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Felix Salmon se ha convertido al culto del coche que se conduce solo. “Aunque en general he sido partidario de casi cualquier alternativa al automóvil, ahora no estoy tan seguro de ello”, escribe Salmon, redactor de economía de Reuters, en un blog publicado el 24 de enero. “Creo que la tecnología de los coches inteligentes está mejorando de una forma impresionante, hasta el punto de que podría ser la solución más prometedora, especialmente en partes desarrolladas del mundo como California”. Y en efecto, esto empieza a parecer algo real. Y estoy impresionado.
Felix Salmon se ha convertido al culto del coche que se conduce solo. “Aunque en general he sido partidario de casi cualquier alternativa al automóvil, ahora no estoy tan seguro de ello”, escribe Salmon, redactor de economía de Reuters, en un blog publicado el 24 de enero. “Creo que la tecnología de los coches inteligentes está mejorando de una forma impresionante, hasta el punto de que podría ser la solución más prometedora, especialmente en partes desarrolladas del mundo como California”. Y en efecto, esto empieza a parecer algo real. Y estoy impresionado.
En
líneas generales, estoy en el bando de los desilusionados con la tecnología,
principalmente, creo, porque el futuro no es lo que solía ser. Un buen ejemplo
es el libro El año 2000 de Herman
Kahn, un ejercicio de predicción de 1967 que ofrecía una lista útil de los
desarrollos tecnológicos “muy probables”. Cuando de verdad llegó el año 2000,
lo curioso fue lo desmedidamente optimista que era la lista: Kahn previó la
mayoría de las cosas que sucedieron en realidad, pero también muchas cosas que
no lo hicieron (y que todavía no lo han hecho). Y el crecimiento económico
estuvo muy por debajo de sus expectativas.
Pero
los coches sin conductores pueden romper la pauta: incluso la lista de Kahn de
posibilidades “menos probables” solo mencionaba las carreteras automatizadas,
no las calles de las ciudades, que es lo que aparentemente veremos en un futuro
bastante cercano. Y también estamos observando una ruptura de la pauta en la
que la tecnología de la información te permite hacer cosas fantásticas en el
mundo virtual, como compartir vídeos divertidos de gatos, sin que tengan mucho
impacto en nuestra vida física; dejar que el robot conduzca mientras yo, ejem,
veo videos de gatos es un gran cambio.
Esto
verdaderamente podría cambiar por completo la forma en que vivimos.
El auge de los robots
En un artículo publicado en The New York Times en diciembre, los
periodistas Catherine Rampell y Nick Wingfield escribían que cada vez es más
evidente que hay que volver a traer la fabricación a Estados Unidos. Mencionan
varias razones: el aumento de los salarios en Asia, unos costes de la energía
más bajos en EE UU y los costes de transporte más elevados. Sin embargo, en una
entrada de blog posterior, Rampell citaba otro factor: los robots.
“La
pieza más valiosa de cada ordenador, una placa base equipada con
microprocesadores y memoria, ya se fabrica en gran parte con robots, según mi colega
Quentin Hardy”, escribía el 7 de diciembre. “Las personas hacen cosas como instalar
baterías y colocar pantallas. A medida que se construyen más robots, en gran
parte por otros robots, “el ensamblaje se puede hacer aquí o en cualquier otra
parte”, asegura Rob Enderle, un analista que reside en San José, California, y
que lleva siguiendo el sector de la electrónica informática desde hace 25 años.
“Eso sustituirá a la mayoría de los trabajadores, aunque se necesitarán algunas
personas para dirigir a los robots”.
Los
robots significan que los costes laborales no tienen demasiada importancia, por
lo que daría igual que las empresas se ubicaran en países avanzados con
mercados importantes y buenas infraestructuras (entre los que dentro de poco podría
no estar incluido Estados Unidos, pero ese es otro tema). Por otra parte, ¡no
es una buena noticia para los trabajadores!
Esta
es una vieja preocupación en economía; es un “cambio tecnológico volcado en el
capital”, que tiende a trasladar la distribución de los ingresos de los
trabajadores a los propietarios de capital.
Hace
20 años, cuando escribía sobre la globalización y la desigualdad, la
inclinación por el capital no parecía un tema importante; los principales cambios
en la distribución de los ingresos se habían producido entre los trabajadores
(cuando se incluyen entre los trabajadores a los gestores de fondos de cobertura
y a los consejeros delegados), en vez de entre el trabajo y el capital. Por
eso, los trabajos académicos se centraban exclusivamente en la “inclinación por
la cualificación”, que supuestamente explicaba el aumento de la valoración de
la formación universitaria.
Pero
hace tiempo que la valoración de la formación universitaria no aumenta. Lo que
sí se ha producido, en cambio, es un notable giro en los ingresos, que ya no
están ligados al trabajo.
Si
esta es la tendencia del futuro, prácticamente toda la opinión generalizada
sobre la disminución de la desigualdad se queda en pura palabrería. Una mejor
educación no contribuirá mucho a reducir la desigualdad si las grandes
recompensas solo las reciben los que más bienes tienen. La creación de una
“sociedad de la oportunidad” no influirá mucho si el bien más importante que uno
puede tener en la vida son muchos bienes heredados de tus padres, y así
sucesivamente.
Creo
que no hemos prestado atención a la dimensión trabajo/capital de la
desigualdad, por varias razones. No parecía crucial allá por la década de 1990,
y muy pocas personas (yo incluido) han levantado la vista para fijarse en que
las cosas han cambiado.
© 2012 New York Times