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martes, 16 de junio de 2015

Un norteamericano “perdido” en La Habana

Rachel D. Rojas • 16 de junio, 2015



Luego del 17D todas las luces se encendieron de un tirón y apuntan directamente a la Llave del Golfo; atrás quedaron los años de soledad sobre el escenario vacío y oscuro, dicen. Cuba es noticia, y los norteamericanos desean venir. Antes también querían, pero ahora la fruta que durante largos años estuvo prohibida por su gobierno es una posibilidad más cercana para los norteamericanos.

Algunos -aquellos que piensan que la Isla es un paraíso de historia y playa-, quieren apurarse, porque “luego esto se va a comercializar completamente, y quiero verlo antes de que cambie del todo”. Así dijo Bill -digámosle de esta forma-, un norteamericano en el borde de los cincuenta que estuvo de visita en La Habana hace unos días.

Zach Chaltiel, neoyorkino de 28 años citado en Road Warrior Voices.

Viene de Atlanta, Georgia, escapando por tres días de una rutina estresante en la que debe trabajar casi 14 horas diarias para pagar comodidades que no tiene mucho tiempo de disfrutar: Su vida es la de un norteamericano común… “I work in catering, you know what I mean?” Y creo que sí, comprendo lo que dice, aunque no concuerde del todo.

Hace solo unos días una amiga me contaba que en ninguno de los 28 países que ha visitado por cuestiones de trabajo podría realizarse como ingeniera, no con una jornada de solo ocho horas diarias. Pero también en Cuba muchos tienen más de un empleo, otros abandonan su profesión en busca de mayores ingresos, o sencillamente no tienen la misma suerte.

Desde su punto de vista, allá tienen el dinero y aquí tenemos felicidad. Desde el mío, eso es una generalidad demasiado fácil. Los de aquí, los de allá… Eso habla, entre otras muchas cosas, de lo poco que nos conocemos.

Bill vive a golpe de créditos, que es una forma elegante de nombrar a las deudas. “Parece que tienes muchas cosas, pero en realidad nada te pertenece”, explica. Llama “extorsión legal” al hecho de vivir pagando un seguro médico que es “ridículamente costoso” y que tampoco puede permitirse rechazar. “No hay ningún otro gran país multicultural en el mundo, como lo es Estados Unidos, que trate a sus ciudadanos de esa forma”. Y en ese escenario llega a Cuba y siente en cada poro “la libertad”, el choque agudo entre formas de vida tan diferentes. Tres días en el paraíso.

Tanto tiempo pasa Bill trabajando, que en su consumo de información aparecía muy poco sobre Cuba, solo sabía que era el lugar a donde no se podía llegar. Por eso aterrizó en La Habana sin conocer siquiera el nombre del presidente, “¿what is his name?”; o que la Base naval de Guantánamo está en territorio cubano; o que todavía hay allí presos del 11S. Por ignorar, también pensaba que es el gobierno cubano, y no el suyo, el que impide a los ciudadanos de Estados Unidos viajar a la Isla, aun cuando están en todo su derecho y la mayoría lo desea.
Encuesta realizada por The Washington Post.

Al principio estaba aterrorizado: que si Cuba comunista, que si dictadura, “bla, bla, bla”. Tan solo unas horas antes del vuelo que lo puso en La Habana, se encontraba a punto de entrar en un país extranjero, sin hablar el idioma, sin saber “dónde diablos” se quedaría, sin conocer a nadie, “solo con la confirmación de que un extraño me recogería en el aeropuerto y tendría un cartel con mi nombre. Ha sido muy loco. Imagínate. Pero no ha podido salir mejor”.


Los medios en los que más confía le han hecho creer durante años en “la dictadura de los Castro” y han sembrado una visión de Cuba que no rebasa los estereotipos más elementales. “Pensé que sería más difícil llegar, que me harían un montón de preguntas, que habría militares esperándome en el aeropuerto y todo eso. Y como no puedo decir que soy turista, como en cualquier otro destino del Caribe, estaba un poco asustado de lo que encontraría. Pero nadie me preguntó qué hacía aquí cuando llegué”, dice Bill. Y agrega: “Ahora sé que no es Castro, es Obama. Y me asombró muchísimo saberlo, porque no creo que tenga ningún sentido”.

Comercial: “Coffee is really good here. But…”

Pensó que debía apurarse, que Cuba estaba a punto de convertirse en otro Cancún, en una gran plaza turística sin identidad, totalmente globalizada. Pero ahora sabe que ese cambio tomará años, según percibe, pues en el país hay que construir la infraestructura prácticamente desde cero:

“Hay edificios realmente hermosos, pero están destruidos. Todavía no puedo creer que haya gente viviendo en ellos. Y la demora en el aeropuerto para entregar las maletas de un único vuelo fue horrorosa. Si hubieran aterrizado dos vuelos, aquello hubiera sido el caos. Y por lo que veo hay que construir hoteles, carreteras, conexiones… todo. Y para eso les hará falta mucho más que el dinero de los turistas, les harán falta trillones de dólares y algunas décadas”.

Tampoco entiende cómo es posible vivir con alrededor de 20 dólares al mes, por ejemplo. Sencillamente no puede imaginarlo. “¿How can you do it?”, pregunta todo el tiempo, intentando descifrar un misterio que ni siquiera muchos cubanos pueden explicar. Entre otras cosas sorprendentes: en una cena con amigos conoció más sobre Cuba “que lo que hubiera aprendido con el guía de un hotel”.

Resulta que Bill está encantado con su descubrimiento fundamental, como fácilmente puede suponerse: la gente. “Me gustó la idea de quedarme en casas, y no en hoteles. Me gustan, pero prefiero pasar tiempo con la gente y descubrir lugares, porque los hoteles bellos ya los tengo en América”. Sí, para ellos América es Estados Unidos, y también el mejor país del mundo.

“La gente aquí es espectacular: te miran a los ojos todo el tiempo. Son muy amigables, cálidos, en todos lados me he encontrado a gente muy buena y simpática. Y ya sé que están las personas que son amigables porque eres el turista, como ocurre en todos los países, y te ofrecen tabacos, ron, mujeres, etcétera. Pero me refiero a algo más; es muy fácil conversar con cualquiera. ¡Y las mujeres son hermosas! La verdad es que no me importan los tabacos al lado de las mujeres que he visto”, exclama el pícaro.

Bill, aseguró al final, piensa regresar. Ya sabe que en realidad no había que apurarse tanto.


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