Como si le hubieran esperando toda la vida para oírle hablar, este jueves se reunieron en el Salón de Mayo del Pabellón Cuba una multitud de personas para escuchar la voz y las palabras de Eusebio Leal Spengler.
El Historiador de la Ciudad de La Habana fue el último entrevistado del espacio “Encuentro con…” en la temporada de verano. Su interlocutora, la periodista Magda Resik, visiblemente emocionada por su invitado y la reacción de los presentes, expresó:
“Mientras más veo cuánto se quiere a Eusebio Leal, más orgullosa me siento de los años de trabajo que he vivido a su lado y que viviré”.
La charla comenzó por la ausencia momentánea de Leal en los últimos meses, y que ha generado preocupación en algunos. “¿Cuándo las dolencias del cuerpo lo tensionaron, qué bellezas del espíritu a su alrededor lo hicieron recuperar la fuerza?”, preguntó Resik.
El Historiador explicó que prefirió la incomunicación ante los rumores para evitar, precisamente, las especulaciones: “En medio de ellas surgieron momentos inefables de afecto, de personas muy queridas”. Regresar fue necesario entonces, “sobre todo cuando uno tiene responsabilidades y está acostumbrado a llevarlas al detalle: la lámpara que quedó encendida a las doce del día, el árbol que agoniza, la piedra que no se puso, todo eso es para mí una motivación diaria”.
“Ahora lo importante es volver a las esencias de los problemas de los que me he preocupado durante años. Y comenzar, como si comenzará de nuevo, que es lo más importante. Siempre comenzar de nuevo, cada día”, sentenció Leal.
Sobre la primera vez que se enamoró de La Habana, el Historiador de la Ciudad recordó los años en que la visitó siendo un niño, y aquellos en los que le tocó trabajar transitando sus calles a partir de agosto de 1959.
Cuenta que, de pequeño, entrar en esa parte de la ciudad, era como descubrir un mundo mágico, “en el cual influía la lancha de Regla que era próxima, los vendedores de frituras, los puestos… Me llamaron mucho la atención las proporciones desmesuradas. Cuando volví mayor, más consciente, esas proporciones me fascinaron. La Habana Vieja era la dimensión”.
Durante ese primer trabajo itinerante como inspector del Ayuntamiento de La Habana, un joven Leal conoció desde las casas de alta alcurnia, los palacios, hasta los barrios más distantes y pequeños, y todo eso le permitió descubrir las bellezas de La Habana toda: “por eso rechazo mucho la idea de estar encerrado en La Habana Vieja como si esa fuera mi única preocupación”.
“Un hombre que tanto ha querido a La Habana, ¿cómo la sueña para nosotros, cómo debiéramos ser para que La Habana sea?”, indagó Resik. “Es un sueño mío, pero compartido con todos los que la quieren, la quisieron y la querrán. Se habla todo el tiempo del velo de decadencia que cubre la ciudad, pero cuando este se rompe deja ver la maravilla, sea en lo que hemos defendido rabiosamente como la línea del Malecón, o en la Casa de las Tejas Verdes”, expresó el Historiador.
“No tenemos idea del valor del suelo. Vivimos en una isla que es pequeña. Siempre esperamos a orillas del mar lo que ha de venir, pero también el espacio que ocupamos es fundamental. Por eso luchamos tanto por defender las cosas, de ahí que es tan importante detener la expropiación sistemática de las personas, sin que por eso me proponga coartar la libertad de los cubanos. Mucho se ha luchado para alcanzar esos espacios”, afirmó.
El Historiador citó el esfuerzo de crear la Plaza Vieja, “un ideal de ciudad”. Hoy el espacio acoge en los anteriores hogares de los vecinos, sólo negocios y emprendimientos particulares. Ante esto, Leal reconoció que está bien que las personas, ante una necesidad, tomen decisiones, pero de no detenerse esa práctica, ante el dinero brutal que la respalda, “lo perderíamos todo”.
En su siguiente pregunta, Magda se refirió a la responsabilidad ciudadana, un llamado constante del Historiador ante el maltrato de monumentos y espacios públicos. Desde la televisión y la radio se ha escuchado su voz hacia el compromiso con el entorno urbano, la arquitectura y el patrimonio cubano.
El también director de la Red de Oficinas del Historiador y Conservador de la Ciudad, reconoció que esa conciencia estaba antes representada en la figura pública, luego en las escuelas, y finalmente ha llegado a esa institución fundamental que es la familia. Pero lo que realmente necesitamos es “conocernos a nosotros mismos, saber quiénes somos”, y para saber hay que indagar no sólo en el pasado de la familia sino también del país.
“Saber quiénes somos y de donde venimos es un ejercicio de conocimiento”; solo así podremos sentir que “tenemos raíces en el suelo, y a partir de ese reconocimiento de nosotros mismos, es posible pensar en el patrimonio común”.
El Dr. Leal llamó a que no se puede vivir pensando que el pasado fue mejor. Tal como existe el límite de aquello que le pertenece a otros, también existe el límite de los que nos pertenece a todos: un parque, un jardín, una estatua o un monumento.
En sus palabras recordó el constante debate de la apropiación libre y desmedida de los símbolos nacionales, como es el caso de la bandera. “No estoy de acuerdo con eso”, enfatizó. “No estoy de acuerdo con que la bandera cubana sea un delantal”. Dicho esto, el público presente arrancó en aplausos y ovaciones. El Historiador hacía un llamado a una práctica que hemos tendido a imitar de países industrializados: la mercantilización de nuestros símbolos patrios: “Como voy a pensar que es la misma bandera que reverencian los niños en las escuelas, que cubre el féretro de un intelectual o un soldado, que el deportista levanta cuando alcanza para su patria y su familia un gran logro. No podemos imitar lo que está mal hecho (…) Por esa vulgarización comienza un deterioro de los valores”.
“Cuando hablamos del patrimonio, sea material o intangible, mientras se es más conservador se es más vanguardista. Es en lo único. Hay que tratar de preservar”, afirmó Leal Spengler.
No faltaron las preguntas esenciales, los poemas y las anécdotas, las risas que desbordan algunos de sus comentarios jocosos. Eusebio Leal es un hombre excepcionalmente corriente, amante de la historia y de sus grandes hombres y mujeres, alumno de Emilio Roig de Leuchsenring y como él, develador de misterios, como cuando encontró el diario perdido del Padre de la Patria Carlos Manuel de Céspedes, y descubrió en sus páginas al verdadero héroe, al ser humano.
“En usted representamos mucho de lo que un patriota cubano debería ser”, confesó Magda Resik. “¿Pero qué es ser patriota?”. El Historiador, con su sencillez habitual, respondió: “Es una carga muy pesada arriba de cada uno, porque la cubanía es un sentimiento que puede sentirse en cualquier ángulo de la tierra donde uno enfoca el lar patrio, el lugar donde nació. Una cosa es nuestro país, una tierra, una isla. Lo segundo es el concepto Patria, un poema por el cual tanto se luchó; y lo tercero, una nación, el estado de derecho, los símbolos nacionales, la vida en común, respetándole a cada cual su espacio pero unidos por una convención, un sentimiento de ser una nación”.
“Debemos admitir esa cubanía en sus luces y en sus sombras, en sus defectos y virtudes. El concepto de Patria no admite naufragio ni olvido. Es como la relación del ser humano con la madre, que lo excede todo. El vínculo misterioso que también tenemos con nuestra Patria. Por eso es muy importante la memoria. Cuando se siente amor hacia las piedras mohosas del Valle de Viñales, el Cauto precioso, la filiación hacia lo que es indudablemente nuestro, entonces la Patria es una realidad”, finalizó.