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Eduardo Olier, presidente del Instituto Choiseul
España.
La geoeconomía estudia la economía internacional
desde la óptica de los intereses geopolíticos y geoestratégicos. Intereses que
mueven a las diferentes naciones a proteger sus economías en el contexto
económico global. Ya sea dotándose de tecnologías, productos o mercados que
consideran vitales para su supervivencia, mejora o desarrollo, o usándolos como
medio para expandir o mantener sus posiciones de poder. Aspectos que también
incluyen el uso de instrumentos económicos o financieros para dominar o debilitar
a los oponentes. Siempre en un juego de poder donde la fuerza militar se hace
imprescindible si están en serio riesgo ciertos elementos que se estiman claves
para mantener esa primacía.
Desde esta óptica, el conflicto sirio presenta una
perspectiva diferente. Ya que -sin obviar el drama humano de esa guerra-
permite entender mejor el porqué de ciertas decisiones a la hora de intervenir
de forma directa o indirecta en la guerra civil que allí existe.
El conflicto sirio estalló en marzo de 2011 al hilo
de lo que se ha llamado la primavera árabe. La represión
inicial del Gobierno contra aquellas protestas provocó la creación del Ejército
Libre de Siria que ha tratado desde entonces de derrocar al presidente actual.
Aunque hay que decir que la contestación de parte del ejército sirio en contra
del actual presidente, Bashar al-Assad, estaba ya en el escenario antes de las
protestas. La brutalidad de la guerra civil que ahí se lleva a cabo ha causado
ya casi cien mil muertes, y ha obligado a un éxodo de unos cuatro millones de
personas, muchos de los cuales han arribado en masa a Líbano y Jordania.
Como en toda esa zona, la guerra tiene un fuerte
componente religioso; en un país donde casi el 75% de la población es sunní, y
sólo el 12% es de extracción alauita, la facción del presidente Al-Assad. Los
cristianos, por su parte, no llegan al 10%, y como en todo Oriente Medio es la
minoría más castigada. La población civil ha sufrido con mayor intensidad el
horror de la guerra, donde en varias ocasiones antes de ahora -tal como ha
denunciado Médicos sin Fronteras-, se han usado armas químicas; y no ha sido
sino en estos días cuando la comunidad internacional ha prestado mayor atención
a este asunto.
La
otra cara de Siria
Siria, sin embargo, tiene otra cara: la que nace de
los intereses geoeconómicos en la zona. Se trata de un país que es encrucijada
de fronteras; con una posición geoestratégica única. Siria forma fronteras con
Turquía, Líbano, Israel, Irán, Irak y Jordania; y tiene además una franja
costera al borde del Mediterráneo con importantes puertos, como son Latakia,
Baniyas o Tartus; este último, por décadas, una importante base naval de Rusia;
país de antiguos y fuertes vínculos con Siria. Todo lo cual, proporciona a
Siria una posición inigualable como tránsito de infraestructuras energéticas.
Una posición geográfica de gran valor que permitiría conectar las importantes
fuentes de petróleo y gas de los mayores productores de Oriente Medio e Irán
con el Mediterráneo: aspecto esencial para el abastecimiento de Europa y otros
lugares, muy especialmente, Turquía.
Como productor de petróleo y gas, aunque llegó a
ser un exportador neto de petróleo en los años ochenta, Siria no es un
importante jugador. Tiene unas reservas de petróleo de unos dos millones y
medio de barriles, y una bolsa de gas de un cuarto de billón de metros cúbicos.
En una situación como la actual, donde el Ejército Libre tiene el control de
importantes pozos en la región de Deir Ezzor, y donde otras instalaciones, como
la de Rumeilan, están controladas por el relevante Partido Kurdo de Unión
Democrática, hostil también de los rebeldes.
Siria, por el contrario, fue, desde antiguo, un
paso privilegiado de productos petrolíferos. En 1952 se construyó un oleoducto
de 800 kilómetros, desde Kirkuk en Irak hasta el puerto de Baniyas. Una fuente
de importantes ingresos que quedó destruida por las fuerzas armadas americanas
en 2003 durante la invasión de Irak. Un asunto que, al no resolverse, llevó
finalmente al Gobierno de Al-Assad a anunciar, en 2009, una nueva estrategia
tendente a convertir a Siria en el eje esencial de transporte de petróleo entre
el Golfo Pérsico, el Mar Negro, el Caspio y el Mediterráneo. Lo que denominó
como la estrategia de los cuatro mares, cuya primera acción fue la firma de un
memorándum con Irak, en 2010, para construir dos oleoductos y un gaseoducto que
transportaran petróleo y gas desde los pozos iraquíes de Kirkuk y Akkas hasta
el puerto de Banyas. A lo que se sumó posteriormente Irán, anunciando la
construcción de un gaseoducto, con una inversión de 10.000 millones de dólares,
desde el enorme pozo iraní de South Pars hasta el Mediterráneo a través de Irak
y Siria. Proyecto que incluía una futura extensión del Arab Gas Pipeline que,
partiendo de Egipto, atraviesa hoy Jordania y Siria, para desembocar en Trípoli
(Líbano) y Baniyas. Un nuevo ramal que en el futuro podría conectar con el
oleoducto de Nabucco en Turquía para enlazar el gas iraní finalmente con
Europa. Como se ve, muchos intereses contrapuestos en una estratégica zona que
se suman a la desgraciada situación actual de Siria. Algo que se presenta hoy
de muy compleja solución, y que una acción armada occidental abriría una puerta
de difícil cierre en el futuro.
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