Objeto de adoraciones y maldiciones, fuente de fortunas, guerras, huelgas, horrores y polémicas a lo largo de la historia de Cuba, la agroindustria azucarera suscita reflexiones que sobrepasan las fronteras de un cañaveral o las cumbres de chimeneas.
Año tras año las miradas de la nación –y hasta de los mercados alguna vez- se han vuelto hacia la zafra, con reclamos que desembocaron en el 2002 en el cierre abrupto de unos 70 centrales. La medida, racional en el caso de ingenios que más parecían trapiches -desvencijados, arcaicos, ineficientes, irrecuperables-, sobrepasó, en mi opinión, lo racionalmente recomendable cuando cerraron en 2007 unos 40 más. Llamada “tarea” por eufemismo, la operación amputó dos tercios de la industria, en un extremo que rayó con el desacierto económico y la injusticia social.
Pero cuando parecía irrevocablemente condenada a muerte, la zafra ha recobrado protagonismo en Cuba por un extraño sortilegio o por terquedad de la tradición. La atención pública retorna progresivamente hacia el azúcar, entre dudas y esperanzas en torno a su resurrección y la vuelta de apremios por dividendos en moneda dura que se le escapan a los centrales sobrevivientes.
En la zafra 2013-2014, la producción de azúcar creció un 4,2 por ciento sobre la cosecha anterior, pero el avance no mereció un brindis con aguardiente de caña porque el grupo empresarial Azcuba había programado un incremento del 18 por ciento.
La agroindustria azucarera cubana se propuso llegar a 1,8 millones de toneladas, pero quedó por debajo de 1,6 millones, según cálculos a partir del informe final de Azcuba. A los precios del azúcar crudo en el mercado de Nueva York (la libra a 17 centavos de dólar, al cierre de junio), Cuba perdió entre 80 y 90 millones de dólares, a cuenta de unas 220 mil toneladas dejadas de producir.
Pese a lo inoportuno del patinazo para una economía agobiada por la permanente estrechez financiera, prefiero lecturas a lamentos y condenas. Tampoco me inclinaría por desgastes bizantinos acerca del vaso medio vacío o medio lleno, aunque, si me pinchan, argumento que la respuesta se define por la tendencia del proceso juzgado. Y el vaso, esta vez, tiende a llenarse. Más lentamente de lo deseable, pero la producción crece de año en año.
Desde hace cuatro zafras, la producción de azúcar mantiene un ascenso sostenido desde el mínimo histórico, penoso, de 1,1 millones de toneladas en la cosecha 2009-2010, según el Anuario Estadístico de Cuba. Es evidente la reacción de los agricultores a medidas como el alza del precio de la caña. El talón de Aquiles ya no es la carencia de materia prima para los centrales, aunque algunas regiones todavía sufrían ese mal hace un par de años. El problema mayor ahora está en la industria o, a mi juicio, en la manifestación de problemas que trascienden a ese sector y son propios de la economía cubana como sistema.
Azcuba heredó del desaparecido Ministerio del Azúcar –y del resto de la economía- responsabilidades, misiones, presiones gubernamentales y sociales, desgastes industriales y vicios a la hora de planificar moliendas.
La zafra recién concluida confirma, una vez más, la urgencia de transformaciones en la economía de Cuba, en marcha ya –para ser justos-, aunque incipientes las más importantes.
Las pifias de la planificación, de raíz más voluntarista que racionalmente objetiva, empañan sistemáticamente el crecimiento de la producción. Sello principal de la economía socialista –lo reiteran los Lineamientos de la Política Económica y Social aprobados en 2011- y deuda histórica a la vez, el arte de planificar se torna tan escurridizo como el respeto al mercado.
Funcionarios de Azcuba achacan al clima dos terceras partes del tiempo perdido –y las consiguientes mermas productivas. El otro tercio, admiten, responde a dilaciones en la reparación de los centrales y de la maquinaria agrícola, antes de la cosecha: llegaron tarde las piezas de repuesto y otros insumos. Aunque quizás sea imprecisa, por subjetiva, la distribución entre una y otra causas, lo concreto es el largo trecho que le queda por andar al sector empresarial en Cuba, como demuestra el funcionamiento de las empresas azucareras.
Los cambios iniciados hace unas pocas semanas para otorgarle más facultades a las empresas cubanas generan dudas acerca del alcance real de la descentralización. ¿Hasta dónde llegará la sustitución de un sistema verticalista, de ordeno y mando administrativo, por uno de regulación financiera? ¿Las empresas estatales, núcleo duro de la economía cubana, tendrán capacidad –conocimiento y autonomía- para atender el mercado a la hora de cocinar planes y para ejecutarlos luego?
Quizás temprano, pero inevitablemente más de un ceño se frunce por la entrada en escena de una nueva estructura vertical, las organizaciones superiores de dirección empresarial, las mentadas OSDEs, herederas de la misión centralizadora que antes corría a cargo de los ministerios.
Ambas demandas, planificación efectiva y reforma empresarial, estrechamente enlazadas, tropiezan insistentemente con la necesidad de recursos financieros para recapitalizar la desgastada agroindustria azucarera. Aunque la compra de cosechadoras y tractores brasileños han otorgado un alivio a la zafra, es evidente la necesidad de inversiones sustanciosas. Una puerta ha abierto la nueva política de inversiones extranjeras, y la correspondiente ley, aprobada en marzo. Lo confirman dos primicias previas en un sector que permanecía cerrado a cal y canto a la exploración foránea: sendas inversiones acordadas en 2012, de capital brasileño y británico respectivamente, en los centrales “5 de septiembre” y “Ciro Redondo”, ubicados en las provincias centrales de Cienfuegos y Ciego de Ávila.
Como el resto de la industria, pero a mi juicio con mayor urgencia, la ficha azucarera merece prioridad en el ajedrez económico cubano. Numerosas razones justifican el retorno. Al espacio que mantiene el azúcar en el mercado mundial, independientemente de trampas especulativas y fluctuaciones de precios, se suman el papel de locomotora de la economía que puede desempeñar esa agroindustria y el tesoro, aún por desenterrar totalmente, de la producción de derivados. Vistos hoy apenas como producciones secundarias, los derivados pudieran robarse el protagonismo; la bien cotizada energía, electricidad y biocombustibles, lo demuestra.
Otro aval, de carga sentimental, implica en verdad un factor muy apreciado por las concepciones mercantiles más calculadoras, el llamado know how industrial, en términos más castizos, la cultura azucarera forjada en la nación cubana durante dos siglos y medio. Me resisto a creer que pueda perderse.