Mi blog sobre Economía

domingo, 9 de febrero de 2014

Tres aniversarios y tres economistas en revolución


Dr.Lázaro Díaz Fariñas
Departamento de desarrollo económico, Facultad de economía, universidad de la Habana, cuba. lazarofp@fec.uh.cu

Me honra el encargo de la dirección de la Revista Economía y Desarrollo para que escriba una reseña de la vida y obra de tres economistas imprescindibles del siglo xx cubano, que desarrollaron su quehacer revolucionario en disímiles condiciones, pero con una entrega sin par a la causa revolucionaria de Cuba y de Latinoamérica, desde una militancia marxista leninista. El primero de los homenajeados es el Dr. Carlos Rafael Rodríguez, militante comunista de larga data, hombre político y literato eminente, economista por vocación o por las circunstancias difíciles en que lo situó la lucha de clases; a él le rendimos tributo, por una vida magnífica, en su centenario. Los otros dos, a quienes recordamos en el aniversario cincuenta de su desaparición física, son el economista cubano Raúl Cepero Bonilla, periodista ardiente que devino ministro en el proceso revolucionario, y el eminente economista marxista mexicano Juan Francisco Noyola, quien dejó sus comodidades de académico de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) para vestir el verde olivo del miliciano y optar por la «ingratitud posible de los hombres» –como dijera a Máximo Gómez nuestro Martí, una vez que lo invitaba a los quehaceres difíciles del hacer revolución; ambos fallecieron en un trágico accidente aéreo ocurrido el 27 de noviembre de 1962, en Perú, junto a otros miembros de la delegación cubana que acababa de asistir a una importante conferencia de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).

No pretendemos hacer ningún aporte distinto a lo que se ha escrito o dicho sobre ellos por otras personas más calificadas que quien modestamente escribe estas palabras. En todo caso, se trata de aspectos que el autor considera relevantes tras años de consulta de las ideas de estos economistas, en su condición humilde de profesor de la asignatura Historia del Pensamiento Económico Cubano que se imparte en las carreras económicas, y que en el quehacer actual deberían ser consideradas especialmente por los que pretenden o intentan entender y transformar la economía cubana.

Empezaremos nuestro bosquejo por la figura de Carlos Rafael Rodríguez; para ello hicimos una cita obligada de un artículo suyo publicado en Letra con Filo(Rodríguez, 1979) y ponemos al lector en contacto con una obra monumental, esfuerzo de varios editores y del propio Carlos Rafael. En las palabras sobre el autor se nos dice que nació el 23 de mayo de 1913, en Cienfuegos; allí cursó sus estudios primarios en un colegio jesuita y los secundarios en la orden de los Hermanos Maristas. Matriculó posteriormente en la Universidad de La Habana, de cuya Facultad de Derecho se graduó como Primer Expediente y Premio Nacional en Memoria de González Lanusa. Como era tradición en la época, fue también Primer Expediente en la Facultad de Ciencias Sociales.

Me permito en este momento una pequeña digresión, algo a lo que ya nos habíamos referido en una reseña anterior para esta revista, y tiene que ver con las personalidades y las clases sociales en la historia. Carlos Rafael fue contemporáneo de Felipe Pazos y Roque, también alumno eminente que lograra altas cotas en su desempeño intelectual y profesional. Llegó a identificar las causas primigenias del subdesarrollo pero no pudo avanzar a posiciones revolucionarias para la solución del problema nacional. Y es que Carlos Rafael sí fue un revolucionario toda la vida, desde su juventud hasta la hora aciaga, cuando ya pleno de vejez tuvo que enfrentar el dantesco desenlace del llamado socialismo real, al que admiró y del que fue también un crítico consecuente.

Retomo la idea inicial. Carlos Rafael se dio a conocer como revolucionario en 1929, al calor de las luchas estudiantiles contra la dictadura de Gerardo Machado. En 1930 formó parte del Directorio Estudiantil creado en Cienfuegos con motivo del asesinato del estudiante Rafael Trejo. Fue dirigente de ese órgano durante el proceso de lucha revolucionaria. Para el año 1931 ya estaba en manos de los esbirros machadistas sufriendo prisión.

El 4 de septiembre de 1933, al ser depuesto por el movimiento de soldados y estudiantes el Gobierno Provisional de Carlos Manuel de Céspedes, fue designado parte del triunvirato que gobernó la Alcaldía de Cienfuegos. En octubre de ese propio año, inconforme con la actitud de algunos miembros del Directorio, renunció a su condición de alcalde de Cienfuegos y de miembro de aquella organización. En un evidente proceso de radicalidad revolucionaria, nuestro Carlos Rafael pasó a militar dentro del Ala Izquierda Estudiantil, bajo la dirección del primer Partido Comunista de Cuba, al que ingresó en 1936. En 1937 habló en nombre de los estudiantes en el acto de la Universidad de La Habana, al devolvérsele a esta institución la autonomía universitaria menoscabada por el probatistiano Miguel Mariano Gómez.

Su labor de educación de las masas trabajadoras y de los sectores excluidos del reparto neocolonial lo llevaron a dirigir e impulsar varios órganos de prensa, dentro de estos la revista El comunista, de la que fue codirector entre 1938 y 1940.

Una vez que concluyó sus estudios universitarios en 1939 se dedicó íntegramente a la lucha revolucionaria. Su principal escenario de combate fue la dirección del Partido Unión Revolucionaria Comunista. Fue elegido miembro de su Comité Nacional, posición que mantuvo todo el periodo de trasformación de ese partido en Partido Socialista Popular (PSP) y hasta su disolución, en 1960, una vez que se integra las nuevas estructuras revolucionarias que dieron como resultado la fundación en 1965 del nuevo Comité Central del Partido Comunista de Cuba, del que formó parte.

Dentro del PSP fue de los que mejor comprendieron la actuación de Fidel Castro en el escenario de la lucha de clases en Cuba. Después del 26 de julio de 1953 fue elegido miembro del Buró Ejecutivo Nacional del PSP, que dirigió la actividad clandestina de aquel partido. Viajó por América Latina para buscar solidaridad hacia la causa revolucionaria. En junio de 1958 fue designado representante del Partido ante Fidel Castro en la Sierra Maestra; ello incluyó, además, el apoyo a las columnas de los Comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara en su avance hacia la capital. Luego regresó al escenario fundamental de la lucha hasta el fin de la insurrección nacional.

Afiliado a la obra de la Revolución Cubana en las posiciones de avanzada, también merece mención aparte su indudable aporte a la unidad de las fuerzas revolucionarias, la crítica revolucionaria al sectarismo y otras manifestaciones contrarias a la imprescindible unidad de los revolucionarios en tiempos de revolución. Detallar cada una de las actividades realizadas por Carlos Rafael sería algo que no cabe en estas apretadas cuartillas, que no agotan la inmensidad de su obra revolucionaria. Preferimos decirles a las jóvenes generaciones que se acerquen a esta fascinante personalidad, tal y cual lo recordamos: un hombre que combinaba, con la pulcritud envidiable del mejor actor, la palabra sincera, culta, apasionada y certera de un intelectual de alto vuelo con una vocación revolucionaria y sacrificio sin límites, sin que con ello se apartara del refinamiento más exquisito.

Ante todo, Carlos Rafael fue un intelectual orgánico y un estadista de alto vuelo, por lo que ocupó la primera vicepresidencia del Consejo de Estado y de Ministros después de instaurado el Estado Socialista, luego de 1976. Sobre todo fue un estudioso de la estructura clasista de la sociedad cubana; lo demuestra su genial interpretación de los postulados de la lucha de clases desarrollados por Marx, Engels y Lenin y su aplicación en Cuba. No hay en la Isla obra que supere hasta hoy su comprensión de la inevitabilidad del socialismo en Cuba y de la explicación de por qué no habría transformación, en los marcos del capitalismo dependiente, posible para este país. Sin falsa erudición confesó que su aporte fundamental había sido comprender, junto con otros de su generación, las diferencias entre crecimiento y desarrollo, ya más en el plano de lo estrictamente económico. Entre los aportes que perduran de su obra se encuentra la visión del periodo de transición del capitalismo al socialismo, de indudable valor teórico y metodológico para el desarrollo del socialismo en el siglo xxi. Carlos Rafael superó el dog- matismo imperante en su partido, visible en su propia obra. Fue un crítico resuelto de lo que él mismo denominó la «nomenclatura marxista», en abierta alusión a los que identificaban los caminos seguidos por la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y el resto del campo socialista como regularidad histórica. Por la importancia que reviste en las nuevas condiciones históricas, reproducimos un fragmento de su obra «Cuba en el tránsito al socialismo» (Rodríguez, 1979), sobre la que debemos volver los que aspiramos a ser revolucionarios, una y otra vez en busca de su hálito, beber de ella para entender nuestro presente desde nuestro pasado. Sea este, pues, el homenaje mayor a nuestro Carlos Rafael, el de la letra con filo, el de la pluma en ristre, el intelectual enamorado de su pueblo y de la causa del socialismo; para ello no dudó en renunciar a su condición pequeño burguesa y de clase –suicidarse como clase, en alusión a sus propias palabras sin negarse nunca a sí mismo.

La victoria de los pueblos contra el nazismo alemán, el fascismo italiano y el militarismo nipón constituyó el punto de partida para la gran transformación histórica que condujeron [sic] a la formación de un verdadero campo socialista internacional, constituido por varios países. La Unión Soviética –que tan decisiva participación tuviera en aquella victoria quedaba, así, librada del dramático aislamiento en que hasta entonces había vivido, cercada por los países capitalistas y bajo acechanza permanente de las fuerzas del imperialismo.

En el periodo de los diez años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, países europeos y asiáticos de las más diversas características y en las más variadas etapas del desarrollo económico emprendieron el rumbo al socialismo.

Lo que empezó siendo en la Unión Soviética una experiencia singular, aunque se tratara de una singularidad enriquecida por el hecho de que dentro de su marco común coincidieron múltiples nacionalidades en fases bien diversas de su desarrollo histórico, pasaba a ser una vasta experiencia matizada por muy complejos procesos en la construcción mundial de una sociedad socialista.

La diversidad se acentuó, sobre todo, en el periodo inicial, es decir, en el llamado periodo de transición, la etapa más o menos larga (según los distintos casos históricos), en que los remanentes capitalistas van expirando y desapareciendo, mientras las formas socialistas se consolidan y amplían.

Una vez que el socialismo triunfa y se afianza, las estructuras económicas tienden a hacerse similares, las clases sociales son más o menos las mismas, aunque se diferencien en sus rasgos nacionales. En cambio, mientras se esté de tránsito del capitalismo al socialismo, las diferencias de esos procesos en un país industrial, como Checoslovaquia y otros con arrastres feudales y predominio de la pequeña producción mercantil, como Viet Nam, son considerables.

Se explica por ello la atención que la teoría marxista le ha dado en los últimos años al llamado periodo de transición. Examinar sus rasgos comunes y reconocer sus peculiaridades inevitables, ha sido una tarea acometida por los marxistas de numerosos países.

Importa ante todo definir el contenido verdadero del periodo de transición. La primera referencia histórica a este problema la encontramos en Marx, cuando en la Crítica al Programa de Gotha expresaba: «Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el periodo de transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A ese periodo corresponde también un periodo político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado».

Examinando el contenido de esa referencia de Marx, Lenin a su vez añadía:

Este periodo no puede menos que aunar los rasgos o las propiedades de estos dos sistemas de economía social. Por fuerza tiene que ser un periodo de lucha del capitalismo agonizante y el comunismo naciente o, dicho en otras palabras, entre el capitalismo derrotado pero no aniquilado y el comunismo ya naciente pero todavía débil.

En ambos casos tanto Marx como Lenin se refieren a una etapa entre el capitalismo y el comunismo. Es obvio, sin embargo, que la palabra comunismo está empleada aquí no solo para referirse a la llamada fase superior de la sociedad comunista sino también para designar su periodo inicial, o sea, en lo que la terminología marxista contemporánea se ha denominado fase socialista.

En este sentido es el propio Lenin quien nos aclara: «A lo que se acostumbra a denominar socialismo, Marx lo llama “primera” fase o fase inferior de la sociedad comunista. Por cuanto los medios de producción se convierten en propiedad común, puede emplearse la palabra “comunismo” siempre y cuando que no se pierda de vista que este no es el comunismo completo».

Es evidente desde luego, que el periodo de transición comprende la fase que va desde la derrota de las fuerzas sociales y políticas que representan el capitalismo y a la dominación imperialista extranjera en los países coloniales y neocoloniales hasta el momento en que el régimen social del país en que ha tenido lugar la revolución puede ser caracterizado ya como socialista, por haberse establecido en él, de una manera definitiva y permanente, las formas de propiedad y las relaciones de producción socialista y comenzar el proceso de construcción comunista.

Al estudiar ese periodo de transición, son muchos los autores marxistas que insisten en la necesidad de precisar, sobre todo sus leyes comunes, es decir, aquellas características inevitables que coinciden en todos los procesos de transición, con independencia de la etapa de desarrollo en que se encuentre el país que pasa al socialismo, sin importar cuáles fueron sus peculiaridades nacionales y sus singularidades históricas y nacionales y sus singularidades históricas o geográficas.


Es cierto que, como dicen estos autores, los revisionistas han tratado por todos los medios de disminuir la importancia de esas leyes comunes y ponen énfasis en las peculiaridades nacionales. Pero por otra parte no deja de ser asimismo cierto que puntualizar y señalar la existencia innegable de leyes comunes que presiden el cambio, el tránsito del capitalismo al socialismo, no basta para abarcar en toda su riqueza el complejo proceso de ese tránsito.

No puede olvidarse que una de las diferencias entre las ciencias de la naturaleza y las de la sociedad consiste en que mientras las abstracciones de las leyes físicas o químicas representan procesos ineluctables, la intervención del hombre –clases y grupos sociales introducen en el campo de las leyes de la sociedad variaciones que sin negar la vigencia de aquellas, complican su funcionamiento y condicionan la forma en que rigen el proceso histórico.

Por ello estimamos que en el estudio del periodo de transición se hace tanto más importante tomar en cuenta las peculiaridades, sin olvidar lo general, pues el desconocimiento de lo que es peculiar, puede conducir, y conduce, a graves errores de estrategia y táctica, tanto en lo político como en lo económico. Las vías contemporáneas hacia el socialismo son muy variadas y esa variedad refleja la enorme influencia del socialismo en la vida social de nuestro tiempo. Pretender reducirlas a esquemas es cerrarle caminos a la historia. (pp. 293-294)

Carlos Rafael dejó de existir en el año 1997, pero su legado en todos los órdenes de la vida nacional y de las relaciones internacionales, y sobre todo «con los pobres de la tierra», perdurará por siempre en el imaginario histórico de nuestro pueblo.

Por su parte, para hablar sobre Raúl Cepero Bonilla tomamos en consideración el prólogo de la obra Raúl Cepero Bonilla: escritos económicos,del eminente profesor Félix Torres Verde (pp. XIII-XV), a quien de cierta forma dedicamos estas páginas –no tuve la dicha de conocerlo, pero su memoria está viva en nuestro departamento.

Cepero, como es conocido entre nosotros, nació en Sagua la Grande, antigua provincia de Las Villas, el 28 de septiembre de 1920. Además de comentarista económico fue profesor de sociología del Instituto de Segunda Enseñanza del Vedado, en La Habana. Formó parte, como asesor económico, de la delegación cubana a la Reunión del Acuerdo General de Aranceles y Comercio, celebrado en Torquay, Inglaterra, en 1950.

Su crítica viril alcanzó a los gobiernos de turno, representantes del poder imperialista en nuestro país. Mantuvo una activa oposición al régimen de Batista, por lo que sufrió persecuciones y vejaciones por parte de este. Con el advenimiento de la Revolución, ocupó varios cargos de responsabilidad dentro del Gobierno Revolucionario desde sus primeros momentos, entre ellos el de Ministro de Comercio y Presidente del Banco Nacional de Cuba. Además de su labor como economista fue un brillante periodista no creo que existan hoy profesionales en este campo con la sagacidad y conocimiento de la economía que tuvieron Cepero u Oscar Pinos Santos y destacado historiador. A pesar de sus ocupaciones múltiples le dedicó tiempo considerable al estudio e investigación de nuestra historia patria, y fue fundador y miembro del Consejo Asesor del Instituto de Historia de la Academia de Ciencias de Cuba.

El pensamiento económico de Cepero Bonilla fue combatiente, revolucionario y crítico. Sus obras se basaban en el análisis marxista, muy apegadas a la lucha de clases, a la defensa de los trabajadores y del pueblo en general frente a los abusos de la oligarquía que sometía a nuestro país a la más despiadada explotación capitalista. En esta dirección fue un destacado estudioso de nuestra historia económica –un déficit en nuestros estudios académicos y de las raíces de nuestro pensamiento económico. Una de sus obras más destacas fue Azúcar y abolición (1948) (Cepero Bonilla, 1971, pp. 1-276).

Sin embargo, creemos que sus aportes mayores antes del triunfo revolucionario se realizaron desde diferentes órganos de prensa, en especial Prensa Libre, dedicado a la crítica revolucionaria, a la política económica batistiana conocida como «del gasto compensatorio» y, muy especialmente, a artículos relacionados con la industria azucarera. En el primero de los casos demostró científicamente el efecto perverso que sobre la balanza de pagos tenían las obras improductivas desarrolladas en aquella época; en el segundo desenmascaró la verdadera naturaleza de la política azucarera del régimen y la incidencia de esta política en la institucionalidad creada a partir de 1948 con el surgimiento del Banco Nacional de Cuba y de la banca paraestatal. La tragedia señalada al inicio de este texto truncó la existencia magnífica de Cepero y de sus aportes a la transición al socialismo en Cuba. De este autor le presentamos al lector un trabajo que, escrito en otra época y enfocado a la crítica a los gobiernos de turno, cobra hoy actualidad por la misma naturaleza socioeconómica del fenómeno que se aborda; nos referimos al problema de la inflación (Cepero Bonilla, 1947).

El momento presente cubano se caracteriza, en lo económico, por la inflación, es decir, por el alza ilimitada de los precios de las mercancías y de los servicios. Esto ha agudizado en grado extremo la difícil situación económica de nuestras clases humildes, incluyendo también a la clase media, en su mayor parte formada por obreros de cuello y corbata. Es indudable que el aumento de los precios de las mercancías determina una rebaja sensible en los salarios de los trabajadores, cuando estos no guardan el mismo ritmo ascendente que los precios de las mercancías. Y este es el caso de Cuba. Cierto que nominalmente, se han efectuado distintos aumentos de los salarios; pero no es menos cierto que estos siempre han sido insuficientes para cubrir el espacio ganado por la voracidad de la inflación reinante.

La depreciación del peso cubano está recayendo sobre los hombros de las clases trabajadoras imponiéndoles la miseria y el hambre; aunque esa depreciación esté significando para los potentados de nuestro comercio, industria y propiedad una extraordinaria fuente de utilidades marginales. Este fenómeno cabe interpretar- lo, así, en su sentido contradictorio. Lo que es para unos –los menos– chorros de millones de pesos, es para otros –los más– aluvión que los empuja a la estrechez y las necesidades insatisfechas. De aquí que existan fuerzas sociales que trabajen, en este problema concreto del problema económico social cubano, en sentidos opuestos y hasta antagónicos. Los hay que pretenden, al parecer, perpetuar este estado de cosas; pero no faltan quienes se rebelen contra las inequidades sociales del inflacionismo operante.

Contra la inflación se pueden esgrimir dos remedios. El aumento de los salarios y sueldos y la intensificación del movimiento productivo. El primero casi siempre resulta un paliativo, que a la larga tiene un efecto contraproducente, pues provoca, inevitablemente como réplica de los beneficiados de la inflación un nuevo aumento de los precios del abastecimiento, pretextando encarecimiento de los costos de producción con el nuevo tipo de salario acordado. El segundo sí es de verdad un remedio efectivo al mal. La inflación actúa sobre la escasez. Superada esta pierde su base de sustentación. Y es la producción la que se encarga de nivelar la oferta y la demanda. Pero mientras no se esté aplicando esa política que acelere el ritmo productivo de la nación hay que pelear por la elevación de los salarios.

Producir en cantidades mayores los artículos necesarios para el abastecimiento del pueblo, he ahí la solución que el angustioso minuto cubano reclama. No supimos aprovechar las condiciones ventajosas que nos ofreció la pasada guerra mundial, para modificar sustancialmente nuestra estructura económica. Los interesados en que ello no se hiciera tenían la atención en un problema más grave y peligroso para ellos. Además, necesitaban de nuestro esfuerzo económico. Pero una vez más desaprovechamos una excelente oportunidad para zafarnos de nuestros lasos [sic] de sujeción extranjera. El monocultivo continuó prevaleciendo en nuestros campos, y hasta los productos que se utilizan en la alimentación del pueblo siguieron ahora en mayores escalas, importándose del extranjero. Sería importante precisar, estadísticamente, si en estos años Cuba ha progresado realmente en el proceso de diversificación de su agricultura y de su industria. Tal vez el resultado de la investigación sería desconsolador.

El terrible problema que de inmediato había que solucionar, la escasez de productos y alimentos, no atrajo el interés y el esfuerzo de nuestros políticos. La inflación había beneficiado también al presupuesto general de la nación, y los políticos cubanos, miopes o malintencionados, preferían entretener su tiempo en la puja inacabable por distribuirse nuevas prebendas y sinecuras. Nadie se ocupó de elaborar y de realizar un programa de política económica. No desconozco que se crearon organismos con ostentosos nombres para atender el problema económico cubano; pero aquello se hacía para satisfacer apetencias burocráticas y no nacionales. La tierra cubana permaneció soportando el anacrónico sistema de apropiación y producción que le impuso siglos atrás el coloniaje español.

Los ingenios produciendo a toda máquina, las cosechas de caña creciendo por zafra; pero toda la población cubana careciendo de todos los productos agrícolas que demandaba su consumo. No solamente existía la escasez de los artículos alimenticios, que casi todos podían producirse en Cuba, sino también escasez de otros artículos que se aplicaban para cubrir las necesidades del cuerpo, del espíritu o de la producción. Pero si esta dependía de factores extraños a nosotros, aquella a nosotros concernía. Si existían tierras laborables fuera de la producción, si existían campesinos que estaban dispuestos a cultivarlas, si las semillas y aperos de labranza eran de difícil solución, ¿por qué el pueblo estaba condenado a privarse a muchos productos agrícolas o ha [sic] pagarlos al precio de bolsa negra? El simple planteamiento de esta pregunta deja entrever que las bases de nuestra organización agraria están podridas, que hay que reorganizar y transformar toda esa estructura para que esas situaciones trastornadoras no se sustenten en realidades inesquivables.

Pero si la escasez y la inflación se cebaron del hambre del pueblo cubano durante todo el periodo bélico, en esta etapa de la posguerra la cosa no ha cambiado, y lo que es más, amenaza agravarse hasta grados insospechados. Como nuestra producción no se ha diversificado ni intensificado, salvo la azucarera, dependemos hoy tanto o más que ayer de Estados Unidos para atender todos los renglones de nuestro consumo nacional. También Estados Unidos está viviendo una febril etapa inflacionista, y de llevarse a la práctica el Plan Marshall, es de suponer que las exportaciones americanas a Cuba, muchas de ellas sujetas a limitadas cuotas, serán reducidas considerablemente. Esto impondrá una agudización del inflacionismo cubano. Los salarios y sueldos de los obreros, empleados y profesionales, sufrirán una nueva merma real, aunque, nominalmente, parezcan que han sido elevados. Ese problema puede ser resuelto por una política económica decidida del gobierno, en ademán de verdadera reforma agraria. Lástima que el doctor Germán Álvarez Fuentes, ministro de agricultura, sea un farmacéutico y no un técnico de la política agraria. (pp. 29-30)


El último de los economistas homenajeados –y no por ello menos relevante fue Juan Francisco Noyola Vázquez. Nació en San Luis Potosí, México, en 1922. Es reconocido como el autor original de la teoría estructuralista latinoamericana de la inflación, un aporte de carácter duradero a la teoría económica general. Murió en un accidente de aviación a los cuarenta años, como expresamos al inicio. Su temprana muerte, sus ideas radicales y el hecho de que sus escritos no se hayan traducido al inglés han impedido que se le conozca suficientemente en el mundo académico. Sin embargo, su influencia ha sido muy amplia y profunda sobre los economistas latinoamericanos contemporáneos y especialmente sobre los que trabajaron con la CEPAL.

Juan Noyola estudió en la Universidad Nacional Autónoma de México la carrera de Licenciatura en Economía, además fue alumno fundador de El Colegio de México. Cuando contaba con 24 años trabajó en Washington en la División Latinoamericana del Fondo Monetario Internacional (FMI) (1946-1948), dirigida entonces por el economista cubano Felipe Pazos a quien denominó «maestro de toda una generación» y a quien superó no solo académicamente en la comprensión de la inflación, sino a la hora de hacer revoluciones. Regresó luego a México donde se desempeñó como asesor de la Secretaría de Hacienda (1948), y como funcionario de la Dirección de Estudios Financieros de dicha Secretaría. Apenas creada la CEPAL se incorporó a este organismo en 1950 y trabajó allí hasta 1959.

Cuando triunfó la Revolución Cubana se trasladó a Cuba como jefe de la misión de la CEPAL (1959-1960). Luego decidió quedarse en nuestro país y participó en la creación de la Junta Central de Planificación (JUCEPLAN), en la que se desempeñó hasta su muerte como director de Planeación, Inversiones y Balances.

Al comenzar la década de 1960, el proyecto de la Alianza para el Progreso –que tuvo en Pazos uno de sus principales ideólogos comenzaba a gravitar cada vez con mayor fuerza en la región y sus planteamientos aparecían reiteradamente en los foros internacionales.

En 1961 Noyola viajó a Punta del Este (Uruguay) como asesor del Comandante Ernesto Guevara en la Conferencia Interamericana Económica y Social. Allí, al decir del Che, aquella delegación fue un modelo de disciplina, dentro de tanta desidia y oportunismo. Su voz de combate se sintió en las comisiones, junto con la del economista cubano Raúl León Torras, pues en los debates con los «técnicos» obtenía precisiones para los documentos finales, sobre aspectos tan importantes como la integración de los pueblos de distinto régimen social en el proceso de desarrollo, y además, sobre la creación de un nuevo mercado mundial de materias primas que no incluyera solo a Estados Unidos, sino también a los países europeos en proceso de integración y al Campo Socialista. La obra revolucionaria e internacionalista de Noyola se truncó precisamente cuando tomaban concreción algunas de sus ideas. Había llegado a la conclusión de que los gélidos recintos de la CEPAL no alcanzaban para hacer revolución desde donde él podía hacerlo mejor, en el ámbito de la economía práctica de cara al desarrollo económico y social. Exponemos al lector fragmentos de su obra cumbre «El desarrollo económico y la inflación en México y otros países latinoamericanos» (Noyola Vázquez, 1956).

Antes de iniciar esta breve charla quisiera decirles que no voy a hablar aquí como funcionario de Naciones Unidas, sino como mexicano y como profesor de la Escuela Nacional de Economía; es decir, creo que tanto lo que diga como lo que espero que ustedes digan, esté normado por la más absoluta libertad de criterio, por la más absoluta libertad de expresión; algunas de las cosas que voy a decir serán con toda seguridad objeto de controversia, pero creo que ese es el espíritu que debe prevalecer en una discusión de carácter académico como la de estas mesas redondas. De modo que lo que yo diga esta noche no tendrá por qué asociarse necesariamente con la institución en la que presto mis servicios, sino que será solamente la expresión de puntos de vista muy personales que quiero que se discutan en el terreno académico con la mayor amplitud posible. Algunas afirmaciones que haré ahora les podrán parecer a ustedes un poco dogmáticas. En realidad provienen del razonamiento, del análisis y el estudio de una serie de problemas, y como convicciones racionales y no dogmas están sujetos a discusión.

Con esta advertencia voy a iniciar esta lectura, que trataré de hacer lo más breve posible. Quisiera que me perdonaran que los primeros minutos los destine a una introducción teórica, también bastante breve.

La inflación no es un fenómeno monetario; es el resultado de desequilibrios de carácter real que se manifiestan en forma de aumentos del nivel general de precios. Este carácter real del proceso inflacionario es mucho más perceptible en los países subdesarrollados que en los países industriales.

No basta sin embargo, decir que la inflación es un fenómeno resultante de desequilibrios reales en el sistema económico. Para comprender ese fenómeno es preciso disponer de una teoría o de una serie de categorías o herramientas teóricas. Pero el análisis de la inflación no puede quedarse en la aplicación mecánica de esas categorías, y sobre todo cuando se trata de las que provienen de esquemas teóricos muy simplificados como el keynesiano o el sueco, que explican la inflación en términos de sobreinversión o de exceso de demanda sobre oferta disponible ex ante.

Hay sin duda otros enfoques más refinados que arrojan mucha luz sobre la verdadera naturaleza de la inflación; entre estos cabe citar, como todos ustedes conocen, el análisis de Kalecki, que destaca la importancia de la rigidez de la oferta y del grado de monopolio en el sistema económico, y sobre todo planteamientos como el de Henri Aujac que examina el comportamiento de las diversas clases sociales y su capacidad de regateo. Este último enfoque revela, con meridiana claridad, que la inflación no es sino un aspecto particular del fenómeno mucho más general de la lucha de clases.

Pero ni siquiera estos planteamientos nos pueden llevar muy lejos en la comprensión de los fenómenos inflacionarios en América Latina, si no se introducen en el análisis una serie de elementos derivados de la observación de la estructura y del funcionamiento de la economía de nuestros países. Al introducir tales elementos se llega a la conclusión inevitable de que la inflación es en cada país latinoamericano un problema específico y distinto, aún cuando puedan encontrarse una serie de rasgos comunes entre todos ellos. ¿Cuáles son los elementos que deben introducirse en el análisis? En rigor, todos los que sean capaces de dar origen a desequilibrios en el sistema económico. Entre ellos existen elementos de carácter estructural, como la distribución de la población por ocupaciones y las diferencias de productividad entre los diversos sectores de la economía.

Existen también elementos de carácter dinámico, tales como las diferencias del ritmo de crecimiento entre la economía y su conjunto y algunos sectores específicos: las exportaciones, la producción agrícola, etcétera.

Existen, por último, elementos de carácter institucional sea en la organización productiva del sector privado, grado de monopolio, métodos de fijación de los precios, grado de organización sindical; sea en la organización y el funcionamiento del Estado y en el grado y orientación de su intervención en la vida económica.

Ahora bien, ¿cómo combinar todos estos elementos en un esquema teórico fácil de manejar? Yo quisiera sugerirles a ustedes esta noche un modelo muy simple. En este modelo se distinguen dos categorías fundamentales: las presiones inflacionarias básicas y los mecanismos de propagación. Las presiones inflacionarias básicas se originan comúnmente en desequilibrios de crecimiento localizados casi siempre en dos sectores: el comercio exterior y la agricultura. Los mecanismos de propagación pueden ser muy variados, pero normalmente se pueden agrupar en tres categorías: el mecanismo fiscal (en el cual hay que incluir el sistema de previsión social y el sistema cambiario), el mecanismo del crédito y el mecanismo de reajuste de precios e ingresos.

En definitiva, la intensidad de una inflación depende primordialmente de la magnitud de las presiones inflacionarias básicas y secundariamente de la existencia de mecanismos de propagación y de la acción que estos desempeñan. Por lo tanto, para analizar la inflación en diversos países latinoamericanos es preciso identificar en cada uno de ellos las presiones inflacionarias básicas y determinar su intensidad, y en seguida observar si existen condiciones favorables a la aparición de mecanismos de propagación, descubrir cuáles son estos y cómo actúan. (pp. 1-2)


Hasta aquí han sido presentados algunos fragmentos de la fecunda obra de estos tres eminentes economistas, con el sano propósito de que el público lector tenga un contacto con la magnificencia de sus trabajos. En la actualidad, dentro de los gestores de política económica, de una parte, y la academia, de otra, en ocasiones son presentadas interpretaciones de la realidad económica con aires de esnobismo, sobre problemas que fueron ya analizados con anterioridad en el devenir histórico de la economía cubana, por nuestros más genuinos pensadores de antaño. Un acercamiento a la Historia Económica de Cuba y a la de nuestro pensamiento económico no debe ser comprendido como un mero hecho cultural o afición por la historia, es un ejercicio intelectual de alto vuelo que nos pone en contacto con una ciencia viva, aunque a veces re- mota en el pasado. Es deber de nuestros economistas de toda índole entablar un diálogo con estas disciplinas, beber de ellas, aprehender las lecciones del pasado, para no reiterar una vez más los mismos errores de antaño, ni pensar inocentemente que descubrieron la panacea del futuro.

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