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miércoles, 7 de enero de 2015

El 17D: secuencias y consecuencias – Segunda Entrega

Con el fin de seguir contribuyendo a la comprensión de la relación Estados Unidos-Cuba, Temas sometió a un selecto grupo de investigadores de ambas orillas este breve cuestionario, dirigido a estimar los desafíos del 17D y sus posibles secuencias, a corto y mediano plazos.

Se inició la publicación de esta serie en Catalejo, el blog de Temas, el 5 de enero, vísperas del aniversario 54 de la ruptura de relaciones diplomáticas. Con la intención de ampliar su alcance internacional, el contenido de esta serie comenzará a editarse también en inglés en los próximos días.




Meg Crahan. Profesora. Universidad de Columbia, Nueva York


1 .¿Cuál es el significado de las nuevas políticas entre los Estados Unidos y Cuba? ¿Cuáles son las medidas decisivas adoptadas de ambas partes? ¿Qué próximos pasos serían clave?

Las declaraciones del 17 de diciembre de 2014 de los presidentes Raúl Castro y Barack Obama reflejaron el deseo de ambas partes de avanzar hacia una relación más adecuada al interés mutuo de ambos países. El concepto original de diplomacia significa disminuir y/o resolver conflictos. Aunque desde principios de los años 60 se han hecho esfuerzos para reducir tensiones entre ambos y resolver algunos problemas, nunca se ha alcanzado el momento en que ambos gobiernos se comprometieran definitivamente a normalizar relaciones. Evidentemente, el primer paso ha sido la declaración de los dos presidentes acerca de sus deseos de normalizar relaciones. Ambas declaraciones han sido mayormente una lista de objetivos generales, sin especificar con precisiones cómo alcanzarlos. De manera que trabajar sobre los detalles en ambos lados, dentro de Cuba y de los Estados Unidos, así como entre los dos, deberá tomar buena cantidad de tiempo y esfuerzo. Otro paso hacia delante de mayor alcance ha sido la decisión de reducir las restricciones bancarias y comerciales, lo que también resultará un proceso complicado.

2. El ejercicio de la política en los Estados Unidos y en Cuba estuvo condicionado por una confrontación permanente, el uso de la coacción por el primero, la situación de fortaleza sitiada de la segunda. ¿Cuánto cambiará ese cuadro a partir de las nuevas relaciones? ¿Qué caminos se deberían tomar para hacerlas avanzar; con qué ritmos?

Resulta claro que vencer cincuenta años de hostilidad no será fácil. Algunos individuos y grupos en ambos lados se opondrán a cambios mayores en las relaciones bilaterales. De principal importancia será el mantenimiento de un dialogo constante acerca de los problemas en la agenda bilateral, dentro de un marco de creciente confianza y respeto mutuo.

3. ¿Cómo interactúan las nuevas políticas con las relaciones intrahemisféricas de ambos países? ¿Qué cambios podrían generarse en ese escenario, respecto al contexto actual?

La posición de los restantes países de las Américas ha quedado clara hace mucho tiempo. Cuba y Estados Unidos deberían iniciar un proceso que redujera las tensiones entre ambos, a fin de contribuir a mejorar la cooperación interamericana. Los desafíos que las Américas enfrentan, tanto internos como externos, requieren un mayor nivel de cooperación. La reducción de las tensiones cubano-norteamericanas facilitará la consecución de los intereses hemisféricos.

4. ¿Están preparadas las sociedades y las culturas políticas de ambos lados para este encuentro? ¿Cuáles son sus ventajas comparativas? ¿Cuáles sus principales déficits?

Se requiere que los líderes de ambos países les expliquen a sus respectivos ciudadanos el proceso iniciado en dirección a la normalización de relaciones. En Estados Unidos, la mayoría de la población conoce poco sobre los beneficios que traería la reducción de tensiones con Cuba, aunque la mayoría favorece el mejoramiento de las relaciones con la isla. Sin embargo, el inicio de la campaña presidencial del 2016 en Estados Unidos reducirá el grado de atención conferido a los beneficios del restablecimiento de relaciones. Es probable que los críticos de la normalización en los Estados Unidos reciban mayor atención mediática. Puesto que la mayoría de los ciudadanos se informan a partir de los medios, esto limitará la comprensión de los beneficios. Por esta causa, el proceso de normalización puede verse perjudicado, de cierta manera, por las decisiones tácticas tomadas por los estrategas de las campañas electorales.






Jesús Arboleya. Profesor. Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI) y la Universidad de La Habana.

1 .¿Cuál es el significado de las nuevas políticas entre los Estados Unidos y Cuba? ¿Cuáles son las medidas decisivas adoptadas de ambas partes? ¿Qué próximos pasos serían clave?

Creo que todas las medidas son significativas porque implican un cambio bastante integral de la política hacia cuba dentro de los límites que impone la Ley Helms-Burton. Lo determinante ahora será ver el grado de flexibilización y alcance con que se aplican. De esto dependerá su irreversibilidad cualquiera sea el resultado de las elecciones de 2016.

2. El ejercicio de la política en los Estados Unidos y en Cuba estuvo condicionado por una confrontación permanente, el uso de la coacción por el primero, la situación de fortaleza sitiada de la segunda. ¿Cuánto cambiará ese cuadro a partir de las nuevas relaciones? ¿Qué caminos se deberían tomar para hacerlas avanzar; con qué ritmos?

El conflicto entre Cuba y Estados Unidos es de naturaleza sistémica y no cambiará en el futuro predecible. Lo que si puede cambiar es la manera en que se asume, lo que se denomina “normalización” lo entiendo como la posibilidad de una convivencia entre contrarios que incluye el diálogo y la negociación entre las partes. Algo que debiera ser una pauta del orden internacional.

3. ¿Cómo interactúan las nuevas políticas con las relaciones intrahemisféricas de ambos países? ¿Qué cambios podrían generarse en ese escenario, respecto al contexto actual?

El restablecimiento de relaciones con Cuba constituyó una necesidad inmediata de estados unidos para preservar el sistema panamericano, base de su hegemonía histórica en la región. No obstante, creo que persisten otros problemas, relacionados con su política hacia américa latina, que no quedan resueltos con este paso y continuarán asuntos en disputa con otros países y la propia Cuba.

4. ¿Están preparadas las sociedades y las culturas políticas de ambos lados para este encuentro? ¿Cuáles son sus ventajas comparativas? ¿Cuáles sus principales déficits?

No es una pregunta fácil de responder porque influyen muchos aspectos que costaría trabajo resumir en pocas palabras. En el plano cultural, estamos hablando de una relación anterior a la propia existencia de ambas naciones, que ha pervivido a pesar de todos los conflictos, porque en verdad cuba nunca ha tenido una relación política “normal” con estados unidos. La cultura norteamericana sin duda resulta atractiva para la sociedad cubana y en ocasiones constituye un reto para la ideología que requiere el socialismo. A eso apuestan los que perciben el contacto como un factor de desestabilización interna, pero también esa experiencia es un antídoto para limitar sus efectos más negativos, sobre todo los que atañen a la defensa de nuestra soberanía e independencia. Si cuando tenían todo el poder para imponer sus valores no pudieron evitar la revolución socialista, no veo razones objetivas para suponer que ahora no podremos enfrentar estas influencias, sobre todo si somos capaces de diseñar una política tan inteligente como las que nos ha permitido sobrevivir más de medio siglo las peores agresiones.



Frank O. Mora. Director, Center for Latin American and Caribbean Studies, Florida International University, Miami.

1 .¿Cuál es el significado de las nuevas políticas entre los Estados Unidos y Cuba? ¿Cuáles son las medidas decisivas adoptadas de ambas partes? ¿Qué próximos pasos serían clave?

Este cambio en la política norteamericana hacia Cuba representa más que una modificación dramática en las relaciones interestatales Cuba-EE.UU. Probablemente tenga un impacto aun mayor en cómo los ciudadanos/residentes cubanos y norteamericanos se ven unos a los otros y se conectan entre sí como resultado de un incremento en la interacción entre las dos sociedades. Esta mayor relación pueblo a pueblo es probable que tenga un impacto en las relaciones interestatales, así como en la manera en que los cubanos se relacionan con su sistema político. El restablecimiento de relaciones diplomáticas es, por supuesto, un acontecimiento; pero las consecuencias más profundas de este cambio político es la medida en que creará condiciones, mediante la interacción sociedad-sociedad, para un cambio profundo en toda la línea. Será importante, tanto para La Habana como para Washington, continuar apoyando este esfuerzo mediante medidas que expandan la cooperación y los vínculos a nivel societal, como la reforma de las telecomunicaciones y su acceso en Cuba, lo que permitirá profundizar e institucionalizar el apoyo a la comunicación/conexión societal entre los Estados Unidos y Cuba. Será importante evitar que medidas coactivas o esfuerzos para impedir el empoderamiento de la sociedad cubana por la vía de las relaciones societales puedan frustrar este momento histórico.

2. El ejercicio de la política en los Estados Unidos y en Cuba estuvo condicionado por una confrontación permanente, el uso de la coacción por el primero, la situación de fortaleza sitiada de la segunda. ¿Cuánto cambiará ese cuadro a partir de las nuevas relaciones? ¿Qué caminos se deberían tomar para hacerlas avanzar; con qué ritmos?

Es importante administrar las expectativas y entender que se trata de un proceso. El tipo de resultados que ambas partes quisieran alcanzar no son probables a corto plazo. Habrá obstáculos en el camino, pero es imprescindible que el proceso continúe avanzando y que La Habana y Washington no implementen acciones provocativas o disruptivas innecesarias, tales como la reciente detenciones y arrestos de miembros pacíficos de la sociedad civil durante la protesta #Yotambienexijo en Cuba; así como los esfuerzos, en Estados Unidos, de algunos opositores al presidente Obama para revertir o frustrar los cambios recientes en la política hacia Cuba. Si estas disrupciones pueden evitarse, mientras se continúa la construcción de confianza, esto contribuirá a modificar radicalmente el relato calcificado que ha dominado la relación durante más de medio siglo, para permitir cambios sustantivos dentro y entre Cuba y Estados Unidos.

3. ¿Cómo interactúan las nuevas políticas con las relaciones intrahemisféricas de ambos países? ¿Qué cambios podrían generarse en ese escenario, respecto al contexto actual?

Esta es una pregunta importante. Respecto a la primera, uno de los resultados más relevantes del reciente cambio de política es el impacto que tendrá en las relaciones interhemisfericas. La visión tan propagada de que la política norteamericana hacia Cuba era un impedimento para una relación más productiva entre Estados Unidos y América Latina (que siempre consideré vana) ahora ha quedado descartada. La excusa presentada incluso por democracias de la región acerca de que los derechos humanos y la democracia en Cuba no deberían someterse a discusión, a causa de la política norteamericana, ya no es válida, si es que alguna vez lo fue. Por demás, la normalización de relaciones debería, de una vez por todas, terminar con la inclinación de algunos en la región, que han usado la ideología o el antiimperialismo como pretexto para desarrollar discusiones serias y sustantivas sobre desafíos/oportunidades clave enfrentados por el hemisferio, especialmente en las relaciones con Estados Unidos. Tener a Estados Unidos y Cuba juntos en la misma “mesa” con otras contrapartes hemisféricas facilitará no solo esa discusión, sino viabilizará esfuerzos para abordar cuestiones de seguridad, medio ambiente, políticas y socioeconómicas en el hemisferio. La Cumbre de Las Américas del 2015, en donde Cuba estará presente, ofrecerá la primera prueba de si los antiguos y estériles relatos acerca del imperialismo y el intervencionismo se pueden sustituir por una agenda más pragmática centrada en soluciones cooperadas a los retos comunes. Los presidentes de la Cumbre no deben evadir una discusión consistente sobre los desafíos que enfrenta la democracia y los derechos humanos en el hemisferio.

4. ¿Están preparadas las sociedades y las culturas políticas de ambos lados para este encuentro? ¿Cuáles son sus ventajas comparativas? ¿Cuáles sus principales déficits?

No está claro qué quiere decir la pregunta con “preparadas”. La cuestión depende de los objetivos y la programación mutuamente acordados, no tanto de la cultura política. Seguramente existe desconfianza entre los dos gobiernos, que requerirá tiempo y otras medidas de construcción de confianza (ver mi respuesta a la segunda pregunta), pero las relaciones entre las dos sociedades se han desarrollado hasta cierto punto (aunque no de una manera profunda y compleja), y por eso, resultan mucho menos difíciles de ampliar y profundizar, a pesar de las tensiones interestatales. En otras palabras, hay dos carriles que pueden desarrollarse en paralelo, aunque los vínculos societales pueden y deben progresar más rápidamente y sin interferencias. Las relaciones interestatales encontrarán más desafíos. Pero las medidas de construcción de confianza, junto al compromiso de no limitar la profundidad de las relaciones societales, debe contribuir, por su parte, a crear las condiciones para mejores relaciones entre La Habana y Washington. Un proceso de abajo hacia arriba tiene mayor probabilidad de tener éxito.




Rafael Hernández. Politólogo. Director de Temas

1 .¿Cuál es el significado de las nuevas políticas entre los Estados Unidos y Cuba? ¿Cuáles son las medidas decisivas adoptadas de ambas partes? ¿Qué próximos pasos serían clave?

La práctica de intercambiar o liberar presos mediante un acuerdo bilateral existe desde que los 1200 de la Brigada 2506 fueron canjeados por medicinas y alimentos para bebés (1962); varios miles de ex-insurgentes, operativos clandestinos y agentes de la CIA, fueron amnistiados como parte del diálogo con Carter(1977-79); y muchos más, que tampoco eran “presos políticos”. Lo nuevo del 17D es que, por primera vez, EEUU y Cuba no se tratan desde la superioridad/subordinación o el enfrentamiento, sino como actores legítimos e iguales en términos del derecho internacional, para acordar de conjunto acciones concretas. Aunque no haya todavía un mapa de ruta para la normalización (más allá de las relaciones diplomáticas), se ha abierto el camino para trazarlo.

Mientras eso ocurre, una erupción de neocubanología ha confundido la pipa de la paz con un acto de contrición política y con el fin (ahora sí) del socialismo. Estos atribuyen la causa del restablecimiento no a Washington, sino a La Habana (“la edad de los Castros”, “el próximo fin de la alianza con Venezuela”), así como su consecuencia principal: “abrir una transición” (“después de los Castros”) donde “EEUU sería el actor más confiable, para el pueblo, y para el gobierno”. Por suerte, diversos estudiosos de las relaciones están contribuyendo a entenderlas en su alcance real.

2. El ejercicio de la política en los Estados Unidos y en Cuba estuvo condicionado por una confrontación permanente, el uso de la coacción por el primero, la situación de fortaleza sitiada de la segunda. ¿Cuánto cambiará ese cuadro a partir de las nuevas relaciones? ¿Qué caminos se deberían tomar para hacerlas avanzar; con qué ritmos?

El restablecimiento de relaciones es un gran avance, porque significa que la diplomacia va a jugar un papel inédito hasta ahora. Pero elevar las secciones de intereses al rango de embajadas, y sistematizar los mecanismos diplomáticos de manera regular, no conlleva de por sí el fin de otros recursos, como las presiones económicas, los dispositivos militares y de seguridad establecidos, ni la rivalidad político-ideológica. En todos esos planos hay que trabajar mucho (no solo entre cancillerías), para que prevalezca el diálogo, y sobre todo se reduzca el principal obstáculo, que no es el bloqueo, sino el legado de desconfianza mutua.

Obama y Raúl no cuentan con el tiempo, los recursos políticos e intereses estratégicos y económicos que permitieron forjar una política bipartidista hacia China y Vietnam. Deben avanzar mediante acuerdos puntuales que no requieran el aval del Congreso, sobre todo licencias de viajes y transacciones comerciales y financieras. Aunque una agenda viable incluiría mucho más: además de correo directo, telefonía e internet, podría haber intercambio de programas de radio y TV; perfeccionamiento del acuerdo migratorio, cierre del programa para captar médicos cubanos, facilitar regreso a cubanos emigrados; acuerdos sobre intercepción del narcotráfico, seguridad naval y aérea, coordinación entre militares y guardacostas, control de epidemias, protección de especies, prevención de huracanes, preservación del medio ambiente compartido, intercambio académico y cultural entre instituciones públicas. Ambos presidentes tienen dos años por delante para rebasar el punto de no retorno, equivalente a adelantar un puente que cueste mucho dinamitar, antes de que finalicen sus mandatos.

3. ¿Cómo interactúan las nuevas políticas con las relaciones intrahemisféricas de ambos países? ¿Qué cambios podrían generarse en ese escenario, respecto al contexto actual?

Este no es el hemisferio de la Alianza para el Progreso, ni para EEUU ni para el Sur; ya el comunismo no es “la amenaza”, ni la contrainsurgencia y la ayuda económica del Norte son “la solución”. Está más preocupado por la desigualdad, la pobreza, la exclusión social, la corrupción, la estabilidad y seguridad ciudadanas (con los militares bajo control civil), desarrollar proyectos de integración regional y subregional (MERCOSUR, UNASUR, CELAC) y estrategias globales independientes (BRICS, G20, etc.), que ha dejado de poner todos sus huevos en la canasta de un Norte unilateralista. Aunque Obama llama a dejar atrás los legados del “comunismo y el colonialismo”, lo que sí ha sido rebasado, hasta ahora, es la fobia anticomunista de la Guerra fría, cuando los gobiernos actuales de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Uruguay, habrían sido tildados de “marxistas” al servicio de “potencias extrahemisféricas”; y los de Brasil, Chile, Argentina, cuestionados por sus preferencias comerciales hacia China (“extrahemisférica” y “comunista” por añadidura). Aunque no haya hoy otros partidos comunistas gobernantes, y el sistema político cubano no suscite simpatías entre muchos gobiernos, este es un hemisferio más confortable para la isla que para los EEUU. De hecho, su presencia en la Cumbre de Panamá dentro de tres meses será precisamente resultado de esa gravitación hemisférica, no de una decisión ni una concesión de EEUU. La opción de no asistir a la Cumbre por la presencia de Cuba habría significado un remedio peor que la enfermedad, y debe haber pesado en la decisión de Obama para poner todas sus fichas cubanas en la jugada del 17D.

EEUU podría aprovechar la Cumbre no solo para su esperable decálogo sobre derechos humanos y democracia, sino para ofrecer algo nuevo, como su respeto a la soberanía cubana, y su compromiso de cooperación con el gobierno de Raúl, sin ceder a presiones ni dejarse provocar por los enemigos de la paz con la isla. Podría proponer su incorporación a todos los esquemas de acuerdo multilateral existentes con otros países (control de narcotráfico y crimen organizado, prevención de huracanes, comunicaciones, medio ambiente, etc.), lo que crearía un fuerte compromiso intrahemisférico para Cuba. Esa nueva actitud, en lugar de la calcificada puja ideológica, cosecharía más de su reciente siembra cubana, facilitaría un discurso de Raúl en sintonía con el 17D, y demostraría ante el foro hemisférico la determinación de evitar enfrentamientos innecesarios y provocaciones, como las que montan ahora mismo los enemigos del diálogo, incluidos los grupos políticos llamados “sociedad civil cubana”, y sus promotores.

4. ¿Están preparadas las sociedades y las culturas políticas de ambos lados para este encuentro? ¿Cuáles son sus ventajas comparativas? ¿Cuáles sus principales déficits?

Aunque Cuba no preocupa a EEUU como el Norte a los cubanos, si de encuentro entre ambos se trata, las culturas respectivas juegan un papel clave. Hay diferencias (anteriores a “los Castros”) entre ambas visiones sobre la democracia y la libertad, para no hablar de la igualdad, los derechos ciudadanos, la soberanía, y lo que el presidente Wilson llamaba “crear un mundo más seguro para la democracia”. Probablemente, no solo el presidente Obama, sino la persona Barack realmente cree en la bondad de “promover sus valores” (17D) en Cuba y en todas partes, porque son universales; y donde no lo son (Africa, Medio Oriente, China, Afganistán, Rusia, et al), hay un déficit que debe corregirse. Los cubanos deberíamos entender que esto es más etnocentrismo cultural que ideología. Si de encuentro y convivencia con esa sociedad norteña se trata, serían útiles ciertas virtudes (paciencia, perseverancia, prudencia), así como distinguir entre el impulso imperialista (realmente existente) y ese etnocentrismo, aunque ambos estén ligados.

En cuanto a la democratización y las libertades, cualquiera podría comprobar que no ha habido otro momento tan propicio para el cambio en la cultura política cubana, durante el último medio siglo, como el actual. Este proceso está en curso. Sería muy contraproducente que se quisiera acelerar o encauzar haciendo uso de la relación con EEUU o alguna otra potencia extranjera. Si bien la descompresión de las relaciones lo puede favorecer, los extremismos ideológicos de ambos lados y las coyundas lo pueden enturbiar, y hacerlo más cuesta arriba.

Entre los obstáculos culturales, está el doble rasero. Aunque la lógica de su política hacia China y Vietnam se usa para justificar el 17D, para EEUU los asiáticos son extraños habitantes de las antípodas, no de pequeñas islas “debajo de los EEUU”, que hasta hace poco eran sus “posesiones”. Para la cultura del Big Brother, el gobierno chino puede impedir que un grupo organizado se acerque siquiera a Tienamen no importa cuál sea su intención; y el vietnamita meter presos a sus blogueros antigubernamentales, sin que se tensen las relaciones. De hecho, la normalidad entre ellos incluye un mecanismo bilateral que se reúne anualmente para considerar esas diferencias sobre derechos humanos y democracia, desde hace veinte años.

Pero también hay ventajas comparativas para el encuentro. Los cubanos son culturalmente más norteamericanos que la mayoría del hemisferio. Los norteños pueden sentirse menos extranjeros en La Habana que en otras capitales, para no decir que más seguros. Podrían comprobar que los cubanos no necesitan tanto que los “ayuden a entrar en el siglo XXI” (Obama, 17D), sino que no les impidan el acceso a su tecnología. Sería mejor que ambas sociedades se encontraran, sin pretender meterse en las cosas del otro, como vecinos que comparten una misma pasión por el béisbol, los Studebakers, la música llamada Latin Jazz, los artefactos domésticos, el hip hop, la modernidad, el gusto cinematográfico, los sitios de historia común en Nueva York y La Habana, y tantas otras cosas.

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