Conferencia Magistral en la Cátedra Raúl Prebisch de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo — UNCTAD
«Ecuador: El desarrollo como proceso político»
Ginebra, 24 de octubre de 2014
SALUDO
Gracias por invitarme a la decimoquinta edición de la Cátedra Prebisch, que forma parte de las celebraciones por el quincuagésimo aniversario Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, UNCTAD.
Hace 50 años, las Naciones Unidas crearon esta Conferencia para que se encargue del tratamiento de los temas de comercio, desarrollo, finanzas, inversiones, ciencia y tecnología; y su primer Secretario General fue Raúl Prebisch, en honor de quien se creó esta Cátedra.
Poder hablar sobre “El desarrollo como proceso político”, en un foro académico de importancia mundial como la Cátedra Prebisch, es un gran privilegio; y lo agradezco doblemente, porque me permite regresar, aunque sea momentáneamente, a la Academia, que es mi espacio predilecto, y hacerlo desde mi especialidad que es justamente la economía política y el desarrollo.
EL DESARROLLO COMO PROBLEMA POLÍTICO
Dicen que Cristóbal Colón fue el primer economista ya que cuando partió, no sabía a dónde iba, cuando llegó, no sabía dónde estaba, y todo fue pagado por el gobierno. En todo caso, si él mismo hubiera sido economista o si un economista hubiese venido con él, habría concluido que lo que hoy llamamos América Latina se iba a desarrollar más exitosamente que América del Norte. Si bien en ambas regiones abundaban los recursos naturales, en el sur ya existían sociedades bastante consolidadas como los incas, mayas y aztecas, con sorprendentes conocimientos tecnológicos.
Este es uno de los grandes enigmas del desarrollo. ¿Por qué la América al norte del río Grande se desarrolló y la del sur no? Las respuestas son múltiples y complejas, pero sin duda, una de esas respuestas es el tipo de élites que dominaron y dominan a América Latina.
El desarrollo es básicamente un problema político. El punto de partida, la pregunta clave es quién manda en una sociedad: ¿las élites o las grandes mayorías?, ¿el capital o los seres humanos?, ¿el mercado o la sociedad?
El mayor daño que se ha hecho a la economía es haberla desvinculado de su naturaleza original de economía política. Nos han hecho creer que todo es un tema técnico, y sin considerar las relaciones de poder dentro de las sociedades, nos han convertido en funcionales a los poderes dominantes. Parafraseando al gran economista John Kenneth Galbraith, aquel economista que no analiza cuestiones de poder es un completo inútil.
Prebisch, como profesor de Economía Política, lo sabía, y ya decía hace 30 años que “estamos viviendo en un sistema de acumulación y distribución del ingreso que es el resultado de choques de fuerzas y relaciones de poder y no un plan racional de distribución de estos recursos en función de las necesidades colectivas”.
Muchos académicos al fin nuevamente están “descubriendo” que el desarrollo es un problema básicamente político. Un interesante análisis de las consecuencias del dominio de las élites y las instituciones que crean para su propio beneficio ha sido hecho por Daron Acemoğlu, profesor del MIT, y James Robinson, profesor de la Universidad de Harvard, en su libro best seller “¿Por qué fracasan los países?”, en el que —con un acertado aunque tardío enfoque institucionalista y de economía política—, demuestran que las instituciones, políticas y programas de un país dependen de quién ostente el poder, aunque les hubiera bastado leer a Frédéric Bastiat, pensador francés que hace doscientos años ya denunciaba que, cito: “Cuando el saqueo se convierte en un modo de vida para un grupo de hombres que viven juntos en sociedad, ellos crean para sí mismos en el tiempo, un sistema jurídico que lo autoriza y un código moral que lo glorifica”.
Las instituciones, políticas y programas de un país, dependen de quién maneja el poder, y América Latina ha estado históricamente dominada por élites que excluyeron de los beneficios del progreso a las grandes mayorías.
LOGROS
La pobreza en América Latina es fruto de la inequidad, y ésta, a su vez, consecuencia de las perversas relaciones de poder, donde pocos dominan todo.
Cambiando esas relaciones de poder al servicio de las grandes mayorías y a través de procesos profundamente democráticos, somos el país de Latinoamérica que más reduce desigualdad, habiendo disminuido en 8 puntos la concentración del ingreso medido por el coeficiente de Gini, reducción 4 veces superior al promedio de América Latina, una de las pocas regiones en el mundo que está disminuyendo desigualdad.
En los últimos 7 años hemos crecido más que el promedio latinoamericano. Mientras la región creció al 3.4% nosotros logramos un crecimiento promedio del 4.3%, aún en medio de la crisis de 2009 que condujo a toda América Latina a decrecer en 2 puntos porcentuales.
Ese crecimiento se dio sin tener moneda nacional, porque —como probablemente muchos de ustedes conozcan— después de la crisis del 99 nos se les ocurrió mejor idea a nuestras élites eliminar la moneda nacional y adoptar como moneda de curso legal el dólar de Estados Unidos. Ustedes saben que un tipo de cambio extremo, como la dolarización, es recesivo; pese a aquello en Ecuador logramos crecer en la crisis de 2009 crecimos 0.6% y el promedio de crecimiento del Ecuador ha sido sustancialmente más alto que el promedio de la región.
Como consecuencia del crecimiento económico y disminución de la desigualdad, también somos de los tres países latinoamericanos que más reducen pobreza. En el periodo 2006-2013, la pobreza ha caído de 37.6% a 25.6%, y la extrema pobreza —por primera vez en la historia— se ubica en menos de dos dígitos, al haber descendido de 16.9% a 8.6%.
Como ustedes saben, lo importante no solo es crecer ya que también puede haber un crecimiento empobrecedor, un crecimiento con desempleo o un crecimiento basado en recursos naturales no renovables que se van fuera del país. El nuestro, ha sido un crecimiento pro-pobres, pro-equidad y pro-empleo.
En la etapa de desarrollo en la que se encuentra Ecuador y la mayoría de países latinoamericanos, el mejor indicador de la bondad de las políticas económicas, no es la tasa de crecimiento, peor aún barbaridades como el riesgo país, que es una novelería en función de lo que yo llamo “el imperio del capital”, porque todo esto beneficia al capital y sobre todo al capital financiero. El riesgo país mide la capacidad y voluntad de un país para atender el pago de su deuda externa y no la calidad de las políticas económicas del mismo. Y de ninguna manera es lo mismo.
Para un país con el desarrollo relativo del Ecuador, el indicador principal de la calidad de las políticas económicas es la disminución de la pobreza, y especialmente, de la pobreza extrema.
Ecuador también es una de las economías latinoamericanas con más baja tasa de desempleo, 4.15% para finales de 2013, destrozando la economía ortodoxa, pues en lugar de reducir salarios y sacrificar derechos laborales para supuestamente generar empleo, los hemos incrementado, y en estos momentos tenemos los salarios reales más altos de la región andina y hemos terminado con mecanismos de explotación como la “tercerización laboral”, que permitía a una empresa contratar a través de una tercera empresa a sus trabajadores, y así eludir cualquier responsabilidad patronal. Por ejemplo, la más grande empresa cementera del país declaraba en un juicio laboral en el año 2007 que… ¡no tenía trabajadores!
Durante la larga y triste noche neoliberal, con el argumento de ganar competitividad, la gran sacrificada fue nuestra clase trabajadora, con la caída de los salarios reales y con mecanismos de explotación laboral eufemísticamente llamados “flexibilización laboral”, en países que mantenían altas tasas de desempleo y que ni siquiera contaban con un seguro de desempleo.
Esto profundizó la terrible distribución primaria del ingreso entre trabajo y capital, una de las principales fuentes de desigualdad en América Latina. En Suecia, por cada dólar generado, 35 centavos van al capital y 65 al trabajo, pero en Ecuador esa distribución es exactamente la inversa a favor del capital.
Esta situación siempre ha sido difícil de cambiar por el dilema de: mal con ellos por la explotación laboral, pero peor sin ellos por el desempleo.
En Ecuador resolvimos este dilema con medidas creativas e inéditas. En nuestra legislación siempre ha existido el salario mínimo, pero nosotros introdujimos otra categoría: el salario digno, definido como aquel que permite a una familia salir de la pobreza con su ingreso familiar. Se puede pagar el salario mínimo para evitar un mal mayor, el desempleo, pero con la nueva legislación, ninguna empresa puede declarar utilidades si no paga el salario digno hasta al último de sus trabajadores.
Pese a que algunos pronosticaron el fin de nuestro sector productivo, los efectos de esta medida han sido asombrosos y han superado nuestras expectativas. Desde su implementación, en el año 2011, empezaron a subir los salarios promedios, y ya este año, sin trauma alguno, el salario mínimo igualó al salario digno. Para nosotros el trabajo humano tiene supremacía sobre el capital, pero, a diferencia del socialismo tradicional que proponía abolir la propiedad privada, utilizamos instrumentos modernos —y algunos inéditos— para eliminar las tensiones entre capital y trabajo.
La forma más digna y sostenible de enfrentar el problema de la pobreza es la generación de trabajo de calidad, con buenos salarios y seguridad social, seguridad social cuya cobertura se ha duplicado, pasando del 26 al 43% de la población económicamente entre 2007 y 2013, pero todavía falta mucho por hacer en este sentido.
Al inicio de nuestro gobierno, gracias a un manejo inteligente y de muchísima rigurosidad técnica, logramos recomprar gran parte de nuestra deuda externa a valor de mercado, es decir, a cerca de un tercio de su valor nominal, con lo cual el servicio de la deuda externa se redujo del 24% del Presupuesto del Estado en el 2006 al 5.3% en el 2013.
También renegociamos los contratos petroleros llamados “de participación”, establecidos en los años noventa cuando el precio del barril bordeaba los 16 dólares, donde el Estado recibía apenas 4 o 5 dólares por barril. Cuando los precios del petróleo se dispararon, las ganancias de las compañías petroleras se volvieron multimillonarias. Ahora tenemos contratos de “prestación de servicios” donde ocurre exactamente lo contrario: se paga una tarifa fija por barril a la petrolera en función de una razonable rentabilidad y el resto, no importa el precio, va para el dueño del recurso que es el pueblo ecuatoriano.
Gracias a un gran esfuerzo de eficiencia recaudatoria y lucha contra la evasión, se ha triplicado la recaudación de impuestos, incluso reduciendo o eliminando algunos de ellos. La presión fiscal, que mide la relación entre ingresos tributarios y Producto Interno bruto, ha pasado de 15.5% en el 2006 a 20.8% en el 2013, alcanzando el promedio latinoamericano, pero aún muy por debajo del promedio de los países de la OCDE [Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos], que llega al 31.1%. Esto nos ha permitido tener el mayor nivel de inversión pública de América latina, un 15.7% del PIB para el año 2013, mientras que el saldo de la deuda pública frente al PIB fue de apenas el 24%.
La inversión pública ha generado grandes transformaciones en vialidad, puertos, aeropuertos, telecomunicaciones, generación eléctrica, en el propio sistema de justicia, en seguridad ciudadana y en competitividad sistémica en general.
Es gracias a esta inversión pública que Ecuador es el país que más asciende en el ranking de competitividad con 15 puestos de incremento entre el 2012-2013 de acuerdo al Foro Económico Mundial.
Se llegó a tal fundamentalismo de satanización de la inversión pública que se la ilegalizó —aunque no lo crean— con las famosas leyes, eufemísticamente llamadas “de prudencia y transparencia fiscal”, impuestas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial en toda nuestra América. En el caso ecuatoriano esa ley permitía un máximo de 3.5% en términos reales de crecimiento del gasto público por año, excepto para el servicio de la deuda. Esto significaba que, por ejemplo, si Bill Gates donaba diez mil millones de dólares al Ecuador, era ilegal invertirlos.
¿Cuál era la economía política detrás de estas barbaridades, presentadas como medidas técnicas? Tenían como objetivo dos fundamentos de política económica: primero, que todo tenía que ser hecho por el sector privado, minimizando el sector público; y segundo, que todo excedente fuera para el servicio de la deuda, para garantizar el pago de la deuda externa.
La renegociación de la deuda externa, de los contratos petroleros y el incremento en recaudación de impuestos también nos ha permitido liberar importantes recursos para pagar la deuda fundamental: la deuda social. Mientras que en el 2006 se destinaba 4.8% del Producto Interno bruto para el sector social, en el 2013 se destina casi el 11.4%.
Esto es importante, queridos amigos: el destino de los recursos sociales demuestra las relaciones de poder al interior de una sociedad, y los datos nos demuestran claramente, incuestionablemente, que antes en Ecuador mandaban los acreedores, los banqueros, las burocracias internacionales, y que ahora manda el pueblo ecuatoriano.
Tenemos logros sociales que nos llenan de orgullo, por ejemplo, estar a la vanguardia a nivel regional y mundial en políticas de inclusión de personas con discapacidades, entre los cuales hemos logrado prácticamente el pleno empleo. Esto ha sido, básicamente, gracias al impresionante trabajo realizado por nuestro ex vicepresidente, compañero Lenín Moreno.
De acuerdo al índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas, Ecuador ha pasado del grupo de desarrollo humano medio, al grupo de desarrollo humano alto.
La consecuencia lógica de estos logros es la estabilidad política del país. Después de la terrible crisis ecuatoriana de 1999, fruto de la desregulación financiera de 1994, en pleno auge neoliberal, y que todavía estamos pagando, la inestabilidad era tal que, hasta el año 2007, ningún gobierno había podido acabar su período. En 10 años tuvimos 7 presidentes. Ecuador era el ejemplo de todo lo malo.
Hoy, Ecuador es uno de las democracias más estables del continente. Desde el año 2006, la Revolución Ciudadana ha ganado diez procesos electorales de manera consecutiva, entre ellos dos elecciones presidenciales en una sola vuelta, algo impensable en la realidad ecuatoriana.
Como ustedes ven, se ha consolidado enormemente la democracia formal, pero también la democracia real, aquella de acceso a derechos, igualdad de oportunidades, condiciones dignas de vida.
Ese es el llamado “milagro ecuatoriano”, aunque en desarrollo no existen milagros. Los impresionantes cambios ocurridos son consecuencia básicamente del cambio en las relaciones de poder.
Ahora en Ecuador, pese a todos nuestros problemas, manda el pueblo ecuatoriano…
CRISIS MUNDIAL
Pero también a nivel mundial estamos dominados por los intereses del gran capital, lo que podemos llamar “el imperio del capital”, especialmente el capital financiero.
En el 2008, nuevamente la falta de regulación, supervisión y capacidad de intervención sobre el sistema financiero internacional, principalmente en Estados Unidos, resultó en una de las mayores crisis económicas y políticas de las últimas décadas.
La crisis significó la reducción del valor de los activos de la clase media, principalmente sus viviendas, pero paradójicamente, luego de la crisis, las fortunas de los más ricos y las ganancias financieras de los bancos se encuentran en un nivel récord, mientras los ingresos de las familias apenas han recuperado su valor previo a la crisis.
Eso es lo que está también en la raíz de la crisis europea: todo está en función del capital financiero. Con la complicidad de la supuesta ciencia económica y de las burocracias financieras internacionales, nos disfrazan ideología como ciencia.
Se repiten las recetas caducas de austeridad en contra del ser humano y a favor del capital. Se persiste en aplicar las políticas “hooverianas”, llamadas así en referencia al presidente norteamericano Herbert Hoover quien, en los inicios de la Gran Depresión norteamericana, entre finales de los veinte y comienzo de los treinta del siglo pasado, profundizó la crisis con esta clase de medidas.
¿Por qué no se hace lo obvio? ¿Por qué se repite lo mismo de lo peor? Porque el problema no es técnico, sino político. El problema es la relación de poder. La solución de la crisis pasa por recuperar el control de los ciudadanos sobre el capital y de la sociedad sobre los mercados. La solución de la crisis es básicamente un problema político.
EDUCACIÓN SUPERIOR, CIENCIA, TECNOLOGÍA E INNOVACIÓN
El problema del desarrollo es que exige muchas condiciones necesarias, pero ninguna suficiente. Puede ser que el poder esté en las manos de las grandes mayorías, que se logre obtener una distribución más equitativa de los recursos sociales, pero que sólo haya miseria para distribuir. En consecuencia, el talento humano, la ciencia, tecnología e innovación, como generadores de capacidades y riqueza, son también fundamentales para el desarrollo.
Para nosotros, la educación como derecho y generadora de talento humano, es lo más importante. En valores absolutos ahora se invierten 4.3 veces más en educación que antes de nuestro gobierno. Pero también en salud invertimos 4.5 veces más.
Gracias a las grandes inversiones públicas realizadas con la construcción y repotenciación de unidades educativas y especialmente a la eliminación de barreras de acceso a la educación, hemos cumplido, con dos o tres años de anticipación, algunas de las metas del milenio propuestas por Naciones Unidas [los Objetivos de Desarrollo del Milenio] para el año 2015, como es el caso de la matrícula universal en educación básica.
Para nosotros, la base de la propia democracia es una educación pública de excelente calidad, acceso masivo y absolutamente gratuita.
Finalmente, estamos consolidando una cultura de calidad y excelencia donde las evaluaciones de instituciones, profesores y estudiantes son permanentes.
Tenemos un convenio, único en el mundo, con la organización suiza “Bachillerato Internacional”, para que, en 2017, quinientas instituciones educativas públicas sean certificadas y puedan otorgar títulos internacionales de bachillerato. Ya están en proceso de acreditación 220. Esto es algo sin precedentes; en toda la historia del país había tan solo 17 escuelas públicas con bachillerato internacional.
Pero la clave de la calidad educativa son los maestros. Se han incrementado sustancialmente los salarios de los docentes y a través de la nueva Universidad Nacional de Educación (UNAE) se busca elevar el nivel académico de maestras y maestros.
En Ecuador hemos adoptado una política nacional agresiva para promover la ciencia, tecnología e innovación, más aún cuando uno de los problemas más graves del país sigue siendo la baja productividad de su economía.
No estamos cayendo en la trampa del absolutismo tecnológico, en el cual toda la sociedad tiene que organizarse en función de las necesidades tecnológicas. Se le atribuye a Albert Einstein la lapidaria reflexión: “Temo el día en que la tecnología supere a la interacción humana. El mundo tendrá una generación de idiotas.”
Pero tampoco creemos en el infantilismo primitivista, según el cual la premodernidad es equivalente al Buen Vivir y la miseria es parte del folklor. No sólo eso: estos fundamentalismos, que rayan en la irresponsabilidad, se vuelven funcionales de la nueva e injusta división internacional del trabajo, como veremos más adelante.
Con la impresionante generación de conocimiento a nivel mundial, los países que no generamos conocimientos, seremos cada día más ignorantes en términos relativos y más dependientes de lo que producen otros. Por estos motivos, la educación superior ha sido uno de las preocupaciones centrales de nuestro gobierno, y a lo largo de estos 7 años aumentamos las asignaciones presupuestarias para Educación Superior, del 1.1% al 2% de su Producto Interno Bruto, más del doble del promedio de América Latina —que es 0.8%— y superior al promedio de los países de la OCDE, que es alrededor del 1.7%.
En Ecuador, entre 1992 y 2006, es decir, en la larga y triste noche neoliberal y en apenas 14 años, se crearon 45 universidades para llegar a un total de 71 a nivel nacional. Formalmente, eran instituciones sin fines de lucro, pero en realidad eran de lucro sin fin, y por su pésimo nivel académico y nivel de improvisación y precariedad, eran llamadas “universidades de garaje”. Gracias a nuestras leyes se pudo realizar una evaluación profunda de todas las universidades; como resultado, 14 de ellas que no merecían ese nombre fueron cerradas.
Quiero decirles que este es un desafío de toda América Latina. Mejorar la calidad universitaria. No existe ninguna universidad latinoamericana entre las 100 mejores del mundo.
Como alternativa a las universidades cerradas, impulsamos la educación técnica y tecnológica, y vamos a invertir más de 300 millones de dólares para fortalecer y construir docenas de institutos técnicos estratégicamente ubicados y articulados al sector productivo.
Ecuador actualmente tiene casi 10.000 becarios alrededor del mundo, la mayoría de ellos matriculados en programas de maestría y doctorado en las mejores universidades del planeta. Esto representa la mayor inversión —con respecto al Producto Interno Bruto— en becas en toda América Latina. En los últimos siete años, hemos otorgado más becas que las entregadas en toda la historia de Ecuador antes de nuestro gobierno. La mayoría de estos becarios se convertirán en profesores universitarios.
No obstante las mejoras en calidad educativa, hemos logrado duplicar la matrícula de los sectores más pobres de la sociedad y de las poblaciones históricamente excluidas, particularmente indígenas y afroecuatorianos. De acuerdo a la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), Ecuador se ha convertido en el país con el porcentaje de matrícula más alto para el quintil más pobre de su población, en comparación con los países de la región. Así se ha destruido la clásica disyuntiva entre equidad y calidad. Ambos principios se pueden conjugar armónicamente, y este juego de suma cero es esencialmente una falacia. Esto lo hemos logrado por medio de la garantía constitucional de la gratuidad en la educación superior, por el amplio programa de ayuda financiera, y sobre todo por el nuevo Sistema Nacional de Nivelación y Admisión para la educación superior.
Finalmente, hemos creado 4 nuevas universidades públicas de nivel mundial en áreas disciplinares claves para el desarrollo del país: ciencias duras, bioconocimiento, docencia y artes.
CAMBIO CULTURAL
Acemoğlu y Robinson (los autores mencionados antes), no solo omiten sino que, expresamente desechan el factor cultural como determinante para el desarrollo, centrándose simplemente en un conjunto predeterminado de instituciones formales, independientes del contexto cultural, temporal y de restricciones externas. Supuestamente existe el mismo set óptimo de instituciones para Ecuador o para Suiza. Esto es un grave error. Pocas cosas hay tan importantes para el desarrollo como el cambio cultural. Ya que todos nuestros actos están determinados por el marco cultural, entendido como el conjunto de ideas, creencias, visiones y valores transmitidos socialmente.
La cultura provee de instituciones informales que frecuentemente dominan a las formales.
El enfoque cultural para explicar el desarrollo ha sido utilizado por lo menos desde 1905, con Max Weber en su libro “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, y es claro que una cultura de la innovación, de saber asumir riesgos, con responsabilidad y excelencia, superando paternalismos y victimizaciones, propende al desarrollo y a la misma generación de tecnología e innovación.
Toda sociedad y cultura tiene sus valores y antivalores. Por ejemplo, tal vez por la dureza de vida, creo que un latinoamericano está mucho más preparado que un norteamericano para soportar situaciones extremas. De esta forma, si un norteamericano y un latinoamericano se pierden en la selva, probablemente después de un año será este último el que sobreviva. El problema está en que si se pierden en la misma selva 200 norteamericanos y 200 latinoamericanos, después de un año los primeros ya tendrán su escuelita, sus cultivos, incluso su iglesia… ¡mientras que los latinoamericanos seguirán discutiendo quién es el jefe!
Esa acción colectiva organizada, planificada, ya sea por solidaridad o interés, todavía está en ciernes en Latinoamérica. Somos los campeones en hablar de solidaridad, la minga, la comunidad… pero para eso también hay que ser eficientes. Les pongo un ejemplo: si en Latinoamérica se nos incendia una casa, los vecinos, con toda el alma se organizan para cargar el balde de agua y tratar de apagar el incendio. Finalmente no lo logran hacer, se quemó la casa, pero ¡cuánta solidaridad, cuánta minga, cuánta vida comunitaria! Los anglosajones pagan un impuesto, tienen un cuerpo de bomberos profesional. Se empieza a incendiar una casa, van los bomberos, apagan el incendio, nadie habló de solidaridad, pero se salvó la casa.
Algo que admiro mucho del mundo anglosajón es su pragmatismo y sentido de responsabilidad. Si alguien comete un error, se realiza el análisis correspondiente, se aplican las sanciones del caso, y, sobre todo, se toman los correctivos para que no vuelva a ocurrir el evento. Si en América Latina se comete un error, le vamos a tirar piedras a la embajada de Estados Unidos. Es decir, la culpa jamás es nuestra, siempre es de los demás, y de esta forma no establecemos responsabilidades, peor correctivos, y, como dice Einstein, si hacemos siempre las mismas cosas, obtendremos los mismos resultados.
Esto fue agravado por una mal entendida Teoría de la Dependencia: si somos pobres porque ellos son ricos, nosotros somos los buenos y son ellos los que tienen que cambiar.
Siguiendo con mi ejemplo de los latinoamericanos perdidos en la selva, ante la evidencia de retraso, haremos de los vicios virtudes, y diremos que ellos pueden ser más ricos, pero nosotros fuimos más democráticos. Sin embargo, al primer descuido, muchos escaparán a vivir al barrio anglosajón…
Esta ausencia de autocrítica y voluntad de cambio es especialmente grave en los hermanos indígenas, sin duda víctimas de injusticias históricas. La simpatía, solidaridad e indignación por la exclusión de siglos nos lleva frecuentemente a la idealización del mundo indígena, sobre todo desde Europa. Este es un grave error.
Las víctimas no necesariamente tienen supremacía moral sobre los no victimizados; el haber sido objeto de graves injusticias no hace a nadie más sabio que el resto; y, finalmente, el haber sido víctimas no les exime de responsabilidad en su situación actual.
Esta victimización y el correspondiente paternalismo han inmovilizado a nuestros pueblos ancestrales y, probablemente, es la peor forma de racismo, porque tiene que ver mucho con subestimar las capacidades de dichos pueblos.
Se hacen apologías de la resistencia, pero no a la afectación de los derechos, sino resistencia al cambio. Se hace de la inmovilidad una virtud. Se pretende que todo cambie sin cambiar nada, y eso es sencillamente imposible. Y lo más grave, frecuentemente se cree la miseria es parte de la cultura. El desafío para nuestros pueblos ancestrales es cambiar para superar la pobreza, sin perder nuestra identidad.
Lamentablemente, ciertos antivalores culturales pueden prevalecer como mecanismos de retraso y subdesarrollo.
RESTRICCIONES EXTERNAS
Además de la necesidad de cambios en las relaciones de poder internas de una sociedad, se requieren cambios en las relaciones de poder a nivel internacional, ya que existen sin lugar a dudas importantes restricciones externas, neodependentismo y neocolonialismo que impiden el desarrollo de nuestros pueblos.
Esto es otra dimensión absolutamente ausente en el análisis de Acemoğlu y Robinson, pero fue considerado explícitamente desde la postguerra por la escuela estructuralista latinoamericana, donde nuevamente Raúl Prebisch, evidenciando el rol que nos había otorgado desde nuestras independencias la división internacional del trabajo, demostró el intercambio desigual expresado en el deterioro de los términos de intercambio, todo lo cual derivó en la estrategia de industrialización sustitutiva de importaciones.
Decía Prebisch: “Los países del tercer mundo han caído en un estado de dependencia del primer mundo, convirtiéndose en productores de materias primas en una relación de centro-periferia con sus metrópolis. Para que estos países puedan entrar en una senda de desarrollo sostenido se haría necesario que se les permitiera un cierto proteccionismo en el comercio exterior y estrategias de substitución de importaciones”.
NUEVA DIVISIÓN INTERNACIONAL DEL TRABAJO
Esta clásica división del trabajo probablemente ha sido parcialmente superada, pero hoy imperan nuevas e igualmente injustas formas de división internacional del trabajo.
Si antes los países subdesarrollados producíamos materias primas y los países hegemónicos bienes industriales de alto valor agregado, ahora los países desarrollados generan conocimiento que privatizan y nosotros bienes ambientales de libre acceso.
El conocimiento en general es un bien público, es decir, técnicamente hablando no hay capacidad de exclusión ni rivalidad en el consumo. Lo más fácil es copiar un software; no se lo copia porque está patentado, hay que pagar regalías y uno puede ser sancionado, esto es, se ponen barreras institucionales. Por otro lado, si yo utilizo el software, cualquier otro también lo puede utilizar, es decir, no hay rivalidad en el consumo.
Privatizar un bien público a través de medidas institucionales como las patentes es perjudicial para la sociedad como un todo, porque si no hay rivalidad en el consumo, mientras aumente el número de personas que disfrutan de este bien ya creado, mayor será el bienestar social. Esta es una de las famosas “fallas del mercado”. Un ejemplo dramático de la privatización del conocimiento y de la exclusión forzada, es el alto costo de ciertas medicinas.
El principio, aparentemente pragmático, de la privatización del conocimiento, además de su ineficiencia social, no es otra cosa que el sometimiento de los seres humanos al capital.
Hay maneras más eficientes de incentivar la producción de conocimiento. Una alternativa es una mayor participación de la Academia y del mismo sector público. Otra alternativa es que el Estado compense la creación del conocimiento con fines de lucro, para ponerlo a disposición de toda la humanidad. El gran problema de todas estas alternativas es que tienden a socavar fundamentalismos ideológicos y el imperio del capital.
Pero mientras que son principalmente los países ricos los que producen ciencia y tecnología, nuestros países —los países de la cuenca amazónica— también producimos bienes públicos pero son bienes públicos ambientales, y en este caso, por todo el aire puro que genera la selva amazónica, pulmón del planeta sin el cual la vida humana sufriría un grave deterioro, los países de la cuenca amazónica no recibimos ninguna compensación; mientras que, a su vez, los mayores contaminadores globales no pagan absolutamente nada por consumir nuestros bienes ambientales.
Y se cree algunas veces que la producción, la generación de bienes ambientales no tiene costo. La realidad es que esa generación puede ser muy costosa, no en cuanto a costos directos, sino en lo que los economistas llamamos —y este es el costo relevante— el “costo de oportunidad”. Hoy muchos exigen —sin ninguna solvencia moral, dicho sea de paso—, que no se explote el petróleo de la Amazonia. Pero eso implica un costo inmenso por los ingresos no recibidos y por cada día que transcurre con un niño sin escuela, una comunidad sin agua potable, o gente muriendo por enfermedades perfectamente evitables, verdaderas patologías de la miseria.
Esta es la nueva división internacional del trabajo, y también es un problema político, de relaciones de poder a nivel internacional. Para ilustrar esto, imaginen por un momento si la situación fuera la inversa, y los generadores de bienes ambientales fueran los países ricos, y nuestros países fueran los contaminadores. Seguramente ya nos habrían hasta invadido para obligarnos a pagar una “justa compensación”… y todo en nombre de la civilización, de los derechos, etcétera.
Estimados amigos:
El orden mundial no es solo injusto, es inmoral. Todo está orientado a servir a los intereses de los más poderosos, y abundan los dobles estándares: los bienes públicos globales producidos por los países pobres, tales como los bienes ambientales, deben ser gratuitos, mientras que los bienes públicos producidos por los países hegemónicos deben ser pagados, con la imposición de barreras institucionales como las patentes.
Solo compensando los bienes ambientales habría una redistribución del ingreso sin precedentes a nivel mundial, pero este es nuevamente un problema de relación de poder, esta vez internacional.
Los grandes contaminadores no firman Kioto, pero en nuestros países hay cárcel si no pagas regalías por un producto patentado —todo en función del capital—. Dicho sea de paso: la cárcel por regalías es lo más cercano a la cárcel por deudas. En el Ecuador eliminamos la prisión por regalías y nos quieren sancionar en la OMC [Organización Mundial del Comercio]. Esas son las soberanías limitadas de nuestros países.
Lo más triste es que muchas veces los mismos países pobres participan con entusiasmo en estos mecanismos tan absurdos, y ni siquiera entendemos los instrumentos que se utilizan para mantenernos en el rol asignado por esta nueva división del trabajo. Por ejemplo, como manifiesta nuestro querido amigo Álvaro García Linera, Vicepresidente boliviano y uno de los más grandes pensadores latinoamericanos de nuestro tiempo, cito: “varias ONG's no son realmente Organizaciones NO Gubernamentales, sino Organizaciones de Otros Gobiernos en nuestro territorio, y el vehículo de la introducción de un tipo de ambientalismo colonial que relega a los pueblos indígenas al papel de cuidadores del bosque amazónico”.
Abunda en nuestros países un “ecologismo infantil”, que cree que superar el extractivismo es dejar de aprovechar nuestros recursos naturales no renovables. Eso es un suicidio social que llevaría al fracaso a cualquier proyecto político en el poder.
Esto lo debemos tener muy claro los latinoamericanos: la gran oportunidad para poder desarrollarnos con soberanía son nuestros recursos naturales. Gracias a la disponibilidad de recursos naturales podemos evitar la dolorosa etapa de explotación de la fuerza de trabajo que tuvieron que aguantar, por ejemplo, los países del sudeste asiático.
Cuando nuestros empresarios me reclaman porque tenemos los salarios más altos de la región andina, yo les respondo que también tenemos la energía más barata, y eso es gracias a nuestros recursos naturales no renovables.
Además, las posturas del “ecologismo infantil” nos hacen funcionales a la nueva e injusta división internacional del trabajo mencionada anteriormente, condenando a nuestra gente a la miseria, cuando Ecuador es un contaminador absolutamente marginal a nivel mundial.
Salir de la economía extractivista no es el infantilismo —rayano ya en la irresponsabilidad— de no aprovechar nuestros recursos naturales, sino movilizar los ingresos generados para desarrollar otros sectores de la economía, como lo estamos haciendo en el Ecuador.
Invirtiendo en talento humano, ciencia, tecnología e impulsando la innovación superaremos de forma inteligente, humana, soberana la economía extractivista. Debemos hacer uso del extractivismo para salir de él, para pasar de la economía de recursos finitos a la economía de recursos infinitos: aquella basada en el talento humano y el conocimiento, pero sin el absurdo de rechazar el aprovechamiento de nuestros recursos naturales y ser mendigos sentados en costales de oro, y sin someternos a esa injusta nueva división internacional de trabajo que nos quieren imponer.
Somos perfectamente conscientes de nuestras limitaciones como un país pequeño, y que no podemos cambiar un injusto orden mundial, pero tampoco vamos a aceptar pasivamente el papel que se nos ha sido asignado en la nueva división internacional del trabajo.
LA FALACIA DEL LIBRE COMERCIO
Estamos en la UNCTAD, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, y en esta dimensión comercial enfrentamos también restricciones externas, cuando se nos quieren imponer el aperturismo a ultranza. La idea de que el libre comercio beneficia siempre y a todos, es simplemente una falacia o una ingenuidad extrema más cercana a la religión que a la ciencia, y no resiste un profundo análisis teórico, empírico o histórico. Eso lo entendió muy bien Prebisch hace más de 60 años, y sus ideas están más vigentes que nunca. De hecho, la Estrategia ISI (Industrialización por Sustitución de Importaciones) fracasó no porque estuvieran mal los conceptos, sino por mala implementación.
En su extraordinario libro Kicking Away the Ladder: Development Strategy in Historical Perspective (del año 2002), Ha-Joon Chang, investigador coreano de la Universidad de Cambridge, demuestra cómo prácticamente todos los países desarrollados hicieron exactamente lo inverso de lo que hoy predican. Con respecto al libre comercio, establece que, muy por el contrario de lo que ahora se manifiesta: “la promoción de la industria infantil ha sido la clave del desarrollo de la mayoría de naciones, y las excepciones han sido solamente pequeños países en o muy cerca de la frontera tecnológica mundial, tales como los Países Bajos y Suiza”.
Incluso Chang demuestra, en una interesante revisión histórica, que fue Alexander Hamilton —y no Friedrich List, como normalmente se piensa—, quien en 1791, en su calidad de Secretario del Tesoro de Estados Unidos, presentó por primera vez en forma sistemática el argumento de la “industria infantil” para justificar el proteccionismo industrial de ese país frente al deseo librecambista del imperio dominante, que era Inglaterra. Solo cuando la supremacía industrial estadounidense fue absolutamente clara —después de la Segunda Guerra Mundial— Estados Unidos, al igual que la Inglaterra del siglo XIX, comenzó a promover el libre comercio, pese a haber adquirido esta supremacía a través de un intenso y nacionalista proteccionismo industrial.
En resumen, en la historia del desarrollo pocas cosas hay más extrañas y antihistóricas que el simplismo del libre comercio, y los países en desarrollo —sobre todo— debemos hacer lo que los países ricos hicieron cuando tenían nuestro nivel de desarrollo relativo, no lo que hacen ahora que son los campeones de competitividad a nivel mundial.
La existencia de un mercado internacional funcionando en un vacío de fuerzas y dando los correctos precios a todas las mercancías sigue siendo una fantasía, y como señala recurrentemente Paul Krugman (premio Nobel de Economía 2008) está claro que el clásico e idealizado modelo teórico para justificar el libre comercio ya no es válido. En la práctica, el simplismo de las ventajas comparativas como estrategia de desarrollo para los países más pobres, significa la negación de la mayoría de aquello que conocemos como desarrollo económico.
Hoy se habla mucho de globalización; pero se trata de una globalización que no busca ciudadanos globales, sino tan solo consumidores globales; que no busca crear una sociedad planetaria, sino tan solo mercados planetarios; y que, sin adecuados mecanismos de control y gobernanza, puede devastar países, como ya ha sucedido.
Se prioriza la liberación financiera y de mercancías, supuestamente con base en la Teoría de Mercado, es decir, la libre movilidad de factores y bienes para lograr la eficiencia, pero inconsecuentemente se criminaliza cada vez más la movilidad humana.
En realidad, es una globalización bajo el imperio del capital, y particularmente el financiero.
Pienso en la analogía de la globalización neoliberal con el capitalismo salvaje del siglo XVIII, cuando empezó la Revolución Industrial, cuando los obreros morían frente a las máquinas porque trabajaban siete días a la semana, doce, catorce y hasta dieciséis horas diarias. ¿Cómo se pudo frenar tanta explotación? Con la consolidación de Estados nacionales y a través de una acción colectiva que permitió poner límite a estos abusos y distribuir de mejor manera los frutos del progreso técnico.
Esa acción colectiva mundial no existe en la globalización neoliberal y se están produciendo excesos similares cuando, por ejemplo, para competir en los mercados globales, los países más pobres precarizan su fuerza laboral.
Solamente las transacciones cambiarias diarias en el mundo alcanzan por día cerca de cuarenta veces la producción anual de un país como Ecuador. La alta movilidad de capitales especulativos hace que las economías de países pequeños y abiertos sean como barquitos de papel enfrentando una verdadera tempestad. Parece imposible para países pequeños y en desarrollo tener estabilidad en crecimiento y en empleo.
De hecho, la alta movilidad de capitales es una de las características más criticadas de la globalización económica neoliberal, precisamente por la pérdida de las políticas nacionales, así como por los grandes destrozos que la especulación financiera internacional ha causado en los países en desarrollo. Crisis que frecuentemente no son consecuencia de acciones directas en los países que las sufren, sino que son producto de lo que hacen o dejan de hacer los demás países e incluso hasta del humor de los inversionistas internacionales.
Para reducir la volatilidad de capitales, muchos economistas, desde hace ya varios años, vienen denunciando la necesidad de poner arena en los ejes de la carreta de la globalización; es decir, determinadas barreras para disminuir la volatilidad de capitales. Por ejemplo, James Tobin (quien ganó el Premio Nobel de Economía en 1981) ya hace más de veinte años propuso la necesidad de establecer un impuesto a los flujos internacionales de capitales. El “impuesto Tobin” no solo tendría efectos en cuanto a disminuir la volatilidad de dichos flujos, sino que la recaudación generada podría servir para financiar proyectos de desarrollo. Por supuesto, dada la orientación de la globalización neoliberal, donde todo está en función del gran capital y sobre todo del capital financiero, estas propuestas han sido largamente obviadas. Se trata nuevamente del imperio del capital.
NEODEPENDENTISMO Y TIB
Pero existen otras clases de restricciones externas que enfrentamos los países en desarrollo y que la UNCTAD también debería tratar. Son formas nuevas de colonialismo, casos abiertos de neocolonialismo como esos atentados nuestras soberanías llamados Tratados de Protección Recíproca de Inversiones, donde el capital tiene más derechos que los seres humanos, y cualquier transnacional puede llevar a un país soberano a un arbitraje, sin siquiera tener que agotar todas las instancias jurídicas internas, de hecho sin acudir a ninguna. Si ustedes quieren acudir a instancias interamericanas de Derechos Humanos, tienen primero que agotar las instancias jurídicas nacionales, pero una transnacional, con estos tratados, puede llevar directamente a un Estado soberano a estos centros de arbitraje donde se han dado aberraciones terribles.
Estos tratados de Protección Recíproca de Inversiones impuestos en los años 90, en plena noche neoliberal, son un atentado a la soberanía de nuestros países.
El informe publicado por el Transnational Institute (TNI) y el Corporate Europe Observatory (CEO), titulado Cuando la injusticia es negocio, señala que un pequeño grupo de estudios jurídicos, árbitros y especuladores financieros internacionales alimenta interesadamente un auge del arbitraje que cuesta a los ciudadanos miles de millones de dólares y esos mismos grupos “cabildean en contra de toda reforma a favor del interés público”.
Una de las autoras del informe, afirma que “un grupo de árbitros usa su influencia para garantizar que las normas del sistema no dejen de beneficiar a los inversores y las demandas contra gobiernos sigan generando millones de dólares”.
Estamos organizando a todos los países perjudicados por las transnacionales, para unirnos en la lucha contra tanta explotación.
Ojalá que instancias como la UNCTAD puedan intervenir en esto, que es parte gravitante en un orden mundial tremendamente injusto e incluso inmoral.
INTEGRACIÓN
Aquí también tiene un rol fundamental la integración. Una de nuestras principales propuestas en UNASUR es la creación del centro de arbitraje de Sudamérica.
Separados, serán las transnacionales las que nos impongan las condiciones; unidos, seremos nosotros los que impondremos las condiciones al capital internacional.
Les repito: El orden mundial no solo es injusto, sino inmoral. Si algo he aprendido en estos cerca de ocho años como Presidente, es que al mundo lo dominan el capital y los intereses de los países hegemónicos, dominados también por dicho capital.
Mientras esta situación no cambie, tendremos democracias restringidas o abiertamente ficticias y falta de gobernabilidad nacional en los países más débiles, así como ausencia de gobernanza en el mundo.
En el siglo XXI el gran desafío de la humanidad es una lucha política que empieza por liberar a las grandes mayorías del dominio de las élites, por lograr la supremacía de los seres humanos sobre el capital, de las sociedades sobre el mercado y de nuestras naciones sobre los intereses de países hegemónicos y del capital transnacional.
La Patria Grande, como llamamos a nuestra América Latina unida, ya no es solo un sueño de nuestros libertadores, sino la mejor —y tal vez única— manera de obtener nuestra segunda y definitiva independencia.
Con la integración debemos buscar potenciar nuestras capacidades, y defendernos del neocolonialismo y del injusto orden mundial.
La Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe — CELAC es una gran oportunidad y esperanza, para tener nuestros propios espacios de procesamiento de conflictos regionales —y mantener la OEA, la Organización de Estados Americanos—, y como CELAC, los países latinoamericanos en bloque podamos a su vez procesar nuestros conflictos con América del Norte. El mundo del futuro será un mundo de bloques.
En UNASUR somos 500 millones de personas, en 17 millones de kilómetros cuadrados. Con solo unirnos podríamos conformar la cuarta economía más grande del mundo, con el 5.9% del PIB mundial, un tercio de las fuentes de agua dulce del planeta, con el primer lugar en la producción mundial de alimentos y con reservas de hidrocarburos para los próximos 100 años.
Dentro de UNASUR, la Nueva Arquitectura Financiera Regional es nuestra opción para resolver una de las más grandes paradojas de los países del sur: mientras tenemos depositados más de 760 mil millones de dólares de nuestros recursos en el primer mundo, seguimos dependiendo de préstamos externos y de inversiones extranjeras. Esto significa transferencia de liquidez y riqueza hacia los países más ricos del mundo. Debemos aprender a aprovechar nuestro ahorro y destinarlo a la inversión en nuestra misma Región. Para eso necesitamos del Banco del Sur y del Fondo del Sur.
Además, debemos tener mecanismos de intercambios compensados para minimizar el uso de monedas extraregionales y —por qué no— en el mediano plazo tener una moneda regional. Lo que es claro es que es un absurdo comerciar en una moneda extra regional, lo cual aumenta nuestra vulnerabilidad y transfiere riqueza al emisor de dicha moneda.
La integración también nos sirve para cambiar la injusta división internacional del trabajo, exigiendo compensaciones por la provisión de bienes ambientales, y unidos pasar a ser generadores de conocimiento.
La mejor forma de liberarnos del imperio del capital es la integración, para alcanzar desde cosas tan sencillas como salarios mínimos regionales que impidan la absurda competencia entre nuestros países en favor del capital transnacional y, hasta como bloque, incidir en el cambio del injusto e inmoral orden mundial.
Ecuador presidirá la CELAC el próximo año. Nuestra propuesta incluirá los siguientes ejes: la planificación de la integración; la Nueva Arquitectura Financiera Regional; la regulación al capital transnacional; y, de manera fundamental, la garantía de los Derechos Humanos.
Reafirmo, por mi parte, lo que manifesté al recibir la Presidencia pro-témpore de UNASUR: “Tal vez los europeos tendrán que explicar a sus hijos por qué se unieron, pero nosotros tendremos que explicarles a los nuestros por qué nos demoramos tanto”.
DESPEDIDA
Queridos estudiantes, amigas, amigos:
Creo en el talento humano, con el cual se hace florecer los desiertos, y sin el cual se desertifica hasta el jardín más florido, como frecuentemente ha ocurrido en nuestra América. La educación es un derecho, pero también el mejor medio para alcanzar el Buen Vivir.
Creo firmemente en el poder transformador de la ciencia y la tecnología. Es más, en este poder, en esa ciencia y tecnología deposito gran parte de mi esperanza en el futuro del planeta, en la sostenibilidad de nuestro modo de vida, en la posibilidad de alcanzar el Buen Vivir para toda la humanidad.
Desde hace mucho tiempo considero que cualquier intento de sintetizar en principios y leyes simplistas —llámense éstas el materialismo dialéctico o el egoísmo racional— procesos tan complejos como el avance de las sociedades humanas, está condenado al fracaso. Y también estoy convencido de que los adelantos científicos y tecnológicos pueden generar mucho más bienestar y ser mayores motores de cambios sociales que cualquier lucha de clases o la búsqueda del lucro individual.
El desarrollo de la agricultura convirtió a la humanidad de nómada en sedentaria, la revolución industrial la transformó de rural en mayoritariamente urbana, y, mucho más recientemente, el espectacular avance de las tecnologías de la información transformó a las sociedades industriales en sociedades del conocimiento. Considero que los sistemas políticos, económicos y sociales que prevalecerán en el futuro, serán aquellos que permitan el mayor avance científico y tecnológico, pero también, y esto es muy importante, su mejor aplicación para el bien común.
Ecuador ha decidido fundamentar su desarrollo en la única fuente inagotable de riqueza: el talento humano, conocimiento e innovación, para alcanzar un desarrollo sostenible, pero también soberano.
Creo en la libertad individual, pero libertad sin justicia es lo más parecido a la esclavitud.
Y esa justicia no se logrará con una supuesta mano invisible que, como dice Joseph Stiglitz premio Nobel de Economía, por invisible nadie la ha visto. Por el contrario, la justicia se logrará con manos bastante visibles, la sociedad tomando conscientemente sus decisiones, es decir, por medio de procesos políticos.
No existe tal set de instituciones óptimas. Demasiada acción colectiva, mata al individuo, pero, de igual manera, demasiado individualismo mata a la sociedad, y ambos son necesarios para el Buen Vivir.
¿Hasta dónde ir? Este es el problema institucional que ha definido las ideologías de base en los últimos doscientos años. Los dos extremos, el Estado mínimo del neoliberalismo y el estatismo del socialismo clásico, han fracasado. Cada país deberá definir sus instituciones, hasta dónde llevar la acción colectiva, hasta dónde llevar el individualismo, de acuerdo a su realidad.
¿Cuál es el reto fundamental de esa acción colectiva?: La supremacía del ser humano sobre el capital y de la sociedad sobre los mercados. Uno de los grandes errores de la izquierda tradicional fue negar los mercados. Los mercados son una realidad económica. Pero una cosa es tener sociedades con mercado, y otra es tener sociedades de mercado, donde vidas, personas y la propia sociedad son una mercancía más. El mercado es un gran siervo, pero un pésimo amo.
Considero que la mejor forma de liberarnos del imperio del capital es la integración para alcanzar desde cosas tan sencillas como salarios mínimos regionales que impidan la absurda competencia entre nuestros países en favor del capital transnacional, hasta como bloque incidir en el cambio del injusto e inmoral orden mundial.
Estamos ahora en un nuevo tiempo en nuestra América. Hemos logrado sacudirnos del dominio de los tecnócratas obsecuentes, de la ciega ortodoxia que nos llevó a tocar fondo, y ahora nos atrevemos de nuevo a pensar, a generar nuestra propia agenda académica. Creo que Raúl Prebisch se sentiría muy contento: volvemos a tener pensamiento latinoamericano.
Muchas gracias a todas y a todos.
Rafael Correa Delgado
PRESIDENTE CONSTITUCIONAL DE LA REPÚBLICA DEL ECUADOR