Mi blog sobre Economía

sábado, 10 de marzo de 2012

Reinventar el Banco Mundial

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 Al anunciar Robert Zoellick que no se presentará a la reelección como Presidente del Banco Mundial, el debate se ha centrado en si se mantendrá –o se debería mantener– la tradición de colocar a un americano al frente. Pero, por legítima que sea esa pregunta, se trata simplemente de un aspecto menor del debate necesario sobre el papel del Banco Mundial en el siglo XXI.
Durante sus 67 años de existencia, el Banco ha  superado su diseño original con la  creación en su seno de un tribunal de arbitraje y tres instituciones financieras especializadas: una para el sector privado, la Corporación Financiera Internacional; otra, el Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones, que asegura contra los riesgos políticos; y, por último, la Asociación Internacional de Fomento (AIF), que financia a los países más pobres. El Banco Mundial ha pasado a ser el Grupo del Banco Mundial, aunque su pilar fundacional, el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), sigue siendo su centro. Y ése es el problema.
ElBIRF fue concebido en 1944 en Bretton Woods,  fundamentalmente como instrumento para reconstruir los activos físicos de un mundo destrozado por la guerra, y este fue el núcleo de su actividad. El desarrollo fue, esencialmente, una idea marginal  al inicio y los primeros préstamos fueron exclusivamente para Europa. A medida que la terea de reconstrucción fue disminuyendo, el desarrollo fue progresivamente tomando protagonismo. , Sin embargo su alcance y ámbito de actuación actuales se consolidaron entre con 1968 a 1981,con la presidencia de Robert McNamara.
Cuando la descolonización alumbró el nacimiento de una miríada de países independientes en los decenios de 1950 y 1960, McNamara reinventó el Banco Mundial como piedra angular del modelo de economía y relaciones internacionales del mundo libre. La Unión Soviética, pese a ser signataria del Acuerdo de Bretton Woods, nunca se incorporó al Banco. No fue sino en 1992 cuando la Federación Rusa, junto con otras trece ex repúblicas soviéticas, entraron a formar parte de la organización.
Al final del decenio de 1990, el Banco alcanzó una composición casi universal y, ante la desaparición del comunismo, inició un intenso proceso de autorreflexión, que abrió la vía para nuevos e interesantes ámbitos de operaciones, como, por ejemplo, la gobernanza y la lucha contra la corrupción. Pero estos cambios lo fueron por adición, sin que se llegaran a abordar asuntos más profundos sobre la organización y su raîson d’être. Además, la inmediatez de las necesidades provocadas por la crisis financiera de 2008 en materia de seguridad alimentaria o escasez de crédito eclipsaron esos debates.
El más inmediato  de los numerosos  desafíos que afronta el Banco Mundial se refiere a la  racionalización de su estructura y funcionamiento interno. Con dos tercios de su personal radicados en Washington, D.C., el Banco debe reorganizar su fuerza de trabajo, compuesta, casi sin excepción, por expertos con la condición de funcionarios fijos y una plétora de asesores para superar las consiguientes rigideces. Es más, , la organización, concebida en su origen  principalmente como banco,  sigue siendo feudo de economistas y especialistas en finanzas, pese a que las operaciones de préstamo  pierden progresivamente protagonismo . En la práctica, una de las máximas prioridades del Banco debería ser tener un personal diverso,  descentralizado y – lo que es más importante – flexible.
 Las reformas en materia de gobernanza se han quedado cortas en comparación con las necesidades y apenas si abordan las causas de las inercias que entorpecen la organización. China, actor decisivo en el desarrollo y segunda economía del mundo , sigue ostentando menos del 5%  de los derechos de voto del Banco, mientras que la Unión Europea controla cerca del 37% , y Estados Unidos detenta el 16%. Con ocho europeos sentados en su Junta Ejecutiva, compuesta de 25 miembros, el Banco es un pobre reflejo del mundo actual.
Pero el principal reto que afronta el Banco Mundial es el de definir su misión y la esencia de su actividad. El próximo presidente del Banco debe traducir en políticas concretas la borrosa distinción entre países “desarrollados” y “en desarrollo” y  desenvolverse en un medio caracterizado por una asombrosa diversidad de agentes del desarrollo, muchos de ellos privados y centrados en objetivos muy acotados , que sin embargo con frecuencia cuentan con presupuestos mayores que los organismos tradicionales.
El Banco Mundial necesita un dirigente que comprenda que la labor puramente financiera ya no justifica su existencia: los bancos chinos han prestado más a América Latina durante los cinco últimos años que el Banco Mundial y el Banco Interamericano juntos y en África se da un caso similar. Así como la financiación de la reconstrucción dio paso al préstamo para el desarrollo a lo largo de la historia del Banco, se debe revisar el énfasis actual en las operaciones bancarias, pues la fuente principal de valor añadido de la organización estriba ahora en su formidable potencial como centro de conocimiento y coordinador de políticas internacionales.
Por ejemplo, mientras que la microfinanciación, tan apreciada por muchas organizaciones del ámbito del desarrollo, recibe mucha publicidad y atrae a numerosos donantes, cuestiones fundamentales, comola necesidad de crear un marco regulador e institucional que vele por la seguridad jurídica y permita prosperar a las microempresas, quedan huérfanas. Estas lagunas interpelan la actuación del Banco Mundial.
O pensemos en la ayuda internacional en el sector de la salud. Muchos países de África atestiguan las desproporcionadas cantidades dedicadas (principalmente por fundaciones privadas) a la lucha contra el sida, el paludismo y la tuberculosis, mientras que los servicios generales de atención de salud reciben sólo sumas simbólicas. Además, las condiciones previas para estas iniciativas más vistosas y más atractivas, siguen sin concitar la suficiente atención. Una campaña de vacunación, por ejemplo, requiere infraestructuras, coordinación logística y personal capacitado. El Banco Mundial es, con frecuencia, el único agente capaz de abordar todas esas cuestiones eficazmente y el único dispuesto a hacerlo.
En la actualidad, la comunidad internacional debe seleccionar un presidente para el Banco Mundial que sintonice con el rechazo creciente de la población común y corriente a las flagrantes desigualdades mundiales, y que entienda que el desarrollo es algo más que el crecimiento del PIB. Este presidente, sea cual fuere su país de origen, reinventará el Banco Mundial para el siglo que vivimos.
Ana Palacio fue ministra de Asuntos Exteriores de España y Vicepresidenta Primera del Consejo General del Banco Mundial.