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sábado, 31 de octubre de 2015

Cerrar la cárcel, devolver la base

La prisión instalada en la base naval por el gobierno del presidente George W. Bush, ha sido un laboratorio donde se han experimentado las más diversas técnicas de torturas conocidas por la historia



La cárcel de Guantánamo se ha convertido en un laboratorio de diversas formas de torturas. Foto: AP

Cuando se analizan hechos como el de la existencia de una ilegal base naval en Guan­tánamo, Cuba, desde el comienzo del pasado siglo en contra la voluntad del pueblo cubano; y la creación en dicho lugar de una cárcel tenebrosa, a partir de septiembre del 2001; per­cibimos que el sistema político norteamericano está montado sobre la base de imposiciones, contra la voluntad de todos y donde solo interesa lo que ellos llaman su “seguridad na­cional” y el respeto a su versión sobre los “de­rechos humanos”.

En el caso que nos ocupa, Guantánamo, la prisión allí instalada por el gobierno del presidente George W. Bush, ha sido un laboratorio donde se han experimentado las más diversas técnicas de torturas conocidas por la historia.

Los ejemplos sobran y hasta el actual presidente de los Estados Unidos, Barack Oba­ma, ha propuesto —sin lograrlo—, cerrar esa instalación penitenciaria, y ha reconocido el desprestigio provocado por las prácticas allí aplicadas.

Para analistas del tema, Obama no ha po­dido cerrar el penal porque quienes se oponen a ello tendrían que admitir que a los presos secuestrados en diversos lugares del planeta y llevados allí clandestinamente, nunca se les permitieron las más mínimas condiciones jurídicas y sus interrogadores solo obtuvieron algún testimonio a través de las más crueles torturas.
La Agencia Central de Inteligancia (Cia) y el gobierno de George W. Bush, crea­dores de esa prisión, utilizaron todo un an­damiaje me­diático para estigmatizar la cultura musulmana y rechazar la imagen de cualquier árabe, y luego justificar la tortura como parte necesaria de la lucha contra el terrorismo.

Fueron tiempos en que hasta el diario Wa­shington Post, llegó a justificar la tortura como un imperativo moral contra el terrorismo.

Años atrás, al ser interrogado sobre el te­ma, el vicepresidente estadounidense, Joe Bi­den declaró que mientras más avanzaba en el expediente de Guantánamo, más cosas que hasta entonces ignoraba iba descubriendo. Y después advirtió a la prensa que no se podía abrir la caja de Pandora.

Un paréntesis en este análisis nos retrotrae a décadas anteriores, cuando Estados Unidos creó centros en los que se entrenaba a torturadores de las dictaduras latinoamericanas. En el caso de la Escuela de las Américas, en Pa­namá, se impartían cursos sobre la aplicación de la tortura, que luego sus discípulos utilizarían inescrupulosamente en Argentina, Chile, y otras naciones sudamericanas.

La tristemente conocida Operación Cón­dor es el mejor retrato de tan perversas enseñanzas.

Posteriormente, sus bien entrenados agentes de la CIA, hacían igual función contra los detenidos en la ilegal base de Guantánamo.

Algunos ejemplos de esas torturas han sa­lido a la luz pública, ya sea a través de prisioneros liberados tras años de encierro sin acusación alguna; por soldados que han re­nun­ciado a su trabajo en aquel centro de torturas y por alguna que otra visita de investigadores internacionales.

Por ejemplo, durante días enteros se hizo oír a los prisioneros gritos de bebés recién na­cidos, grabados y pasadas las cintas como para que los reos sufrieran y se doblegaran.

La propia CIA reconoce que el principal “ade­lanto” lo logró con el suplicio de la bañera, una tortura en la que se acuesta al prisionero en una bañera vacía; se le trata de ahogar en­tonces vertiendo agua sobre su cabeza, con la posibilidad de parar inmediatamente. Cada “sesión” se codifica para determinar los límites soportables. Varios ayudantes miden la cantidad de agua utilizada, el momento y la duración del ahogamiento. Cuando concluye la tortura, los ayudantes recogen el vómito, lo pesan y lo analizan para evaluar el gasto de energía y el agotamiento provocado.

Algún día, si se cierra ese penal, se conocerá cuántos presos se suicidaron por no resistir tanto suplicio; y cuántos militares de esa instalación y de otras creadas por Estados Uni­dos en Irak y Afganistán, padecen verdaderas pesadillas, e incluso, algunos se han quitado la vida.

Se sabe de miembros de las fuerzas ar­madas norteamericanas que han reconocido que “tras esas paredes de la cárcel en Guan­tá­namo, se aplicaron procedimientos que vio­laban los es­tándares y las leyes internacionales”.

Es necesario recordar también en este co­mentario que Estados Unidos mantiene ilegalmente ese enclave naval en Cuba contra la voluntad de su pueblo.

La base naval se encuentra en la Bahía de Guantánamo, una de las mayores de la Isla. Abarca un área de 117,6 kilómetros cuadrados (49,4 de tierra firme y el resto de agua y pantanos) y fue establecida en diciembre de 1903, a través de la Enmienda Platt, impuesta por Estados Unidos bajo la amenaza que de no ser aceptada, Cuba permanecería ocupada militarmente .

Hoy, cuando el proceso de normalización de las relaciones entre Washington y La Habana parece haber roto el hielo de la confrontación, el tema de la base de Guan­tá­na­mo tiene una sola opción: cerrar la cárcel allí instalada y devolver a Cuba el territorio usurpado.

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