Por TOMAS MUNITA , MAURICIO LIMA y AZAM AHMED
5 de diciembre de 2016
Las cenizas de Fidel Castro fueron llevadas por una caravana motorizada por la isla de Cuba.CreditMauricio Lima para The New York Times
Tras la muerte de Fidel Castro, el gobierno de Cuba decretó nueve días de duelo nacional, periodo que terminó con el funeral del líder político este domingo en Santiago de Cuba. Algunos fotógrafos de The New York Times atravesaron la isla para capturar en imágenes los sentimientos de los cubanos que empiezan a pensar cómo cambiará su vida sin Fidel.
Estudiantes se reúnen afuera de la Universidad de La Habana. CreditMauricio Lima para The New York Times
Los cubanos reaccionaban emotivamente al paso de la caravan motorizada con las cenizas de Fidel Castro.CreditTomas Munita para The New York Times
Por naturaleza, La Habana es una ciudad ruidosa. Conversaciones, bocinazos y música se mezclan entre sí para crear una banda sonora imposible de ignorar. Pero la muerte de Castro produjo un extraño silencio.
El gobierno prohibió las bebidas alcohólicas, las fiestas y la música a todo volumen, lo que dejó a la ciudad muda, sin melodía e ímpetu.
Para muchos cubanos, la muerte de Castro se sintió como la partida de un padre, aunque la relación fuera complicada. Durante los 50 años que estuvo en el poder, Castro aportó al desarrollo de la isla e introdujo atención médica sin costo y educación gratuita, aunque su mandato también incluyó la privación económica y restricciones a la libertad.
Las contradicciones de la Cuba de Castro eran evidentes durante el duelo por su muerte. Cada generación expresó un sentimiento distinto. Algunos lloraban con dolor genuino mientras otros no expresaban tristeza, aunque respetaron el silencio, ya sea por miedo, deferencia u obligación social.
Castro, una figura emblemática, aún exige reverencia.
Los estudiantes fueron transportados a sus casas por camiones una vez que la caravana con las cenizas había pasado. CreditTomas Munita para The New York Times
Una imagen de Fidel que se encuentra en todos lados; aquí en una peluquería en La Habana.CreditTomas Munita para The New York Times
Esperando el paso de la caravana con la cenizas de Fidel en el camino a Santiago de CubaCreditTomas Munita para The New York Times
El miércoles pasado, las cenizas de Castro se embarcaron en un viaje que dibujaba, al revés, el camino de la Revolución que él lideró en 1959. Los pueblos y caseríos sobre la ruta quedaron vacíos mientras caravanas de camiones llevaban a miles de personas a observar, así fuera de lejos y de pasada, los restos de Castro.
Los cubanos se despertaron antes del amanecer y se retiraron tras la puesta de sol, después de formar líneas interminables y perfectas. Sus caras, solemnes.
En la Cuba rural, no se sentía el mismo cinismo o la presión del Estado que se respiraba en La Habana.
La Revolución llevó los beneficios urbanos, como doctores y profesores, a las zonas rurales más pobres. Era evidente que estudiantes y campesinos compartían una devoción generada por la admiración a los ideales y valores de Castro y, sobre todo, por el sentimiento de respeto propio que inculcó en su gente.
Cubanos de regreso a sus poblaciones después de haber visto la caravana con las cenizas de Fidel CreditTomas Munita para The New York Times
Esperando a la caravana motorizada en Bayamo CreditTomas Munita para The New York Times
Una cancha de baloncesto en La Habana CreditTomas Munita para The New York Times
Las lágrimas al paso de la caravana con las cenizas de Fidel CreditTomas Munita para The New York Times
La gente vitoreaba mientras esperaba en la Plaza de la Revolución CreditMauricio Lima para The New York Times
Un mercado de verduras en La Habana CreditTomas Munita para The New York Times
El sábado, en la Plaza de la Revolución de Santiago de Cuba, donde todo empezó, el ambiente era cálido. Las personas disfrutaban de la compañía de sus paisanos, amigos y familiares, una conexión humana sin la distracción de selfis ni redes sociales.
El entierro de Castro sucedió el domingo en la mañana; sus restos descansaron en la tierra más revolucionaria de todas, donde él comenzó su gesta. Compatriotas viejos y jóvenes, estudiantes, soldados y funcionarios llegaron hasta allá. Cuando terminó la procesión, una quietud imperaba en la multitud.
Pero el estribillo del viaje era el mismo. Lo que había flotado en los cantos de los cubanos y en sus camisas y banderas emergió ahora sin necesidad de palabras: “Yo soy Fidel”.
Los dolientes llevaban imágenes de Fidel Castro CreditTomas Munita para The New York Times
La caravana motorizada con las cenizas de Fidel Castro cuando llegaban a Santiago, el final del trayectoCreditTomas Munita para The New York Times
Cubanos esperando en la Plaza de la Revolución el final de la ceremonia, en SantiagoCreditTomas Munita para The New York Times
Un hombre descansando al final del día en La Habana vieja CreditTomas Munita para The New York Times