Mi blog sobre Economía

jueves, 19 de febrero de 2015

Estado, democracia y socialismo

Conferencia dictada por el Vicepresidente Álvaro García Linera, en la Universidad de la Sorbona de París, en el marco del “Coloquio Internacional dedicado a la obra de Nicos Poulantzas: un marxismo para el siglo XXI”, realizado el 16 de enero de 2015. 
----
La obra intelectual de Nicos Poulantzas está marcada por lo que podríamos denominar como una trágica paradoja. Él fue un marxista que pensó su época desde la perspectiva de la revolución, en un momento en el que los procesos revolucionarios se clausuraban o habían derivado en la restauración anómala de un capitalismo estatalizado. Sin duda, fue un marxista heterodoxo brillante y audaz en sus aportes sobre el camino hacia el socialismo, en un tiempo en el que justamente el horizonte socialista se derrumbaba como símbolo y perspectiva movilizadora de los pueblos.

Me gustaría detenerme en dos conceptos claves e interconectados del marxismo poulantziano, que nos permiten pensar y actuar en el presente: el Estado como relación social, y la vía democrática al socialismo.

Estado y principio de incompletitud gödeliana

En relación al primer punto (el Estado como relación social), no cabe duda que uno de los principales aportes del sociólogo marxista francés, es su propuesta de estudiar al Estado como una “condensación material de relaciones de fuerzas entre clases y fracciones de clases” [ii] . Pues claro, ¿acaso no se elige al poder ejecutivo y legislativo con los votos de la mayoría de la población, de las clases dominantes y dominadas? Y aunque, por lo general, los sectores populares eligen por sufragio a representantes de las élites dominantes, ¿acaso los elegidos no adquieren compromisos respecto a sus electores? ¿Acaso no existen tolerancias morales aceptadas por los votantes, que marcan los límites de acción de los gobernantes y cuyas transgresiones generan migraciones hacia otros candidatos o hacia movilizaciones sociales?

Cierto marxismo de cátedra sostenía que los sectores populares vivían perpetuamente engañados por el efecto de la “ilusión ideológica” organizada por las clases dominantes, o que el peso de la tradición de la dominación era tan fuerte en los cuerpos de las clases populares, que ellas solo podían reproducir voluntaria e inconscientemente su dominación. Definitivamente esto no es cierto. Pensar lo primero deriva inevitablemente en la suposición de que las clases populares son tontas a lo largo de toda su vida e historia; entonces, casi por definición, lo que constituye al menos una forma de biologizar la dominación, clausura cualquier posibilidad de emancipación. Por otra parte, la tradición tampoco es omnipresente, pues de serlo, las nuevas generaciones solamente deberían replicar lo hecho por las anteriores, y por consiguiente la historia sería una perpetua repetición del inicio de la historia. En ese caso, ¿cómo podríamos entender, por ejemplo, el que hoy vivamos en ciudades, a diferencia de nuestros antepasados, que vivían en cuevas? El sobredimensionamiento de la tradición es incorrecto, ya que aunque sin duda ella impregna y guía todas nuestras actitudes y posibilidades, nunca clausura las opciones nuevas que pueden aflorar. El papel de la tradición en la historia se puede entender perfectamente haciendo referencia al Teorema de Incompletitud gödeliano [iii] , de la siguiente manera: si así como demuestra Gödel en los sistemas formales de la aritmética, suponiendo un conjunto de axiomas no contradictorios, existen enunciados que no pueden demostrarse ni refutarse a partir de esos axiomas; en el abanico de infinitas posibles acciones humanas emergentes de las condiciones previas de las personas (de la tradición), hay opciones humanas y posibilidades históricas que no dependen ni derivan directamente de esa tradición. Y eso es lo que permite explicar el hecho de que la sociedad se transforma permanentemente a sí misma a pesar del peso histórico de las relaciones de dominación. La tradición de las relaciones de dominación que guían el comportamiento de las nuevas generaciones, dominantes y dominadas, a reproducir incesantemente esas relaciones de dominación, tienen espacios (“enunciados”) que no se derivan de esa dominación, que no reproducen la dominación. Se trata de espacios de incertidumbre, de grietas intersticiales que escapan a la reproducción de la dominación y por los cuales emergen las esperanzas, los “enunciados” portadores de un nuevo orden social que pueden afectar al resto de los “enunciados” y “axiomas” (la tradición de la dominación), hasta transformarlos por completo. Se trata de lo que podríamos denominar el principio de incompletitud histórica, que deja abierta la posibilidad de la innovación, la ruptura y el quiebre, o, en otras palabras, de las revoluciones.

Entonces, queda claro que ni las clases populares son tontas ni la realidad es únicamente una ilusión, y tampoco la tradición es omnipresente. En medio de engaños, imposturas y herencias de dominación asumidas, la gente del pueblo también opta, escoge, aprende, conoce, decide y, por ello, elige a unos gobernantes y a otros no; reafirma su confianza o revoca sus esperanzas. Y así, en esta mezcla de dominación heredada y de acción decidida, los sectores populares constituyen los poderes públicos, forman parte de la trama histórica de las relaciones de fuerzas de esos poderes públicos, y cuando sienten que son burlados, se indignan, se asocian con otros indignados, y si ven oportunidad de eficacia, se movilizan; además, si su acción logra condensarse en la esperanza colectiva de un porvenir distinto, transforman sus condiciones de existencia.

Estas movilizaciones muchas veces se disuelven ante la primera adversidad o el primer logro; otras veces se expanden, generan adhesiones, se irradian a los medios de comunicación y generan opinión pública; mientras que en ciertas ocasiones, dan lugar a un nuevo sentido común. Y cuando esas demandas logran materializarse en acuerdos, leyes, presupuestos, inversiones, reglamentos, se vuelven materia de Estado.

Justamente esto es el Estado: una cotidiana trama social entre gobernantes y gobernados, en la que todos, con distintos niveles de influencia, eficacia y decisión, intervienen en torno a la definición de lo público, lo común, lo colectivo y lo universal.

Ya sea como un continuo proceso de monopolización de la coerción, de monopolización del uso de los tributos, de monopolización de los bienes comunes, de monopolización de los universales dominantes, de monopolización de la redacción y gestión de la ley que abarcará a todos; o como institución de derechos (a la educación, a la salud, a la seguridad, al trabajo y a la identidad), el Estado −que es precisamente todo lo anterior en proceso− es un flujo, una trama fluida de relaciones, luchas, conquistas, asedios, seducciones, símbolos, discursos que disputan bienes, símbolos, recursos y su gestión monopólica. El Estado definitivamente es un proceso, un conglomerado de relaciones sociales que se institucionalizan, se regularizan y se estabilizan (por eso “Estado”, que tiene que ver con estabilidad), pero con la siguiente particularidad: se trata de relaciones y procesos sociales que institucionalizan relaciones de dominación político-económica-cultural-simbólica para la dominación político-económica-cultural-simbólica. El Estado es en casos una institución, una máquina de procedimientos, pero esa máquina de procedimientos, esa materialidad son relaciones, flujos de luchas cosificados que objetivizan la cualidad de las relaciones de fuerza de esos flujos y luchas sociales.

La sociedad, el Estado y sus instituciones son como la geografía apacible de una campiña. Parecen estáticas, fijas, inamovibles. Pero eso solo es la superficie; por debajo de esa geografía hay intensos y candentes flujos de lava que circulan de un lugar a otro, que se sobreponen unos frente a otros y que van modificando desde abajo la propia topografía. Y cuando vemos la historia geológica, con fases de duración de millones de años, vemos que esa superficie fue trabajada, fue fruto de corrientes de lava ígnea que brotaron sobre la superficie arrasando a su paso toda la anterior fisonomía, creando en su flujo, montañas, valles, precipicios; que con el tiempo, se solidificaron dando lugar a la actual geografía. Las instituciones son igual que la geografía: solidificaciones temporales de luchas, de correlaciones de fuerza entre distintos sectores sociales, y de un estado de esa correlación de fuerza que, con el tiempo, se enfrían y petrifican como norma, institución, procedimiento. En el fondo, las instituciones nacen de luchas pasadas y con el tiempo olvidadas y petrificadas; en sí mismas son luchas objetivadas, pero además, sirven a esas luchas, expresan la correlación de fuerzas dominante de esas luchas pasadas y que ahora, con el olvido funcionan como estructuras de dominación sin aparecer como tales estructuras de dominación. Se trata de una doble eficacia de dominación: son fruto de la dominación para la dominación; pero dominan, con el tiempo, sin aparecer como tales estructuras de dominación.

El Estado como proceso paradojal: materia e idea, monopolización y universalización

Por lo tanto, el Estado es un conglomerado de instituciones paradojales. En primer lugar, representa relaciones materiales e ideales; en segundo lugar, es un proceso de monopolización y de universalización. Y en esta relación paradojal es donde anida el secreto y el misterio efectivo de la relación de dominación.

Decimos que el Estado es materia, porque cotidianamente se presenta ante el conjunto de las y los ciudadanos como instituciones en las que se realizan trámites o certificados, como leyes que deben ser cumplidas a riesgo de sufrir sanciones, y como procedimientos a seguir para alcanzar reconocimientos o certificaciones, por ejemplo, educativas, laborales, territoriales, etc. Además, el Estado materialmente se presenta también como tribunales, cárceles que recuerdan el destino del incumplimiento de la legalidad, ministerios donde se hacen llegar los reclamos y se exigen derechos, etc. Pero por otra parte, el Estado asimismo es idea y símbolo. De hecho, es más idea y símbolo que materia, y es el único lugar del mundo donde la idea antecede a la materia porque la idea-fuerza, la propuesta social, el proyecto de gobierno, la enunciación discursiva triunfante en la trama de discursos que define el campo social, devienen en materia estatal, en ley, decreto, presupuesto, gestión, ejecución, etc.

El Estado está constituido por un conjunto de saberes aprendidos sobre la historia, la cultura, las ciencias naturales o la literatura. Pero el Estado también representa las acreditaciones que validan las jerarquías militares, educativas o sociales detrás de las cuales organizamos nuestras vidas (sin saber bien de dónde vinieron); los miedos, las prohibiciones, los acatamientos respecto a lo socialmente correcto y lo socialmente punible; las aceptaciones a los monopolios reguladores de la civilidad; las tolerancias a la autoridad policial o civil; las resignaciones ante las normas que regulan los trámites, los derechos, las certificaciones; los procedimientos legales, financieros o propietarios, aprendidos, asumidos y acatados; las señalizaciones entendidas sobre lo debido o indebido; la organización mental preparada para desenvolverse exitosamente en medio de todas esas señalizaciones sociales rutinarias; la cultura interiorizada por la escuela, por los rituales cívicos, por los reconocimientos instituidos y reconocidos como tales; todo eso es el Estado. Y en ese sentido, se puede decir que significa una manera de conocer el mundo existente y de desenvolverse en éste tal como ha sido instituido; de saber traducir en acción posible los símbolos del orden dominante instituido y saber desenvolver las acciones individuales o colectivas, ya sea como obreros, campesinos, estudiantes o empresarios, según esas cartas de navegación social que están inscritas en las oficinas, las escuelas, las universidades, el Parlamento, los tribunales, los bancos, etc.

El Estado es el constante proceso de estabilización de las relaciones existentes (relaciones de dominación) en los cuerpos y marcos de percepción y de organización práctica del mundo de cada persona; es la constante formación de las estructuras mentales con las que las personas entienden el mundo existente y con las cuales actúan ante ese mundo percibido. Estado son, por tanto, las estructuras mentales, los esquemas simbólicos, los sistemas de interpretación del mundo que hacen que cada individuo sea uno con capacidad de operar y desenvolverse en ese mundo, que claramente está jerarquizado pero que al haberse hecho esquema de interpretación y acción posible en el cuerpo de cada persona, deja de ser visto como extraño y más bien deviene como un mundo “naturalizado” por el propio sistema de organización ideal del mundo objetivado en la mente y el cuerpo de cada individuo. Por lo tanto, el Estado es también un conjunto de ideas, saberes, procedimientos y esquemas de percepción, que viabilizan la tolerancia de las estructuras de autoridad instituidas. En cierta medida, se podría decir que el Estado es la manera en que la realidad dominante escribe su gramática de dominación en el cuerpo y en la mente de cada persona, en el cuerpo colectivo de cada clase social; y a la vez representa los procedimientos de producción simbólica, discursiva y moral con los que cada persona y cada cuerpo colectivo se mira a sí mismo y actúa como cuerpo en el mundo. En ese sentido, se puede decir que el Estado es materia y es idea: 50 % materia, 50 % idea.

De la misma forma, en el otro eje de su dimensión paradojal, el Estado es un constante proceso de concentración y monopolización de decisiones, y a la vez un proceso de univerzalización de funciones, conocimientos, derechos y posibilidades.

El Estado es monopolio de la coerción (tal como lo estudió Weber [iv] ), pero también proceso de monopolización de los tributos (tal como fue estudiado por Norbert Elias [v] ), de las certificaciones educativas, de las narrativas nacionales, de las ideas dominantes, es decir, de los esquemas de percepción y acción mental con los que las personas entienden y actúan en el mundo; en otras palabras, es proceso de monopolización del sentido común, del orden simbólico [vi] , o siguiendo a Durkheim [vii] , de los principios morales y lógicos con los que las personas son lo que son en el mundo. La monopolización constante de los saberes y procedimientos organizativos del orden social, es la principal cualidad visible del Estado. Se trata de una monopolización de los principios organizativos de la vida material y simbólica de la sociedad.

Sin embargo, no puede existir monopolio legítimo (cualidad primaria del Estado), sin socialización o universalización de los procedimientos, saberes, conquistas, derechos, e identidades. La alquimia social funciona de tal modo que la apropiación de los recursos (coerción, tributos, saberes, etc.), solo puede funcionar mediante la comunitarización general de ellos. En cierta medida, el Estado es una forma de comunidad, ya sea territorial, lingüística, educativa, histórica, mental, espiritual y económica; no obstante, esa comunidad solamente puede constituirse en tanto se instituye para ser simultáneamente usurpada y monopolizada por unos pocos. El Estado es un proceso histórico de construcción de lo común, que ni bien está en pleno proceso de constitución como común, como universal, simultáneamente es monopolizado por algunos (los gobernantes); produciéndose precisamente un monopolio de lo común. El Estado no representa un monopolio de los recursos privados, sino un monopolio de los recursos comunes, de los bienes comunes; y justamente en esta contradicción se encuentra la clave del Estado, es decir, de la dominación social.

El Estado solo puede producirse en la historia contemporánea si produce (como fruto de las luchas y de las relaciones sociales) bienes comunes, recursos pertenecientes a toda la sociedad, como la legalidad, la educación, la protección, la historia cívica, los aportes económicos para el cuidado de los demás, etc.; pero este común únicamente puede realizarse si al mismo tiempo de producirse, también se inicia el proceso de su monopolización, su concentración y su administración por unos pocos que, al realizar esa monopolización, consagran la existencia misma de los bienes comunes. Ahora bien, no puede existir una dominación impune. Ya que los bienes comunes son creados, permanentemente ampliados y demandados, pero solo existen si son a la vez monopolizados; todo ello no puede suceder como una simple y llana expropiación privada; de hacerlo, entonces el Estado dejaría de ser Estado y devendría en un patrimonio de clase o de casta, perdiendo legitimidad y siendo revocado.

El Estado será Estado, o en otros términos, la “condensación de correlación de fuerzas” poulantziana devendrá en una institución duradera de dominación (en Estado), solamente en la medida en que los monopolizadores de esos bienes comunes sean capaces de gestionar a su favor ese monopolio, haciéndoles creer, entender y aceptar a los demás que esos bienes comunes monopolizados en su gestión, son bienes comunes que favorecen también al resto (a los creadores y partícipes de esos bienes comunes). Allí radica el secreto de la dominación: en la creencia experimentada de una doble comunidad, monopolizada en su administración por unos pocos, dejando por tanto de ser una comunidad real, para convertirse en lo que Marx llamaba una “comunidad ilusoria” [viii] , pero comunidad al fin.

La dominación estatal es la correlación de fuerzas sociales que instala en la vida cotidiana y en el mundo simbólico de las personas, una doble comunidad ilusoria. Por una parte, la comunidad de los bienes comunes que da lugar a los bienes del Estado, a saber, los tributos comunes (es decir, la universalización de la tributación), la educación común (es decir, la universalización de la educación escolar y universitaria), los derechos de ciudadanía (es decir, la universalización de los derechos jurídicos, sociales, políticos), las instituciones y las narrativas comunes (es decir, la universalidad de la comunidad nacional), los esquemas morales y lógicos de la organización del mundo (es decir, la universalización del sentido común y el orden simbólico de la sociedad). Nos referimos a bienes comunes construidos para todos (primera comunidad), pero que son organizados, propuestos y liderizados por unos pocos (primer monopolio); aunque a la vez, estos bienes comunes son repartidos y distribuidos para ser de todos los miembros del Estado (segunda comunidad), no obstante esa distribución es al mismo tiempo gestionada y regulada por unos pocos para que solo ellos puedan usufructuar en mayor cantidad, con mayor facilidad, y con capacidad real de decisión y administración, de ella (segundo monopolio).

Así, el Estado se presenta como un proceso de regulación jerarquizada de los bienes comunes. Únicamente podemos hablar de Estado (comunidad) cuando existen bienes comunes que involucran a toda la sociedad; pero esa comunidad solo puede gestionarse y usufructuarse de manera jerarquizada, y hasta cierto punto solamente si es expropiada por unos pocos (monopolio). De ahí que Marx haga referencia al Estado adecuadamente como una “comunidad ilusoria”, pues el Estado es una relación social de fuerzas de construcción de bienes comunes que son monopolizados y usufructuados, en mejores condiciones, por unos pocos. Allí radica no solo la legitimidad del Estado, sino la legitimación o la naturalización de la dominación.

A ello se debe la continua fascinación hacia el Estado por parte de los distintos grupos sociales y especialmente de los proyectos emancipatorios de las clases plebeyas; en el fondo ahí está la búsqueda de la comunidad. Pero también ahí se encuentra la continua frustración de los proyectos, mientras no sean capaces de superar lo ilusorio de esa comunidad, a saber, la monopolización de la gestión y producción de la comunidad.

El proceso social llamado Estado es un proceso de formación de las hegemonías o bloques de clase; es decir, de la capacidad de un bloque histórico de articular en su proyecto de sociedad, a las clases que no son parte dirigente de ese proyecto. Sin embargo, en la lucha por el poder de Estado siempre existe una dimensión emancipadora, un potencial comunitario que deberá develarse al momento de la confrontación con las relaciones de monopolización que anidan en el proyecto o voluntad estatal.

Del fetichismo de la mercancía, al fetichismo del Estado (forma dinero y forma Estado)

Como se ve, el Estado no solo es una relación contradictoria de fuerzas por la misma diversidad de fuerzas e intereses que se confrontan, sino que también una relación contradictoria por la lógica de su mismo funcionamiento; en ese sentido, es materia y es idea, es monopolio y es universalismo. Y en la dialéctica sin fin de esas contradicciones radica también la clave de la conducción de las contradicciones de clase que se anudan en la relación Estado. Esa “comunidad ilusoria” (que es el Estado) es una contradicción en sí misma, pero una contradicción que funciona, y que solo puede realizarse en la misma contradicción como un proceso de construcción de Estado. Y esta magia paradojal solo puede funcionar a través de la acción de toda la sociedad, con la participación de todas las clases sociales, y para la propia acción y, generalmente, inacción, de ellas.

Para existir, el Estado debe representar a todos, pero solo puede constituirse como tal, si lo hace como un monopolio de pocos; y a la vez, si quiere afianzar ese monopolio, no puede menos que ampliar la preservación de las cosas comunes, materiales, ideales o simbólicas, de todos. En ese sentido, el Estado se asemeja en su funcionamiento al dinero. En tanto monopolio, el Estado no puede estar en manos de todos, al igual que el dinero, que siendo distinto a cualquier valor de uso o producto concreto del trabajo humano, no se parece en nada a ninguno de ellos, con los que se mide y se intercambia. Sin embargo, el Estado solo puede ser Estado si garantiza la universalidad, un ser íntimo común a todos, un mínimo de bienes comunes para todos; lo mismo pasa con el dinero, que únicamente puede ser el equivalente general de todos los productos y garantizar la realización social de los valores de uso (de las mercancías), debido a que tiene algo que es común a cada uno de ellos independientemente de su utilidad: el trabajo humano abstracto (la universalidad del trabajo).

El dinero puede cumplir una función social necesaria: ser el medio para el intercambio entre los productores, de sus respectivos productos de su trabajo, porque representa algo común a todos esos productos: el trabajo humano abstracto. Igualmente, el Estado cumple una función social necesaria: reunir y unificar a todos los miembros de una sociedad en torno a una comunidad territorial, porque gestiona los bienes comunes a todos ellos. Sin embargo, el dinero cumple su función únicamente sustituyendo el encuentro directo entre los productores, y apelando a una abstracción común de las cualidades concretas de los productos: el trabajo humano abstracto; al final, los productores que intercambian sus productos para satisfacer sus necesidades, lo hacen a partir de una abstracción y no a partir de sí mismos, ni tampoco por el control común sobre los productos de sus trabajos o por ser partícipes de una producción directamente social. La relación entre las personas está mediada por una abstracción (el trabajo humano abstracto), que a la larga es la que dirige y la que se sobrepone a los propios productores directos, dominándolos. Esto significa que los seres humanos se encuentran dominados por su propia obra, y así, el trabajo humano abstracto (el valor de cambio) se convierte en una entidad “altamente misteriosa” [ix] , que domina la vida de sus propios productores. Esto es lo que es el capitalismo en esencia.

Este mismo proceso de mistificación se presenta con el Estado. Existe la necesidad de la universalidad de las relaciones entre las personas, de la interdependencia y asociatividad en el terreno de la vida cotidiana, de los derechos, de la producción, de la cultura entre los miembros de la sociedad; mas, hasta el presente, esa asociatividad y esa comunidad no se ha materializado, de manera directa, como una “libre asociación de los propios productores” (Marx), sino mediante la producción monopolizada o la administración monopólica de los bienes comunes (materiales e inmateriales), de los derechos sociales de las identidades y coerciones, por parte de un bloque de la sociedad que deviene en bloque dirigente y dominante. En el fondo, las hegemonías duraderas también son formas de estatalidad de la sociedad.

La universalidad y la comunidad son una necesidad social, humana. Pero esa comunidad, desde la disolución de la comunidad agraria ancestral, hasta nuestros días, solo se ha presentado bajo la forma de su administración monopólica; es decir, bajo la forma de un bloque dirigente institucionalizado como Estado. Y al igual que la abstracción del dinero, esta relación de universalización monopolizada, de bienes comunes monopolizados por pocos, llamada Estado, también ha devenido en una relación-institución superpuesta a la propia sociedad, que adquiere vida propia, no solo en la vida cotidiana de las personas, sino en la propia vida intelectual y política. En el fondo, el “Estado-instrumento” de las izquierdas del siglo XX es un efecto de esta fetichización de la relación social concebida como cosa con vida propia.

Pero, ¿por qué las personas no pueden intercambiar directamente los productos de sus trabajos a partir de las cualidades concretas de éstos, teniendo que apelar a la forma dinero que a la larga se autonomiza y domina a los propios productores? Esa es en el fondo la gran pregunta cuya respuesta atraviesa los tres tomos de El capital de Marx. Y esa pregunta es completamente isomorfa a la siguiente: ¿por qué las personas no pueden construir una comunidad en sus quehaceres diarios, educativos, culturales, económicos y convivenciales, tienen que hallarla en el proceso de monopolización de los bienes comunes, es decir, en el Estado?

La forma dinero tiene pues la misma lógica constitutiva que la forma Estado, e históricamente ambas corren paralelas alimentándose mutuamente. Tanto el dinero como el Estado, recrean ámbitos de universalidad o espacios de socialidad humanas. En el caso del dinero, permite el intercambio de productos a escala universal, y con ello facilita la realización del valor de uso de los productos concretos del trabajo humano, que se plasma en el consumo (satisfacción de necesidades) de otros seres humanos. No cabe duda que ésta es una función de socialidad, de comunidad. Sin embargo, se la cumple a partir de una abstracción de la acción concreta de los productores, validando y consagrando la separación entre ellos, que concurren a sus actividades como productores privados. La función del dinero emerge de esta fragmentación material de los productores-poseedores, la reafirma, se sobrepone a ellos y, a la larga, los domina en su propia atomización/separación como productores-poseedores privados; aunque únicamente puede hacer todo ello, puede reproducir este fetichismo, porque simultáneamente recrea socialidad, sedimenta comunidad, aun cuando se trata de una socialidad abstracta, de una “comunidad ilusoria” fallida, pero que funciona en la acción material y mental de cada miembro de la sociedad. De la misma forma, el Estado cohesiona a los miembros de una sociedad, reafirma una pertenencia y unas tenencias comunes a todos ellos, pero lo hace a partir de una monopolización-privatización del uso, gestión y usufructo de esos bienes comunes.

En el caso del dinero este proceso acontece porque los productores no son partícipes de una producción directamente social, que les permitiría acceder a los productos del trabajo social sin la mediación del dinero, sino como simpe satisfacción de las necesidades humanas. En el caso del Estado este proceso acontece porque los ciudadanos no son miembros de una comunidad real de productores, que producen sus medios de existencia y de convivencia de manera asociada, y que se vinculan entre sí de manera directa, sino que lo hacen mediados por el Estado. Por ello, podemos afirmar que la lógica de las formas del valor y del fetichismo de la mercancía, descrita magistralmente por Marx en el primer tomo de El capital [x] , es sin duda la profunda lógica que también da lugar a la forma Estado, y a su fetichización [xi] .

En esta conversión continua del Estado como condensación de los bienes, de los derechos, de las instituciones universales que atraviesan a toda sociedad, que simultáneamente es monopolizada y concentrada por unos pocos −pues si no, no sería Estado−, radica la clave del misterio del “fetichismo de la dominación”.

Al final, el Estado, sus aparatos y sus centros de emisión discursiva, de educación, persuasión y coerción, están bajo el mando de un conglomerado reducido de la sociedad (por eso, es un monopolio), cuyo monopolio solo puede actuar si a la vez interactúa como adhesión, fusión y colaboración con los poseedores de otros monopolios del dinero, de los medios de producción y, ante todo, con la inmensa mayoría de la población que no posee monopolio alguno, pero que debe sentirse beneficiada, protegida y guiada por esos detentadores del monopolio estatal.

La subversión intersticial

Cuando Poulantzas nos dice que el Estado es una relación entre las clases poseedoras y una relación con las clases populares, no solo está criticando la lectura del Estado como cosa, como aparato externo a la sociedad, que fue la que dio origen a las fallidas estrategias elitistas o reformistas de destrucción o de ocupación del Estado que supusieron, en ambos casos, la consagración de nuevas élites dominantes, ya sea por la vía armada o la vía electoral.

Pero además, Poulantzas también nos está invitando a reflexionar sobre el Estado como una relación que busca la dominación, y no como el punto de partida para explicar las cosas y establecer estrategias revolucionarias; más bien como el punto de llegada de complejos procesos y luchas sociales que dan lugar, precisamente, a la dominación. Entonces, la dominación no es el punto de partida para explicar la sociedad, sino por el contrario, el proceso, el devenir, el continuo artificio social lleno de posibilidades, a veces, de incertidumbres tácticas, de espacios huecos de la dominación, que son precisamente los espacios que habilitan la posibilidad de la emancipación o la resistencia.

Si como sostienen el reformismo y el ultraizquierdismo, el Estado es una máquina monolítica al servicio de una clase y, encima, el garante de la dominación ya consagrada, entonces, no existe un espacio para la posible liberación a partir de los propios dominados. Y de ser así, la emancipación solo puede venir pues de la mano de una “vanguardia” consciente e inmunizada contra las ilusiones de la dominación; es decir, de ciertos iluminados y especialistas que se encontrarían al margen de la dominación que aplasta los cerebros de las clases populares. Pero ¿cómo es que estos iluminados se pueden mantener al margen de la dominación?, ¿cómo es que no forman parte de la sociedad, ya que solo así se explica que no sean parte de la trama de la dominación? He ahí el gran misterio que los denominados artífices de las vanguardias nunca han podido responder para darle un mínimo de seriedad lógica a sus postulados.

Siguiendo ese razonamiento, la sustitución de clases y la emancipación de las clases populares solo podría venir desde “afuera” y no por obra de las propias clases populares; peor aún, solamente surgiría desde afuera de la sociedad, desde una especie de meta-sociedad que anidaría en los cerebros impolutos de una vanguardia. Ese fue justamente el discurso metafísico y el fallido camino del marxismo dominante del siglo XX y de las llamadas revoluciones socialistas, el horizonte derrotado por la victoria neoliberal mundial de fines del siglo XX. En ese sentido, repensar el marxismo vivo para el siglo XXI, el socialismo en nuestros tiempos, requiere superar esa trampa instrumentalista del Estado; y precisamente ahí se encuentra el aporte de Nicos Poulantzas.

En ese sentido, si la dominación no es el punto de partida para explicar el mundo, sino un proceso que se está creando a diario, que tiene que actualizarse y verificarse a diario, eso significa que ella no es un destino fatal o ineluctable. Justamente, es en los huecos de la dominación, en los intersticios del Estado y en su cotidiana incertidumbre de realización, que se encuentra, anida y surge la posibilidad de la emancipación. Tal como lo muestra la historia de las verdaderas revoluciones, en medio de la pasividad, de la tolerancia consuetudinaria de las clases menesterosas, de las complicidades morales entre gobernantes y gobernados, es que de pronto algo salta, una memoria de organización se gatilla, las tolerancias morales hacia los gobernantes estallan, los viejos discursos de orden ya no convocan, y nuevos idearios e ideas (anteriormente marginales) comienzan a seducir y convocar cada vez a más personas. La dominación se quiebra desde el interior mismo del proceso de dominación.

El Estado como monopolio de decisiones universalizantes, se ve interpelado desde adentro. Es como si su fundamento escondido de comunidad deseada emergiera en las expectativas de la población, dando lugar a la irrupción de voluntades colectivas que se reapropian de las capacidades de deliberación, imaginación y decisión; surgen esperanzas prácticas de maneras distintas de gestionar lo común. Ciertamente, a veces esas acciones prácticas se proyectan a otros representantes que simplemente reactualizan el funcionamiento de los viejos monopolios estatales con nuevos rostros. Pero si a pesar de ello, en el horizonte comienzan a despuntar nuevas creencias movilizadoras que alimentan el entusiasmo social (al principio, en pequeños sectores, luego, en regiones, y tal vez más tarde, a nivel nacional). Y cuando este despertar social no solo se condensa en nuevas personalidades elegidas, sino que revoca a las viejas élites representantes y desborda la representación electoral con nuevas formas de participación, de movilización extraparlamentaria, plebeya y, encima, busca sustituir los profundos esquemas mentales con los que la gente organiza moral y lógicamente su vida cotidiana. Cuando todo ello sucede, estamos ante procesos revolucionarios que afectan la estructura misma de las jerarquías sociales en la toma de decisiones, que diluye las viejas certidumbres sobre el destino, y lanza a la gente a participar y a creer en otras maneras de gestionar los asuntos comunes. En otras palabras, estamos ante una crisis general de Estado, cuya resolución solo puede transitar por dos vías: por una restauración de las viejas creencias o relaciones de fuerzas, o por unas nuevas relaciones de fuerza, creencias movilizadoras y modos de participación, es decir, por una nueva forma estatal, cuyo grado de democratización social dependerá de la propia capacidad con la que los subalternos sean capaces de sostener, en las calles y en las instituciones, la participación en la gestión de lo común.

La lectura relacional del Estado propuesta por Poulantzas nos permite esa reflexión, pero también una crítica a lo que podríamos denominar “la propuesta abdicante respecto al poder de Estado”, que aunque se mostraba débil en los tiempos del sociólogo griego, hoy en día está muy de moda en ciertos sectores de la izquierda desesperanzada.

Aquellos que proponen “cambiar el mundo sin tomar el poder” [xii] , suponen que las luchas populares, los saberes colectivos, los esquemas de organización del mundo, y las propias identidades sociales (nacionales o comunitarias), están al margen del Estado; cuando en realidad se trata de organizaciones de saberes e identidades, en unos casos, constituidos frente al Estado, pero reafirmados y legitimados precisamente por su eficacia ante y en el Estado, cuyos logros están inscritos como derechos de ciudadanía en el propio armazón material estatal. Y, en otros casos, promovidos desde el Estado, pero cuya eficacia radica en su capacidad de articular expectativas y necesidades colectivas, y que al hacerlo se convierten en hábito o memoria práctica de los propios sectores populares.

Esta lectura abdicante del poder, en realidad constituye la contraparte de la lectura instrumental del Estado, pues al igual que esta última supone que la sociedad y las clases subalternas construyen su historia al margen del Estado, y que éste existe al margen y por encima de las clases subalternas. Olvidan que en realidad el Estado no solo condensa la propia subalternidad de las clases, sino que es la subalternidad misma en estado institucional y simbólico; pero adicionalmente, el Estado también es la comunidad social, los logros comunes, los bienes colectivos conquistados, aunque bajo una forma fetichizada.

“Cambiar el mundo sin tomar el poder” es pensar que el poder es una propiedad y no una relación, que es una cosa externa a lo social y no un vínculo social que nos atraviesa a todos. En ese tipo de razonamiento y visión se deja inerme a las clases subalternas ante la realidad de su propia historia, de sus propias luchas por construir bienes comunes, de sus propias complicidades inertes con la estatalidad constituida. Es así entonces que “cambiar el mundo” deviene en una tarea de los “puros”, de los “no contaminados”, de los que no usan dinero, de los que no compran en los mercados, de los que no estudian en las instituciones estatales, de los que no cumplen las leyes; en otros términos, de los que están más allá de la sociedad, que se les presenta como “impura”, “contaminada” o “falseada”. De ahí que lo que intentan hacer es una revolución social sin sociedad, o construir otro mundo sin los habitantes reales del mundo. No entienden que la sociedad real, que el mundo social real, ha construido la estatalidad con sus logros y sus desdichas, ha labrado los bienes comunes y ha asistido a la expropiación silenciosa de esos bienes comunes suyos. Y que, si en algún momento ha de haber una revolución, ésta ha de ser hecha por esas personas “contaminadas” y estatalizadas que en un momento de su vida colectiva se sienten asfixiadas con esos monopolios de lo suyo, se sienten estafadas por los monopolizadores de sus bienes comunes, y se lanzan a la insumisión justamente porque viven el monopolio de su trabajo social y deciden romperlo desde la experiencia misma del monopolio, desde los intersticios del mismo Estado y desde su propia experiencia de la estatalidad.

“Cambiar el mundo sin tomar el poder” es la plegaria de una nueva vanguardia espiritual de “puros”, que por serlo demasiado no tienen nada que ver con las clases subalternas, que en sí mismas son la condensación de luchas y de relaciones de poder; y que para dejar de ser clases subalternas, lejos de apartarse del “mundo contaminado del poder”, trastocarán precisamente la estructura de esas relaciones de poder, es decir, se transformarán a sí mismas y, a través ello, al propio Estado que no expresa simplemente lo que ellas son en su subalternidad, sino que también hace de ellas lo que ahora son.

Por último, no deja de ser curioso el hecho de que esta posición abdicacionista hacia el Estado, en su aparente radicalismo de mantenerse al margen de cualquier contagio con el poder, lo hace dejando libres las manos de los sectores dominantes para que continúen administrando, discrecionalmente, las condiciones materiales de la dominación estatal. Eso significa que “no tomar el poder” se convierte en una elegante forma de dejar que quienes tienen el poder de Estado, lo sigan teniendo por todo el tiempo más que lo deseen; y lo peor, desarma a las mismas clases subalternas de sus propios logros en las estructuras institucionales del Estado y de su propia historia de luchas, que a la larga atraviesan el mismo Estado. Se pretende cambiar el mundo dejando de lado la historia y la experiencia de las luchas de clases de las personas que hacen el mundo. Y así, la historia recae nuevamente en manos de un puñado de personas “descontaminadas” de la malicia del poder en el mundo.

A la vanguardia ilustrada de la izquierda instrumental, le sustituye hoy la vanguardia espiritual de la izquierda abdicacionista. En ambos casos, el motor de la revolución no está constituido por las clases subalternas, ya sea por “ignorancia” o por “impureza”, sino por unos pocos que habrán de restaurar un “mundo puro”: el monopolio de los elegidos; ¡o sea, curiosamente un nuevo Estado!, solo que ahora sin las “ilusiones” y las “impurezas” de la plebe.

El repliegue a la autonomía local olvida que los sectores subalternos no son autónomos respecto al Estado: pagan impuestos, usan dinero, consumen servicios, van a la escuela, usan los tribunales, etc. Pero, además, al proclamar la lucha por fuera del Estado, dejan a los que lo controlan el monopolio absoluto de él y de las relaciones de dominación. Ciertamente, se trata de una posición elitista y, a la larga, conservadora, que se margina de las propias luchas sociales populares que inevitablemente pasan por el Estado y son Estado.

Ahora, permítanme mirar con estos ojos relacionales algo de los últimos acontecimientos acaecidos en Francia [xiii] . El orden estatal es, también, un orden de educación, de saberes funcionales, de territorialización de los ciudadanos y de producción de expectativas lógicas y morales sobre el propio orden del mundo, de la familia, de los individuos. Sin embargo, no se trata de una producción cerrada automática. Ya mencionamos que tiene vacíos e incertidumbres; y es ahí, en esos espacios de incertidumbre, que entran en juego otras propuestas de producción de sentido, otros horizontes posibles, otras expectativas movilizadoras, individuales, grupales o sociales, que pueden ser de carácter político revolucionario, conservador, religioso, identitario, comunitario, entre otros.

Está claro que el Estado es el monopolio de las ideas-fuerza que orientan una sociedad. Sin embargo, si las expectativas estatales no se corresponden con la realidad experimentada por los grupos sociales, se forma una masa crítica de disponibilidad hacia nuevas creencias portadoras de esperanza y de certidumbre. Y esas disponibilidades a nuevas creencias pueden crecer más a medida que el Estado separa el orden real de las cosas respecto al orden esperado. Cuando esta separación entre lo real y lo ideal se agranda y abarca a más sectores (jóvenes, obreros, migrantes, estudiantes, etc.), se abre el espacio de una amplia predisposición a la revocatoria de las viejas creencias.

Dependiendo de la correlación de fuerzas entre los otros emisores discursivos alternativos, asistiremos a un crecimiento de identidades políticas de derecha, de izquierda, locales, comunitarias o religiosas. Y justamente eso es lo que está sucediendo en varios países de Europa, y en particular en Francia.

Por otro lado, el poder de Estado igualmente puede ser constructor de identidades sociales, de fracciones de clase movilizada, y de movilizaciones ciudadanas en torno a miedos o defensas colectivas. Es más, en ciertos momentos puede tener un papel altamente influyente en la promoción de identidades, pero nunca lo hace sobre la nada; es decir, ninguna identidad social puede ser inventada por el Estado. Más bien lo que hace el Estado es reforzar, promocionar, visibilizar, empoderar agregaciones latentes, expectativas potenciales, y esconder, devaluar, invisibilizar otras tantas identidades anteriormente existentes; aunque está claro que el Estado no hará nada que, de una manera u otra y a la larga, reafirme su propia reproducción y sus propios monopolios. El miedo puede ser un factor aglutinante, pero no es un factor de construcción de un nuevo orden ni de autodeterminación. Y tarde o temprano, la sociedad deberá peguntarse acerca de las condiciones históricas de la producción del miedo, y las acciones arbitrarias del Estado que hayan llevado a que la sociedad se sintiera como en un castillo asediado. El asedio al castillo nunca será una acción descabellada; siempre resultará ser una acción defensiva en contra de algún agravio histórico. Y esta no es la excepción.

La vía democrática al socialismo

Finalmente, quisiera revisar rápidamente un segundo concepto clave en el último libro de Nicos Poulantzas; más específicamente en el último capítulo de ese libro, al que titula: “Hacia un socialismo democrático”.

Si el Estado capitalista moderno es una relación social que atraviesa a toda la sociedad y a todos sus componentes: las clases sociales, las identidades colectivas, sus ideas, su historia y sus esperanzas; entonces, el socialismo, entendido como la transformación estructural de las relaciones de fuerzas entre las clases sociales, necesariamente tiene que atravesar al propio Estado, que por otra parte no es más que la institucionalización material e ideal, económica y cultural, de esa correlación de fuerzas sociales. Y lo atraviesa justamente como la democratización sustancial de las decisiones colectivas, de la gestión de lo común, como desmonopolización creciente de la producción de los universales cohesionadores; es decir, como irrupción de la democracia en las condiciones materiales y simbólicas de la existencia social.

De acuerdo a Poulantzas, siete son las características de esta vía democrática al socialismo:

1) Es un largo proceso, en el que (…)

2) Las luchas populares despliegan su intensidad en las propias contradicciones del Estado, modificando las relaciones de fuerza en su seno mismo (…)

3) Las luchas transforman la materialidad del Estado (…)

4) Las luchas reivindican y profundizan el pluralismo político ideológico (…)

5) Las luchas profundizan las libertades políticas, el sufragio universal de la democracia representativa.

6) Se desarrollan nuevas formas de democracia directa y de focos autogestionarios.

7) Todo eso acontece en la perspectiva de la extinción del Estado [xiv] .

Cuando Poulantzas menciona que la vía democrática al socialismo es un “largo proceso”, se refiere a que no se trata de un golpe de mano, un asalto al Estado, una victoria electoral o armada, ni mucho menos un decreto. Desde la lógica relacional, el socialismo consiste en la transformación radical de la correlación de fuerzas entre las clases anteriormente subalternas, que ha de materializarse en distintos nodos institucionales del Estado que condensan precisamente esa correlación de fuerzas. Pero también −añadiríamos nosotros− significa, en esta misma lógica, continuas transformaciones en las formas organizativas de las clases laboriosas, en su capacidad asociativa y de participación directa, y, por sobre todo, en lo que denominamos como la dimensión ideal del Estado, es decir, en las ideas-fuerza de la sociedad, en el conjunto de esquemas morales y lógicos con los que la gente organiza su vida cotidiana.

De hecho, esta dimensión ideal del Estado −a veces soslayada por Poulantzas− quizás es la más importante a transformar, pues, incluso lo más material del Estado (los aparatos de coerción) son eficaces solamente si preservan la legitimidad de su monopolio; es decir, si existe una creencia socialmente compartida acerca de su pertinencia y necesidad práctica.

Entonces, la idea de proceso hace referencia a un despliegue de muchas transformaciones en las correlaciones de fuerzas, en la totalidad de los espacios dentro de la estructura estatal y también por fuera de ella; aunque sus resultados difieran en el tiempo. Pero, ciertamente, no se trata de una acumulación de cambios graduales al interior del Estado, tal como propugnaba el viejo reformismo.

Interpretando esto desde la experiencia boliviana, ese proceso significa un despliegue simultáneo de intensas luchas sociales en cada uno de los espacios de las estructuras estatales, donde se dan profundas transformaciones en las correlaciones de fuerza entre los sectores sociales con capacidad de decisión y en la propia composición material de esas estructuras estatales; esto es válido tanto para los sistemas de representación electoral (victorias electorales), para la administración de los bienes comunes (políticas económicas), y para la hegemonía política (orden simbólico del mundo).

La hegemonía es la creciente irradiación de una esperanza movilizadora en torno a una manera social de administrar los bienes comunes de todos los connacionales, pero también es la modificación de los esquemas morales y lógicos con los que las personas organizan su presencia en el mundo. Gramsci tiene razón cuando dice que las clases trabajadoras deben dirigir y convencer a la mayor parte de las clases sociales en torno a un proyecto revolucionario de Estado, economía y sociedad. Aunque Lenin también tiene razón, cuando afirma que el proyecto dominante debe ser derrotado.

Se dice que existen dos versiones respecto a la hegemonía política: la de convencer, gramsciana; y la de derrotar, leninista.

Nuestra experiencia en Bolivia nos enseña que la hegemonía es en realidad la combinación de ambas. Primero está el irradiar y convencer en torno a un principio de esperanza movilizadora (tal como lo demandaba Gramsci). Hablamos de un largo trabajo cultural, discursivo, organizativo y simbólico, que va estableciendo nodos de irradiación territorial en el espacio social, y cuya eficacia se pone a prueba al momento del vaciamiento y resquebrajamiento de las tolerancias morales entre los gobernantes y los gobernados, o momentos de disponibilidad social para revocar los esquemas morales y lógicos del orden social dominante.

Uno nunca puede saber con precisión cuándo emergerá ese momento de revocación de las antiguas fidelidades políticas y, de hecho, hay generaciones sociales, revolucionarios, académicos y líderes sociales, que trabajan décadas y mueren antes de ver algún resultado. Sin embargo, esos momentos de la sociedad en las que ella se abre a una revocatoria de creencias sustanciales sí existen; y entonces es ahí cuando la larga y paciente labor de construcción cultural, simbólica y organizativa pone a prueba su capacidad irradiadora para articular esperanzas movilizadoras, a partir de las potencias latentes dentro del propio tramado de las clases subalternas. La constitución de un “empate catastrófico” [xv] , de dos proyectos sociales confrontados con capacidad de movilización, convencimiento moral e irradiación territorial propia de los procesos revolucionarios, surgirá de esta estrategia de “guerra de posiciones” [xvi] .

Sin embargo, después llega un momento, que podemos llamar el “momento robesperiano”, en el que se debe derrotar la estructura discursiva y organizativa de los sectores dominantes −y ahí quien tiene razón es Lenin. Ningún poder se retira del campo de fuerzas por mera constatación o deterioro; no, al contrario, hace todo lo posible, incluso busca recurrir a la violencia para preservar su mando estatal. Entonces, en medio de una insurgencia social por fuera del Estado, y por dentro de las propias estructuras institucionales del Estado, se tiene que derrotar el viejo poder decadente, atravesando lo que se podría llamar un “punto de bifurcación” [xvii] , en el que las fuerzas, acumuladas en todos los terrenos de la vida social a lo largo de décadas, se confrontan de manera desnuda, dando lugar a una nueva correlación y una nueva condensación de ellas. Y es que una correlación de fuerzas no deviene en otra sin una modificación de la fuerza en sentido estricto; por eso el cambio de dirección y de posición de la correlación de fuerzas requiere un “punto de bifurcación” o un cambio en las propias fuerzas que se confrontan. Por eso, la inclinación leninista por una “guerra de movimientos” (como la definía Gramsci), no es una particularidad de las revoluciones en “oriente” con una débil sociedad civil, sino una necesidad común frente a cualquier Estado del mundo, que en el fondo no es más que una condensación de correlación de fuerzas entre las clases sociales. La estrategia revolucionaria radica en saber en qué momento del proceso se aplica la “guerra de movimientos” y en qué otro la “guerra de posiciones”; el punto es que una no puede existir sin la otra.

Una vez atravesado el punto de bifurcación que reestructura radicalmente la correlación de fuerzas entre las clases sociales, dando lugar a un nuevo bloque de poder dirigente de la sociedad, nuevamente se tiene que volver a articular y convencer al resto de la sociedad, incluso a los opositores (que no desaparecen), aunque su articulación ya no será como clases dominantes, sino como clases derrotadas, es decir, desorganizadas y sin proyecto propio. Y aquí entonces entra nuevamente en escena Gramsci, con la lógica del convencimiento y la reforma moral e intelectual. En este caso, la fórmula es: convencer e instaurar, en palabras de Bloch, el “principio esperanza” [xviii] ; en otros términos, derrotar el proyecto dominante e integrar en torno a los nuevos esquemas morales y lógicos dominantes al resto de la sociedad. He ahí la fórmula de la hegemonía política, del proceso de construcción de la nueva forma estatal.

A riesgo de esquematizar la idea del socialismo como proceso, podríamos distinguir entre los nudos principales, los nudos decisivos y los nudos estructurales que requiere una revolucionarización de forma y contenido social para un tránsito democrático hacia el socialismo.

Los nudos principales de revolucionarización de la correlación de fuerzas serían:

Opinión de estadounidenses sobre Cuba en su punto más alto en 20 años (Gallup)

En momentos en que el presidente Barack Obama y su administración adelantan gestiones para el restablecimiento de vínculos diplomáticos con Cuba y han dado pasos en la relación bilateral inéditos en más de medio siglo, Gallup ha publicado el jueves un reporte en el cual destaca que los estadounidenses tienen hoy mejor opinión sobre la Isla que a lo largo de las dos últimas décadas.

Según la web de la firma encuestadora, 46% de los estadounidenses afirman tener una opinión favorable sobre Cuba, ocho puntos porcentuales más que el pasado año y muy por encima del rating de 10% de opinión favorable en 1996.

Según datos de Gallup, el porcentaje de ciudadanos estadounidenses con una visión favorable de la Isla ha fluctuado entre 20 y 30% desde 1996. El nuevo dato (46%) proviene de los resultados de la primera encuesta de opinión pública que desarrolla la firma sobre Cuba desde que en diciembre los presidentes Raúl Castro y Barack Obama anunciaron un acuerdo para buscar el restablecimiento de relaciones diplomáticas.

De acuerdo con el análisis de la empresa, ese anuncio es presumiblemente la principal razón para el repunte en el sentimiento positivo hacia el país caribeño. 

Gallup señala que la opinión pública estadounidense siempre se ha inclinado por el restablecimiento de relaciones diplomáticas con La Habana a lo largo de más de 40 años, con excepción del momento posterior a la aprobación de la Ley Helms Burton, en 1996, cuando el apoyo a la restauración de relaciones cayó al 40%. Poco después tuvo un notable rebote, en 1999, pasando al 70%. Desde entonces se ha mantenido en niveles de mayoría.

En cuanto a la opinión sobre el bloqueo a la Isla, el más reciente sondeo de Gallup indica que el 59% de los estadounidenses favorecen su levantamiento. Es la medición más alta que ha recogido la firma desde que en 1999 incluyó en sus encuestas una pregunta específica al respecto.


Sobre el fin de las restricciones que impiden a los estadounidenses hacer turismo legalmente en Cuba, el porcentaje de los que están a favor de la total liberalización es igualmente de 59%.

Las cifras sobre el rating en la opinión sobre Cuba se basan en una encuesta realizada entre el 8 y el 11 de febrero entre una muestra aleatoria de 837 adultos viviendo en los 50 estados de EEUU. Las opiniones sobre la política hacia la Isla fueron recogidas telefónicamente entre el 14 y el 15 de febrero, como parte del sondeo diario de Gallup y con una muestra aleatoria de 1 016 mayores de edad de todo el país.

PELOSI Y COLEGAS DEMÓCRATAS: CLAVE ABRIR EMBAJADAS

La líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y otros ocho congresistas de su partido, abogaron el jueves por el fin del bloqueo y la retirada de Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo -que elabora el Departamento de Estado- como acciones claves para el avance de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.

Pelosi y los demás congresistas, quienes arribaron a La Habana el martes -cuando terminaba la visita de los senadores Mark Warner (Virginia), Claire McCaskill (Missouri) y Amy Klobuchar (Minnesota)-, concluyeron un programa de tres días durante los cuales se reunieron con el primer vicepresidente, Miguel Díaz-Canel; el canciller, Bruno Rodríguez; la jefa de la comitiva cubana en las conversaciones, Josefina Vidal, y el cardenal Jaime Ortega, así como representantes de sectores de la sociedad.

"Para acelerar el proceso hay que abrir embajadas lo antes posible y que nuestros gobiernos puedan comunicarse directamente a través de ellas, para construir una relación madura en la que podamos hablar de todo aunque estemos en desacuerdo, incluidos los derechos humanos", afirmó en la rueda de prensa el legislador Jim McGovern.

Para ello -dijo-, Estados Unidos debe retirar a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo y solucionar los problemas bancarios de la legación cubana en Washington, generados por las restricciones que impone el bloqueo.

McGovern consideró como un "miserable fracaso" esa política de más de medio siglo, sobre la cual Pelosi declaró que “ha pasado mucho tiempo desde que fue impuesta y es una medida sin éxito”.

Pelosi destacó que hay “un fuerte apoyo” al inicio de un debate en el Congreso sobre el cese del bloqueo, tanto entre demócratas como republicanos, aunque todavía persisten divisiones en el tema.

"Han sido tres días muy productivos de reuniones. Vinimos ansiosos por ver la reacción de la gente en Cuba y estamos impresionados con lo que hemos escuchado sobre las expectativas de futuro", afirmó la líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes.

“Estuvimos de acuerdo en muchas cosas y en desacuerdo en otras, pero esto nos ayudará a dar pasos enormes en lo adelante. Lo próximo sería sacar a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo”, añadió.

Además de Pelosi y McGovern (Massachusetts), integraron la delegación Eliot Engel (Nueva York), Rosa DeLauro (Connecticut), Collin Peterson (Minnesota), Anna Eshoo (California), Nydia Velázquez (Nueva York), Steve Israel (Nueva York) y David Cicilline (Rhode Island).

- See more at: http://www.cubacontemporanea.com/noticias/12262-opinion-de-estadounidenses-sobre-cuba-en-su-punto-mas-alto-en-20-anos-gallup#sthash.bDFIl7rR.dpuf

Recibió Miguel Díaz-Canel a la líder del Partido Demócrata en la Cámara de Representantes de los EE.UU.

 
Este jueves, en horas de la tarde, el primer vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, recibió a la Sra. Nancy Pelosi, líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes del Congreso de los Estados Unidos, quien presidió una delegación de congresistas de su partido que visitó Cuba desde el martes 17 de febrero.

Durante el encuentro, en el que participaron también los representantes Elliot Engel de Nueva York, Rosa DeLauro de Connecticut, Collin Peterson de Minnesota, Anna Eshoo de California, Nydia Velázquez de Nueva York, Jim McGovern de Massachusetts, Steve Israel de Nueva York y David Cicilline de Rhode Island, así como Josefina Vidal Ferreiro, Directora General de Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores y otros funcionarios de la Cancillería, se intercambió sobre el proceso de actualización del modelo económico cubano, las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos y las perspectivas del debate sobre el levantamiento del bloqueo en el Congreso norteamericano.

“No me queda tiempo para lo superfluo”: Oliver Sacks desvela que va a morir

HÉCTOR G. BARNÉS

“Hace un mes, pensaba que tenía buena salud, incluso que estaba fuerte. A los 81 años, aún nado una milla cada día. Pero mi suerte se ha acabado: hace unas semanas descubrí que tengo una metástasis múltiple en el hígado”. De esta manera comienza el escritor Oliver Sacks la carta remitida a The New York Times en la que explica que apenas le quedan unos meses de vida.

El londinense Sacks es uno de los neurólogos más importantes de la segunda mitad del siglo XX gracias a obras como Despertares (que fue adaptada en una película protagonizada por Robin Williams y Robert de Niro), El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (en el que narraba 20 insólitos casos de enfermedades neurológicas) o el más reciente Alucinaciones (Anagrama). Sus libros no son descripciones clínicas, sino que ayudan al lector a entender lapeculiaridad de las enfermedades neurológicas a través de la perspectiva de sus pacientes.

Ahora, Sacks se enfrenta con templanza al último gran reto que le ha deparado su vida. “Es decisión mía cómo vivir los meses que me faltan”, explica en la misiva. “Tengo que vivir de la forma más rica, profunda y productiva que pueda”. El escritor forma parte del “desafortunado 2% de personas” que han sufrido metástasis después de superar un melanoma ocular que le dejó parcialmente ciego. Ahora se enfrenta a un cáncer que ocupa la tercera parte de su hígado y cuyo proceso no tiene vuelta atrás.

La vida a contrarreloj


Sacks cita al pensador inglés David Hume, que escribió una breve autobiografía cuando tenía 65 años, llamada Mi propia vida, para explicar sus propios sentimientos: “Ahora reconozco una rápida disolución. He sufrido muy poco dolor por mi trastorno; y lo que es más extraño, nunca, a pesar del gran declive de mi persona, he sufrido un momento de abatimiento. Poseo el mismo ardor por el estudio y la misma alegría por la compañía”.

El neurólogo ha superado en 16 años la longitud de la vida de Hume, un período que le ha servido para terminar cinco libros y su propia autobiografía, que será publicada esta primavera. En el año 2001, Sacks ya publicó El tío Tungsteno: recuerdos de un químico precoz, en la que relataba su niñez en la Inglaterra asolada por la Segunda Guerra Mundial. Además, aún le quedan pendientes un puñado de libros que espera completar en los meses que le quedan.

 
Sacks publicará su autobiografía esta primavera y espera completar alguna de las obras que le quedan por terminar.

En lo que Sacks no se muestra de acuerdo con Hume es en la tranquilidad y moderación que caracterizaba el carácter del filósofo empirista. Por el contrario, el neurólogo se define como un hombre “de espíritu vehemente, con un entusiasmo violento y una extrema falta de moderación en todas mis pasiones”. En definitiva, Sacks no siente ninguna gana de separarse de la vida que actualmente experimente, sino que piensa exprimir el jugo de cada segundo que pasa.

“Durante los últimos días, he sido capaz de ver mi propia vida desde una gran altura, como una especie de paisaje, y con un sentido cada vez más profundo de la conexión de todas sus partes”, reconoce. “Pero eso no significa que no me quede nada por hacer”.Miedo y entusiasmo ante la despedida

“Por el contrario, me siento intensamente vivo, y quiero y espero que en el tiempo que me queda profundice en mis amistades, decir adiós a las personas a las que quiero, escribir más, viajar si tengo fuerzas y alcanzar nuevos niveles de entendimiento y comprensión”, reconoce el autor. Audacia, claridad y hablar sin rodeos son las tres herramientas que le permitirán aprovechar el tiempo que le queda, en el que por supuesto, “habrá tiempo para la diversión (e incluso para las tonterías)”

Ello se traduce en dejar de ver las noticias cada noche y de interesarse por el estado del mundo –como él dice, “no es indiferencia, sino desapego”– y centrarse más en sí mismo, en su trabajo y en sus amigos. “No me queda tiempo para lo superfluo”, reconoce, lo que le ha permitido tener una visión más clara de las cosas. El calentamiento global, las guerras en Oriente Medio y la desigualdad pertenecen al futuro, y eso Sacks afirma que ya no le atañe.

Cuando la gente muere, no puede ser reemplazada. Dejan huecos que no pueden ser llenados, porque el destino (genético y neural) de todo ser humano es ser un individuo único

Su carta es también una despedida generacional: “He sido cada vez más consciente, durante los últimos 10 años o así, de las muertes de mi contemporáneos”, explica. “Mi generación está en el camino de salida, y he sentido cada muerte como una escisión de parte de mi ser. No habrá nadie como nosotros cuando nos marchemos, pero nunca hay nadie como otra persona. Cuando la gente muere, no puede ser reemplazada. Dejan huecos que no pueden ser llenados, porque el destino (genético y neural) de todo ser humano es ser un individuo único, encontrar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte”. Desde luego, nunca habrá nadie como Oliver Sacks.

“No puedo fingir que no tengo miedo. Pero mi sentimiento predominante es la gratitud. He amado y sido amado; he dado mucho y me han dado cosas en retorno; he leído y he viajado y pensado y escrito”, concluye. “Sobre todo, he sido un ser consciente, un animal pensante en este bello planeta, y eso un enorme privilegio y aventura”.

Informatización de la sociedad, un motor de la economía

Con la presencia del miembro del Buró Político y primer vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, quedó inuagurado el I Taller Nacional de Informatización y Ciberseguridad

Autor: Amaya Saborit Alfonso | amaya@granma.cu
Autor: Onaisys Fonticoba | onaisys@granma.cu
Autor: Ángel Freddy Pérez Cabrera | freddy@granma.cu

Convertir las tecnologías de la información y comunicación (TICs) en un sector de desarrollo estratégico para el país constituye uno de los principales retos en que se hallan enfrascados especialistas de esa y otras áreas del conocimiento, junto a la máxima dirección del Gobierno.

En ese contexto, el I Taller de Informa­tización y Ciberseguridad —inaugurado ayer— resulta un paso de avance para transitar, en el marco de las tecnologías, hacia una mayor eficiencia en la gestión de organizaciones políticas, gubernamentales, estatales y de masas, así como para el alcance de una mejor calidad de vida.

La jornada inaugural contó con la presencia de los miembros del Buró Político Miguel Díaz-Canel, primer vicepresidente de los Con­­se­jos de Estado y de Ministros; el general de cuerpo de ejército Álvaro López Miera, viceministro primero de las FAR y jefe del Estado Mayor General; Mercedes López Acea, vicepresidenta del Consejo de Estado y primera secretaria del Partido en La Haba­na; y Adel Yzquierdo, viceministro primero de Econo­mía y Planificación.

Aunque las acciones a realizar para ese propósito son numerosas, los especialistas destacaron que Cuba suma aproximadamente tres millones de usuarios con acceso a las redes —incluyendo plataformas institucionales, correos electrónicos e Internet—, y significaron la ampliación de los servicios de la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba, que reúne dos millones y medio de clientes con telefonía celular, 154 salas de navegación de Internet, y más de medio millón de usuarios con opción de correo electrónico para móviles.

Sobre la televisión digital —extendida a La Habana, las cabeceras provinciales y algunos municipios— trascendió que alrededor de 250 000 personas figuran como receptores de ese servicio, cuyo reto principal estriba en la instalación de más transmisores.

En la sesión inaugural del Taller, realizada en La Habana y transmitida de forma conjunta a 20 sedes en toda la Isla, se presentaron además las bases de la política para el perfeccionamiento de la informatización segura del país, sus prioridades nacionales, y se informó sobre la creación de una organización que agrupará a todos los profesionales del ramo: la Unión de Informáticos de Cuba.

SEGURIDAD Y PERFECCIONAMIENTO, UN RETO

“En la actualidad la situación de la actividad informática no permite dar respuesta a muchas de las necesidades que demanda la población y es posible constatar escasos avan­ces en el uso de las TICs, sobre todo de manera uniforme y coherente”, expresó el viceministro de Comunicaciones Wilfredo González Vidal.

Es por eso que, las bases de la política para el perfeccionamiento de la informatización segura del país y sus prioridades nacionales permitirán que esas herramientas se conviertan en un “sector de desarrollo estratégico pa­ra la nación, fortaleciendo la economía, y facilitando el amplio acceso a los contenidos de los servicios digitales”, acotó.

Según explicó, la política está integrada por nueve ejes que incluyen la formación de capital humano, el gobierno y comercio electrónicos; los modelos de negocios y la sostenibilidad económica; el marco legal; la cooperación internacional; contenido, aplicaciones y servicios; la infraestructura y el equipamiento tecnológico, entre otros.

Sobre las acciones que promueve el último de ellos señaló la integración del servicio de te­lefonía, televisión y datos, utilizando las redes fijas y móviles; la creación de una red de centros de datos en el país; lograr una cober­tura que permita la expansión constante de la infraestructura de la comunicaciones; e im­plementar un programa de renovación que disminuya la obsolescencia tecnológica en el país que incluye el 70 % del equipamiento informático, dijo.

En cuanto al gobierno y el comercio electrónico enfatizó en la necesidad de impulsar soluciones que simplifiquen procesos y trámites administrativos y propicien un mayor acercamiento con el ciudadano, así como potenciar el uso de plataformas de cobros y pagos.

En relación con la aplicación de los servicios expresó que entre los pasos a seguir se halla la ampliación de las capacidades y uso de Internet por parte de la población, con precios cada vez más accesibles y competitivos en relación con los países del área.

Además, fomentar el desarrollo de soluciones informáticas propias y seguras y fortalecer la industria del software, argumentó.

Otras cuestiones contempladas, dijo Gon­zález Vidal, son el desarrollo de la empresa estatal informática en armonía con las formas de gestión no estatal, y la definición de un sistema de indicadores que permita conducir la informatización de la sociedad y evaluar el impacto de la adopción de estas tecnologías en la economía del país.

A ello se une el hecho de potenciar la protección de los sistemas tecnológicos, desarrollar soluciones informáticas propias que garan­ticen una gestión de la seguridad, actualizar la legislación penal y administrativa que cubre el espectro de delitos en la información y las telecomunicaciones.

En su intervención, el viceministro de Co­municaciones comentó que las prioridades nacionales de informatización contemplan aspectos relacionados con los registros públicos, las plataformas de cobros y pagos para desarrollar el comercio electrónico y los servicios para el ciudadano.

Agregó que la labor en el último caso se di­rigirá a la actividad de trámites, al gobierno en línea, buscar mayor interacción con los Orga­nismos de la Administración Central del Es­­ta­do, generar aplicaciones para el entorno de In­ternet, las redes sociales y el entreteni­miento, y los servicios de información al ciudadano.

En los sectores productivos y sociales de alto interés, dijo, se trabajará en una mayor adopción de las tecnologías, lo cual requerirá también de políticas sectoriales.

“En el contexto actual —concluyó— es ne­cesario acelerar este diseño y es imprescindible unir esfuerzos de todos los especialistas del sector para lograr resultados que impacten decisivamente en el desarrollo del país y hacer de la informatización un baluarte más de la defensa de la Revolución”.

UNA ASOCIACIÓN PARA LOS INFORMÁTICOS

Otro de los temas tratados en el evento fue la constitución de la Unión de Informáticos de Cuba, asociación que reunirá a los profesionales que se desempeñan en las áreas de la tecnología de la información y las comunicaciones.

Los requisitos para incorporarse a la afiliación —que tendrá carácter voluntario— in­cluyen ser graduado en carreras afines a las materias mencionadas, o que avalen con su currículo la actividad en tales temas.

Según se informó, la Unión contará con estructuras tanto a nivel nacional como territorial, y pretende gestionar el conocimiento y favorecer el intercambio con especialistas de otras latitudes.

MARCANDO PAUTAS

Opiniones diversas marcaron también el ambiente de un debate que, de la mano de toda una serie de nuevas implementaciones, cambios y concepciones, abarcó no solo el territorio capitalino.

Este encuentro deviene primera fa­se pa­ra repensar lo que tenemos que hacer hoy como país para organizar todo el proceso de informatización, dijo el doctor Iván Barreto, especialista del Ministerio de Edu­cación respecto a los últimos acontecimientos. “Si bien habíamos dado algunos pasos, explicó, faltaba este documento en lo referente a la creación de las bases con las que íbamos a guiar el proceso”.

“Que el Ministerio de Comunicaciones hoy haya presentado esta política, en primer lugar nos hace reflexionar a cada uno de los organismos, y específicamente en el caso del Ministerio de Educación, a definir cómo reorientar su modo de informatización sobre la base de lo que está ocurriendo y concibiéndose en la isla”.

Barreto subrayó también cómo esta sesión demostró la necesidad de un reordenamiento sobre la base misma de la financiación y de la utilización de los recursos que tenemos como país, en aras de alcanzar un proceso sostenible y significativo para todos los organismos.

“Todos conocemos que Salud Pública, por ejemplo, se está informatizando, y el Mi­nis­terio de Educación cuenta también con computadoras en las escuelas. Se trata entonces de un proceso que nació al calor de una idea política y en busca de generar más conocimientos en los niños, pero que hoy se está reorganizando para ser mucho más palpable, seguro y sostenible en el tiempo”.

En otro sentido, Yoser Tápanes, jefe de grupo de desarrollo de los Joven Club de La Habana, se refirió a la importancia de que, de la mano del avance tecnológico, se conciban y patenticen los métodos y vías ne­cesarias para la conformación de una era in­formática más segura y coherente.

Tápanes abundó en que “se estén marcando pautas en cuanto a reglas y en torno a vías y métodos a asumir como parte de las aplicaciones de seguridad informática. Estamos, agregó, en medio de un proceso de informatización acelerada de nuestra sociedad, motivo por el cual se deben tener muy sólidas las bases que contribuyan a que ese desarrollo sea lo más seguro posible”.

“Debemos acometer sin demoras la informatización de nuestra sociedad, un paso esen­cial para el desarrollo integral del país”, aseguró por su parte, desde Santa Clara, el doctor Rafael Bello Pérez, director del Centro de Estudios Informáticos, perteneciente a la Universidad Central Marta Abreu de esta provincia.

Bello, quien participó desde este territorio en el Taller, declaró a Granma que en el mundo actual no es posible avanzar, obviando las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, las cuales tienen que ver con todos los procesos económicos, políticos y sociales de una nación.

“Para lograr ese objetivo, Cuba cuenta con lo fundamental, que es el potencial humano creado por la Revolución en más de 50 años, lo cual permite afrontar cualquier reto en ese campo”, aseguró el avezado especialista, quien añadió, que tampoco debemos ser ingenuos, y junto al desarrollo, también hay que preocuparse por la seguridad informática.

Internet es hoy algo así como un campo de batalla, donde quien con mayor inteligencia, sabiduría y responsabilidad se posesione, logrará sacar los mejores dividendos, dijo Rafael, quien evaluó de manera positiva el taller desarrollado, al cual debe dársele seguimiento y escuchar la mayor cantidad de criterios posibles.

Por su parte, Ricardo Jiménez López, profesor de computación de la Escuela Especial Ro­lando Pérez Quintosa, de Santa Clara, también presente en la cita, reconoció que uno de los que más se pudiera beneficiar con la informatización es el ciudadano común, a partir de la cantidad de trámites burocráticos que pudieran eliminarse y la mejoría que pudieran experimentar determinados servicios.

Como maestro, reflexionó asimismo, en la manera en que la educación pudiera favorecerse con los cambios, los cuales siempre serán para bien, porque no se puede vivir de espaldas al desarrollo, sentenció.

Y es que paralelo a la sesión plenaria del Taller, se realizó un foro debate online donde los profesionales asociados a esta actividad examinaron las cuestiones discutidas.

Descargue RESUMEN DE LAS BASES Y PRIORIDADES PARA EL PERFECCIONAMIENTO DE LA INFORMATIZACIÓN DE LA SOCIEDAD EN CUBA. link




Más del 30 % de los profesionales de la informática y las comunicaciones se reunieron a lo largo de todo el país.Foto: Jose M. Correa