PRINCETON
– Los responsables de las políticas económicas que buscan modelos
exitosos para emular parecen tener una abundancia de opciones estos
días. Liderados por China, decenas de países emergentes y en desarrollo
han registrado tasas de crecimiento récord en las últimas décadas,
sentando precedentes para que otros les sigan los pasos. Si bien las
economías avanzadas han tenido un desempeño mucho peor en promedio,
existen excepciones dignas de mención, como Alemania y Suecia. "Hagan lo
que hacemos nosotros", suelen decir los líderes de estos países, "y
ustedes también prosperarán".
Sin
embargo, si uno mira más detenidamente, descubrirá que es imposible
replicar en todas partes los modelos de crecimiento de los que estos
países tanto se jactan, porque están basados en grandes excedentes
externos para estimular el sector comerciable y el resto de la economía.
El excedente de cuenta corriente de Suecia ha registrado un promedio
por encima del 7% del PBI en los últimos diez años; el promedio en
Alemania ha estado cerca del 6% en el mismo período.
El
enorme excedente externo de China -arriba del 10% del PBI en 2007- se
ha reducido significativamente en los últimos años, y el desequilibrio
comercial cayó aproximadamente al 2,5% del PBI. Al mismo tiempo que bajó
el excedente, cayó la tasa de crecimiento de la economía -de hecho,
casi punto por punto-. Sin duda, el crecimiento anual de China sigue
siendo comparativamente alto, por encima del 7%. Pero el crecimiento en
este nivel refleja un alza sin precedentes -e insostenible- de la
inversión directa a casi el 50% del PBI. Cuando la inversión regrese a
niveles normales, el crecimiento económico se desacelerará aún más.
Obviamente,
no todos los países pueden tener excedentes comerciales al mismo
tiempo. De hecho, el desempeño superlativo del crecimiento de las
economías exitosas ha sido posible gracias a la elección de otros países
de no imitarlas.
Pero
uno nunca se daría cuenta si escucha, por ejemplo, al ministro de
Finanzas de Alemania, Wolfgang Schäuble, ensalzar las virtudes de su
país. "A fines de los años 1990, Alemania era el ‘enfermo’ indiscutido
de Europa", escribió recientemente Schäuble. Lo que cambió la suerte del
país, sostiene el ministro, fue la liberalización del mercado laboral y
un gasto público restringido.
Por
cierto, si bien Alemania efectivamente implementó algunas reformas,
también lo hicieron otros, y su mercado laboral no parece
sustancialmente más flexible de lo que se puede ver en otras economías
europeas. Una gran diferencia, sin embargo, fue el giro radical de la
balanza externa de Alemania: los déficits anuales de los años 1990 se
convirtieron en un excedente sustancial en los últimos años, gracias a
sus socios comerciales en la eurozona y, más recientemente, al resto del
mundo. Como señaló Martin Wolf del Financial Times, entre otros, la economía alemana se ha apalancado en la demanda global.
Otros
países han crecido rápidamente en las últimas décadas sin depender de
los excedentes externos. Pero la mayoría ha sufrido el síndrome opuesto:
una dependencia excesiva de los ingresos de capital que, al fomentar el
crédito y el consumo internos, generan un crecimiento temporario. Pero
las economías receptoras son vulnerables al sentimiento de los mercados
financieros y a una repentina fuga de capitales -como sucedió
recientemente cuando los inversores anticiparon un ajuste de las
políticas monetarias en Estados Unidos.
Consideremos
el caso de la India, que hasta hace poco era otra historia de éxito muy
celebrada. El crecimiento de la India durante la década pasada había
tenido mucho que ver con políticas macroeconómicas laxas y una cuenta
corriente en deterioro -que registró un déficit de más del 5% del PBI en
2012, después de haber experimentado un excedente a comienzos de los
años 2000-. Turquía, otro país cuya estrella se ha desvanecido, también
dependía de importantes déficits de cuenta corriente anuales, que
alcanzaron el 10% del PBI en 2011.
En
otras partes, ex economías socialistas pequeñas -Armenia, Bielorrusia,
Moldavia, Georgia, Lituania y Kosovo- han crecido rápidamente desde
principios de los años 2000. Pero si observamos sus déficits promedio de
cuenta corriente entre 2000 y 2013 -que oscilan entre un mínimo de 5,5%
del PBI en Lituania y un máximo de 13,4 % en Kosovo-, resulta evidente
que no son países para emular.
La
historia es similar en África. Las economías de más rápido crecimiento
del continente son aquellas que han querido, y han podido, permitir
brechas externas importantes entre 2000 y 2013: el 26% del PBI, en
promedio, en Liberia, el 17% en Mozambique, el 14% en Chad, el 11% en
Sierra Leona y el 7% en Gana. La cuenta corriente de Ruanda se ha
deteriorado marcadamente y el déficit hoy excede el 10% del PBI.
Los
saldos de cuenta corriente del mundo, en definitiva, deben sumar cero.
En un mundo óptimo, los excedentes de países que buscan un crecimiento
liderado por las exportaciones estarían voluntariamente
compensados por los déficits de aquellos otros países que buscan un
crecimiento liderado por la deuda. En el mundo real, no existe ningún
mecanismo que asegure un equilibrio semejante de manera constante; las
políticas económicas nacionales pueden ser (y muchas veces lo son)
mutuamente incompatibles.
Cuando
algunos países quieren tener déficits menores sin que exista un deseo
correspondiente de otros países de reducir sus excedentes, el resultado
es la exportación de desempleo y una tendencia hacia la deflación (como
sucede hoy). Cuando algunos quieren reducir sus excedentes sin un deseo
correspondiente de otros de reducir sus déficits, el resultado es una
“repentina interrupción” de los flujos de capital y crisis financieras. A
medida que los desequilibrios externos se vuelven más grandes, cada
fase de este ciclo se torna más dolorosa.
Los
verdaderos héroes de la economía mundial –los modelos de rol que otros
deberían emular- son los países a los que les ha ido relativamente bien
con desequilibrios externos menores. Países como Austria, Canadá,
Filipinas, Lesoto y Uruguay no pueden igualar a los líderes del
crecimiento mundial, porque no se endeudan en exceso ni sostienen un
modelo económico mercantilista. Sus economías no tienen nada de especial
y no ganan muchos titulares. Pero sin ellos, la economía global sería
aún menos manejable de lo que ya es hoy.