Mi blog sobre Economía

domingo, 24 de noviembre de 2013

Obama y las circunstancias

Por Nicolás Ríos Miera *

Miami. Los estadounidenses son un pueblo dado a la guerra, belicoso. Se forjó, igual que cualquier otro, usando la violencia de comadrona, convirtiéndose en la potencia más grande del mundo y de la historia, sin rival que se le aproxime. Aquí se venera lo militar y a los militares; las armas han devenido en fetiches. Es tan fácil comprar un cañón como una pastilla de chocolate, si se cuenta con el dinero y el espacio para guardarlo. Y para garantizarlo está la Asociación Nacional del Rifle (NRA) con una legión superrica de cabilderos y, por eso, supereficaz. A las bravas ganaron. Guerrear se hizo sinónimo de victoria. La conquista del Este, la del Oeste, la del Sur, la Primera Guerra Mundial, la Segunda, República Dominicana, Panamá, Granada, Corea, Kuwait…

En Cuba tuvieron un primer tropiezo. Aplicaron el algoritmo probado con éxito poco antes: organizar, financiar, entrenar, armar y dirigir una brigada con soldados nacidos en el mismo país que se atacaba y lanzarla a la agresión, igual que hicieron en Guatemala en 1954. Pero en aquella ocasión el presidente Jacobo Arbenz salió corriendo, mientras que en esta última los que tuvieron que correr fueron los invasores, viéndose obligado el opulente gestor a pagar para que se los liberaran y devolvieran.

Después vino la experiencia infausta de Vietnam y los experimentos en Irak, Afganistán y otras peripecias demostrando que ya no es seguro lo de siempre ganar. Hoy por hoy, al parecer y por el momento, una mayoría está hastiada con eso de que Estados Unidos se considere y sea considerado la policía del mundo. Ahora bien, frente a ella sobrevive una poderosa minoría, ligada a la industria militar y a sus adláteres por diversas motivaciones, capaz de presionar al gobierno y de movilizar masas en favor de aventuras.

En medio de ese laberinto se vio Barack Obama debido a la guerra civil en Siria. Constantemente era cuestionado por no tomar partido contra el presidente Bashar al-Assad. La situación se hizo crítica cuando se descubrió que éste había lanzado armas químicas de destrucción masiva contra la población. Ya para entonces tronaban los gritos acusándolo de cobardía, insensibilidad, abandono de deberes humanitarios, deslealtad con los gobiernos aliados y de ser el causante de que no se respetara a Estados Unidos, o sea, que ya no metiera miedo. La opinión pública, horrorizada ante acto tan criminal, tendía a dejarse pastorear una vez más a favor de actitudes belicistas.

Vale la pena seguir la ruta de Obama para enfrentar este problema: Empezó ordenando el emplazamiento frente a Siria de la Sexta Flota con sus cuatro destructores y centenares de misiles crucero “Tomahawk”, informándose que unidades de la Infantería de Marina en Oriente Medio, África y Europa estaban listas para acudir "en pocas horas" si Obama lo decidía. A continuación exigió que el Congreso autorizara la acción punitiva. Hizo lo mismo con la OTAN, la ONU y todos sus derivados.

“El hombre es él y sus circunstancias”, pero también puede cambiarlas. Obama las cambió. Inmediatamente enmudecieron los republicanos y algunos demócratas que lo acusaban de flojo, porque en estos momentos aquí no hay nadie que se eche encima la responsabilidad de una nueva guerra. Se extinguieron los clamores de otros gobernantes que querían sacar el ascua con mano yanqui. Al-Assad no cometió el error de Sadam Hussein y ofreció permitir la inspección y destrucción de sus armas químicas. Vladimir Putin se apresuró a aceptar la oferta y la lanzó a las manos de Obama que la agarró sin titubear y la puso en juego. Siria pasó a ser negociación.

Algo por el estilo ha ocurrido con Irán. Después de años amontonando medidas de represión económica y amenazas de bombardeos y de todo lo demás contra ese país, el nuevo presidente Hasan Rohaní fue el que se encargó de cambiar las circunstancias expresando “su voluntad de entendimiento y su confianza en que ambos gobiernos consigan acercarse sobre la base del respeto y los intereses mutuos”. Obama no perdió tiempo. En su intervención ante la Asamblea General de la ONU hizo suyos esos deseos y mandó que su Secretario de Relaciones Exteriores John Kerry se sentara en la misma mesa con su parigual iraní Javad Zarif, junto con sus colegas de Rusia, China, Francia, Reino Unido, Alemania y la Unión Europea, que forman el grupo de seguimiento y negociación del programa nuclear iraní. En esa reunión Zarif aseguró que su país está interesado en negociaciones “sustantivas” sobre ese problema.

Para rematar y no dejar que las cosas se quedaran para un luego impreciso e indefinido, Obama conversó por teléfono con su colega Rohaní y no más terminada la charla declaró, en una comparecencia imprevista, que se había demostrado que es posible encontrar una solución pacífica a las diferencias sobre el programa nuclear iraní y crear “una nueva relación” a medio plazo entre dos de las naciones con más influencia en las principales crisis internacionales.

Este señor que ocupa la Casa Blanca ni es igual ni se parece. Y le quedan poco más de tres años como presidente. La cuestión está en petrificarse hundido en las circunstancias o en cambiarlas. Como hace Obama según, cómo y cuándo puede.


* nsepia@aol.com - www.cubamiami.net

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