en una larga perspectiva y sobre la base de ventajas sociales generales, tome sobre si una responsabilidad cada vez mayor en la organización directa de las inversiones3”. Y continuo añadiendo “. El Estado ha de ejercer una influencia directa sobre la propensión al consumo4…”. Keynes establecía límites, destacando que el Estado no asumiera la propiedad de los medios de producción y abogaba por “una cierta socialización de la inversión acabara siendo el único medio que permita asegurar el acercamiento del sistema a una situación de pleno empleo”5
Dentro del contexto histórico en que surgió la teoría keynesiana (la cual se extendió por un período de más de 30 años), posibilitó lograr amplios consensos, que dieron origen a un sector público llamado a asumir una participación muy activa en la sociedad, donde el Estado asumía la regulación de los ciclos económicos, que no podían ser controlados a través del mercado. Sin embargo los especialistas consideran (aunque Keynes no se lo propuso), que esta teoría no pudo enfrentar con éxito tres problemas, en primer lugar no pudo evitar la desaceleración del crecimiento ni las presiones inflacionarias, en segundo lugar no logró solucionar los problemas microeconómicos relacionadas con la eficiencia en la asignación de los recursos y por último no fue capaz de conducir a la superación de la brecha existente entre los países industrializados y los subdesarrollados.
La visión neoclásica originada a mediados del siglo XIX sostuvo siempre la no la intervención estatal en el proceso económico. Esto supone que los individuos actuando sin intermediarios en función de sus propios intereses (uso racional del sujeto), serían capaces de alcanzar la mayor eficiencia. Este planteamiento dio lugar a la conocida competencia perfecta, como mecanismo fundamental de correspondencia entre los diversos agentes que acuden al mercado (propio del planteamiento neoclásico). La visión neoclásica cuando pasa a su segunda etapa la de competencia imperfecta (escuela austriaca), surgida a partir de la tercera década del siglo XX, como resultado de observación de situaciones y procesos no desarrollados por la primera y en algunos casos directamente contradictorio con ella. Es considerada la presencia y competencia monopolista e incluyen el precio como una variable decisión.
Los modelos de competencia perfecta se basan en el equilibrio general (Oferta = Demanda), donde los productores maximizan sus ganancias y los consumidores sus utilidades, los bienes son homogéneos en todos los casos; existen beneficios constantes a escala, no existe poder de mercado, lo que significa que todas las empresas son formadoras de precios y todos los agentes económicos tienen pleno acceso al mercado y sin costo a la información disponible. Bajo estas condiciones se cumple el óptimo de Pareto y la maximación de las ganancias de las empresas se logra cuando los Precios (P)=Costos marginales (CM).
Los modelos de competencia imperfecta, suponen la existencia de problemas de información ya sea por carencias, o costo de acceso a la misma y conduce al proceso económico fuera del equilibrio general. Por otro lado esta teoría afirma que el mercado es el único corrector a través del juego de los precios, siendo en última instancia la estructura de precio, la que proporciona la información relevante para que los agentes tomen decisiones eficientes. Es el funcionamiento del mercado el que selecciona a los ganadores y elimina a los ineficientes. El resultado económico global resulta inferior al que se logra a partir de una situación ideal de competencia perfecta, pero esta teoría también considera que los resultados son superiores a los que se obtendrían si el Estado actuara en la corrección de las fallas del mercado.
Existen variantes que se han desarrollado a partir del planteamiento general neoclásico, que incorporaron al análisis el papel del Estado. Contemplándose entre ellos: la economía de la oferta, expectativas racionales, monetarismo y elección pública.
La economía de la oferta6 comparte por supuesto toda la teoría neoclásica, la valoración negativa que se le atribuye a la intervención del Estado en la economía, en la medida que desestímula la inversión privada. Sostiene que los problemas de la oferta se corrigen automáticamente, sin la necesidad de la participación del Estado, ya que el objetivo de maximizar los ingresos conduce a un nivel de producción cercano a las capacidades potenciales, lográndose la mayor eficiencia posible.
Este enfoque considera necesario evitar que la acción del Estado impida llegar a la mayor eficiencia posible. A tales efectos esta variante propone la reducción de la participación del Estado, a través de la disminución impositiva, gasto social, reducción de la regulación pública y restricciones monetaria con lo cual se estimularía la inversión, el crecimiento del empleo, la productividad y la producción. Paralelamente la disminución del gasto social obligará a los propietarios y trabajadores a asumir su propia previsión social, a la vez se concibe que la restricción monetaria conllevará a un efecto antiinflacionario, sin ir a la recesión.
El enfoque de las corrientes expectativas racionales se basa (en sentido general, ya que no es propósito del presente trabajo profundizar en cada uno de los enfoques señalados), en negar la posibilidad de que la participación del Estado, pueda tener consecuencias positivas en la actividad económica. Mientras que los agentes privados tienen la información importante, a partir de la cual, accionan siempre con racionalidad, anticipándose a los acontecimientos y neutralizar la participación del Estado, para que no altere de forma significativa el funcionamiento de los mercados.
La corriente monetarista, centra el énfasis de su análisis, en la oferta de medios de pago sobre la actividad económica y sus consecuencias de carácter inflacionario, incorpora el examen de los componentes de la balanza de pago. Su centro radica en un estricto control de la oferta monetaria 7 para mantener la estabilidad de los precios y un clima propicio para la inversión.
El enfoque de la elección pública (surgida en la década de los sesenta), en que la participación del Estado conduce a actividades buscadoras de ingresos que restan recursos a la actividad productora. Estas actividades se apoyan en solidaridad que surge entre la burocracia y los beneficiarios por los ingresos recibidos. Propone reducir la acción del Estado y que sea el mercado el que defina la asignación de los recursos. Acepta que las decisiones individuales se condicionan por las decisiones del resto, incluyendo el Estado y que el contexto socioeconómico en su conjunto incide de forma significativa sobre los sujetos.
La corriente neoliberal8 encierra las coincidencias fundamentales del planteamiento global neoclásico y de sus variantes (señaladas anteriormente). La línea neoliberal destaca en primer lugar los instrumentos monetarios, que –abandonan su función tradicional como la regulación de los tipos de cambio y se concentra en el control de la oferta de medios de pago. Mientras que las herramientas fiscales que hasta el momento tenían como tarea fundamental mantener y orientar el volumen de la demanda global, pasan al servicio para estimular a la inversión privada y de ajuste a las cuentas públicas.
En el marco de la teoría señalada, la acción conjunta de la rebaja de los aranceles, de las herramientas fiscales y monetarias, plantean que contribuyen a una modificación de los precios a favor de los productos comercializables, unido a lo anterior, los procesos de privatización y desregulación deben elevar la intensidad de la competencia y el papel protagónico del mercado. En definitiva los neoliberales defiende la idea del “Estado mínimo” en su retórica, pero de hecho, practican la regulación monopolista estatal a su manera.
Sobre la base del manejo del instrumental señalado, el cual se centra en lograr la estabilización macroeconómica, en el corto plazo y la eficiencia económica en el largo plazo, donde los objetivos de pleno empleo y de una mejor distribución de los ingresos se convierten en variable dependientes. En definitiva la corriente neoliberal, deja pendiente una larga e importante relación de los problemas e interrogantes sin respuesta.
En primera instancia, consideran los especialistas que la coordinación de los mercados a escala macroeconómica es sustancialmente diferente a la que opera a nivel microeconómico. En el procesos económicos en su conjunto se observan conflictos que conllevan a contradicciones entre los resultados globales de las acciones individuales y los objetivos de éstos. La agrupación de los objetivos puede dejar fuera las aspiraciones colectivas en busca de la equidad en la repartición de la riqueza. (continua)