Las intenciones de Obama y los nuevos desafíos para Cuba.
Si antes del 17 de diciembre parecía aun un poco lejano el día en que los Estados Unidos levantaran el bloqueo económico, comercial y financiero a Cuba –piedra angular de su política hacia la Isla- y se avanzara hacia la “normalización” de las relaciones, ese horizonte parece ahora más próximo.
La historia de los últimos 55 años nos ha convertido en un pueblo curtido en el enfrentamiento a las más disímiles políticas agresivas de los Estados Unidos; pero tal vez no contamos con el mismo entrenamiento a la hora de afrontar una política de agresividad disimulada, una política que se proponga lograr los mismos objetivos por vías del acercamiento y el intercambio cultural, económico y político entre ambas sociedades, con menos restricciones. Un escenario, donde el enemigo que ha contribuido a conformar nuestra cultura política pretende hacerse menos visible, desdibujarse.
Pero, al mismo tiempo, creo que poseemos suficiente talento, inteligencia y entereza para unirnos más, ajustarnos a los nuevos retos y aprovechar las oportunidades que también pudiera ofrecernos en algunas esferas la nueva coyuntura. De lo que se trata es de asimilar el cambio lo más rápido posible.
Es cierto que, si Cuba no pudo ser absorbida culturalmente por los Estados Unidos antes de 1959 y se pudo hacer una Revolución Socialista, muy difícilmente eso pueda ocurrir ahora. No debemos perder nunca el optimismo, pero debemos ser optimistas activos, optimistas con una clara percepción del riesgo, de nuestras vulnerabilidades y de las nuevas tácticas que se articulan desde el norte para destruir la revolución.
Sobre este tema Fidel expresó en 1992 al ser entrevistado por Tomás Borge: “Tal vez nosotros estamos más preparados incluso, porque hemos aprendido a hacerlo durante más de 30 años, para enfrentar una política de agresión, que para enfrentar una política de paz; pero no le tememos a una política de paz. Por una cuestión de principio no nos opondríamos a una política de paz, o a una política de coexistencia pacífica entre Estados Unidos y nosotros; y no tendríamos ese temor, o no sería correcto, o no tendríamos derecho a rechazar una política de paz porque pudiera resultar más eficaz como instrumento para la influencia de Estados Unidos y para tratar de neutralizar la Revolución, para tratar de debilitarla y para tratar de erradicar las ideas revolucionaras en Cuba”.
Pero ocho años más tarde, también expresaría Fidel: “Sueñan los teóricos y agoreros de la política imperial que la Revolución, que no pudo ser destruida con tan pérfidos y criminales procedimientos, podría serlo mediante métodos seductores como el que han dado en bautizar como “política de contactos pueblo a pueblo”. Pues bien: estamos dispuestos a aceptar el reto, pero jueguen limpio, cesen en sus condicionamientos, eliminen la Ley asesina de Ajuste Cubano, la Ley Torricelli, la Ley Helms-Burton, las decenas de enmiendas legales aunque inmorales, injertadas oportunistamente en su legislación; pongan fin por completo al bloqueo genocida y la guerra económica; respeten el derecho constitucional de sus estudiantes, trabajadores, intelectuales, hombres de negocio y ciudadanos en general a visitar nuestro país, hacer negocios, comerciar e invertir, si lo desean, sin limitaciones ni miedos ridículos, del mismo modo que nosotros permitimos a nuestros ciudadanos viajar libremente e incluso residir en Estados Unidos, y veremos si por esas vías pueden destruir la Revolución cubana, que es en definitiva el objetivo que se proponen”.
A mi juicio, debemos sentirnos satisfechos de haber llegado hasta aquí sin ceder un ápice en cuestiones de principios, pero nadie puede llamarse a engaño y pensar que el ancestral conflicto Estados Unidos-Cuba ha llegado a su fin. Quizás decir esto parezca innecesario y tonto, para todos los que han apreciado desde el inicio cual es el juego nuevo de los Estados Unidos con Cuba, pero por desgracia, no son pocos los que ya comienzan a equivocarse y a confundirse, tanto dentro como fuera del país.
Desarmarnos ideológicamente en estos momentos sería suicida, cuando, al tratarse de un conflicto de naturaleza sistémica, hacia donde nos dirigimos es hacia un modus vivendi entre adversarios ideológicos. Cuba y los Estados Unidos jamás han tenido una relación normal, no la tuvieron en el siglo XIX, tampoco en el XX, y mientras la esencia del conflicto siga siendo hegemonía versus soberanía, será imposible hablar de una normalidad en las relaciones. Utilizar hoy ese concepto en su acepción clásica puede resultar engañoso y confuso. Cuba ha defendido siempre una normalización, que en nada se ajusta a la visión estadounidense del término. Estados Unidos siempre ha entendido la normalización de las relaciones con Cuba sobre la base de la dominación, que implica que la Isla ceda terreno en asuntos que competen a su soberanía, ya sea en materia de política exterior o doméstica.
Por otro lado, nada indica, hasta ahora, que otro de los pilares básicos de esa política, la subversión en sus diversas modalidades, vaya a cesar. Todo lo contrario, al parecer se irá incrementando con el tiempo a través de lo que Obama denomina vías más creativas y artificiosas que promuevan los valores e intereses norteamericanos. “La administración –dijo el presidente norteamericano- continuará implementando programas de EE.UU. enfocados en promover el cambio positivo en Cuba”.
El Departamento de Estado abrió convocatoria el 22 de diciembre, cinco días después de los anuncios de la Casa Blanca, para financiar programas por 11 millones de dólares que “promuevan los derechos civiles, políticos y laborales en Cuba”.
Si Estados Unidos no renuncia a estos programas injerencistas se corre el altísimo riesgo de que nuevos Alan Gross sean apresados en Cuba y de nuevo se produzca un retroceso en la relación bilateral.
Lo cierto es que la política de los Estados Unidos estará más caracterizada por la guerra cultural y la subversión política-ideológica, que por la idea de llevar a la Isla al colapso económico.
Asimismo, cuando el presidente estadounidense señala que continuará apoyando a la sociedad civil cubana, ya sabemos a cual sociedad civil se está refiriendo y que no es otra que la de los mercenarios que han nutrido las filas de una contrarrevolución fabricada y financiada desde los Estados Unidos.
Tanto la intervención de Obama como el Comunicado de la Casa Blanca demuestran que la administración Obama seguirá manejando las siguientes ideas en su estrategia subversiva e injerencista contra la Isla: “hacer que los ciudadanos obtengan cada vez más independencia económica del estado”, “los cubanoamericanos serán nuestros principales embajadores de la libertad”, “romper el bloqueo informativo”, “apoyar la sociedad civil en Cuba en materia de derechos humanos y democracia”, “empoderar al pueblo cubano y al naciente sector privado en Cuba”. La principal apuesta de la “nueva política” continuara siendo la juventud y dentro de ella: las mujeres, los negros, el sector cuentapropista y el artístico e intelectual.
Dos días después del anuncio del 17 de diciembre, en una conferencia de prensa, Obama fue aún más enfático y claro en sus intenciones hacia la Mayor de las Antillas. Como han sido las palabras menos citadas en los medios reproduzco en extenso los fragmentos que me parecen más importantes en función del análisis que venimos haciendo:
“Comparto las preocupaciones de los disidentes allá y de los activistas de derechos humanos de que este continúa siendo un régimen que oprime a su pueblo. Y como dije cuando hice el anuncio, no espero cambios de la noche a la mañana. Pero lo que sí sé irrevocablemente es que si usted ha estado haciendo lo mismo durante cincuenta años y nada ha cambiado, usted tiene que intentar algo diferente si quiere un resultado diferente.
Y esto nos brinda una oportunidad para lograr un resultado diferente porque de repente Cuba se abre al mundo de una forma que no había sucedido antes. Se abre a los norteamericanos que viajan allá de una forma que no había sucedido antes. Se abre a grupos religiosos que visitan a sus compañeros de fe dentro de Cuba de una forma que no había sucedido antes. Ofrece la posibilidad de ampliar la disponibilidad de las telecomunicaciones y la Internet en Cuba de una forma que no había sucedido antes. Y con el tiempo, eso corroe esta sociedad tan cerrada y pienso que entonces ofrece las mejores posibilidades de conducir hacia más libertad y mayor autodeterminación para el pueblo cubano. Creo que comenzará dando tropezones, pero a través del compromiso tenemos más oportunidad de generar el cambio que si lo hubiésemos hecho de otra forma.
(…)
Pero cómo va a cambiar la sociedad, el país específicamente, su cultura específicamente, pudiera suceder rápido o pudiera suceder más lento de lo que me gustaría, pero va a suceder y pienso que este cambio de política va a promover eso.
(…)
…, y el sentido que tiene normalizar las relaciones es que nos brinda más oportunidad de ejercer influencia sobre ese gobierno que si no lo hiciéramos. (…) Pero lo cierto es que vamos a estar en mejores condiciones, creo, de realmente ejercer alguna influencia, y quizás entonces utilizar tanto zanahorias como palos”.
Se desprende de estas palabras de Obama, una vez más, que no hay cambios en los objetivos estratégicos, que se pretende subvertir nuestra cultura socialista y que seguirán usando la política del palo y la zanahoria cuando lo consideren necesario.
Las medidas anunciadas por Obama, en la medida que se vayan concretando, quizás nos den un respiro desde el punto de vista económico, y la posibilidad de acelerar la actualización de nuestro modelo económico y social, proceso sobre el que la administración Obama quiere influir y desviar hacia sus intereses. Pero tampoco debemos basar nuestras esperanzas de mejoría económica en espejismos aun no palpables y, aun cuando lo sean, todo debemos seguir fiándolo a nuestros propios esfuerzos, que a las supuestas “bondades” de un vecino tan poderoso.
En sus palabras del 17 de diciembre el presidente hizo alusión a la necesidad de estimular el crecimiento y desarrollo del “emergente sector privado” en la Isla y el comunicado de la Casa Blanca se señala que “se estudiarán diferentes medidas adicionales dirigidas a fomentar el crecimiento de los emprendimientos y del sector privado en Cuba”, lo cual está en total correspondencia con las ideas que en febrero de 2013 aparecieran en un informe del Cuban Study Group, organización que se reconoce como ONG, integrada por empresarios, intelectuales y activistas políticos cubanoamericanos, que se identifican con una “línea más moderada” en la relación con Cuba, el cual entre otras cosas señalaba:
“La codificación del embargo de EE.UU. contra Cuba no ha logrado cumplir con los objetivos establecidos en la Ley Helms-Burton de lograr un cambio de régimen y la restauración de la democracia en Cuba. El continuar ignorando esta verdad evidente no sólo es contraproducente para los intereses de los Estados Unidos, sino que es también cada vez más perjudicial para la sociedad civil cubana, incluyendo más de 400.000 cuentapropistas privados, ya que coloca la carga de estas sanciones directamente sobre sus hombros”.
La idea de que el levantamiento del bloqueo y el establecimiento de los más variados y estrechos vínculos económicos, políticos y culturales entre la sociedad cubana y la estadounidense –con algunos componentes del llamado carril II de la Ley Toricelli-, es lo que verdaderamente puede llevar al “cambio de régimen” en Cuba, no es algo exclusivo del momento actual. Este criterio, aunque sin hacerse dominante como lo es hoy, estuvo también presente con anterioridad en diversos sectores de la clase dominante y en las estructuras de poder de Washington. En la década del 70, fundamentalmente en el período presidencial de Jimmy Carter (1977-1981), se hizo notorio en el propio presidente: “Sentía entonces, como ahora, que la mejor vía para lograr un cambio en el régimen comunista cubano era el restablecimiento del comercio, las visitas y las relaciones diplomáticas”, señaló el ex presidente, en una entrevista concedida en el 2004 a los investigadores estadounidenses Peter Kornbluh y William Leogrande.
El 17 de junio de 1980, Robert Pastor, asistente para América Latina del Consejo de Seguridad Nacional, y Peter Tarnoff, secretario ejecutivo del Departamento de Estado, quienes participaron en varias conversaciones con las autoridades cubanas y con el propio Fidel Castro, escribieron a Carter: “Aunque incluso un levantamiento parcial del embargo es imposible por el momento, debemos reconocer el efecto que podría tener con el tiempo, no sobre las actitudes de Castro sino sobre el entramado de la sociedad cubana. El regreso durante el último año de 100 000 cubanos-americanos para realizar visitas breves puso a Cuba en contacto con el magnetismo económico y cultural de los Estados Unidos y probablemente tuvo un efecto mayor en cuanto a abrir a Cuba que cualquier otra cosa hecha antes por los Estados Unidos. Levantar el embargo y abrir Cuba a las empresas y los contactos estadounidenses no podrían dejar de afectar al régimen de Castro”.
El propio Robert Pastor declararía en una entrevista en el 2009: “Las relaciones normales entre Washington y La Habana podrían hundir a Cuba”.
Lo que estamos presenciando hoy es que Estados Unidos ha traslado el centro de su atención hacia la realidad interna cubana, en la que pretenden incidir más abiertamente y con premura. La apertura de una embajada en la Isla responde igualmente a ese propósito.
Si muchos de los que están a cargo del diseño y la implementación de la política hacia Cuba en los Estados Unidos creían que el bloqueo era funcional a la subversión, ahora se convencen de que más bien le resta efectividad. Si había consenso en que el bloqueo, al crear hambre y desesperación en el pueblo cubano, desataría la ira y el derrocamiento del gobierno, ahora consideran que facilitando al pueblo cubano el acceso a todo tipo de bienes materiales y medios de información, lo empoderan e independizan del gobierno y así, de forma gradual, terminará imponiéndose en la Isla el destino inevitable del capitalismo.
Para Cuba, los retos no dejan de ser enormes, pero al menos hemos dejado atrás una etapa que constituía el escenario menos deseado. No creo que nadie en su sano juicio, prefiera continuar en el punto en que nos encontrábamos anteriormente y que no entienda lo ocurrido como el paso hacia una nueva etapa basada en la victoria cubana.
Hace 56 años, el 8 de enero de 1959, Fidel expresó, en medio de la celebración por el triunfo, que quizás en lo adelante todo sería más difícil. Creo que, también ahora, quizás en lo adelante todo sea más difícil en algunos terrenos, especialmente en el campo del enfrentamiento ideológico y cultural al imperialismo. Del mismo modo, recordaba cuánto necesitaron nuestros mambises a José Martí y a Antonio Maceo en 1898. Aquellas figuras imprescindibles hubieran ayudado muchísimo a los cubanos a enfrentar los desafíos de inicios del siglo XX. Por suerte para nosotros, esto ha sucedido en vida de nuestros principales líderes: Fidel y Raúl, y coincidido con el regreso a la patria -como parte del propio proceso- de Gerardo, Ramón y Toni, que junto a René y Fernando, constituyen el mejor destacamento de vanguardia con el que contamos los revolucionarios cubanos en las nuevas circunstancias históricas.
La nueva contienda debe enfrentarse no solo en el plano del discurso y la reflexión –no menos importantes-, sino sobre todo, en la transformación real y concreta de la vida cotidiana del pueblo cubano, tanto en el plano espiritual como material y desde una plataforma anticapitalista. Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria, pero es la práctica la que en última instancia transforma la realidad. Por eso Fidel insistió en numerosas ocasiones que la Batalla de Ideas eran también hechos y realizaciones concretas. Y el primer vicepresidente Miguel Díaz Canel ha planteado que “el mejor antídoto contra los intentos de subversión del enemigo es hacer las cosas bien en cada lugar”.
Creo, a su vez, que hay que evitar cualquier viso de idealismo voluntarista o de pragmatismo economicista, extremos que conspiran contra el socialismo, y afrontar la transformación de nuestro país de manera orgánica, lo económico junto a lo ideológico y cultural. Se impone una batalla aún más rigurosa y efectiva contra todos aquellos males e insuficiencias de orden interno que en ocasiones resultan más subversivos que la labor de nuestro enemigo y les facilita el trabajo. En especial es necesario desatar una ofensiva a muerte contra el burocratismo, la corrupción, la insensibilidad, la negligencia, la ineficiencia y la doble moral.
Como sabiamente expresara Graziella Pogolotti a los artistas y jóvenes intelectuales cubanos en octubre del 2013: “…el neoliberalismo propone una concepción totalizadora, una concepción económica, ideológica, social, de irrespeto a las víctimas, a los perdedores, y también cultural, que es la cultura de la banalidad que estamos consumiendo todos en alguna medida. Nuestro proyecto también tiene que ser un proyecto totalizador. Con una articulación que colocaría en otro orden lo político, lo social, lo cultural y lo económico, unido también a una batalla ideológica...”.
Habrá que movilizar a la verdadera sociedad civil cubana –nada que ver con la que defiende Obama- para articular una respuesta coherente a la nueva etapa de confrontación y que toda ella se convierta en nuestro principal y más poderoso núcleo de resistencia cultural.
Desde hace mucho tiempo estamos siendo testigos de una cruenta guerra de símbolos, por lo que resulta ineludible reforzar en el imaginario social nuestros símbolos y atributos nacionales, así como nuestras tradiciones más populares. Hoy nos hace mucho daño el hecho que una bandera cubana no pueda ser comprada a un precio asequible para el bolsillo de la mayoría de los cubanos o que nuestros niños no puedan tener calcomanías, juguetes y otros objetos con la imagen de animados cubanos como el Elpidio Valdés o Meñique y que ese vacío sea llenado por Mickey Mause y el Pato Donald. No porque Mickey Mause y el Pato Donald nos vayan ahora a crear grandes problemas, sino porque no tener lo alternativo, lo que más nos representa e identifica, es lo ciertamente lamentable. Al propio tiempo, nuestra ley y reglamento de símbolos nacionales necesita de una actualización urgente, pues la que existe prácticamente nos ata de pies y manos frente a la avalancha neocolonizadora.
La guerra cultural no se da solo en el presente, sino también en el pasado, de ahí que el trabajo con la historia de Cuba revista hoy cada vez más importancia. Escribir y divulgar la historia de la Revolución Cubana en el poder, de 1959 hasta la actualidad, sin que existan anatemas o zonas vedadas, constituye en mi criterio una cuestión de primer orden.
Debemos trabajar en la formación de un pensamiento crítico en nuestros jóvenes y adolescentes, dotarlos de un entrenamiento para el debate, e incentivar en ellos una mirada antiimperialista y anticolonialista. Así podrán cumplir la profecía de Fidel, cuando en el año 2000, dirigiéndose a los agoreros al servicio del Imperio, expresó: “…cumplo el cortés deber de advertirles que la Revolución cubana no podrá ser destruida ni por la fuerza ni por la seducción”.
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