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domingo, 14 de junio de 2015

Casa Natal del Che: Entre Ríos 480


Foto: Mónica Rivero.

Es día de elecciones en Rosario, Santa Fe, a 300 kilómetros de Buenos Aires. La calle está llena de gente que va a los colegios a votar. Es además domingo, quizás no sea el mejor día, pero es 14 de junio y estoy en Rosario. Me recibe un portero automático dorado. Veo mi rostro sobre la placa metálica como en un espejo distorsionado mientras espero que contesten. Alguien me comentó que no era producente que dijera que soy cubana ni que soy periodista. Así que decido no decir una cosa ni la otra. Al menos no de entrada –creyendo que habrá algo más que una entrada–.

Tengo solo el dato de que es en la segunda planta. “No es este, es el del frente: el D. D de dedo”, me dice una solícita señora en mi primer intento. Le agradezco y procedo a tocar el D de dedo de la segunda planta para pedir alguna referencia. “No, acá no tenemos ninguna información sobre eso” me dice cortante una mujer de voz joven antes de colgar sin más el intercomunicador. Es una mujer de voz joven que vive en el 2D de Entre Ríos 480, donde hace hoy 87 años nació Ernesto Guevara de la Serna.

Ignoro si molestan a los nuevos moradores con mucha frecuencia. Eso justificaría el tono desafecto, casi grosero. Pero la pregunta justa sería cuántas veces los que llegan son molestados por los nuevos moradores. ¿A quién pertenece Entre Ríos 480? ¿De quién es patrimonio?

Es cierto que una casa no es más que eso: una casa. Como lo es un uniforme o un arma o cualquier otra cosa. Pero los seres humanos somos criaturas con vicios simbólicos, adquiridos no en vano. Hay fetiches necesarios, juguetes muy serios, precisos para ciertos rituales e invocaciones, para proyectar la escena de un tiempo pasado; para convertir ciertas cosas en un canal que conecte con algo lejano, inalcanzable de otro modo. Un vértice, una puerta. O su llave.

Probablemente no haya nadie más alejado de la idea de una casa que el Che, si entendemos casa como morada, refugio. Eso él lo llevaba a cuestas. Apenas si tuvo patria, transnacional como fue. Solo dos cosas se llevó a la guerra en el Congo: un llavero de su madre y un pañuelo de su mujer –también tenía legítimos fetiches sagrados–. Pero el Che, muerto, símbolo, pertenece a sus sobrevivientes, los contemporáneos y los posteriores, tienen –tenemos– derecho a templos.

Me habían pronosticado un desencuentro. Quizás con esa carga leí un presagio funesto en la mirada de un perro, justo en la intersección de Entre Ríos y Urquiza, antes de cruzar –un perro garca, dirían aquí, de gente rica–, enorme perro prepotente inexplicablemente furioso que me amenazó en silencio con unos ojos helados que se me clavaron hasta que me perdió de vista, contenido apenas por una correa. Sentí miedo. Vete de aquí con tus preguntas. Lárgate con tu curiosidad.

Aunque todo esto se explica, claro que se explica. Hace veinte años, me cuenta un amigo argentino, simpatizar con el guerrillero podía ser un problema. A él le consta: reprodujo una vez en la escuela la imagen prohibida y su madre fue requerida. Debió cambiar su dibujo, y escogió entonces la portada de un disco de música de Cramps “Bad music for bad people”. Eso estuvo bien para aquella institución, donde las clases de historia hablaban de un impresentable asesino: el Che Guevara. “Y tenías que oir aquello y tragar en silencio. Así crecimos”.

El inmueble es hermoso, neoclásico, grande. Hace esquina. Está cuidado, es “seguro” según reza una alerta de video vigilancia. Era de La Rosario Compañía de Seguros, de ahí su nombre: La Rosario. Tiene cinco pisos, más tres casas para porteros (en la terraza), con ocho por piso. En el ingreso por calle Entre Ríos se planeaba instalar una placa de bronce que indicaba que en ese edificio había nacido el revolucionario declarado en 2002 Ciudadano Ilustre Post Mortem; pero la madrugada del 30 de abril de 1992 estalló en la fachada una granada EAM 75, que disuadió la instalación. Hoy la planta baja está ocupada por las oficinas de la empresa española Mapfre, frente a donde se alza una corriente señalización.

Si en La Higuera por la puerta de la escuelita “salió un hombre a la eternidad“, en la segunda planta de Entre Ríos 480, 39 años antes, ese hombre entró al mundo en que tomaría ese camino, del que saldría como salió. Es justo que haya una marca sagrada, un mínimo templo. Es domingo de elecciones en Rosario, donde el socialismo gobierna hace dos décadas.

Foto: Mónica Rivero.

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