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martes, 8 de octubre de 2013

GIAP: "el nombre que sonaba a latigazo"

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GIAP: "el nombre que sonaba a latigazo"

(en las mejillas de las superpotencias)
Por Alexis Ponce
Fuentes: mi desvencijada memoria de viejas lecturas y agencias noticiosas en este día...

Antes de morir fue visitado por Lula y Chávez. Era conocida su profunda amistad con Fidel Castro. La versión en castellano de su célebre libro "Guerra del pueblo, ejército del pueblo", la prologó nada menos que Ernesto Che Guevara. Considerado un héroe nacional, luego de Ho Chi Minh es la segunda leyenda de Vietnam, y vivió 102 años. 

Eterno revolucionario, hace un año criticó un proyecto minero que, según él, destruiría un patrimonio natural de Vietnam y cuestionó al gobierno, su gobierno, por arrasar luego con un monumento histórico, patrimonio cultural de Hanoi, la capital. Perdió ambas batallas, pero siguió siendo la leyenda viva de Vietnam. 

Imaginen que en el 2013 viviera aún Eloy Alfaro en Ecuador, ¿sería, o no, una leyenda viva Don Eloy? Para los poderes mundiales adversos y las elites, posiblemente no. Si hasta "la Megan" les produce rabiosa urticaria y un odio visceral enfermizo, imaginen lo que les produciría tener que bancársela a un revolucionario histórico como Don Eloy, apoyando el proceso de cambios en Ecuador y convocando a una mayor integración de la Patria Grande... Eso fue Giap hasta el último de sus días: un monumento a la Independencia, en vida.

Giap peleó más de tres mil batallas, muchas las perdió, pero las que ganó, las ganó para siempre. Con sus ingeniosas tácticas el ejército guerrillero más sencillo y formidable del mundo, el Vietcong, expulsó a los arrogantes franceses de Vietnam tras la famosa batalla envolvente de Dien Bien Phu en 1954, y posteriormente derrotó al ejército mercenario del Sur y a los estadounidenses en abril de 1975, a través del copamiento clandestino, preparado durante meses y años previos incluso, y la infiltración silenciosa y paciente de miles de sus comandos en la capital del adversario, Saigón, hasta ordenar la batalla final y lanzarse con tanques al palacio de gobierno, mientras una bandera roja con una estrella de cinco puntas ondeaba frente a la embajada de los EEUU...

Nunca olvidé la imagen de los marines norteamericanos corriendo en la azotea de la embajada y lanzándose hacia los helicópteros, desesperados, asiéndose unos a otros, colgándose de las uñas, huyendo de Saigón, saliendo por la puerta trasera del país que desolaron sus bombarderos, su napalm, su agente naranja, sus tropas enloquecidas... 

Siempre consideré que esa imagen la debíamos agradecer a un pueblo sencillo y campesino de hombres y mujeres milenarios. Y... a Giap, "el nombre que suena a bofetada, a latigazo", como lo calificó Oriana Fallaci, la famosa periodista italiana.

Sus estrategias lúcidas y arrojadas son estudiadas hasta la actualidad por los altos mandos de los ejércitos de todo el mundo. Las FFAA brasileñas, con Lula y Dilma al frente de la nación, desde hace años forman a todos sus oficiales jóvenes, de tenientes coroneles para arriba, en la Escuela Militar de Vietnam que el guerrillero Giap fundara. Los militares brasileños saben el por qué: Si tarde o temprano van a tener que enfrentar a los EEUU por la defensa de la Amazonía, deben aprender el arte de la guerra en la selva, y eso lo sabe muy bien un solo ejército del mundo: el vietnamita. Es decir, el ejército de guerrilleros que lideró Giap.

Los militares franceses, arrogantes hasta en el fracaso, nunca aceptaron que un sencillo asiático de 1.58 de estatura, los venciera: "Lo de Dien Bien Phu, fue pura suerte", clamó la prensa occidental durante décadas. Los militares gringos lo odiaban tanto que Hollywood caricaturizó con sus Rambos y vengadores la derrota más impactante que hayan sufrido desde que los EEUU fueron fundados a finales del siglo 18. Este "último revolucionario de la vieja guardia", fue motejado por los occidentales, tan diestros en apodar a quienes desconocen por dentro, como "el Atila del Sudeste asiático", "el Ghengis Khan comunista" y "el Napoleón rojo". 

Hasta Oriana Fallaci, la periodista italiana devenida en retrógrada odiadora del Tercer mundo, tuvo que admitir en su legendaria entrevista a Giap, antes del triunfo vietnamita de Saigón, que él sostenía un terco ideal. Fue el único de sus famosos personajes de la historia entrevistados, que ella nunca pudo escrudiñar ni descubrir qué guardaban su mirada y sus ojillos astutos. 

Y le preguntó, al final, en son de reclamo, eurocéntrica ella: "¿Y cuánto más debe sufrir su pueblo, y hasta cuándo piensa seguir peleando contra la primera potencia de la Tierra, señor Giap?" 

Y el hombre con nombre que sonaba a bofetada, le contestó: "Los años que sean necesarios; estamos preparados, somos humildes, pero la libertad no tiene precio, señora. Estamos dispuestos a luchar 20 años, 50 años, 100 años  más si es preciso".

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