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miércoles, 9 de abril de 2014

Cómo reformar el equilibrio entre el Estado y el mercado en China

Por Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel Economía

PEKÍN - Ningún país en la historia ha crecido tan rápido – ni ha sacado a tantas personas de la pobreza – como China lo hizo durante los últimos treinta años. Un sello distintivo del éxito de China ha sido la voluntad que tienen sus líderes para revisar el modelo económico del país, cuándo y en la forma cómo sea necesario, a pesar de la oposición de poderosos intereses creados. Y ahora, a medida que China implementa otra serie de reformas fundamentales, tales intereses ya se están alineando para oponer resistencia. ¿Podrán triunfar nuevamente los reformadores?

Para responder a esta pregunta, el punto crucial a tener en cuenta es que, como en el pasado, la actual ronda de reformas reestructurará no solamente la economía, sino que también se reestructurarán los intereses creados que darán forma a las futuras reformas (e incluso irán a determinar si dichas reformas van a ser posibles). Y hoy en día, si bien iniciativas de alto perfil – como por ejemplo, la ampliación de la campaña contra la corrupción del gobierno – reciben mucha atención, el tema más profundo que China enfrenta es el relativo a los papeles apropiados para el Estado y para el mercado.

Cuando China inició sus reformas hace más de tres décadas, la dirección estaba clara: el mercado tenía que desempeñar un papel mucho más importante en la asignación de recursos. Y así ha sido, ya que el sector privado ahora es mucho más importante de lo que fue antes. Es más, existe un amplio consenso acerca de que el mercado tiene que desempeñar lo que las autoridades denominan un “papel decisivo” en muchos sectores donde las empresas de propiedad estatal (EPE) dominan. Sin embargo, ¿cuál debería ser su papel en otros sectores, y en la economía en general?

El empeoramiento de la contaminación del medio ambiente, por ejemplo, pone en peligro el nivel de vida, mientras que la desigualdad en los ingresos y la riqueza ahora rivaliza con la que se registra en Estados Unidos y la corrupción permea las instituciones públicas y el sector privado, por igual. Todo esto socava la confianza en la sociedad y el gobierno – una tendencia que es particularmente evidente en el caso de, por ejemplo, la seguridad alimentaria.

Tales problemas podrían empeorar a medida que China reestructure su economía, alejándola del crecimiento impulsado por las exportaciones y llevándola hacia un crecimiento apoyado en los servicios y el consumo de los hogares. Claramente, hay espacio para el crecimiento en el consumo privado; sin embargo adoptar el estilo de vida materialista despilfarrador de Estados Unidos sería un desastre para China – y para el planeta. La calidad del aire en China ya se está poniendo las vidas de las personas en situación de riesgo; el calentamiento global proveniente de emisiones de carbono aún más altas en China amenazaría al mundo entero.

Existe una mejor estrategia. Para empezar, el nivel de vida chino podría y aumentaría si se asignan más recursos para corregir grandes deficiencias en los ámbitos de la educación y la atención de la salud. En estos ámbitos, el gobierno debería desempeñar un papel de liderazgo, y los gobiernos verdaderamente sí lo hacen en la mayoría de las economías de mercado, por buenas razones.

El sistema de salud de Estados Unidos que se basa en servicios privados es costoso, ineficiente y logra resultados mucho peores que los sistemas de los países europeos, que gastan mucho menos. Un sistema que se basa más en el mercado no es el camino por el que China debería desplazarse. En los últimos años, el gobierno ha dado pasos importantes en la prestación de atención básica de salud, especialmente en las zonas rurales, y algunos han comparado el abordaje de China al del Reino Unido, donde la prestación privada de servicios de salud se encuentra ubicada una capa por encima de una base pública. Si dicho modelo se considerara como un mejor modelo que, por ejemplo, el modelo francés de prestación de servicios de salud, que es dominado por el gobierno, puede ser objeto de debate. Sin embargo, si se adopta el modelo del Reino Unido, el nivel de la base es lo que marca la diferencia; debido al papel relativamente pequeño de la prestación de servicios de atención de salud privada en el Reino Unido, el país cuenta con lo que esencialmente es un sistema público.

De igual manera, a pesar de que China ya ha hecho progresos en cuanto a alejarse de una economía basada en la manufactura, desplazándose hacia una economía basada en los servicios (la participación en el PIB de los servicios superó a la participación de la manufactura por primera vez en el año 2013), todavía queda un camino largo por recorrer. Al momento, ya muchas industrias están sufriendo de un exceso de capacidad, y su reestructuración eficiente y sin problemas no será fácil si no cuentan con la ayuda del gobierno.

China está reestructurándose de otra manera: una rápida urbanización. Cerciorarse de que las ciudades sean habitables y sostenibles medioambientalmente requerirá de fuertes medidas del gobierno para prestar suficientes servicios de transporte público, escuelas públicas, hospitales públicos y parques, como también de una zonificación efectiva, entre otros bienes públicos.

Una lección importante que se debería haber aprendido de la crisis económica mundial posterior al año 2008 es que los mercados no se autoregulan. Son propensos a la formación de burbujas de activos y de crédito, que inevitablemente colapsan – a menudo cuando los flujos de capitales transfronterizos abruptamente revierten la dirección en la que fluyen –imponiendo costos sociales enormes.

El enamoramiento estadounidense con la desregulación fue la causa de la crisis. El problema no solamente consiste en la determinación del ritmo y la secuencia de la liberalización, como algunos sugieren; el resultado final también es importante. La liberalización de las tasas de depósito condujo, en la década de 1980, a la crisis de ahorro y préstamo estadounidense. La liberalización de las tasas de préstamo alentó a un comportamiento depredador que explotaba a los consumidores pobres. La desregulación bancaria no condujo hacia un mayor crecimiento, sino que simplemente condujo hacia un mayor riesgo.

Se tiene la esperanza de que China no vaya a tomar el camino que Estados Unidos siguió, con consecuencias tan desastrosas. El desafío para los líderes chinos es diseñar regímenes reguladores eficaces que sean apropiados para su etapa de desarrollo.

Eso requerirá que gobierno recaude más fondos. Hoy en día, la dependencia de los gobiernos locales en la venta de tierras es una fuente de muchas de las distorsiones de la economía – y también de gran parte de la corrupción. En lugar de ello, las autoridades deben aumentar los ingresos mediante la imposición de gravámenes ambientales (incluyendo un impuesto sobre el carbono), un impuesto progresivo a los ingresos que sea más integral (incluyendo un impuesto sobre las ganancias de capital), y un impuesto a la propiedad. Por otra parte, el Estado debe apropiarse, a través de dividendos, de una mayor proporción del valor de las empresas de propiedad estatal (algunas de las cuales podrían estar a expensas de los ejecutivos de dichas empresas).

La pregunta es si China puede: mantener un crecimiento rápido (si bien algo más lento que su reciente ritmo vertiginoso de crecimiento), aún mientras tire de las riendas para desacelerar la expansión del crédito (que podría provocar una reversión abrupta en los precios de los activos); enfrentar a la débil demanda mundial; reestructurar su economía; y, luchar contra la corrupción. En otros países, estos abrumadores desafíos han llevado a la parálisis, no al progreso.

La economía del éxito es clara: un mayor gasto en urbanización, atención de la salud y educación, financiado por el aumento de impuestos, podría sostener el crecimiento, mejorar el medio ambiente y reducir la desigualdad. Si las políticas de China pueden gestionar la implementación de esta agenda, China y el mundo entero estarán en una mejor posición.

Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.


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