Por Lucia Lopez Coll
Tres siglos lidiando con la lengua.
Aunque la prolongada crisis que soporta España obliga hoy más que nunca a la mesura y al recato, la Real Academia Española (RAE), no ha querido pasar por alto los trescientos años de su fundación, que se propone celebrar con un amplio programa de actividades previsto hasta octubre de 2014, y donde se destaca de manera especial el montaje de la muestra “La lengua y la palabra”, concebida para hacer accesible al gran público el camino recorrido por la relevante institución a lo largo de su historia.
Más allá de eternas polémicas y posibles desaciertos, desde aquellos lejanos días de 1713 en que un grupo de ilustradas figuras reunidas en torno a Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena, decidió comprometerse en el ambicioso proyecto de crear una institución rectora del uso del castellano, la Real Academia Española ha sido la principal encargada de la custodia, el cuidado y la conservación de una lengua que hoy hablan más de 400 millones de personas diseminadas por todo el planeta.
La conmemoración se hace extensiva a la Asociación de Academias de la Lengua Española, fundada en 1951, y de la cual forman parte las Academias constituidas en América Latina después de obtenida la independencia, la Academia Filipina de la Lengua Española y la Academia Norteamericana de la Lengua Española.
Nuestra propia Academia Cubana de la Lengua nació tarde pero tuvo los mejores promotores. Fundada en 1926 bajo los auspicios de connotadas personalidades de la cultura cubana, como José María Chacón y Fernando Ortiz (por sólo mencionar a dos de ellos), tuvo como primer presidente al patriota y filósofo Enrique José Varona. Desde entonces se ha dedicado, con más o menos apoyo y fortuna, a la difusión, cultivo y perfeccionamiento de nuestro idioma, particularmente en su variante cubana. Y es aquí donde realmente empiezan a complicarse las cosas.
Hace apenas unos días la palabra “asere”, un vocablo de origen africano bastante común en el argot popular, aunque considerado por muchos como una expresión vulgar, fue escogido por la escritora cubana Wendy Guerra para formar parte de un "Atlas sonoro de las palabras más autóctonas del Español", propuesto por el diario El País, en una consulta en la cual participaron más de veinte escritores hispanohablantes.
La elección realizada por la autora de Todos se van y Nunca fui primera dama, entre otras novelas aún no publicadas en Cuba, no hace más que reflejar el perpetuo diferendo entre lo considerado “culto” o “popular”, entre lo “usado” por los hablantes y lo “aceptado” por los diccionarios, que tantos dolores de cabeza ha dado y seguirá provocando a los académicos encargados de sancionar lo que puede o debe ser considerado como una forma “correcta” de hablar en el ámbito de la norma cubana.
El tema cobra más actualidad precisamente ahora que la sociedad en su conjunto se plantea la necesidad impostergable de poner límites a las diversas manifestaciones de vulgaridad, mala educación y marginalidad que exhiben nuestros jóvenes (y algunos que ya no lo son tanto), y que tienen en el lenguaje una de sus expresiones más evidentes.
¿Cómo se fijan esas demarcaciones entre lo popular auténtico y lo francamente grosero o fuera de lugar en el terreno del habla? ¿Qué criterios utiliza la Academia Cubana de la Lengua para fijar esos límites? ¿De qué medios dispone para difundir esos criterios y contribuir a su conocimiento? Con respecto a sus congéneres, sin duda alguna nuestra modesta Academia se ha quedado “detrás del palo”, una expresión que no sé si habrán aceptado los académicos, pero que bien nos sirve para indicar en nuestro caso el retraso tecnológico que sufrimos (y que tampoco se suple por otras vías, como la edición de libros y los medios “convencionales” de comunicación), y que limita en gran medida las posibilidades de divulgación de toda esa información.
Por el contrario, la RAE ha entrado de lleno en la era digital y vive un necesario proceso de renovación con la introducción de las nuevas tecnologías y su aplicación a diferentes facetas de su labor. Entre otros muchos beneficios, esto no sólo permite agilizar los procesos internos de trabajo, sino también multiplicar su difusión y facilitar el acceso a un mayor número de personas.
De acuerdo con las fuentes consultadas, gracias a esta posibilidad, el Diccionario de la lengua española que tradicionalmente prepara la Academia, además de ser editado en papel, ahora también puede ser consultado en Internet, y hasta existe la opción de sugerir propuestas para enriquecerlo. Incluso se ha desarrollado una versión especial para agendas electrónicas personales, teléfonos móviles y otros dispositivos portátiles.
Asimismo numerosos materiales de diversa índole se encuentran accesibles en la página de la Academia en Internet, que ofrece un servicio de Consultas lingüísticas o Español al día, que entre otras cosas ha permitido conocer muchas de las dudas más comunes entre los hispanohablantes, lo que incentivó la elaboración de un Diccionario panhispánico de dudas, en cooperación con las Academias asociadas, las que también trabajaron en la edición digital del Diccionario de Americanismos, presentado en Panamá recientemente.
En ese sentido, más allá de posibles pertenencias al clan de los ortodoxos o de los iconoclastas en materia de lenguaje, es imposible negar la necesidad y utilidad de la RAE, una institución que se encuentra hoy muy distante de aquel ente adocenado que al dictar sus bien estudiadas normas, llegó a olvidar en ocasiones que la lengua es un organismo vivo, que late y respira por su propia cuenta.
Aunque la prolongada crisis que soporta España obliga hoy más que nunca a la mesura y al recato, la Real Academia Española (RAE), no ha querido pasar por alto los trescientos años de su fundación, que se propone celebrar con un amplio programa de actividades previsto hasta octubre de 2014, y donde se destaca de manera especial el montaje de la muestra “La lengua y la palabra”, concebida para hacer accesible al gran público el camino recorrido por la relevante institución a lo largo de su historia.
Más allá de eternas polémicas y posibles desaciertos, desde aquellos lejanos días de 1713 en que un grupo de ilustradas figuras reunidas en torno a Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena, decidió comprometerse en el ambicioso proyecto de crear una institución rectora del uso del castellano, la Real Academia Española ha sido la principal encargada de la custodia, el cuidado y la conservación de una lengua que hoy hablan más de 400 millones de personas diseminadas por todo el planeta.
La conmemoración se hace extensiva a la Asociación de Academias de la Lengua Española, fundada en 1951, y de la cual forman parte las Academias constituidas en América Latina después de obtenida la independencia, la Academia Filipina de la Lengua Española y la Academia Norteamericana de la Lengua Española.
Nuestra propia Academia Cubana de la Lengua nació tarde pero tuvo los mejores promotores. Fundada en 1926 bajo los auspicios de connotadas personalidades de la cultura cubana, como José María Chacón y Fernando Ortiz (por sólo mencionar a dos de ellos), tuvo como primer presidente al patriota y filósofo Enrique José Varona. Desde entonces se ha dedicado, con más o menos apoyo y fortuna, a la difusión, cultivo y perfeccionamiento de nuestro idioma, particularmente en su variante cubana. Y es aquí donde realmente empiezan a complicarse las cosas.
Hace apenas unos días la palabra “asere”, un vocablo de origen africano bastante común en el argot popular, aunque considerado por muchos como una expresión vulgar, fue escogido por la escritora cubana Wendy Guerra para formar parte de un "Atlas sonoro de las palabras más autóctonas del Español", propuesto por el diario El País, en una consulta en la cual participaron más de veinte escritores hispanohablantes.
La elección realizada por la autora de Todos se van y Nunca fui primera dama, entre otras novelas aún no publicadas en Cuba, no hace más que reflejar el perpetuo diferendo entre lo considerado “culto” o “popular”, entre lo “usado” por los hablantes y lo “aceptado” por los diccionarios, que tantos dolores de cabeza ha dado y seguirá provocando a los académicos encargados de sancionar lo que puede o debe ser considerado como una forma “correcta” de hablar en el ámbito de la norma cubana.
El tema cobra más actualidad precisamente ahora que la sociedad en su conjunto se plantea la necesidad impostergable de poner límites a las diversas manifestaciones de vulgaridad, mala educación y marginalidad que exhiben nuestros jóvenes (y algunos que ya no lo son tanto), y que tienen en el lenguaje una de sus expresiones más evidentes.
¿Cómo se fijan esas demarcaciones entre lo popular auténtico y lo francamente grosero o fuera de lugar en el terreno del habla? ¿Qué criterios utiliza la Academia Cubana de la Lengua para fijar esos límites? ¿De qué medios dispone para difundir esos criterios y contribuir a su conocimiento? Con respecto a sus congéneres, sin duda alguna nuestra modesta Academia se ha quedado “detrás del palo”, una expresión que no sé si habrán aceptado los académicos, pero que bien nos sirve para indicar en nuestro caso el retraso tecnológico que sufrimos (y que tampoco se suple por otras vías, como la edición de libros y los medios “convencionales” de comunicación), y que limita en gran medida las posibilidades de divulgación de toda esa información.
Por el contrario, la RAE ha entrado de lleno en la era digital y vive un necesario proceso de renovación con la introducción de las nuevas tecnologías y su aplicación a diferentes facetas de su labor. Entre otros muchos beneficios, esto no sólo permite agilizar los procesos internos de trabajo, sino también multiplicar su difusión y facilitar el acceso a un mayor número de personas.
De acuerdo con las fuentes consultadas, gracias a esta posibilidad, el Diccionario de la lengua española que tradicionalmente prepara la Academia, además de ser editado en papel, ahora también puede ser consultado en Internet, y hasta existe la opción de sugerir propuestas para enriquecerlo. Incluso se ha desarrollado una versión especial para agendas electrónicas personales, teléfonos móviles y otros dispositivos portátiles.
Asimismo numerosos materiales de diversa índole se encuentran accesibles en la página de la Academia en Internet, que ofrece un servicio de Consultas lingüísticas o Español al día, que entre otras cosas ha permitido conocer muchas de las dudas más comunes entre los hispanohablantes, lo que incentivó la elaboración de un Diccionario panhispánico de dudas, en cooperación con las Academias asociadas, las que también trabajaron en la edición digital del Diccionario de Americanismos, presentado en Panamá recientemente.
En ese sentido, más allá de posibles pertenencias al clan de los ortodoxos o de los iconoclastas en materia de lenguaje, es imposible negar la necesidad y utilidad de la RAE, una institución que se encuentra hoy muy distante de aquel ente adocenado que al dictar sus bien estudiadas normas, llegó a olvidar en ocasiones que la lengua es un organismo vivo, que late y respira por su propia cuenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por opinar