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viernes, 27 de marzo de 2015

A 25 AÑOS DE UNA GRAVE AFRENTA

Por Pedro Martínez Pírez

Este viernes se cumplen 25 años de una grave y sostenida violación por el Gobierno de Estados Unidos de las normas del Derecho Internacional y los reglamentos de la Unión Internacional de Telecomunicaciones: nada menos que el inicio de transmisiones de televisión para subvertir el orden interno en Cuba.

Pero la política agresiva de Washington contra Cuba en el ámbito radioeléctrico comenzó mucho antes, en 1960, y ganó una connotación mucho más ofensiva e indignante cuando el 20 de mayo de 1985 se iniciaran las transmisiones de una emisora a la que se le puso el nombre de José Martí, el Héroe Nacional de Cuba.

Fue una grave afrenta a la dignidad y al legado histórico y patriótico de la nación cubana haber utilizado el nombre de José Martí para identificar a una radio subversiva, y cinco años después reiterar la ofensa al denominar también con el nombre del Apóstol de la independencia de Cuba, a la televisora nacida el 27 de marzo de 1990.

Son agravios muy difíciles de olvidar para una nación que, además, padece desde hace más de cinco décadas un criminal bloqueo económico, comercial y financiero; está arbitrariamente colocada en una lista de países que practican el terrorismo; tiene en su territorio una base militar extranjera que le fue impuesta hace más de un siglo; y ha sufrido desde 1966 el impacto de una ley extranjera dirigída a fomentar las salidas ilegales de su territorio.

Es mucho lo que desde Estados Unidos debe cambiar para que pueda alcanzarse un día la plena normalización de relaciones con Cuba, y uno de esos cambios sería el de cesar las más de dos mil trescientas horas semanales emitidas por 34 frecuencias de radio y televisión anticubanas, algunas de ellas transmitidas desde estaciones a bordo de aviones norteamericanos.

Y ojalá que un día se produzca el milagro de que algún dirigente de la nación norteña le pida perdón al pueblo de Cuba por haber usurpado el nombre del más universal de todos los cubanos, aquél que por haber vivido en el monstruo le conoció las entrañas, y legó a sus compatriotas la dignidad, la rebeldía y el amor hacia la independencia nacional, valores que hoy más que nunca se deben preservar.



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