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miércoles, 26 de febrero de 2014

La economía cubana buscando el crecimiento

 
Escrito por: Pavel Vidal

La economía cubana finalmente cerró el año 2013 con un crecimiento de 2,7 %. El dato confirma una tendencia al estancamiento desde 2009, que no ha podido revertirse a pesar del proceso de reforma que se lleva a cabo. De 2008 –año en que asume la presidencia Raúl Castro y comienzan las primeras acciones transformadoras en la agricultura– hasta el presente, el crecimiento promedio anual del PIB es justamente 2,7 %. De 2011 –año en que se inicia la aplicación de los llamados Lineamientos– hasta el 2013, el crecimiento promedio anual del PIB es 2,8 %. Estos registros han quedado muy lejos de las metas previstas por el gobierno para el crecimiento promedio de la economía hasta 2016, inicialmente ubicadas en 5,1 % y luego ajustadas a 4,4 %.

Para 2014 el gobierno prevé una agudización del estancamiento debido principalmente a una coyuntura desfavorable en los precios internacionales de las exportaciones. El pronóstico oficial es que el PIB se incremente apenas un 2,2 %. Sería el segundo peor año para la economía desde que comenzó la reforma, solo superado por el año 2009, donde la economía apenas creció un 1,4 %. Ya contamos varios años de transformaciones y apenas faltan dos para arribar a 2016. A estas alturas, y dada la velocidad de los cambios, ya es posible afirmar que la meta de expansión de la economía (hasta 2016) no se podrá alcanzar.

En la década pasada la economía cubana reportó sus mayores tasas de crecimiento en los años 2005 y 2006. La Oficina Nacional de Estadísticas e Información de Cuba llegó a publicar incluso tasa de dos dígitos (11,2 % y 12,1 %), valores que si bien reflejaban una tendencia real, estaban exagerados de acuerdo con la medición del PIB que había incorporado una rentabilidad a los servicios sociales a partir de precios artificiales. La economía cubana había hallado una nueva fuente de crecimiento en la exportación de servicios profesionales, específicamente en la exportación de servicios médicos a Venezuela, reemplazando así, en esa función, a la agroindustria azucarera y al turismo.

Durante casi todo el siglo pasado la agroindustria azucarera había sido el principal motor de crecimiento de la economía; agenciaba los principales ingresos de divisas, constituía una fuente importante de empleo y desarrollo local y se encadenaba con el progreso de otras industrias y servicios. En los años noventa aparece el turismo como el principal factor de crecimiento, el cual fue clave para la salida de la crisis conocida como Período Especial.

La agroindustria azucarera fue redimensionada en los años dos mil y se cerraron más de la mitad de los centrales azucareros. Hoy día se hace un esfuerzo por su reanimación, incluso permitiendo por primera vez la entrada de inversión extranjera al sector. Se han conseguido incrementos en las producciones y en la exportación, en los últimos años, pero es un sector con un peso muy disminuido sobre el total de la economía. El turismo, por su parte, se ha mostrado resistente a los embates de la crisis internacional, pero su dinamismo queda muy distante del alcanzado en los años noventa y, específicamente en 2013, mostró una ralentización.

La exportación de servicios profesionales se mantiene como la principal fuente de ingreso de divisas al país y se avanza en la diversificación de destinos a los cuales se dirigen los médicos cubanos. No obstante, como ya no se expanden al ritmo que lo hicieran cuando comenzaron los acuerdos con Venezuela, no es más un motor suficiente de crecimiento para el PIB.

La política económica bajo el gobierno de Raúl Castro ha logrado en estos años progresos importantes en el restablecimiento de los equilibrios macroeconómicos, en el control de los gastos y en liberalizar espacios de consumo e inversiones privadas que estuvieron vedadas para los cubanos durante más de cuarenta años, sin embargo, hay muy pocos progresos en relación con la producción nacional y los ingresos para las familias.

Para revertir esta situación la reforma necesita encontrar nuevas fuentes de crecimiento para la economía. Ello no tendría que ubicarse en un único sector, podrían ser varios y no necesariamente nuevos, sino reanimar los que ya existen.

Las autoridades del país pusieron sus mayores esperanzas de crecimiento económico en dos cuestiones: la reforma en la agricultura y los proyectos inversionistas. El despegue de la producción agrícola y la consecuente reducción de importación de alimentos relajarían las restricciones de divisas en favor de un mayor crecimiento del PIB; además, permitiría eliminar sin grandes traumas la libreta de racionamiento, así como, ofrecer resultados palpables y a corto plazo para las familias sumando apoyos al proceso de reforma. Son varios los factores que se pueden asociar a la baja respuesta de la agricultura, entre uno de ellos estaría la lentitud y parcialidad de los cambios.

Los proyectos inversionistas ejecutados también han sido inferiores a las expectativas. Los planes inversionistas anunciados para las refinerías, en prospecciones petroleras, en proyectos inmobiliarios asociados a campos de golf, en el níquel, en la industria y en el sector de la construcción, han quedado todos los años muy por debajo de lo planificado. Por ejemplo, el plan para 2011 y 2012 contemplaba un aumento de las inversiones de alrededor de 25 % cada año pero, finalmente, estas crecieron un 7,1 % en el primero, y 8,6 % en el segundo. Un giro de timón en relación con la política para la inversión extranjera parecería ser la única fórmula para modificar este escenario. Por tanto, en 2014 será crucial valorar la respuesta de los inversionistas extranjeros en relación con la Zona Especial de Desarrollo Mariel y la nueva ley de inversión extranjera que se presentará a la Asamblea Nacional en marzo.

En suma, 2014 será un año en que la familia cubana seguirá observando que existe una reforma lenta pero estructural y sistemática de la economía, que elimina prohibiciones absurdas y brinda oportunidades para los que se incorporen al emergente sector privado y cooperativo, pero que todavía no ofrece beneficios en el valor real de los salarios estatales y las pensiones.

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