Mi blog sobre Economía

martes, 4 de julio de 2017

Récords imposibles de ser borrados (final)

Granma aborda las marcas establecidas en el área del pitcheo acontecidas en el béisbol cubano


4 de julio de 2017 21:07:42



El derecho pinero Carlos Yanez se mantuvo 28 años en el montículo. Foto: Ricardo López Hevia

Si recientemente pudimos comprobar lo difícil que resulta borrar muchos de los récords en el béisbol cubano correspondientes al área de bateo, ahora hablaremos de las marcas reinantes en el pitcheo, que a mi modo de ver son mucho más complicadas a la hora de dejarlas atrás.

Ante todo el béisbol moderno, el que se juega en nuestros días, es más ofensivo, debido al empleo de una pelota de mayor bote, terrenos menos espaciosos, bateadores de gran talla y peso protegidos por cascos, tobilleras y guantillas.

A principios del siglo XX era común ver a un lanzador mantenerse las nueve entradas en el montículo. Así, Cy Young, un miembro del Salón de la Fama, trabajó más de 400 innings cinco veces en su carrera y más de 300 entradas en otras 11 campañas, lanzando más de 50 juegos en una temporada. Algo impensable en nuestros tiempos, con relevistas, acomodadores y cerradores que limitan la actuación de un abridor a seis o siete capítulos como máximo.

A esto hay que sumarle la limitación de lanzamientos existente desde tiempo atrás en la pelota cubana, con 100 o 120 envíos por salida, en aras de cuidar el brazo de los serpentineros. Todo esto conspira contra el establecimiento de marcas y hace que las vigentes perduren.

AQUINO ABREU, EMILIO SALGADO

Ha transcurrido más de medio siglo desde aquel 16 de junio de 1966 cuando el derecho de Loma Grande en San Fernando de Camarones, Aquino Abreu, dejó sin jits ni carreras a Occidentales y nueve días después hizo lo mismo ante 
Industriales. Solo otro lanzador, Johnny Vander Meer, de los Rojos de Cincinatti, tiene en su haber semejante hazaña, en 1938. Lo sobresaliente, según declaró el propio Aquino, es el haber tirado ambos partidos con dolores en el brazo.

¡Increíble!

Un tirador de gran velocidad, el estadounidense Nolan Ryan, consiguió siete cero jits, cero carreras en su vida deportiva… pero ninguno de forma consecutiva. Puede Aquino Abreu dormir tranquilo, nadie lo va a igualar.

De la misma forma, un pitcher ya fallecido, el pinareño Emilio Salgado, trabajó en 230,1 entradas en una época muy lejana, 1969, en la octava Serie Nacional de 99 juegos. Eran otros tiempos, de tal manera que en las últimas cuatro temporadas nadie ha pasado de los 156 capítulos y estoy seguro que la plusmarca de Salgado llegará al medio siglo de vida. Salgado comparte también con el santiaguero Roberto Valdés otro récord imborrable, el de 20 juegos completos. Ni soñar con igualarlo, en las últimas cuatro temporadas nadie ha pasado de los seis.

OTROS HITOS

Meritoria fue la faena del reglano Manuel Hurtado allá por el año 1970 frente a un conjunto matancero, al retirar a diez bateadores consecutivos por la vía de los strikes. El rival número 11 elevó al cuadro y, acto seguido, el capitalino estrucó a otros dos bateadores. Doce ponches en 13 oportunidades, otra de las marcas a punto de cumplir 50 años de vida.

Pero si de ponches se trata existen otros dos registros casi imborrables. Los 263 estrucados propinados por el espirituano Maels Rodríguez en la Serie 40 con 178,1 entradas lanzadas, a 1,48 por inning, quien también tiene en su haber el único juego perfecto en Series Nacionales, el 22 de diciembre de 1999 ante Las Tunas. También se cuentan los 22 outs por la vía de los strikes propinados por el vueltabajero Faustino Corrales, el 20 de diciembre del 2000 a los holguineros. Solo cinco outs les dejó el zurdo de Mantua a sus compañeros, en una fría noche en el Capitán San Luis donde, al decir de los rivales «tenía la curva endemoniada».

¿Se imagina usted a un lanzador promediando 0,37 en 72,1 entradas? Eso consiguió Ihosvany Gallegos en la XI Serie (1972) al permitir solo tres carreras limpias vistiendo la franela de Industriales, algo inigualable en esta era de ofensiva desenfrenada y bola viva. 
En el capítulo de victorias hay mucha tela por donde cortar. En la xxxvII Serie un lanzador del equipo Habana nacido en La Maya, José Ibar, estableció una marca al ganar 20 juegos, dejando atrás los 19 conseguidos por Braudilio Vinent en 1973. Al año siguiente Ibar obtuvo 18 triunfos más para implantar otro récord, 38 victorias en dos campañas consecutivas. Y no olvidemos las 257 victorias de Pedro Luis Lazo, inalcanzables por un buen tiempo pues el lanzador activo más ganador es Jonder Martínez, con 159 después de 20 Series y con 38 años.

También defendiendo los colores del desaparecido Habana, un zurdo oriundo de Alquízar dejó boquiabierta a toda la afición al ganar juego tras juego hasta sumar 15 sin la sombra de un revés en la 47 Serie Nacional. Yulieski González puede estar tranquilo pues no se vislumbra el tirador capaz de echar abajo su impresionante marca, ayudado por la ofensiva de sus compañeros.



Pedro Luis Lazo: sus 257 victorias constituyen un hito en el béisbol cubano. Foto: Ricardo López Hevia

No podía faltar un astro como José Antonio Huelga. En sus 871 y un tercio de inning lanzados el Héroe de Cartagena promedió 1,50 de PCL y solo permitió nueve jonrones, un envidiable promedio de 0,09 por encuentro, algo sencillamente de otra galaxia. Y en estos tiempos donde el descontrol de nuestros lanzadores provoca más de un comentario, sirva de buen ejemplo el camagüeyano Luis Campillo, pues en sus 16 años de carrera Campillo solo regaló 260 transferencias en 1 707 entradas de labor, a un promedio de 1,37 bases por cada partido. No era una buena táctica salir a esperarle lanzamientos al derecho agramontino.

BRAZOS DE HIERRO

No impresionaba por su físico —1,73 de estatura y 70 kilogramos de peso—, ni poseía una recta supersónica ni una curva de 12 a seis (como las manecillas de un reloj) pero suplía esas carencias con un amor por el béisbol y por la camiseta de su equipo, los Piratas de la Isla de la Juventud.

Carlos Alberto Yanez es el hombre de hierro de la pelota cubana. Solo con decir que jugó en 28 temporadas consecutivas basta y sobra. Yanez finalizó su carrera a los 45 años con unos cuantos lideratos de por vida, a saber: juegos lanzados (714), iniciados (504), entradas (3,836.1), además de ser segundo en victorias con 235. Todas esas son marcas virtualmente imborrables; necesitan de mucha fuerza de voluntad pues mantenerse lanzando durante cuatro décadas (Yanez debutó en 1983 y dijo adiós en el 2011) resulta algo verdaderamente extraordinario.

Yanez no ha sido el único con lideratos históricos impresionantes. Uno de los mejores serpentineros cubanos de todos los tiempos, Braudilio Vinent, el Meteoro de La Maya, completó 265 juegos en su carrera de 20 años y, de ellos, 63 fueron por la vía de las lechadas. Puede estar seguro el estelar derecho santiaguero de que ambos logros perdurarán en el tiempo.

Como verán, si difícil es el superar una marca de bateo, mucho más complicado resulta echar abajo un récord en el área de pitcheo. El béisbol ha cambiado mucho en los últimos 50 años.

Fuerzas Armadas de Venezuela cierran filas contra la violencia

Publicado en julio 4, 2017  LA LUCHA SIGUE


La Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) está unida contra aquellos que quieren llenar de violencia a Venezuela, afirmó hoy el general Vladimir Padrino, ministro de Defensa.

Según reporta Prensa Latina, el oficial publicó un video en la red social de Twitter, donde asegura que la FANB es ‘una sola en rebeldía contra el imperialismo, contra la oligarquía y en rebeldía contra aquellos que quieren llenar de violencia a nuestra amada Venezuela’.

Padrino subrayó además, que las fuerzas armadas bolivarianas ‘están destinadas a servirle siempre al pueblo y nunca a la oligarquía ni al colonialismo’.

Agregó que la FANB continúa preparándose para rendir honor a los héroes de la independencia, durante el desfile que se realizará este miércoles, con motivo de los 206 años de la independencia de Venezuela.

ACN

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Para entender a Donald Trump


Jesús Arboleya • 4 de Julio, 2017



LA HABANA. Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos con la oposición de los dirigentes de su propio partido, sin el respaldo de los principales grupos económicos, frente a los ataques de la gran prensa y con el voto en contra de la mayoría del electorado.

Tal enajenación de los mecanismos básicos del sistema, de por sí aquejado por la polarización política y el descrédito de sus componentes, se vio reflejado de manera inevitable en la composición y el funcionamiento del gabinete, así como en sus relaciones con el resto del aparato estatal.

El equipo de gobierno, conformado a contrapelo de criterios tradicionales de selección y los temores de posibles candidatos, quedó finalmente integrado por una mezcla bastante ecléctica de ideólogos conservadores fundamentalistas, grandes empresarios, militares retirados y parientes cercanos, quizás los únicos en que el presidente parece confiar realmente.

Estas personas no están aglutinadas alrededor de visiones y proyectos comunes, lo que explica la imagen de caos, las divisiones y los conflictos intestinos que han caracterizado los primeros meses de la administración Trump.

También ha tenido expresión en las relaciones con el Congreso. A pesar de contar con la mayoría republicana en ambas cámaras, Trump ha sido incapaz de articularla en función de sus principales propuestas y ninguna de sus iniciativas legislativas ha sido aprobada por este cuerpo político, al menos hasta el momento.

A todo esto se suma el asedio mediático proveniente de los principales órganos de prensa, así como la puesta en marcha de varias investigaciones relacionadas con asuntos de seguridad nacional, dígase los supuestos vínculos ilegales con Rusia, o posibles actos de corrupción, debido al papel de sus empresas en el mercado mundial.

En estas condiciones, la política doméstica de Donald Trump se ha resumido en tratar de alcanzar cierto nivel de consenso con la clase política que tanto criticó en su campaña. Ello explica la reversión de algunas de sus propuestas y la afanosa búsqueda de aliados, especialmente dentro de los congresistas republicanos, enfrascados en sus propias divisiones internas.

La política exterior es, en buena medida, rehén de esta situación, y muestra las mismas indefiniciones. Hasta hoy, no es posible identificar una doctrina de política exterior que sirva de guía a las acciones de esta administración, de ahí la falta de coherencia, incluso las contradicciones, que emanan del discurso y las acciones del propio Trump y sus principales funcionarios.

Cuba es un buen ejemplo de lo tóxica que puede ser esta dinámica. Más allá de la obsesión de renegar de todo lo hecho por el anterior presidente, un factor no exento de racismo que unificó al electorado blanco republicano, no existe una sola razón que justifique el distanciamiento de la política diseñada por Barack Obama hacia la Isla. Así lo comprendió el propio Donald Trump al principio de su campaña y se expresó con escasas reservas.

Más tarde cambió de opinión. Primero, para ganar el apoyo de los electores cubanos más conservadores en el sur de la Florida. A la larga, no fue un voto determinante, ni siquiera mayoritario en la comunidad cubanoamericana, pero en las condiciones de la campaña, sobre todo en el momento de las primarias, importaba desde el punto de vista simbólico, dado que sus principales oponentes eran cubanoamericanos conservadores.

Ya al frente del gobierno llegaron los problemas con el voto republicano en el Congreso para aprobar sus iniciativas, así como las investigaciones, que incluso amenazan con la posibilidad de un impeachment.

Debido a esto, los congresistas cubanoamericanos adquirieron un valor especial. De manera particular importaba Marco Rubio, un senador destinado a mantenerse en el puesto durante los próximos seis años, que forma parte del Comité de Inteligencia, a cargo de estas investigaciones, y que durante la campaña recibió el apoyo de algunos de los más importantes financistas republicanos.

Rubio se dejó querer y ofreció su apoyo a cambio del compromiso de revertir la política hacia Cuba. No lo hizo porque ello represente el interés mayoritario de los electores cubanoamericanos, tampoco lo creo aferrado a un sentimiento patriótico, sino porque es una manera de recuperar el peso que la derecha cubanoamericana tenía respecto al tema cubano y América Latina en general. Fue como un perro orinando para marcar su territorio. Lo que Rubio buscaba era el reconocimiento de su influencia a escala nacional y contra ello conspira una política de acercamiento con Cuba.

Simplemente fue un ejercicio de política doméstica, donde Trump vendió las relaciones con Cuba, a cambio de apoyos que consideró convenientes para su gobierno, incluso para su propia supervivencia. No fue un gesto de fuerza, sino una manifestación de debilidad, lo que no deja de ser muy peligroso.

Le debe haber parecido buen negocio, porque Cuba no entra en sus prioridades políticas y pensó que podía ponerla en subasta. Incluso pudiera pensar que no vendió la sustancia del producto y lo hecho es reversible, si mañana el businessaconseja otra cosa. Para entenderlo hace falta una contadora.

Sin embargo, como toda política requiere de una racionalidad, dentro de su gobierno existen personas que pudieran aprovechar un acto oportunista para llenar el vacío doctrinal con sus visiones ideológicas. Ya el vicepresidente Mike Pence, un fanático conservador con una manifiesta vocación intervencionista, anda hablando de “responsabilidades regionales”, para explicar la política de Estados Unidos hacia Cuba y Venezuela.

A eso sí vale la pena ponerle atención. Importa más que el espectáculo del rubio grande paseándose por el escenario miamense como pavo en el corral, para recibir la adulación desenfrenada de un grupo de hispanos, que evidentemente le gustan un poco más que el resto. Quizás por la fantasía de Bahía de Cochinos, cuya verdadera historia evidentemente no le han contado.

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