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martes, 9 de octubre de 2012

Una campaña presidencial sin plan B

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Mitt Romney durante un acto de campaña.
El gobernador Mitt Romney, el candidato republicano a la presidencia, habló en un mitin de campaña en Pueblo, Colorado, a principios de septiembre. Karl Rove escribía recientemente un artículo de opinión para The Wall Street Journal en la que explicaba el gran problema que tiene Mitt Romney. Por supuesto, no es así como lo describe Rove: es un esfuerzo para levantar el ánimo de los republicanos, no para desanimarlos.
Pero esto es lo que dice en el artículo, publicado el 19 de septiembre: “En las dos semanas anteriores al inicio de los debates presidenciales, Romney debe definir más claramente lo que haría como presidente. Al explicar en detalle su plan de cinco puntos para la clase media, tendrá que informar mejor sobre la manera en que cada elemento ayudaría a las familias de forma concreta y práctica, y mostrar su optimismo respecto a una vuelta de la prosperidad”.
Analicemos ese plan, que es el siguiente:
1. Independencia energética, presumiblemente mediante una normativa medioambiental menos estricta.
2. Elección de colegios
3. Acuerdos comerciales, junto con críticas a China implícitas.
4. Reducción del déficit, no explicada.
5. Impuestos más bajos para las pequeñas empresas (pero en realidad solo para los ricos), y revocar la reforma sanitaria.
En primer lugar, este no es un plan para la clase media. ¿Y ven ustedes algo en ese plan que pueda ayudar a las familias de una forma concreta y práctica?. Yo no. Incluso si creyeron que el plan de Romney generaría prosperidad, los beneficios para las familias de clase media serían limitados, y las afirmaciones de que las políticas al estilo Bush son justamente lo que necesitamos no le van a dar a Romney el impulso que quiere.
Entonces, ¿en qué está pensando Rove? Probablemente se acuerda de cómo el presidente George W. Bush vendió su primer recorte de impuestos con “impuestos para familias”, que supuestamente eran ejemplos del mundo real de cómo los recortes beneficiarían a los estadounidenses normales y corrientes. Pero lo que hizo posible esa estrategia fue la forma en que la parte fundamental del plan de Bush, que consistía en grandes recortes de impuestos para los ricos, fue adornado con incentivos que ayudarían a las familias de clase media selectas: un aumento de las desgravaciones por hijos, un recargo reducido por matrimonio, etcétera, etcétera. Estos incentivos, por cierto, desempeñaron un papel importante a la hora de incrementar el número de estadounidenses que acabaron por no pagar el impuesto sobre la renta, es decir, que se encuentran en la raíz del problema de ese terrible “47%”
No hay nada así en el plan de Romney, y tampoco podría haber añadido estas cosas a estas alturas, aunque no hubiese protestado porque las familias de clase trabajadora pagan demasiado pocos impuestos. La verdad es que Romney basó toda su campaña presidencial en la creencia de que podría abrirse paso hasta la Casa Blanca sembrando la confusión con eslóganes de extrema derecha, manipulando cifras y contando con que la desilusión de los votantes con Obama haría el resto. Ahora que parece que esto no ha funcionado, no tiene plan B.
© 2012 The New York Times

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