La familia de Ricardo Ponce llegó a la playa en su auto particular sobre las diez y media o las once de la mañana. Luego de organizar sus pertenencias sobre la arena, su esposa, su hija y su nieta enseguida entraron a las cristalinas y azules aguas de Mi Cayito. De pie a la orilla del mar, él accedió a conversar primero conmigo.
La bandera del arcoíris en el principal acceso a la playa, indica el carácter inclusivo de Mi Cayito.
“Desde niño vengo a esta zona de Santa María, cuenta este hombre de 67 años. Es una playa tranquila, y también tiene facilidades para el parqueo, bastante cerca de la arena”, me explicó para justificar su preferencia por el lugar.
“Nunca me han molestado, y venimos bastante”, aseguró Ponce, cuando le pregunté sobre cómo es la convivencia allí de una familia heterosexual con las personas lesbianas, gais, bisexuales y trans (LGBT) que frecuentan Mi Cayito.
“A mí no me molestan, mientras nadie se porte mal. El año pasado, en horas de la tarde, sí vimos conductas que nos incomodaron un poco. Cuando algún comportamiento es excesivo, resulta molesto”.
Le pregunté si esas actitudes que él consideró reprochables las atribuía a la orientación sexual o la identidad de género diferentes de la suya entre quienes visitan el sitio: “No, no creo —valora—. Mi peor recuerdo en una playa fue una vez en Santa Lucía, cuando un hombre y una mujer que estaban primero muy melosos, después se fajaron y dieron un espectáculo muy desagradable”.
Por último, Ricardo me contó que al llegar esa mañana, la cuidadora del parqueo les advirtió antes de entrar a la playa que esa era una zona gay, por lo cual decidimos ir a conocerla.
Cada cual hace con su cuerpo lo que entienda
“En el verano sobre todo, también llegan familias heterosexuales, por la tranquilidad del sitio”, explicó Juana Rodríguez Hernández. (Foto: Miguel Ángel Plasencia)
“Hace 16 años que yo trabajo aquí en Mi Cayito —dijo muy comunicativa Juana Rodríguez Hernández— Los tres parqueadores de esta playa somos viejos aquí”.
“Cuando veo que viene una familia con niños, gente seria, les digo que esta es una playa gay. Porque por la tarde algunos de ellos se alborotan un poco, con la bebida, el baile, los besos… A la playa viene de todo, personas muy finas y cultas, y también otras que no lo son: coinciden aquí gente de distintos caracteres, costumbres, educación…
“En el verano sobre todo, también llegan familias heterosexuales, por la tranquilidad del sitio, la seguridad del parqueo. Tengo unos clientes que vienen desde que la niña era chiquita, y hoy ella ya estudia medicina. También hay muchos gais que llevan años viniendo; me saludan y conversamos sobre cómo están de salud, de sus amistades y parejas…
“Esta playa es muy tranquila, hay mucha disciplina. Como yo digo, ellos tendrán su ´defecto´, pero aquí no te roban, nadie te agrede o te maltrata…
¿Entonces, Juana, usted cree que ser homosexual o trans es un defecto?, inquirí.
“Es una forma que yo tengo de decir, no es una característica mala. Siempre digo que cada cual hace con su cuerpo lo que entienda. ¡Claro que no es un defecto! ¡Cómo iba yo a pensar eso, si son mis clientes, mis frijoles salen de aquí desde hace 16 años!…
¿Qué hacen las familias o parejas heterosexuales cuando usted les dice que Mi Cayito es una playa gay?, pregunté.
“Algunas se retiran, sí; otras se corren un poquito para allá o para el otro lado, pero no se van”.
Somos heterosexuales y no tenemos complejos
Adrián Comendador: “la playa es libre” para todas las personas. (Foto: Miguel Ángel Plasencia)
Cuando mi pareja y yo llegamos poco antes de las diez de la mañana del sábado a Mi Cayito para hacer este reportaje, todavía eran pocas las personas en la playa. Varios trabajadores de la marina Marlin instalaban sobre la arena las tumbonas y las carpas que luego les alquilan a bañistas y visitantes.
Adrián Comendador, uno de esos empleados, accedió a comentar sobre cómo ocurre allí la integración de heterosexuales con el público de la comunidad LGBT.
“Viene alguno que otro, pero son los menos. Hay gais y lesbianas que traen a familiares que no lo son, hermanos, primos… No sé si la gente tendrá algún tipo de complejo. Nosotros los trabajadores de aquí somos heterosexuales y no tenemos complejos. Hay quien llega y se corre para los lados”.
No obstante, el joven me reafirmó que “la playa es libre” para todas las personas. No cree que haya ningún rechazo hacia las personas heterosexuales por parte de la clientela habitual, consideró a partir de su experiencia laboral de más de tres meses en Mi Cayito.
Otro de sus compañeros de trabajo apuntó hacia una “ventaja” insospechada: “Para pegar tarros esto está especial”, dijo con picardía, en alusión a parejas heterosexuales que irían a esa playa para alguna aventura de infidelidad conyugal.
Le pedí que me explicara más, y razonó taimadamente: “si tú vienes con una mujer que no es la tuya y alguien del barrio te ve aquí, lo más probable es que no lo diga, porque tendría que aceptar que estaba en la playa de los gais o le daría miedo que tú pudieras echarlo pa´lante”.
Bromas aparte, estos trabajadores de la marina Marlin, quienes rotan cada cierto tiempo por las distintas playas al este de La Habana, consideran a Mi Cayito mucho más tranquila, “diez veces más” —aseguró uno de ellos—, que otras áreas como las de Tropicoco o El Mégano, que son “más conflictivas”.
“Aquí cada cual está en su historia”, reafirmó José Miguel Domínguez Cabrera. (Foto: Miguel Ángel Plasencia)
Este criterio me lo confirmó uno de los policías que esa mañana hacía ronda a todo lo largo del litoral entre el Hotel Atlántico y la desembocadura del río de Boca Ciega. “Para nosotros puede ser un poco complejo tratar con el público de Mi Cayito, pero es una playa segura y tranquila, no más complicada que otras”, aseguró el oficial.
“Acá es mejor, tú vas para Marazul y hay tremendo mal ambiente, no puedes “descargar” bien con la ´jeva´, mientras que aquí cada cual está en su historia”, me reafirmó José Miguel Domínguez Cabrera, quien minutos antes compartía caricias en la arena y en el agua con su novia transexual —ella fue quien me habló de su identidad de género, porque yo les abordé al salir como habría hecho con cualquier pareja heterosexual.
Fabiola Fernández López, la muchacha, amplió que “como mismo todo el mundo cumple deberes, también todo el mundo tiene sus derechos. No está bien rechazar a nadie por su orientación sexual, o por ser trans: yo lo soy”, me especificó orgullosa de su condición.
“Hay gente que es un poco homofóbica, pero todas somos personas iguales”, enfatizó José Miguel, quien criticó los prejuicios de heterosexuales que no toleran la existencia de una playa como Mi Cayito.
Si no lo aceptas, no vengas
Alberto Soto, un hombre de mediana edad, le protestaba a una de las dependientas de Las Palmitas, el quiosco de la cadena turística Palmares que vende alimentos ligeros y bebidas a la entrada de la playa, porque todavía no empezaba el servicio.
Ella trataba de explicarle que no tenían transporte obrero para venir al trabajo, que acababa de llegar luego de tremenda caminata desde El Mégano, y que “esta playa es de homosexuales, que siempre comienzan a llegar a partir de la una de la tarde”.
Pero Soto seguía molesto, y no solo por la tardanza de sus refrigerios. Le comentaba a la dependiente que acompañaba a un matrimonio extranjero amigo, porque alguien le dijo que esa playa era muy tranquila, y resultó que estaba llena de… y aleteó con una de sus manos como si fuera un pájaro, gesto despectivo muy frecuente en Cuba para decirle homosexual a alguien.
El mayor flujo de bañistas comienza a partir de la una de la tarde. (Foto: Miguel Ángel Plasencia)
No obstante, al acercarme para entrevistarlo, moderó su postura homofóbica. “Es una playa muy tranquila… y muy libre”, opinó. “Pero harían falta más opciones para consumir, y no un solo quiosco”.
Lo conminé a que me hablara también sobre la otra inquietud que acababa de expresar en alta voz a la gastronómica. Precisó que era la primera vez que estaba en Mi Cayito: “hay tranquilidad, armonía y paz”. Pero añadió que un gay le había dicho algo así como que él estaba bonito. “Se metió conmigo, vaya; y tuve que responderle que no se equivocara, que eso no era lo mío”.
¿Y ya, solo eso, pasó algo más?, insistí.
“No, no, ya, eso nada más”, consintió, y regresó a la arena con sus bocaditos.
La conversación continuó entonces con Cary Almanza, otra trabajadora de Las Palmitas, quien vestía un pulóver de la campaña Igual, Diverso y Seguro, como los que usan y distribuyen gratuitamente los grupos de activistas y promotores de salud que cada cierto tiempo realizan allí actividades de prevención para la comunidad LGBT.
“Este es su espacio, por eso se aislaron un poquito en esta playa que es más apartada, para disfrutar entre ellos sin incomodar a nadie. Hay mucha gente que lo entiende, pero hay otras que les rechazan. Por eso hasta es bueno que el puente de madera de Boca Ciega ahora esté roto, porque así hay menos acceso para otro tipo de público”, consideró.
“Este quiosco empezó con una pequeña neverita—contó Cary—, luego lo ampliamos y mejoramos el servicio, pero no creo que hagan falta más ofertas para atraer una mayor concurrencia, porque aquí vienen sobre todo las personas homosexuales por la tranquilidad, y eso es lo que queremos mantener”.
“Aquí nadie les discrimina, no hay preguntas ni malas caras. Si no lo aceptas, no vengas”, sentenció la dependienta.
Cary no quiso que le hiciéramos fotos —dijo entre risas— “para que no la confundieran” ¿con una lesbiana? Sin embargo, fue enérgica en la defensa de su clientela habitual. Hasta nos narró que han llegado allí ómnibus con excursiones de feligreses de iglesias cristianas: “nosotros lo manejamos, les explicamos antes de que vayan a entrar, para que no haya conflictos, para evitar que nadie se escandalice y disguste o alguien sienta que le están apuntando con el dedo”.
“También hay familias que vienen con niños, algunos padres que tienen el cerebro así — indicó con los dedos un tamaño pequeño— y les dicen ´no miren para allá´, en lugar de explicarles lo que es eso”, concluyó.
Un mundo compartido con respeto
La tranquilidad es lo que más le elogian a Mi Cayito. (Foto: Miguel Ángel Plasencia)
Visitan Mi Cayito con relativa frecuencia, “cuando tenemos oportunidad”. Frank González Hernández, Joel Pérez Rodríguez y Orestes González Estrada estaban en un recodo más apartado de la playa, lejos de la zona de mayor concurrencia, y fueron nuestros últimos entrevistados ya al filo del mediodía.
Parecían ser tres buenos amigos gais, dos de ellos quizás entre los 40 y los 50 años y el otro un tanto mayor. Dicen que son profesionales y les gusta ir allí —sin saberlo repiten el mismo argumento que el resto— por la tranquilidad. “Es lo que importa, lo demás lo buscamos nosotros”, insinuó con picardía Frank, quien asumió la voz cantante durante nuestro diálogo.
— ¿Qué es lo demás?, le pregunté indiscreto.
— Las relaciones personales, las amistades…
— En esta playa gais, lesbianas y trans somos mayoría… ¿qué les parece eso?
— Es bueno, en muchos países existen sitios así. Este es un lugar para personas humildes, profesionales, de bajos o altos ingresos, cualquiera puede venir. Cada cual está en su mundo y existe mucho respeto.
— ¿Alguna vez han visto aquí que rechazaran a alguien?
— No he notado nunca ningún rechazo. Si esta es una zona gay, quien es heterosexual y viene, tiene que aceptarlo. Aunque ya esa división de espacios para héteros, bi y homos está un poco de más; la sexualidad humana es muy compleja, y esos límites se van a ir eliminando, tú verás…
— ¿Y cuando vienen heterosexuales a Mi Cayito, las lesbianas, los gais y las trans les rechazan?
— No, para nada hay rechazo aquí hacia las personas heterosexuales.
— Gracias, y que disfruten de su día en la playa, me despedí.
Un servidor. (Foto: Miguel Ángel Plasencia)