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domingo, 17 de junio de 2018

Así murió el Generalísimo

Publicado: Sábado 16 junio 2018 | 08:45:44 PM

Autor: Ciro Bianchi Ross
digital@juventudrebelde.cu



Máximo Gómez, el Generalísimo. Autor: LAZ 

Invita Máximo Gómez a su esposa Manana a visitar Santiago de Cuba y la propuesta llena de júbilo a la familia pues los acompañarán sus hijas Clemencia y Margarita. Quiere el viejo guerrero abrazar a su hijo Maxito, a Candita, la esposa de este, y a los pequeños nietos; y, de paso, que sus hijas conozcan la bella capital oriental. Ese es el motivo visible del viaje. Abriga además el General una segunda intención: impugnar los planes reeleccionistas del presidente Tomás Estrada Palma y promover la candidatura presidencial del general Emilio Núñez. Corría el mes de mayo de 1905. Pocas semanas después, el 17 de junio, hace hoy 113 años, el General en Jefe del Ejército Libertador era cadáver. El Napoleón de la Guerrilla, como lo llamaron los ingleses, el hombre que había desafiado a la muerte en unos 235 combates sin sufrir más que dos heridas, moría en su cama fulminado por la septicemia.

En los tiempos precedentes al viaje ha estado alejado de la vida pública. El sueño cubano de libertad e independencia se frustró por la ocupación militar que siguió a la intervención norteamericana en la guerra contra España, y él se erige, ya en la paz, como un factor de unidad y equilibrio, ajeno al desempeño de cualquier posición política, incluso la Presidencia de la República, que rechazó de manera tajante. Pero la intransigencia y los desplantes del Gobierno lo mantuvieron momentáneamente apartado hasta que lo sacaron de su retiro los propósitos del Presidente de prorrogarse en el poder. De vuelta a la brega, asiste a juntas y hace declaraciones. Ve el descontento popular e intuye la convulsión que se avecina. Dice a sus íntimos: «Siento barruntos de Revolución».

Enfermo de popularidad

Necesita por otra parte ese viaje. Los años de guerra y el duro y largo peregrinar por tierras americanas resintieron su cuerpo de acero. Las privaciones, la vida a la intemperie, y las largas cabalgatas hicieron mella en su organismo. Siente que le faltan fuerzas y bien merece un descanso al lado de su familia. Sigue siendo un ídolo, y la plácida estancia en Santiago de Cuba le reafirma, como si acaso lo necesitara, que su arraigo y ascendencia están intactos y siguen siendo enormes. La gente le cierra el paso en la calle. Todos quieren verlo y saludarlo. Una noche se queja el General de un dolor en la mano derecha, que tantos han insistido en estrechar en las jornadas precedentes. Un dolor que se manifiesta justo en el sitio donde días antes se hizo una pequeña herida. El malestar tolerable y aparentemente pasajero y sin importancia, se complica. Hay infección y sobreviene la fiebre, y se dispone de inmediato el regreso a La Habana. Así lo determina el doctor José Pareda, su médico de cabecera, que lo acompaña, y que ha diagnosticado una pihoemia. En verdad, el mayor general Máximo Gómez ha enfermado de popularidad.

En un tren especial sale hacia La Habana el ilustre paciente. Lo acompañan sus familiares, los doctores Pareda, Guimerá y Martínez Ferrer y una enfermera, y los generales Valiente y Nodarse, del Ejército Libertador. Como el médico principal que lo asiste ha indicado que no se le lleve a su casa de la calle Galiano, que el pueblo le regaló, su hijo Urbano se ha anticipado para las gestiones pertinentes, pero el Gobierno, que vota un presupuesto para cubrir los gastos que reporte la enfermedad, alquila, para que viva o muera en ella, la residencia de 5ta. esquina a D, en el Vedado, cercana al mar, ocupada hasta poco antes por la legación alemana, y que se amuebla convenientemente.

Gómez nada tiene y nada pide. No aceptó la paga que le hubiera correspondido como Mayor General. Precisamente su negativa a respaldar el empréstito que garantizaría el licenciamiento de los mambises, le había traído, en 1899, la animadversión de la Asamblea del Cerro que terminó destituyéndolo como General en Jefe del Ejército Libertador y donde no faltaron voces que le echaron en cara su condición de extranjero, lo conminaron a marcharse y llegaron a pedir incluso su fusilamiento. Lo que cobró por la venta de sus propiedades en Santo Domingo debió emplearlo en honrar sus deudas. No ha sido nunca hombre de excesos. Durante la guerra, a la hora del rancho, su comida era la misma que la del último soldado; dispuesto a compartir el pedazo de jutía o alguna de las cañas de azúcar que en un canutillo mantenía siempre cerca de sí. Atadas a la montura llevaba sus únicas propiedades: un costurero con hilo y agujas, el álbum con las fotos de sus hijos y el jarrito para el agua y el café.

Con honores de jefe de estado

En Matanzas, abordan el tren miembros del gabinete de Estrada Palma. Son los generales Fernando Freyre de Andrade y Juan Rius Rivera, secretarios (ministros) de Gobernación y Hacienda, respectivamente. También el secretario de Obras Públicas, Rafael Montalvo, el secretario del Presidente, el Gobernador de La Habana y Domingo Méndez Capote, presidente del Senado y rector del gubernamental Partido Moderado. Sube también al tren el general Emilio Núñez. Acompañarán al enfermo hasta La Habana. En la capital, una multitud compacta lo espera en la estación ferroviaria de Villanueva (donde está el Capitolio) pero en la Quinta de los Molinos el tren hace una parada para que desciendan los viajeros. Los espera uno de los ayudantes de don Tomás y en coche, se trasladarán al sitio escogido.

El General empeora por horas. Sube la fiebre, desvaría, los escalofríos son insoportables. Persiste la debilidad general y se detecta un absceso hepático a punto de supurar. El día 11 su estado era ya de gravedad extrema y Gómez estaba consciente del final irremediable. El 12, por la noche, lo visitó el general Emilio Núñez, uno de los pocos que tuvo acceso en todo momento a la alcoba de paciente.

—Se te va tu amigo —dijo. Núñez rompió a llorar y Gómez tuvo fuerzas aún para consolarlo.

El 17, por la mañana, el guerrero se despidió de su esposa y de sus hijos. A las cuatro llegan a visitarlo el secretario (ministro) de Gobernación y el jefe de la Guardia Rural, general Alejandro Rodríguez. No es una mera visita de cortesía, sino una negociación. Se interesan por saber si la familia estima oportuna la visita del presidente Estrada Palma, aquel hombre a quien Gómez llamaba Tomasito y del que lo han separado sus arbitrariedades y ambiciones. A esa hora, el General da una orden, la última de su vida. Antes de caer en un letargo del que no saldría ya, dice a los que lo rodean:

—Lo reclamo. Si estoy muerto, enterradme, caballeros.

Faltan 15 para las seis cuando arriba el mandatario a la casa de 5ta. y D. El paciente había entrado ya en agonía. A las seis en punto de la tarde, el doctor Pareda da la noticia, no por esperada menos dolorosa. Dice: «Señores, el General ha muerto».

El cadáver fue medido y los escultores Fernando Adelantado y Miguel Meleros hicieron sendas mascarillas mortuorias. Se embalsamó el cuerpo y se colocó en la sala principal de la casa.

A las 11:30 de la noche el Senado, en sesión extraordinaria, declaraba luto nacional los días 18, 19 y 20 de junio, y establecía que los cuerpos armados guardaran duelo oficial durante nueve. Disponía que las honras fúnebres tuvieran carácter nacional y votaba un presupuesto de hasta 15 000 pesos para los gastos del sepelio. El cadáver sería velado en el Salón Rojo del Palacio Presidencial (antiguo de los Capitanes Generales) y se tributarían al difunto las honras correspondientes a un Presidente de la República. Poco después se reunía la Cámara de Representantes y aprobaba, también por unanimidad, el proyecto del Senado que, sancionado por Estrada Palma, se convertía en ley y se publicaba de inmediato en una edición extraordinaria de la Gaceta Oficial. Mientras, el Presidente de la República daba a conocer una Proclama al país:

«El mayor general Máximo Gómez, General en Jefe del Ejército Libertador, ha muerto. No hay un solo corazón en Cuba que no se sienta herido por tan rudo golpe; la pérdida es irreparable. Toda la nación está de duelo, y estando todos identificados con el mismo sentimiento de pesar profundo, el Gobierno no necesita estimularlo para que sea universal, de un extremo a otro de la Isla, el espontáneo testimonio, público y privado, de intenso dolor».

Se difunde la noticia. Cuba entera está de luto. Consternado, el pueblo llora y se aglomera frente a la casa. También llora Manana en una de las habitaciones, desconsolada por el golpe demoledor. Minutos después de la hora convenida, los hijos de Gómez —Máximo, Urbano, Bernardo y Andrés— cargan el féretro en hombros y lo sacan a la calle.

Cubren el ataúd, en el Salón Rojo, las banderas de Cuba y de Santo Domingo. Acude el Gobierno en pleno, se hacen presentes los parlamentarios, altos oficiales del Ejército Libertador, las clases vivas… ¿Y el pueblo? Clemencia se percata que el cadáver permanece aislado de los sectores humildes y reclama su presencia. Pregunta airada: «¿Dónde está ese pueblo que liberó mi padre?». Es entonces que comienza el desfile de los desposeídos, interminable.

El erudito dominicano Pedro Henríquez Ureña, testigo de los hechos, escribiría:

«Estaba prohibido hacer música y no se oía vibrar un piano ni sonar uno de los muchos fonógrafos de La Habana. Cada media hora, durante tres días, disparaba el cañón de la fortaleza de La Cabaña; y cada hora tañían las campanas de los templos. Cerrados los teatros, las oficinas, los establecimientos, ofrecían las calles llenas de colgaduras negras y banderas enlutadas, un aspecto extraño con las multitudes que discurrían convergiendo hacia el Palacio».

La Isla quedó paralizada. El sepelio más grande

A las tres de la tarde del martes 20 de junio, al toque de 21 cañonazos, sale el cortejo fúnebre desde el Palacio Presidencial con destino a la necrópolis de Colón. Es el sepelio más grande que se haya visto en Cuba hasta ese momento. Veinte carruajes y dos largas hileras de personas se requieren para trasladar las ofrendas florales. Hay alteraciones del orden en Galiano y San Rafael y en Reina y Belascoaín porque la multitud insiste en llevar el féretro en hombros y en esos lugares, y también en el cementerio, la fuerza pública trata de controlar la muchedumbre a golpes. Por suerte, los ánimos se calman cuando José Cruz y Juan Barrena, los cornetas de siempre del General, tocan silencio y generala, el toque que tantas veces acompañó los combates en la manigua insurrecta. Los generales mambises Bernabé Boza, Emilio Núñez, Pedro Díaz y Javier de la Vega sacan el ataúd del carruaje que lo condujo a la necrópolis y lo depositan en la fosa.

No hubo despedida de duelo.

(Fuentes: Textos de Minerva Isa y Eunice Lluberes; Eduardo Robreño y José M. González Delgado)

Lula rechaza canje de su libertad por la renuncia a la candidatura

17 junio 2018 | Categorías: Altermundismo, Internacional, Latinoamérica, Opinión | |



Lula cuenta siempre que tenía unas ganas enormes de comer una de esas manzanas argentinas que nos llegaban desde Mendoza, con un lindo envoltorio azul. Que sus amigos comían, que no le costaría nada agarrar una y salir corriendo, porque no tenía plata para comprar. Pero que no lo hacía por el miedo de que su mamá pase vergüenza por haber robado algo. El suele decir que lo mejor que ha heredado de su mamá, Dueña Lindu, analfabeta de por vida, fue su carácter, lo que no se compra en los shopping centers, sino que se hereda de la formación original. Muy pobre, recién llegado luego de un viaje de 13 días de “pau-de-arara”(1) desde el nordeste, con sus 8 hermanos y su mamá, vistiendo la misma ropa, porque no tenían otra, Lula cuenta que solo tomó, por primera vez, café con leche a los 7 años, para dar una idea del nivel de pobreza en que vivían. Trabajó como lustra botas, como office-boy, entre otras actividades, antes de ser escogido por la familia para formarse e intentar sacarlos de esa extrema miseria. Fue a partir de ahí que se dio su formación como tornero mecánico.Menciono esto porque de nuevo el carácter de Lula vuelve a mostrarse con toda su fuerza. Preso político, con condena sin pruebas ni crimen cometido, Lula manifiesta a todos quienes lo visitan su absoluta indignación por la situación que enfrenta, ya hace más de 2 meses. La semana pasada una escena surrealista pudo ser vista por los brasileños. Convocado a prestar declaración en un proceso de un gobernador, Lula apareció luciendo un traje y su corbata de Presidente de Brasil, con los colores verde y amarillo, como él siempre ha utilizado. Habló, con toda su fuerza y su humor: cuando el juez dijo que ya había hecho campaña por él, Lula lo invitó a participar de sus próximos comicios en su campaña a la presidencia de Brasil. Todos pudieron volver a ver su imagen, en el momento mismo en que las nuevas encuestas reiteran su favoritismo para triunfar en la primera vuelta de las elecciones presidenciales y que, en caso de que no pueda ser candidato, el 48% de las personas seguirían la indicación del nombre que él apunte.

Su candidatura fue lanzada, mediante un gran acto en Contagem, zona obrera cercana a Belo Horizonte, provincia de Buenos Aires, con la lectura de una Carta al Pueblo Brasileño que Lula ha enviado, reiterando su inocencia y su compromiso de candidatearse a la Presidencia de Brasil.

En ese momento, surge una propuesta indecente de un juez del Supremo Tribunal Federal, según la cual Lula podría obtener su libertad si renuncia a ser candidato. Una propuesta que confirma que se trata de un preso político, cuya libertad podría ser lograda si renuncia al favoritismo para ser elegido presidente de Brasil, razón de su prisión.

Lula, exhibiendo de nuevo su carácter, rechazó indignado la propuesta, diciendo que renunciaría a su candidatura si se presentara una sola prueba de que es culpable de algo. Como no lo han hecho, reiteró su disposición a ser candidato a la presidencia de Brasil.

Así, el 15 de agosto el PT presentará a Lula como su candidato a la Presidencia de Brasil. El Superior Tribunal Electoral tiene 30 días para juzgar la petición. En caso de se lo rechace, el mismo Lula, valiéndose de la extraordinaria influencia sobre el pueblo brasileño, que ninguna condena o prisión le quita, indicará un otro dirigente del PT para ser su candidato a la presidencia de Brasil, a ser elegido a comienzos de octubre. O si se confirma su candidatura, Lula triunfará en primera vuelta y volverá a ser Presidente de Brasil el primero de enero del 2019.

(1) método de tortura

- Emir Sader, sociólogo y científico político brasileño, es coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad Estadual de Rio de Janeiro (UERJ).