Mi blog sobre Economía

martes, 12 de noviembre de 2013

De músicos, poetas y emprendedores

Eileen Sosin Martínez
 
 

“Si miramos el concepto, la cultura lo es todo y, por tanto, la economía también forma parte de ella, y viceversa. Tienen una relación tan directa que se hace un campo muy atractivo”. Así explica Johannes Abreu, Doctor en Ciencias Económicas y especialista en industrias del arte, cómo los temas culturales se convirtieron en objeto de interés fundamental para él.

A su juicio, los vasos comunicantes entre ambas esferas demandan que las actuales transformaciones se lleven a cabo en paralelo, de modo integral y equilibrado.

¿Cómo pueden verse, cuáles serían esas industrias del arte en Cuba?

Eso está relacionado con la función social que cumplen los bienes y servicios derivados de este tipo de producción, con cómo las personas vemos la transformación social desde las expresiones artísticas. Las industrias del arte tienen que ver con todo el proceso, desde la creación hasta el consumo, y lo que ahí sucede en cuanto a intereses y decisiones de todos los actores que están participando.

Vemos industria como unión de funciones que utilizan determinadas tecnologías para satisfacer ciertas necesidades o consumos. Es un concepto global, aplicable a cualquier cosa, no es sinónimo de mercantilización o industrialización excesiva; es decir, aun cuando los procesos tengan una finalidad social, son procesos industriales.

En Cuba existe un complejo de organizaciones, formales o no, que son parte de esta industria. Porque está el artista, pero existe quien lo provee de los materiales o instrumentos, los vendedores de ese arte y quienes lo consumen. Se da una cadena productiva completa, hay oferentes y demandantes; y a partir de eso podemos declarar la existencia de una industria de las artes plásticas, de la música, la literatura…

Usted ha dicho en otras ocasiones que los artistas asumen una doble condición de creadores y emprendedores ¿Cómo se da esta dualidad?

El arte, por su propia esencia, nace inalienablemente relacionado con un creador, y en economía eso significa apropiación. Cuando hay apropiación el sujeto es dueño, de modo que se siente participante en ese proceso y por tanto puede emprender. Eso pasa en cualquier parte del mundo, independientemente de lo que esté establecido o regulado.

El creador lo es para algo, para alguien, quien lo reconoce y valoriza; lo cual se traduce en consideración social, que también es valorización de su trabajo. Esa persona tiene que comer, vestirse, y eso lo hace un actor económico. En esencia, el arte es también una forma de trabajo y por tanto una forma económica.

El artista empieza a aprender cómo hacer sus contratos, cómo negociarlos, cómo generar una red de relaciones para tener espacios donde difundir su obra, porque si no se difunde, no se valoriza. Entonces se va desarrollando en esa doble condición. Desde la ciencia lo vemos como un proceso de integración, que pone al creador en posición de decidir ante todas las alternativas.

¿La iniciativa privada en el campo de la cultura puede convertirse en competencia para las instituciones? ¿Cuáles confluencias y/o tensiones podrían existir respecto a las políticas culturales?

La cultura, como ámbito de las expresiones, de la identidad, es interés del Estado. Eso se materializa en el arte. Están las experiencias de los Estados liberales en la cultura, o los Estados que la protegen: se ve cómo se pierde el patrimonio, hay cosas que de alguna manera se desconfiguran y otras que subsisten.

Pienso que al entender que esta es también un área económica, hay que contener un grupo de políticas económicas dentro de las políticas culturales y dialogar con los órganos competentes vinculados con otro tipo de regulaciones, en función de equilibrar los procesos.

Creo que la ampliación de las actividades por cuenta propia y su participación en la cultura vienen a aportar, no creo que vengan a disminuir, ni a competir, ni a entrar en contradicción con nada. Donde sea competitivo utilizarlas, hay que hacerlo; donde sea productivo para la cultura y donde se generen espacios culturales positivos, hay que emplearlas.

Ahora, habría que buscar muchos modos –para mí, más desde la economía que desde la cultura– de acoplar bien esos procesos, con el fin de evitar “escapes”. Lo que hay es que lograr convergencia, entendimiento, no antagonismos.

En el actual contexto de transformaciones económicas, ¿cree que son posibles o necesarias las cooperativas culturales?

Cómo no, pero tiene que ser, precisamente, donde sean necesarias y puedan aplicarse. La cooperativa es un tipo de organización económica compleja, que implica agrupación de personas y común acuerdo en muchas cosas. Luego, no deben establecerse donde hay estructuras que se avienen más con la empresa o con actividad autónoma, donde existe una persona que de alguna manera lidera.

Pero sí son necesarias, y hay espacios en que podrían implementarse. Por ejemplo, en los servicios de sonido, de infraestructura, aquellos relacionados con la informática, los temas legales, el diseño… que pueden ser cooperativas complejas e interesantes. No solo tendrían repercusión nacional, sino también internacional, y eso sería una oportunidad. Supuestamente en todos los sectores hay cabida para todo tipo de organizaciones económicas, solo se debe precisar bien cuál es la que hace falta.

En su opinión, ¿la cultura puede insertarse en la estrategia del país respecto a la exportación de servicios?

Sí, pero hay que tener cuidado. Ante la exportación de bienes y servicios culturales no nos podemos dejar llevar por ningún enfoque economicista, porque estaríamos haciendo lo mismo que las transnacionales. Esto es: desbordar del país todo lo que se está generando, saturar la comunicación y atacar todos los mercados. Es decir, imponer lo que uno quiere a los demás en contra de su propia cultura, y eso no es correcto.

Entonces la exportación se asocia más con la demanda, tiene que verse más como intercambio cultural: dónde se precisa, quién quiere reconocernos a través de nuestras artes, quién quiere valorar ese proceso. Si por tal camino hay posibilidades de aplicaciones contractuales, pues bienvenidos los bienes y servicios como exportación.

No quiere decir que no se trabaje para promover esos valores fuera de nuestros planos nacionales, pero siempre con respeto, con la perspectiva de llevar lo nuestro a la cultura del otro, y a ese otro también hay que conocerlo.

¿Cómo debería ser un marco regulatorio ideal para la cultura?

No hay regulación posible para la cultura, porque es parte de la identidad, está en el propio devenir de la sociedad, como forma de conducción del desarrollo. Ahora, los procesos productivos y de gestión sí pueden tener incentivos desde la regulación.

Por ejemplo, aquel producto musical que esté ligado a un grupo de patrones ajenos al paradigma de desarrollo cultural, se puede regular desde el punto de vista tributario, en comunicación, en producción… hay varias formas para, de alguna manera, atenuar ese fenómeno; aunque va más allá de la música: implica a la educación, la construcción familiar que tiene la sociedad cubana.

Hay que regular entonces cómo trabajaría un cuentapropista que tenga un centro cultural, cómo se libera el proceso de gestión para que los artistas después puedan emprender y generar alianzas, dentro y fuera de las instituciones. Pero no la cultura como tal, ni la creación tampoco.

Se dice que la producción cultural es una esfera económicamente muy dinámica a nivel mundial, que al margen de la crisis ofrece números positivos y continúa creciendo ¿Cómo es en Cuba?

Según la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), tenemos un 4,3 % del PIB que pertenece a cultura y deporte. Comparado con muchos países latinoamericanos y con algunos del norte, es un número importante. Pero cuando se mira la explicación de la cifra, no está todo lo que pudiera estar. O sea, todavía hay mucho que construir desde el punto de vista de la estadística, respecto al aporte de la cultura a la economía nacional.

Pero sí viene a ser un sector económico con rasgos de los dos tipos: puede ser procíclico y también anticíclico. Procíclico quiere decir que se mueve con los ciclos de la economía: si hay crisis, las organizaciones y los estados dan muchos menos recursos al arte; por tanto, habrá muchos emprendedores que no puedan llevar adelante sus obras.

Sin embargo, la crisis es un momento de replanteamiento de la vida, de qué sociedad construimos, en qué nos equivocamos. Eso cae en la cuenta de los economistas, pero también de los artistas. Entonces puede haber una explosión de la creatividad desde el punto de vista de las artes, del mismo modo que el espíritu humano, quebrado por las carencias materiales, necesita más de la espiritualidad. Así, puede haber muchos menos recursos para hacerlo, y a la vez más creatividad y más necesidad de consumir.

En Cuba se habla de sectores clave devenidos “locomotoras” de la economía, como puede ser el turismo ¿La cultura podría ser una de esas áreas impulsoras?

Sí, porque partimos de que tenemos un amplísimo potencial, pero eso marcha junto al contexto de realización. Las transformaciones que hagamos en la cultura tienen que ir en paralelo con los cambios realizados en el ámbito económico del país. Eso debe ir equilibrado. Pero lo estratégico está precisamente en la cantidad de potencial, y hay mucha, mucha creación.

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