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sábado, 23 de noviembre de 2013

Habrá 90, Estorino, a pesar del dolor en la yema de mis dedos


Por Amado del Pino
 
Casi nunca me permito un título tan largo. Tampoco recuerdo una despedida en que me temblaran tanto las manos, y ni hablo del nudo en la garganta o la lágrima pugnando por salir, pues a mi maestro Abelardo Estorino no le gustaría el lugar común ni la expresión obvia del dolor, por real y legítima que fuera la pena.

Ha muerto el más grande de nuestros dramaturgos. En una entrevista de hace unos años afirmé que su obra en este ámbito era tan relevante como la del fundador Virgilio Piñera. Lo sigo pensando.

Cuando toqué a la puerta de su casa en 1982 para el trámite de que fuera el oponente de mi tesis en el Instituto Superior de Arte (ISA) ya había visto decenas de funciones de sus piezas y leído con pasión grandes textos como La casa vieja.

La ilusión por los 90 con Estorino entre nosotros viene de aquellos 80 que nacieron de una conversación, camino a su Unión de Reyes, entre el extraordinario escritor, Omar Valiño, Tania Cordero y quien firma estas líneas.

Quedó amplia, hermosa, agradable la fiesta por aquel aniversario “redondo”, y haremos otra dentro de año y poco, aunque falten su sonrisa, su caminar ligero y peculiar, ese desenfado que me hacía decirle que era un clásico en zapatillas, un venerable en “popis”.

Tuvo ese mínimo de vanidad que el arte requiere, pero toda la humildad de las de veras, el buen gusto, la más nítida falta de prejuicios, el mayor rechazo a las sectas que recuerdo en creador alguno.

No sé bien la fecha en que comencé a decirle Pepe, como los hermanos, los primos y toda la gente que lo quiere en Unión de Reyes. Sí tengo claro que nuestro afecto se estrechó a partir de la entrada radiante en nuestras vidas de Tania. Yo era alguien cercano, pero siempre el colega, el discreto estudioso de sus textos, mi mujer era recibida por él y por la preciosa hermana Zena, casi como una sobrina.

Esta vez la visita a su casa fue una de las primeras en La Habana y tengo delante su mirada de desconsuelo por no leer el libro que le traía, donde mucho se habla de su legado, pero, hombre de los afectos más que de la gloria u otros fantasmas, sobre todo sentía la melancolía de que su amiga esta vez no hubiese podido llegar con su abrazo.

En La dolorosa historia del amor secreto de don José Jacinto Milanés, uno de los momentos cumbres de la literatura dramática cubana, un personaje dice que los jóvenes se creen que la muerte está enamorada de lo viejo. Por la circunstancia de la obra queda claro que la parca se enamora de cualquiera. Podría ser más natural o esperable despedir a alguien cercano a los 89. Hoy sé, tal vez como muy pocas veces antes, que la edad avanzada puede ser un consuelo natural, pero insuficiente en estos casos.

Unión, La Habana, el teatro cubano despiden a su dramaturgo mayor, a un director sensible que fue creciendo con cada puesta en escena. Te aplaudo otra vez, Pepe. Muchas gracias por la lección, maestro.

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