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lunes, 4 de junio de 2012

Stiglitz ve en el desigual reparto de riqueza un peligro al futuro democrático de EE.UU.

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La democracia peligra por la perversión de "una persona un voto" a "un dólar un voto", afirma el premio Nobel de Economía, autor de 'The price of inequality' | "El sueño americano empieza a parecer lo que es, un sueño, un mito sin datos"


Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, ha escrito un libro que, en clave de novela negra, rompería los esquemas habituales del género.

Cierto. Hablar de novela negra cuando se sopesa un volumen de no ficción puede parecer fuera de lugar. Pero detrás de las cifras se esconden tensiones telúricas, camufladas bajo la arquitectura del servicio a la democracia. Stiglitz las desnuda.

Hoy llega a la librería digital de Amazon.com -a las físicas en Estados Unidos habrá que esperar una semana-, The prize of inequality. O el precio de la desigualdad social, una reflexión a partir de las movilizaciones mundiales que se iniciaron a finales del 2010 y maduraron el pasado año. "Las quejas en Oriente Medio eran diferentes a las de Occidente, pero hay cuestiones compartidas, como el entendimiento de que los sistemas político y económico han fallado y ambos son injustos". Por eso coloca el 2011 en la misma lista que "los tumultuosos 1848 y 1968", cuando las convulsiones ciudadanas "marcaron el inicio de nuevas épocas". Protesta, que algo queda.

Así que, previo al inicio de la lectura, ya se conoce el escenario de la trama. También se tiene plena consciencia de quienes son los "malos". Las fuerzas del mercado financiero, con la anuencia del proceso político, han creado una economía que "da ventajas a los ricos que están en la cúspide y perjudica a los demás".

Este grupo, la inmensa mayoría, son las víctimas, jóvenes en paro, o los que carecen de atención sanitaria, o los que han perdido el hogar en el oropel del ladrillazo. "La codicia será inherente a la naturaleza humana, pero no significa que no se haga nada para templar las actuaciones de banqueros sin escrúpulos que explotan a los humildes", afirma.

La expresión de este contraste se produjo en septiembre del 2008 con la caída de Lehman Brothers. Las hipotecas tóxicas lo contaminaron todo. "La burbuja dio a unos cuantos pobres la ilusión de la riqueza, sólo por un momento. Al pincharse, les quitó lo poco que poseían". Sigue el expolio, como bien sabe España.

"Si el presidente Obama o los tribunales hubiesen hallado culpables, tal vez habría permitido pensar que el método funciona", proclama. No sucedió, y la ira se acumuló. Incluso se sorprende de que la gente no saliera antes.

"Una interpretación en el retraso de las marchas fue que hubo confianza en la democracia, fe en el procedimiento político, poniendo a los responsables frente al juez y una rápida reparación económica. Años después del pinchazo, ha quedado claro que la política ha fallado, que no previó la crisis, ni tomó medidas para frenar la creciente desigualdad social, ni protegió a los ciudadanos en la base, ni actuó contra los abusos de las corporaciones".

El premio Nobel del 2001 ha visitado Túnez. Ha hablado con los ocupantes cairotas de Tahrir, de la Puerta del Sol o de Zuccotti Park, en el corazón de Wall Street, en Manhattan. A él se le atribuye el lema que lideró a los indignados neoyorquinos, la frase más coreada: "Somos el 99%".

El 11 de mayo del 2011, cuando todavía no habían arrancado las movilizaciones de Madrid, Atenas o la Gran Manzana, Stiglitz publicó en Vanity Fair el artículo titulado "del 1%, para el 1%, por el 1%", que son los que se llevan una cuarta parte de los ingresos de Estados Unidos y controlan el 40% de la riqueza. "El 1% puede tener las mejores casas, educación y estilo de vida -sostuvo-, pero el destino está ligado a cómo vive el restante 99%".

Este artículo se convirtió en el punto de partida para The prize of inequality, cuyo objetivo no es el suspense. Lo suyo es, la advertencia, desde el análisis de cómo trabajan los manipuladores de la trama, que compran influencias políticas para facilitar la desregulación del sector financiero o la supresión de impuestos que reviertan en la comunidad.

"Cuanto más divididas están las sociedades en términos de riqueza, más renuentes son los ricos a gastar dinero en la necesidades comunes. El rico no necesita confiar en el gobierno para disponer de parques, enseñanza o médico. Pueden comprar todo eso. En el proceso, cada vez se distancian más de la gente corriente".

La desigualdad social forma parte de la marca genética del capitalismo. En el siglo XIX, Karl Marx predijo que la profundización en el agujero entre los nuevos ricos del auge industrial y los miserables de las áreas urbanas, acabaría por tumbar el sistema.

Su pronóstico, hasta ahora, se ha demostrado erróneo. Stiglitz, sin embargo, alerta de que se ha alcanzado un punto de "alarma" sólo comparable a la de los años previos a la Gran Depresión. "Estados Unidos no sólo es el que tiene el nivel de desigualdad más elevado entre los países industrializados, sino que es donde más crece en términos absolutos".

En le folklore estadounidense, los relatos de Horatio Alger encuadran como pocos los personajes hechos a sí mismos, que de abajo llegan a arriba. Hoy sólo es literatura, según Stiglitz. "El sueño americano que veía a este país como la tierra de las oportunidades, empieza a parecer lo que es, un sueño, un mito sin datos.

El aviso: la democracia está en peligro al releerse aquel "una persona, un voto" por "un dólar, un voto". Nicholas Kristof calificó en The New York Times la desigualdad social en EE.UU. como "propia de repúblicas bananeras". Por ahí apunta el premio Nobel. "El más inmediato síntoma del desencanto conduce a la falta de participación en el proceso político y esto siempre puede hacer que los votantes se sienta atraídos hacia populismos y extremismos". Recuerda "la experiencia de Sudamérica", donde los altos niveles de desigualdad han provocado "conflictos civiles durante décadas, sufrido altos niveles de criminalidad e inestabilidad social".

¿Es trasladable lo de Egipto o Siria a Estados Unidos? Stiglitz se lo plantea porque "el país, en muchos sentidos, ha llegado a ser como esos lugares, en los que se sirve a una pequeña élite".

Detrás de la negrura, observa una luz de esperanza que pasa por una reforma del sistema político. Los protagonistas de Occupy Wall Street no eran anarquistas, "no buscaban la revolución, sino la evolución". El 1% también ha de entender que ahondar en el abismo juega en su contra, como dijo Marx.

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