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domingo, 30 de marzo de 2014

Análisis de la desigualdad

Por: Paul Krugman Premio Nóbel de Economía
 
Hace poco he prometido que compartiría ciertas inquietudes persistentes acerca de un artículo sobre la redistribución y el crecimiento (enlace en inglés) escrito por Jonathan D. Ostry, Andrew Berg y Charalambos G. Tsangarides, investigadores del Fondo Monetario Internacional. Los autores llegan a la conclusión de que las políticas redistribucionistas no tienen ningún efecto negativo, al menos dentro del rango al que estamos habituados, y que es muy posible que la reducción de la desigualdad tenga un efecto positivo.

Creo que sería útil que, para expresar mi inquietud, emplease mi comparación preferida en estos asuntos, entre Estados Unidos y Francia.

¿Por qué estos dos países? Porque estamos hablando de dos naciones desarrolladas que claramente tienen niveles similares de competencia tecnológica pero que han tomado decisiones muy diferentes en relación con las políticas sociales. Concretamente, Francia no solo lleva a cabo mucha más redistribución, sino que la ha incrementado con el tiempo, con lo que ha limitado el aumento de la desigualdad general, mientras que Estados Unidos no lo ha hecho.

¿Y en qué se ha diferenciado el destino de estos países durante la Nueva Edad Dorada? En realidad, el crecimiento ha sido un poco más lento en Francia, aunque esto no es ni mucho menos la catástrofe que la incesante mala prensa sobre el país nos llevaría a esperar (vean el gráfico sobre producto interior bruto real per cápita en esta página).

Sin embargo, es aún más sorprendente que, a diferencia de lo que ocurre con la tasa de crecimiento, el nivel del PIB francés per cápita sea considerablemente más bajo que el de Estados Unidos.

Esto es lo que más me inquieta del artículo de Ostry y otros. Imaginen que una persona cree que las políticas marcadamente redistribucionistas reducen el nivel de la producción, pero que esto es un cambio singular, no una depresión permanente del crecimiento. Entonces podría aceptar el resultado de una falta de impacto en el crecimiento aunque siguiera creyendo que tendría graves repercusiones para la producción.

Ahora bien, podría decirse que los investigadores del FMI han respondido a esta objeción incluyendo también el nivel actual del PIB per cápita en sus regresiones, que indican que un país con un PIB per cápita más bajo que el de Estados Unidos debería estar creciendo más deprisa que Estados Unidos, si por lo demás están en las mismas condiciones. De modo que cualquier efecto depresor de la redistribución debería ponerse de manifiesto como una incapacidad para que se materialice esa aceleración del crecimiento. Pero me preocupa que esta explicación no sea lo bastante buena.

Curiosamente, el rendimiento por debajo de lo esperado de Francia es un problema de escasez de mano de obra, más que de baja productividad (vean el segundo gráfico). Una vez que se ahonda en esta escasez de mano de obra, empieza a parecer la consecuencia de unas políticas muy concretas, más que de la redistribución en general: un sistema de pensiones que fomenta la jubilación anticipada, y unas normas que acortan la jornada laboral de los franceses y les dan más vacaciones que las que tenemos nosotros.

En general, el artículo del FMI sigue convenciéndome bastante, pero creo que tenemos que admitir que no está todo tan claro como les gustaría a los liberales.

Traducción de News Clips.

© 2014 The New York Times.

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