A propósito del aumento de la riqueza de los hombres más ricos del mundo (y del aumento de la pobreza para miles de millones de personas) este artículo de Kemal Dervis publicado en Project Syndicate, reflexiona sobre las trampas de un modelo económico que ha potenciado la desigualdad y la exclusión
A medida que crece la evidencia de que en todas partes del mundo está aumentando la desigualdad de los ingresos, el problema recibe una mayor atención de los académicos y responsables del diseño de políticas. Por ejemplo, en los Estados Unidos, la participación en los ingresos del 1% de la población que más gana se ha más que duplicado desde los años setenta, pasando de un 8% del PIB anual a más del 20% en fechas recientes, un nivel que no se había alcanzado desde los años veinte.
Si bien hay razones éticas y sociales para inquietarse por la desigualdad, éstas no tienen una fuerte relación con la política macroeconómica per se. Esa relación se observó en los primeros años del siglo XX: algunos señalaban que el capitalismo tendía a generar una debilidad crónica de la demanda efectiva debido a la concentración creciente del ingreso que conducía a una superabundancía de ahorros porque los excesivamente ricos ahorraban mucho. Esto alimentaría “guerras comerciales” porque los países tratarían de buscar más demanda en el extranjero.
Sin embargo, a partir de los años treinta este argumento desapareció porque las economías de mercado de Occidente crecieron rápidamente en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial y la distribución del ingreso se volvió más uniforme. Mientras existiera un ciclo de negocios no aparecía una tendencia perceptible hacia la debilidad crónica de la demanda. Las tasas de interés de corto plazo, diría la mayoría de los macroeconomistas, podrían establecerse en un nivel suficientemente bajo como para generar tasas razonables de empleo y demanda.
Sin embargo, ahora, cuando la desigualdad está aumentando nuevamente, los argumentos que relacionan la concentración del ingreso con los problemas macroeconómicos se escuchan otra vez. Raghuram Rajan, de la Universidad de Chicago, y ex economista en jefe del Fondo Monetario Internacional, ofrece una explicación razonable sobre la relación entre la desigualdad en el ingreso y la crisis financiera de 2008 en su más reciente libro, Fault Lines, que ha sido premiado.
Rajan argumenta que en los Estados Unidos la enorme concentración del ingreso en los que más tienen condujo a diseñar políticas destinadas a promover el crédito insostenible en los grupos de ingresos medios y bajos, mediante subsidios y garantías de crédito en el sector de la vivienda y una política monetaria laxa. También hubo una explosión de deuda de tarjetas de crédito. Estos grupos protegieron el aumento del consumo al que se habían acostumbrado mediante un mayor endeudamiento. Indirectamente, los más ricos, algunos de ellos fuera de los Estados Unidos, ofrecieron créditos a los otros grupos de ingreso en donde el sector financiero actuó, con métodos agresivos, como intermediario. Este proceso insostenible se vio interrumpido abruptamente en 2008.
Joseph Stiglitz y Robert Reich han hecho argumentos similares en sus libros, Freefall y Aftershock, respectivamente, mientras que los economistas Michael Kumhof y Romain Ranciere han diseñado una versión matemática formal de la posible relación entre la concentración del ingreso y la crisis financiera. Mientras que los modelos de base difieren, las versiones keynesianas hacen hincapié en que si los muy ricos ahorran demasiado se puede prever que el aumento constante de la concentración del ingreso conducirá a un exceso crónico de ahorros programados con respecto a la inversión.
La política macroeconómica puede servir para compensar mediante un gasto deficitario y tasas de interés muy bajas. O, un tipo de cambio subvaluado puede ayudar a exportar la falta de demanda interna. No obstante, si la participación de los grupos de ingreso más altos sigue aumentando, el problema seguirá siendo crónico. Y en algún momento, cuando la deuda pública haya crecido mucho como para permitir un gasto deficitario continuo, o que las tasas de interés estén muy cercanas a su límite inferior de cero, el sistema se quedará sin soluciones.
Este argumento tiene una parte contradictoria. ¿Acaso en los Estados Unidos el problema era más bien que se ahorraba muy poco y no lo contrario? ¿No es cierto que el déficit sistemático en la cuenta corriente del país refleja un consumo excesivo, en lugar de una demanda efectiva débil?
El trabajo reciente de Rajan, Stiglitz, Kumhof y Ranciere, y otros, explica la aparente paradoja: los de los niveles muy altos de ingresos financiaron la demanda de todos, que permitió altas tasas de empleo y déficits elevados de la cuenta corriente. Cuando estalló el problema en 2008, la expansión monetaria y fiscal masiva impidió que el consumo de los Estados Unidos se derrumbara. Sin embargo, ¿resolvió el problema de fondo?
Aunque la dinámica que condujo a una mayor concentración del ingreso no ha cambiado, ahora ya no es fácil obtener créditos, y en ese sentido es improbable otro ciclo de auge y crisis. Sin embargo, ello genera otra dificultad. Cuando se les pregunta por qué ya no están invirtiendo, gran parte de las empresas dicen que se debe a una demanda insuficiente. ¿Pero cómo puede haber una fuerte demanda interna si el ingreso se sigue concentrando en los niveles superiores?
Es improbable que con la demanda de consumo de bienes de lujo se resuelva el problema. Además, las tasas de interés no pueden ser negativas en valores nominales, y la deuda pública creciente puede inhibir cada vez más la política fiscal.
Entonces, si la dinámica que estimula la concentración del ingreso no se puede revertir, los más ricos ahorran una gran proporción de sus ingresos, los bienes de lujo no pueden estimular una demanda suficiente, los grupos de más bajos ingresos ya no pueden obtener créditos, las políticas monetaria y fiscal han llegado a su límite, y el desempleo no se puede exportar; la economía se puede estancar.
El temprano repunte de 2012 de la actividad económica de los Estados Unidos se debe en mucho a la política monetaria extraordinariamente expansiva y los insostenibles déficits fiscales. Si se pudiera reducir la concentración del ingreso como se hizo con el déficit presupuestal, la demanda podría financiarse con una amplia base de ingresos privados. Se podría reducir la deuda pública sin temor a una recesión porque la demanda privada sería más fuerte. La inversión aumentaría a medida que las perspectivas de demanda mejoran.
Este tipo de razonamiento es particularmente relevante en el caso de los Estados Unidos, dada la magnitud de la concentración del ingreso y los desafíos fiscales por venir. Sin embargo, la gran tendencia hacia mayores proporciones del ingreso en los que más tienen es global, y las dificultades que puede representar para la política macroeconómica no deberían seguir sin atenderse.