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viernes, 12 de septiembre de 2014

Paralelismos con 1937

Robert J. Shiller, a 2013 Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at Yale University and the co-creator of the Case-Shiller Index of US house prices.

NEW HAVEN – La depresión que siguió al desplome del mercado de valores en 1929 cobró un cariz peor ocho años después y la recuperación llegó sólo con el enorme estímulo económico proporcionado por la segunda guerra mundial, conflicto que costó más de sesenta millones de vidas. Cuando por fin llegó la recuperación, gran parte de Europa y Asia estaba en ruinas.

La actual situación mundial no es ni mucho menos tan espantosa, pero hay parelelismos, en particular con 1937. Ahora, como entonces, la decepción de la población se ha prolongado durante mucho tiempo y muchos están desesperados. Están empezando a temer más por su futuro económico a largo plazo y semejantes temores pueden tener consecuencias graves.

Por ejemplo, las repercusiones de la crisis financiera de 2008 en las economías ucraniana y rusa podrían ser la causa última de la reciente guerra en esa zona. Según el Fondo Monetario Internacional, tanto Ucrania como Rusia experimentaron un crecimiento espectacular de 2002 a 2007; en esos cinco años, el PIB real por habitante aumentó un 52 por ciento en Ucrania y un 46 por ciento en Rusia. Eso ya es historia: el año pasado, el aumento del PIB real por habitante ascendió sólo al 0,2 por ciento en Ucrania y a sólo el 1,3 por ciento en Rusia. El descontento provocado por semejante decepción puede ayudar a explicar la irritación de los separatistas ucranianos, el descontento de los rusos y la decisión por parte del Presidente de Rusia, Vladimir Putin, de anexionarse a Crimea y apoyar a los separatistas.

Hay un nombre para la desesperación que ha estado impulsando el descontento –y no sólo en Rusia y en Ucrania– desde la crisis financiera. Es el de “nueva normalidad,” que se refiere a las reducidas perspectivas de crecimiento económico a largo plazo, término popularizado por Bill Gross, fundador de la gigantesca gestora de bonos PIMCO.

También entonces, la desesperación sentida después de 1937 propició la aparición de términos nuevos similares. “Estancamiento perdurable”, referido a un malestar económico a largo plazo, es un ejemplo. La palabra “secular” procede del latín saeculum, que significa una generación o un siglo. La palabra “estancamiento” sugiere un pantano, que entraña un caldo de cultivo de peligros virulentos. A finales del decenio de 1930, había también preocupación por el descontento en Europa, que ya había impulsado el ascenso de Adolf Hitler y Benito Mussolini.

El otro término que de repente adquirió prominencia hacia 1937 fue “infraconsunismo”: la teoría de que las personas temerosas pueden querer ahorrar demasiado para futuros tiempos difíciles. Además, la cantidad de ahorro que las personas desean excede las oportunidades de inversión disponibles. A consecuencia de ello, el deseo de ahorrar no aumentará el ahorro agregado para la creación de nuevas empresas, construir y vender nuevos edificios y demás. Aunque los inversores pueden hacer que suban los precios de los activos de capital existentes, sus intentos de ahorrar no hacen sino desacelerar la economía.

Los de “estancamiento perdurable” e “infraconsumismo” son términos que revelan un pesimismo subyacente, que, al disuadir del ahorro, no sólo intensifica la debilidad de una economía, sino que, además, engendra ira, intolerancia y posible violencia.

En su magnum opus Las consecuencias morales del crecimiento económico, Benjamin M. Friedman mostró muchos ejemplos de que el declinar del crecimiento económico ha originado –con lapsos variables y a veces largos– intolerancia, nacionalismo agresivo y guerra. Concluyó que “el valor de un aumento del nivel de vida estriba no sólo en las mejoras concretas que aporta a la vida de las personas, sino también en cómo moldea el carácter social, político y en última instancia moral de un pueblo”.

Habrá quienes duden de la importancia del crecimiento económico. Tal vez – dicen muchos– seamos demasiado ambiciosos y deberíamos disfrutar de una mayor calidad de vida con mayor ocio. Puede que tengan razón.

Pero la verdadera cuestión es el amor propio y los procesos de comparación social que el psicólogo Leon Festinger observó como rasgo humano universal. Aunque muchos lo negarán, siempre estamos comparándonos con otros y abrigando la esperanza de subir por la escala social. Las personas nunca estarán contentas con nuevas oportunidades de ocio, si parecen indicar su fracaso respecto de otros.

La esperanza de que el crecimiento económico fomente la paz y la tolerancia se basa en la tendencia de las personas a compararse no sólo con otras en el presente, sino también con lo que recuerdan de personas –incluidas ellas mismas– en el pasado. Según Friedmann, “evidentemente, nada puede permitir a la mayoría de la población tener una situación económico mejor que la de todos los demás, pero sí que es posible que la mayoría de las personas tengan una situación económica mejor que la que tenían y eso es lo que significa el crecimiento económico”.

El aspecto negativo de las sanciones impuestas a Rusia por su comportamiento en la Ucrania oriental es el de que pueden producir una recesión en toda Europa y fuera de ella. Así, habrá en el mundo rusos, ucranianos y europeos descontentos, cuya sensación de confianza y su apoyo a las instituciones democráticas pacíficas se debilitarán.

Si bien algunos tipos de sanciones contra la agresión internacional parecen necesarias, no debemos olvidar los riesgos relacionados con medidas extremas o penalizadoras. Sería muy deseable llegar a un acuerdo para poner fin a las sanciones, integrar a Rusia (y a Ucrania) más plenamente en la economía mundial y acompañar esas medidas con políticas económicas expansionistas. Para resolver el conflicto actual, es necesario al menos eso.

Traducido del inglés por Carlos Manzano.
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