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Un corresponsal, desesperado, me pedía que me fijara en la última parte de una declaración que realizó este mes en una rueda de prensa Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), y esa persona tiene razón: es para desesperarse. Después de todo, Draghi es el presidente del BCE más inteligente y flexible que posiblemente tengamos durante mucho tiempo; y es bastante posible que sea el presidente más inteligente y flexible que tengamos nunca, porque el euro podría no durar. Sin embargo, lo que tiene que decir sobre la inflación es erróneo en muchos sentidos, y esto tiene que ser perjudicial para la política del BCE.
Veamos los comentarios de Draghi. Una persona, presumiblemente española, pregunta: “Soy de un país que tiene una tasa de desempleo del 27%, que es una cifra muy deprimente, una política fiscal que es contraccionista y una política monetaria en España, y también en otros países, que también es contraccionista porque no hay crédito disponible para las pymes. ¿Está usted diciéndoles a los españoles, a los portugueses, a los irlandeses e incluso a los italianos que el BCE no puede hacer nada más cuando la inflación está por debajo del 2%?”.
Veamos los comentarios de Draghi. Una persona, presumiblemente española, pregunta: “Soy de un país que tiene una tasa de desempleo del 27%, que es una cifra muy deprimente, una política fiscal que es contraccionista y una política monetaria en España, y también en otros países, que también es contraccionista porque no hay crédito disponible para las pymes. ¿Está usted diciéndoles a los españoles, a los portugueses, a los irlandeses e incluso a los italianos que el BCE no puede hacer nada más cuando la inflación está por debajo del 2%?”.
Y esta es la respuesta de Draghi: “Bien, no estoy seguro de captar a qué se refiere, pero creo que lo entiendo. En primer lugar, el hecho de que la inflación sea baja no es, en sí, malo; con una inflación baja, uno puede comprar más cosas. En segundo lugar, no vemos deflación, y eso es lo que tenemos que temer. Todavía no la observamos”.
A continuación pasa a defender las políticas de austeridad y, de paso, presenta otros argumentos malos. Pero centrémonos solo en esta parte.
En primer lugar, “con una inflación baja, ¿se pueden comprar más cosas?”.¿No les enseñamos a los estudiantes en primero de Económicas que eso es una falacia ingenua? ¿Y que una inflación más baja también significa un menor aumento de los sueldos y que el coste de la inflación no tiene nada que ver con la disminución del poder adquisitivo?
De acuerdo, pero aunque eso es triste, lo que importa para la política es la afirmación de Draghi de que “no vemos deflación y que eso es lo que tenemos que temer”. Vaya. A lo mejor esto no se enseña en primero de Económicas, pero pensaba que todos los economistas profesionales entendían que no hay una línea roja en la inflación cero, por lo que la inflación baja solo se convierte en un posible problema si baja del umbral de cero.
Una inflación demasiado baja
Miren, existen dos razones para creer que la inflación en las economías avanzadas en general, y en Europa en concreto, es demasiado baja en este momento, y que está resultando perjudicial.
La primera es que estamos sufriendo una demanda insuficiente, y el hecho de que los tipos de interés se acerquen a cero es una limitación importante para la política monetaria. Larry Ball, un economista y catedrático de la Universidad Johns Hopkins, calcula que las tasas de desempleo en EE UU en los últimos años habrían sido, de media, dos puntos porcentuales más bajas si hubiésemos empezado la crisis financiera con una inflación del 4% en vez del 2%. Europa tiene el mismo problema, agravado por la falta de integración fiscal entre los Estados miembros, lo que la ha llevado a adoptar una política fiscal global mucho más estricta que EE UU.
Este no es un argumento nuevo, ni tampoco es descabellado; lo ha defendido mucha gente, incluido el economista jefe del Fondo Monetario Internacional. Sin embargo, parece que Draghi cree que la inflación baja no es un problema y que solo debe preocuparnos la deflación.
Pero no hemos acabado. El otro tema relacionado con la inflación es la disminución de la rigidez de los salarios nominales (las reticencias de los empresarios a exigir, y de los trabajadores a aceptar, recortes salariales reales), y, hasta cierto punto, la disminución de la rigidez de los precios nominales. Podrían pensar que estos serían problemas solo si tuviésemos una deflación real, pero como los precios y los salarios relativos están cambiando todo el tiempo, lo cierto es que esta disminución de la rigidez empieza a convertirse en un problema en una economía deprimida incluso cuando las tasas de inflación son bajas; esto es bastante evidente en EE UU. Y en la eurozona, donde se espera que los países deudores realicen enormes “devaluaciones internas”, es un problema mucho mayor.
Ahora bien, me cuesta creer que Draghi no sea consciente de estos problemas; quizás solo esté llevándoles la corriente a los halcones de la inflación en su consejo. Pero incluso así, el hecho de que estas viejas falacias sigan saliendo a relucir a estas alturas, con Europa sumida en lo que equivale a una depresión, es muy, valga la redundancia, deprimente.
© 2013 The New York Times.
Traducción de News Clips
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