Una mujer amante, en el silencio,
protegió con su piel a los que amaba.
No buscaba la gloria, no buscaba
lo que no fuera paz a su conciencia,
prevenir la agresión contra sus prójimos,
a los que quiso amar más que a sí misma.
Sólo una santa, sí, un alma noble
padece y lucha por el bien de todos,
por la justicia que los pobres piden.
Hija de un pueblo atado todavía
optó por quebrantar las rejas, los cerrojos,
y defender la luz que amanecía
en la isla hermana en sueños y en historia.
Con mujeres así se hace el mundo
de solidaridad fraterna, el mundo nuevo
anunciado y pendiente de llegar.
Ahora ella, desde las prisiones,
paga su amor al bien, a sus hermanos.
No puede haber olvido ni silencio,
sino alta voz que quiebre hierros, muros,
y nos traiga de vuelta a la heroína.
Recordemos su nombre cada día
para exigir su plena libertad.
Ana Belén se llama, ese es su nombre,
Ana Belén, boricua, caribeña,
latinoamericana: Ana Belén.
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