Mi blog sobre Economía

domingo, 7 de julio de 2013

De las bocas de los bebés

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Los cupones para alimentos han desempeñado una función casi heroica en los últimos años

Por Paul Krugman            
 

Muchas familias, como los Gibbs en Iowa, dependen de los cupones para comer. / Jessica
 
Como muchos observadores, leo a menudo los informes sobre los tejemanejes políticos con una especie de cansado cinismo. Sin embargo, de cuando en cuando, los políticos hacen algo tan erróneo, fundamentalmente y moralmente, que el cinismo no basta para combatirlo; en vez de eso llega la hora de enfadarse muchísimo. Es lo que sucede con la fea y destructiva batalla contra los cupones para alimentos. El programa de cupones —que hoy en día utiliza en realidad tarjetas de débito y se conoce oficialmente como Programa de Ayuda Nutricional Suplementaria— intenta ofrecer una ayuda pequeña, pero crucial, a las familias necesitadas. Y está meridianamente claro que la inmensa mayoría de los receptores de los cupones para alimentos realmente necesitan esa ayuda y que el programa tiene muchísimo éxito en la reducción de la “inseguridad alimentaria”, que hace que las familias pasen hambre al menos en ocasiones.
Los cupones para alimentos han desempeñado una función especialmente útil —en realidad, casi heroica— en los últimos años. De hecho, han cumplido una triple misión.
En primer lugar, mientras millones de trabajadores se quedaban en paro sin tener ninguna culpa, muchas familias recurrían a los cupones para comida para que les ayudasen a ir tirando; y aunque la ayuda alimentaria no sustituye a un buen trabajo, ha paliado considerablemente la miseria. Los cupones para alimentos han sido especialmente útiles para esos niños que, sin ellos, estarían viviendo en la pobreza extrema, definida como unos ingresos de menos de la mitad de los que determinan el umbral de pobreza oficial.
Pero hay más. ¿Por qué está deprimida nuestra economía? Porque muchos agentes económicos han recortado drásticamente el gasto al mismo tiempo, mientras que relativamente pocos agentes estaban dispuestos a gastar más. Y, debido a que la economía no es como una familia individual —sus gastos son mis ingresos, mis ingresos son sus gastos—, la consecuencia ha sido un descenso generalizado de los ingresos y una caída en picado del empleo. Necesitábamos desesperadamente (y seguimos necesitando) políticas públicas que fomenten un aumento del gasto de manera temporal; y la ampliación de los cupones para alimentos, que ayudan a las familias que viven al límite y les permiten gastar más en otras necesidades, es justo una de esas políticas.
De hecho, los cálculos de la consultora Moody’s Analytics indican que cada dólar gastado en cupones para alimentos en una economía deprimida hace que el PIB suba alrededor de 1,7 dólares (lo cual significa, por cierto, que gran parte del dinero desembolsado para ayudar a las familias necesitadas, en realidad vuelve directamente al Gobierno en forma de aumento de los ingresos).
Cada dólar gastado en el programa  hace que el PIB suba 1,7 dólares
Pero esperen, aún no hemos terminado. Los cupones para alimentos reducen enormemente la inseguridad alimentaria entre los niños de familias con ingresos bajos, lo cual, a su vez, aumenta enormemente sus posibilidades de obtener buenos resultados en el colegio y crecer hasta convertirse en adultos productivos y con éxito. Así que los cupones para alimentos son, en un sentido muy real, una inversión en el futuro del país (una inversión que a largo plazo, casi con seguridad, reducirá el déficit presupuestario, porque los adultos del mañana también son los contribuyentes del mañana).
¿Y qué quieren hacer los republicanos con este programa lleno de virtudes? Lo primero, reducirlo; luego, acabar con él a todos los efectos.
La parte de la reducción se deriva del último proyecto de ley agrícola publicado por el Comité de Agricultura de la Cámara (por motivos históricos, el programa de cupones para alimentos lo gestiona el Departamento de Agricultura). Ese proyecto de ley expulsaría del programa a unos dos millones de personas. Deben tener presente, por cierto, que uno de los efectos del embargo ha sido la grave amenaza a la que se enfrenta un programa diferente, pero relacionado, que proporciona ayuda alimentaria a millones de madres embarazadas, bebés y niños. Garantizar que la siguiente generación crezca con carencias nutricionales; eso es lo que ahora se llama tener visión de futuro.
¿Y por qué deben reducirse los cupones para alimentos? No podemos permitírnoslos, dicen políticos como el republicano Stephen Fincher, representante por Tennessee, quien respaldó su postura con citas bíblicas (y quien resulta que también ha recibido personalmente millones de dólares en subsidios agrarios a lo largo de los años).
Estos recortes, sin embargo, son solo el principio de la batalla contra los cupones para alimentos. Recuerden, el presupuesto del representante Paul Ryan sigue siendo la postura oficial del Partido Republicano en cuanto a política fiscal, y ese presupuesto exige convertir los cupones para alimentos en un programa único de subvenciones con un coste drásticamente reducido. Si esta propuesta hubiese estado en vigor cuando nos golpeó la Gran Recesión, el programa de cupones para alimentos no podría haberse ampliado de la forma en que se amplió, lo que se traduciría en muchísimas más penurias, entre ellas mucha hambre sin paliativos, para millones de estadounidenses, y para los niños en particular.
Miren, yo entiendo las supuestas razones lógicas: nos estamos convirtiendo en un país de receptores, y hacer cosas como dar de comer a los niños pobres y proporcionarles una asistencia sanitaria aceptable solo sirve para generar una cultura de dependencia; y es esa cultura de dependencia, no los banqueros sin control, la que de algún modo ha causado la crisis económica.
Pero me pregunto si ni siquiera los republicanos se creen de verdad esa historia; o, al menos, confían lo suficiente en su diagnóstico para justificar unas políticas que, más o menos literalmente, les quitan la comida de la boca a los niños hambrientos. Como he dicho, hay ocasiones en las que el cinismo no basta; este es un momento para estar muy, muy, enfadado.
 
Paul Krugman, premio Nobel de Economía en 2008, es profesor de Economía de Princeton.
© New York Times Service 2013
Traducción de News Clips.

 

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