Por María Isabel Alfonso y Arturo López-Levy
Recomendaciones para una dinámica de relaciones perdurables entre Cuba y Estados Unidos
Un reportero preguntó a G. H. W. Bush en 1991: “¿Qué haría si Castro relajara su control sobre Cuba?” Esta fue la respuesta del el expresidente: “Los Estados Unidos harían exactamente lo que deben hacer: llegar a esa isla y aupar a ese pueblo” (Bush citado por Schoultz 9). Tal narrativa de superioridad no comenzó con el primero de los Bush. Como señala Lars Schoultz en “Benevolent Domination”, se forjó durante la Guerra Hispano-Cubano-Americana, a finales del XIX. Por ejemplo, el general Leonard Wood, en una carta enviada desde Cuba al presidente William McKinley en 1900, expresó: “Vamos a un paso tan rápido como podemos, pero estamos lidiando con una raza que ha estado auto-destruyéndose por más de cien años, y a la cual tenemos que insuflar una nueva vida, nuevos principios y nuevos métodos de hacer las cosas” (Wood citado por Schoultz 9).
Hoy, esta narrativa paternalista del “uplifting” o “aupamiento” parece haber tomado un nuevo rumbo. “En última instancia, será el pueblo de Cuba quien llevará a cabo las reformas económicas y políticas”, dijo el presidente Barack Obama el 17 de diciembre, fecha antológica para el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Que el Presidente norteamericano admita que no se trata de “insuflar nueva vida, nuevos principios y nuevos métodos”, en una tabula rasa es, de por sí, extraordinario.
Las medidas que Obama propone en pos de una normalización, implican que ambos países implementen nuevas dinámicas comerciales, educacionales, de salud, de investigación científica, entre otras. La pregunta es: ¿cómo se logrará esto? ¿Cómo pueden las dos naciones encontrar modos de sustituir un legado de declarado patronaje por otro de respeto mutuo y cooperación? En este trabajo, sostenemos que estas metas pueden ser logradas alimentando una cultura de valores compartidos, a través de la diplomacia de pueblo a pueblo. Partimos de la base de que las relaciones más duraderas se basan en tales premisas.
Nos referiremos estrictamente al caso de la cooperación en la educación, la salud, el medio ambiente y a los temas de sociedad civil y derechos humanos, en consonancia con los estándares de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Un trabajo más extenso incluye otros temas afines a estas dinámicas.
Educación
En el campo de la educación, como en muchos otros, Cuba y Estados Unidos pueden beneficiarse de la experiencia de otros países que han pasado por similares etapas de post-normalización. Vietnam, por ejemplo, ha implementado una serie de transformaciones en esta área, en colaboración con Estados Unidos. En el caso de Cuba, hay una ventaja sustancial: la educación ha sido una de las zonas de mayor desarrollo desde el inicio de la Revolución. La colaboración entre universidades e instituciones académicas de Cuba y Estados Unidos debe constituir una de las áreas fuertes de la diplomacia de pueblo a pueblo.
Estados Unidos pudieran establecer programas Fullbright en asociación con universidades cubanas, los cuales promueven los intercambios entre estudiantes de Estados Unidos y de otros países. En 1994, ejemplo, Estados Unidos implementaron un programa permanente Fullbright de Enseñanza de la Economía en la ciudad de Ho Chi Min; una colaboración entre la Universidad de Economía de esa ciudad y el Ash Center for Democratic Governance and Innovation de la Universidad de Harvard (Hiebert 41).
También en Vietnam, el Departamento de Estado opera el International Visitors Leadership Program, a través del cual, estudiantes y trabajadores vietnamitas en el campo de la salud, el medio ambiente y la educación, vienen a Estados Unidos a recibir conferencias y entrenamiento.
Se esperaría un resultado igualmente positivo para Cuba, siempre y cuando el proceso de atraer a personas a estos programas no pase por filtros ideológicos. Ya contamos con la experiencia negativa del Miami Dade College organizando un programa de tipo “la universidad es para los contrarrevolucionarios”, en el cual era un requisito ser aprobado por los líderes de la oposición a favor del embargo: Guillermo Fariñas y Berta Soler. Este es exactamente el modelo de lo que no se debe hacer. Los intercambios educacionales entre Cuba y Estados Unidos deberían ser no partidistas y abiertos a todos los cubanos, con independencia de sus filiaciones políticas e ideológicas, de acuerdo con los principios de la libertad académica.
También deberían desarrollarse aún más programas comunes a ambos países, entre instituciones norteamericanas y cubanas. Los estudiantes estadounidenses deberían continuar siendo parte de los programas de intercambio y de estudio fuera del país (study abroad), en colaboración con instituciones académicas cubanas, estableciendo, quizás, nuevas áreas de intercambio. Por su parte, los estudiantes cubanos podrían venir a Estados Unidos a través de programas de aplicación de visa estudiantil. Cuba, a su vez, podría considerar que algunas universidades norteamericanas tuvieran su propia sede y claustro en Cuba, y que incluso abrieran sus puertas a estudiantes cubanos. Iniciativas como éstas podrían generar una atmósfera de confianza gradual entre ambos gobiernos, y contribuiría a la promoción de dinámicas positivas dentro del intercambio pueblo a pueblo.
El aprendizaje de inglés y español sería el común denominador para estos intercambios, y haría posible una conexión más transparente entre ambas partes. Podría implementarse un programa de enseñanza de lenguas, a través del cual los norteamericanos y cubanos enseñaran inglés y español respectivamente en instituciones asociadas.
Salud e investigación científica
Los contactos pueblo a pueblo también pueden contribuir a una relación más robusta en el área de la salud y la investigación médica. A pesar de ser pobre en materia de tecnología y recursos, Cuba tiene un capital científico confiable y una fuerza de trabajo competente. En el área de la investigación, Estados Unidos podrían beneficiarse de colaboraciones en el área de las vacunas contra el cáncer, los tratamientos de interferón, y los tratamientos para las úlceras de pie diabético (Herbertprot-B). Este último, por ejemplo, evitaría alrededor de 70,000 amputaciones anuales en Estados Unidos. Cuba, a su vez, podría promover y mercadear algunos de sus productos farmacéuticos en la nación vecina.
En el área de cooperación internacional y regional, ambos países pudieran aunar fuerzas en respuesta a epidemias. No por gusto el Secretario de Estado John Kerry y el presidente Obama reconocieron el trabajo de Cuba en respuesta a la crisis del Ébola. Esfuerzos sistemáticos pueden ser implementados en esta dirección.
El gobierno de Estados Unidos ha contribuido notablemente a la lucha mundial contra el VIH, a través de fondos de programas como PEPFAR (Plan de Emergencia del Presidente para la lucha contra el SIDA). El sistema de salud de Cuba es conocido por sus logros en las áreas de prevención y tratamiento. Sin embargo, se sabe también que ha sufrido por falta de recursos y tecnología. PEPFAR podría iniciar un camino de colaboración con Cuba, proveyendo fondos para la prevención y el tratamiento del VIH en la Isla.
La colaboración mutua en estos sectores acercaría a los dos países, teniendo a la vez un impacto positivo en la vida de cubanos y norteamericanos. Ambos países pueden avanzar de manera expedita en este campo, contribuyendo también a crear una atmósfera más amigable para la discusión de temas de mayor complejidad, como el de los derechos humanos.
Diplomacia medioambiental
Cuba tiene una larga historia de interés en el medio ambiente, aunque este tema ha adquirido una mayor relevancia en las últimas décadas. En 1976, el Gobierno cubano creó la Comisión Nacional para la Protección del Medio Ambiente y Conservación de Recursos Naturales (COMARNA), institución que fungió como conglomerado de agencias responsables del medio ambiente en la Isla. Desde ese momento, se han introducido en la Constitución varias de leyes de protección medioambiental.
Una serie de factores han contribuido a lo que Oliver Houcks llama “el despertar cubano al medio ambiente”. Entre ellos: el colapso de la Unión Soviética, la presencia de Cuba en la Cumbre de Río de Janeiro en 1992, y la incipiente participación de la Isla en métodos alternativos de economía e inversión extranjera (Houck 13-19). En 1994, el gobierno cubano reemplazó a la COMARNA por el CITMA (Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba). Una de las principales metas del CITMA ha sido la articulación e implementación de la Estrategia Nacional de Educación Ambiental (Houck 19-25).
Trabajo conjunto de instituciones gubernamentales y no gubernamentales
Paralelamente al trabajo realizado por el CITMA, se ha realizado un trabajo sustancial por parte de grupos medioambientales –como la Fundación Nacional Antonio Núñez Jiménez, por mencionar tan sólo un ejemplo. El alcance y los logros de estas organizaciones nos deben poner en alerta acerca de la importancia de promover una agenda positiva de cooperación entre agencias gubernamentales y no gubernamentales, sin que el nivel de interdependencia entre éstas seas óbice para la valoración de tal colaboración. En el contexto cubano, una característica reiterada es la existencia de organizaciones anfibias de la sociedad civil o “GoNGOs”, con fuertes conexiones con entidades gubernamentales. El criterio central de colaboración no debe ser cuán desconectada está la organización del Gobierno, sino qué meta persigue con su programa y cuán competente es en cuanto al alcance de la misma.
Cooperación intergubernamental
La protección del medio ambiente es una de las áreas en las cuales la presencia del Gobierno es clave para la obtención de los fines propuestos. Expresa Boom en su ensayo “Biodiversidad sin fronteras: el caso de una mejor cooperación medioambiental entre Estados Unidos y Cuba” [Biodiversity without Borders: The Case of Enhanced Environmental Cooperation between the United States and Cuba”], auspiciado por el Jardín Botánico de Nueva York y la Fundación Tinker: “Ni la naturaleza, ni los desechos tóxicos, ni los derrames de petróleo respetan fronteras políticas.” También puntualiza que “los riesgos ecológicos en el caso de Cuba y Estados Unidos son demasiado altos como para quedarnos cortos en el área de la cooperación entre los gobiernos, a la hora de analizar, catalizar y facilitar el trabajo conjunto en problemas medioambientales de interés mutuo” (Boom).
Con el levantamiento potencial del embargo, y el consecuente flujo de dinámicas de mercado desde el exterior hacia la Isla, especialmente en el área del turismo, puede avizorarse un escenario de deterioro acelerado. Una preocupación justificada es cuán exitosamente las iniciativas de protección del medio ambiente en Cuba dan abasto para lidiar con tales retos. La cooperación entre gobiernos en esta área se hace imprescindible.
Hasta ahora, el trabajo intergubernamental es mínimo, si tomamos en cuenta la abrumadora lista de preocupaciones para ambos países. Las agencias de ambos gobiernos pudieran trabajar con mucha más articulación en esta área, contando con el apoyo logístico de organizaciones norteamericanas sin fines de lucro y de grupos medioambientales cubanos, los cuales han desarrollado estrechas conexiones a lo largo de estos años. Los dos gobiernos deberían tomar ventaja de las nuevas regulaciones del 15 de enero del 2015 de los departamentos de Comercio y el Tesoro, creando mecanismos más sólidos de trabajo, independientemente de si el Congreso ejecuta acciones o no para desmantelar el embargo.
Tampoco debe importar quién gana las elecciones del 2016 en Estados Unidos. El Congreso debe encarar el desafío de la cooperación medioambiental entre ambas naciones, e insertar a los países con bordes marítimos limítrofes como México, Bahamas, Haití y Jamaica, entre otros. Los gobiernos, de conjunto con organizaciones sin ánimo de lucro y el sector privado, deberán trabajar y crear un entramado legal en esta área del medio ambiente, del cual ningún futuro gobierno, en Cuba o Estados Unidos, pueda escapar.
El espinoso tema de los derechos humanos y la sociedad civil en Cuba
Los derechos humanos y la Ley Helms-Burton
Como expresamos al principio, los cambios recientes en políticas hacia Cuba anunciados por el presidente Obama representan un desplazamiento telúrico en la historia de las relaciones entre ambos países. Puede percibirse que con la implementación de nuevos mecanismos se iniciará un cambio en las narrativas paternalistas de “uplifting” que tanto daño han hecho, sobre todo, durante las dos administraciones de George W. Bush. Sin embargo, estamos sólo en el principio del camino.
Un buen comienzo para la promoción de la sociedad civil debería tomar distancia inmediata de cualquier aspecto relacionado con la Helms-Burton, tanto a nivel discursivo como práctico. Dicha ley debería convertirse en estigma para cualquiera que quiera cooperar con Cuba desde Estados Unidos u otro país. Todas las organizaciones independientes deberían subscribirse a una clara declaración de principios, comprometiendo a sus empleados y representantes a repudiar cualquier conexión con fondos o actividades relativas a los propósitos o ejecución de la Helms-Burton. No sería exagerado imaginar el escenario de una coalición de organizaciones americanas comprometidas con la meta de aislar, de sus relaciones con Cuba, a todo aquel que tenga que ver, directa o indirectamente, con la misma.
Otro problema a considerar es la asimetría de poder entre ambas naciones. Cuba es, obviamente, un país mucho más débil que Estados Unidos. Como tal, los derechos humanos no operan en un vacío, sino desde el hecho concreto de que el mayor poder del mundo ha implementado un embargo/ bloqueo y una estrategia de subversión política a su vecino más pequeño, tan sólo a 90 millas. Una posición ética no debería ser sumisa al actor más poderoso. Contrario a lo que ha sido la práctica de muchas organizaciones de derechos humanos, una agenda genuina debería condenar con la misma vehemencia y consistencia tanto los abusos en el terreno doméstico en la Isla, como las violaciones estadounidenses en el terreno de política exterior hacia Cuba.
La observancia de los Derechos Humanos por ambas partes como terreno común para un diálogo efectivo.
Cuando se aborda el tema de los derechos humanos, los dos gobiernos parecen caminar sobre una delicada cuerda floja desde direcciones opuestas. Este 23 de enero, por ejemplo, Roberta Jacobson, Secretaria Asistente del Departamento de Estado, expresó sobre las negociaciones en La Habana: “Como elemento central de las negociaciones, presionamos al gobierno cubano pidiendo una mejoría en los derechos humanos, incluyendo libertad de expresión y asociación” (Reuters). A lo que respondió Josefina Vidal, jefa de la delegación cubana: “Puedo confirmar que no se usó la palabra presión. Esa palabra no se usa en este tipo de negociaciones”. (Reuters).
No es casual que la reacción de Cuba a las conclusiones de Jacobson incluya una clarificación terminológica. Es, después de todo, la primera vez en muchos años que representantes de ambas naciones sostienen un diálogo frontal. Quizás se requiera un nuevo lenguaje que implique respeto y persuasión mutua, en lugar de presiones; negociación e intercambio, en vez de coerción. En sentido, un elemento importante en la promoción de los derechos humanos en el contexto de las relaciones entre ambos países debe ser la adopción de la ley internacional de Derechos Humanos en su discurso, programas educacionales y prácticas. Los Derechos Humanos no deben ser lo que Estados Unidos quieren usar como manto retórico para apoyar a los grupos de oposición en contra del gobierno cubano. Tampoco debe ser un discurso flexible para cubrir lo que el gobierno comunista quiera interpretar para defender sus prácticas. Existen Convenciones, reglas e interpretaciones implementadas por diferentes organizaciones internacionales que deben ser tomadas en cuenta. La clara adopción de estos estándares representa un reto para ambos países, los cuales, coincidentemente, han articulado desde posiciones diferentes, interpretaciones unilaterales de los derechos humanos internacionales.
Por ejemplo, hasta hace muy poco, Estados Unidos han insistido en tratar el derecho a la salud como una aspiración laudable, no como un derecho. Por otra parte, el progreso de Cuba en cuanto al respeto a las libertadas religiosas, los derechos LGBT, el derecho a la propiedad privada y social, los derechos económicos y culturales, entre otros, han sido deliberadamente excluidos de los análisis oficiales de Estados Unidos, o bien su importancia ha sido disminuida, porque los mismos no forman parte de la visión de túnel promovida por la Helms-Burton.
Cuba, por su parte, ha establecido en su Constitución severas limitaciones al derecho a la libertad de expresión y asociación, limitando éstas al propósito de construir una sociedad socialista. Esta es una restricción poco común en la práctica de la mayoría de los Estados de la comunidad internacional, y en contradicción con una interpretación más amplia, como la ostentada por el Comité por los Derechos Humanos.
La nación cubana está lejos de ser un paraíso de la democracia. Sin embargo, es importante esbozar una visión dinámica de las consecuencias de su política de liberalización, apertura y reforma económica. Los tiempos han cambiado y la sociedad cubana se está volviendo progresivamente más abierta y plural. Los observadores y visitantes estadounidenses deben tratar de entender las sutilezas y peculiaridades implícitas en estos procesos, así como su lugar dentro de la narrativa histórica cubana.
En consecuencia, sugerimos un entendimiento más amplio de la sociedad civil; uno que dé mayor visibilidad a una variedad de sectores, y no sólo a los grupos de oposición con una agenda de cambio de régimen. Finalmente, concluimos con recomendaciones logísticas y prácticas para un mejor desenvolvimiento y resultados de la diplomacia pueblo a pueblo en el contexto de los derechos humanos y la esfera pública en Cuba.
Para un mejor entendimiento de la sociedad civil cubana
Quizás sea necesario ahondar en los orígenes, interpretaciones y apropiaciones del concepto de sociedad civil. Una de las mayores contribuciones a este campo fue el texto de Jürgen Habermas Las transformaciones de la esfera pública, de 1962. En éste, Habermas sugiere que en una esfera pública verdaderamente democrática, la sociedad civil existe en frontal oposición al Estado, instituyéndose así en herramienta de contra-balance al mismo.
La tendencia general dentro de las ciencias políticas y estudios culturales en Estados Unidos ha sido reproducir esta versión de sociedad civil. Tales premisas se han transferido al periodismo y otras áreas de dominio público, muchas veces acríticamente. Estudiosos como Nancy Fraser han cuestionado tales adopciones del término, indagando en la autenticidad de un concepto que fue implementado, originalmente, para explicar situaciones sociales pertinentes a estadíos post-industriales
Fraser argumenta que la separación entre sociedad civil y Estado, proclamada por Habermas como necesaria, es una falacia. Una sociedad civil totalmente autónoma es objetivamente concebible, pero no es necesariamente la opción más plausible. Este tipo de sociedad civil autónoma generaría una multitud de opiniones, pero no precisamente el nivel de participación deseado en procesos de toma de decisión. También argumenta Fraser que es preferible concebir la existencia de múltiples “públicos” con diferentes grados de autonomía e interdependencia con respecto al Estado, y no la de un solo público en total contraposición a éste (Fraser 67).
Podría resultar útil transferir la crítica de Fraser a Habermas a los procesos de formación de sociedad civil en Cuba. Su explicación de que la sociedad civil no tiene que existir en antagonismo con el Estado nos permite entender cómo existen y funcionan estas constelaciones de grupos en la Isla, como parte del Estado, en muchos casos, y no en oposición a él. Igualmente, la preferencia de Fraser por “públicos”, en lugar de un solo público opositor, permite una comprensión más abarcadora la esfera pública en Cuba.
La interdependencia de esta multiplicidad de grupos con respecto al Estado, puede significar una mayor agencia contestataria para los mismos, ya que sus demandas quedan astutamente articuladas dentro de los diferentes niveles y capas de coerción ejercidos por el aparto del Estado. En este sentido, la categoría de “contra-públicos subalternos” los describe con precisión, al presentarlos como constelaciones de públicos que crean y circulan contra-discursos vehiculantes, de manera indirecta, de voces de oposición dentro de la sociedad.
Margaret Crahan se ha referido a esto, al expresar: “En Cuba, la definición de actores de la sociedad civil reclama una mayor flexibilidad que la que categoría tradicional proporciona, puesto que se trata aquí no sólo de actores autónomos no dependientes del Estado, sino también de sectores dentro de los centros de investigación instituidos por el Estado, en conjunto con grupos heterodoxos dentro de las organizaciones de masa, y una variedad de redes, incluyendo a la burocracia estatal (Crahan 3).
De acuerdo con este modelo de sociedad civil, un gran número de debates que están teniendo lugar dentro de estos grupos que no existen en virtud de una confrontación con el Estado, se tornan invisibles para aquellos que persisten en equiparar sociedad civil con oposición. Este es el caso, por mencionar tan sólo algunos ejemplos, de las reuniones de individuos vinculados a instituciones culturales y educacionales, como Último Jueves, de Temas; Aula 14, de la Universidad Central Marta Abreu, en Las Villas; Dialogar, de la Asociación Hermanos Saíz; La Kfetera, de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana; y La Revuelta, del Instituto de Investigación Cultural Juan Marinello.
Expresa Yolaida Duharte, organizadora de La Revuelta: “En nuestros encuentros trimestrales buscamos un diálogo entre todas las tendencias, y queremos también que los funcionarios conozcan más de cerca lo que piensan los cubanos de a pie. No hay una forma de medir cuánto de lo que estás haciendo con el debate tiene un impacto en la política, pero lo intentamos” (Duharte).
En contraste con esto, existen muchos otros grupos no vinculados directamente a instituciones controladas por el Estado. Tal es el caso de Observatorio Crítico, una organización que polemiza sobre temas de interés públicos, lo mismo relativos a la conservación medioambiental que a detenciones y acciones arbitrarias cometidas por la policía. Proyecto Arcoiris, un grupo LGBT, que se define como “anti-capitalista” pero independiente. Espacio Laical, Palabra Nueva, y más recientemente Cuba Posible, son publicaciones bien conocidas por abordar una serie de temas difíciles, incluyendo la necesidad de apertura política en Cuba.
Es importante entender que todos estos grupos, sean autónomos o dependientes del Estado, poseen un nivel significativo de impacto dentro de la esfera pública. Como refiere Crahan: “Una mirada más detenida a la esfera de asociaciones en Cuba revela un alto grado de diversidad a lo largo de un continuum que va desde grupos completamente autónomos, con o sin licencias del gobierno, hasta organizaciones del Estado operando relativamente con cierta autonomía, y organizaciones de masas que contienen dentro de ellas a ciertos sectores generadores de contra-discursos” (Crahan 5).
Sería ingenio pensar que todas estas instancias están construyendo un nuevo sentido de sociedad civil en Cuba de una manera fluida. Los obstáculos son considerables. Sin embargo, lo que queremos transmitir, siguiendo la crítica de Fraser a Habermas y las observaciones de Crahan, es que el no estar aislado del Estado pudiera ser visto como una ganancia, no como un impedimento, cuando se trata de contribuir a la creación de mecanismos de pluralización y participación en el contexto de la esfera pública cubana.
¿Cómo enfrentar los retos de la sociedad civil cubana en el contexto de la diplomacia pueblo a pueblo?
Dejar atrás la narrativa paternalista de “aupar”, en el contexto de la diplomacia pueblo a pueblo y en relación al concepto de sociedad civil cubana, significa estar dispuestos a abandonar nociones preconcebidas. En lugar de “presionar por cambios”, un acercamiento creativo implicaría estar más conscientes de las peculiaridades y sutilezas de la realidad cubana, a través de una observación participativa. Significaría estar dispuestos a escuchar lo que el otro tiene que decir; a identificar a los actores más relevantes dentro del contexto cubano, y a crear, juntos, una nueva sintaxis que explique realidades anquilosadas en una total incomunicación por más de cincuenta años.
Las delegaciones oficiales estadounidenses deberían incluir en su agenda potenciales encuentros con otros miembros de la esfera pública cubana, y no sólo con los grupos de oposición. Estos últimos son también parte de la sociedad civil. Pero existen muchos otros en las sombras aun con mucho más poder transformativo, y lo que es más importante, con mayor legitimidad que esos que se oponen a las recientes reformas de Obama hacia Cuba, y/o suscriben modelos de cambio de régimen y de apoyo al embargo.
Por la parte cubana, este sería el momento de poner entre paréntesis la narrativa de asedio. Debido a las amenazas reales de ataque por parte de Estados Unidos, y/o a los paradigmas no democráticos prevalecientes en el sistema comunista, el sistema político cubano subsiste hoy marcado por una serie de estructuras verticales y totalitarias, en cuanto a la relación sociedad-Estado. Estas narrativas restringen en modos injustificables los modos de autonomía y creatividad asociativa de la sociedad cubana.
Se requiere, de manera urgente, la implementación de pasos graduales hacia una descentralización y liberalización política que conlleven al establecimiento de una atmósfera de confianza e intercambio de opinión entre cubanos, sin comprometer el derecho de la nación a su soberanía y auto-determinación. Una plataforma de diálogo, no hostil al PCC sino inclusiva de ideologías diversas, debe abrir un proceso constructivo de nuevas narrativas democratizantes, al servicio de un futuro cubano post-totalitario; diferente al de los vicios del pasado republicano, pero más democrático que el establecido por un partido único, dominante por los últimos cincuenta años.
Para que tenga éxito este proceso, es importante verificar, preliminarmente, la aceptación, por parte de Estados Unidos, del derecho de Cuba a su soberanía y a su actual elección de un modelo de economía mixta. El panorama no es nada sencillo, puesto que la historia de la Isla está y estará por siempre entrelazada a la ubicua presencia estadounidense. Sin embargo, el poderoso Norte finalmente ha decidido tocar a la puerta de su vecino más cercano. Esperemos que no sea para “auparlo”, sino para extenderle una mano amiga, en respetuoso gesto de amistad. Para ambas naciones, llegó el momento de hacer avanzar una agenda de confianza irreversible y coexistencia pacífica y perdurable.
Referencias bibliográficas
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Duharte, Yolaida. En: “¿Está de moda debatir in Cuba?” http://eltoque.com/texto/esta-de-moda-debatir-en-cuba
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