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jueves, 26 de diciembre de 2013

La austeridad y los tres Chiflados

Por Paul Krugman

Hubo un episodio de Los tres chiflados, estoy muy seguro, en el que Curly se golpeaba la cabeza una y otra vez contra una pared. Cuando Moe le preguntó por qué lo hacía, respondió: “Porque me siento muy bien cuando paro”.

Bueno, eso me pareció divertido, pero nunca imaginé que la lógica de Curly se convertiría un día en la principal razón que los funcionarios financieros de alto rango usan para defender sus desastrosas políticas.

Algunos antecedentes: En el 2010, la mayoría de las naciones ricas, aunque estaban profundamente deprimidas como secuela de la crisis financiera, recurrieron a la austeridad fiscal mediante el recorte de gastos y, en algunos casos, un aumento en los impuestos para reducir déficits presupuestarios que habían subido considerablemente cuando las economías colapsaron. Las ciencias económicas elementales decían que la austeridad en una economía ya deprimida profundizaría la depresión, pero los “austeros” –como muchos empezamos a llamarlos— insistían en que los recortes en gastos conducirían a la expansión económica, porque mejorarían la confianza de los empresarios.

El resultado fue lo más aproximado a un experimento controlado que alguien pueda lograr en macroeconomía. Pasaron tres años, pero el hada de la confianza nunca apareció.

Algunos países austeros están empezando a crecer de nuevo. Gran Bretaña parece estar experimentando recuperación. | ANDREW TESTA/ THE NEW YORK TIMES

En Europa, donde la ideología austera se enraizó firmemente, la naciente recuperación económica pronto se convirtió en una doble recesión. De hecho, a estas alturas las mediciones claves del rendimiento económico, tanto en el área del euro como en Gran Bretaña, se están quedando rezagadas por comparación con el punto donde estaban en esta etapa de la Gran Depresión.

Es cierto que el costo humano en nada ha sido parecido a lo que sucedió en la década de 1930, pero eso es gracias a políticas gubernamentales, como la protección del empleo y una fuerte red de seguridad social; es decir, las mismas políticas que los austeros insisten en que tienen que ser desmanteladas en nombre de la “reforma estructural”.

¿Fue realmente la austeridad la causante del daño? Bueno, la correlación está muy clara: cuanto más rigurosa la austeridad, tanto peor el desempeño del crecimiento. Veamos el caso de Irlanda, una de las primeras naciones en imponer la austeridad extrema y que fue ampliamente citada a principios del 2010 como un ejemplo por seguir. Tres años más tarde, después de repetidas declaraciones de que la economía había salido del apuro, Irlanda todavía tiene un desempleo de doble cifra, aunque cientos de miles de ciudadanos irlandeses en edad de trabajar han emigrado.

El efecto depresivo de la austeridad en una crisis económica es, en pocas palabras, un cuento tan claro como cualquier otra cosa existente en los anales de la historia económica. Pero los austeros nunca iban a admitir su error. (En mi experiencia, casi nadie jamás lo hace). Y ahora se han agarrado de los datos más recientes para, después de todo, reclamar reivindicación. Verán, algunos países austeros están empezando a crecer de nuevo. Gran Bretaña parece estar experimentando una significativa recuperación; Irlanda finalmente tuvo un trimestre decente; incluso la economía de España está dando débiles señales de vida. Y los austeros están haciendo desfiles de la victoria.

Tal vez el ejemplo más descarado es el de George Osborne, ministro de Hacienda de Gran Bretaña, quien fue el principal promotor de la agenda de austeridad en su país. Apenas aparecieron cifras positivas de crecimiento, Osborne declaró: “Los que están a favor de un plan B”–es decir, una alternativa a la austeridad– “han perdido la argumentación”.

Bueno, pensemos en esta afirmación, por encima y más allá de la observación general respecto a que las fluctuaciones en el curso de un trimestre o dos normalmente no dicen mucho.

Antes que nada, el crecimiento reciente de Gran Bretaña no cambia la realidad de que han pasado casi seis años desde que la nación entró en recesión y el PIB real todavía está por debajo de su tope anterior. En un contexto histórico, sigue siendo la historia de un deprimente fracaso –como dije, un historial peor que el del rendimiento de Gran Bretaña en la Gran Depresión–.

Segundo, es importante comprender la historia de la austeridad en la Gran Bretaña de Osborne. Su gobierno pasó los dos primeros años haciendo grandes cosas: reduciendo marcadamente la inversión pública, aumentando el impuesto de ventas nacional y más.

Después bajó el ritmo; no le quitó rigor a la austeridad, pero tampoco la hizo más severa de lo que ya estaba.

Y en esto estriba el asunto: las economías sí tienden a crecer, salvo que las sigan golpeando adversidades. No sorprende, entonces, que la economía británica eventualmente se recuperara una vez que Osborne aflojara el castigo.

Pero, ¿es esta una defensa de sus políticas de austeridad? Solamente si uno acepta la lógica de Los tres chiflados , en la que tiene sentido seguir golpeándose la cabeza contra la pared porque se siente bien cuando uno deja de hacerlo.

Ahora bien, tengo muy claro que, de todas formas, los austeros pueden ganar puntos políticos. Los científicos políticos nos dicen que los votantes son miopes, que juzgan a los líderes con fundamento en el rendimiento económico más o menos un año antes de las elecciones, no en el rendimiento general mientras están en el poder. Por eso un gobierno puede presidir durante años de depresión y, aun así, ganar la reelección si puede montar un repunte ya avanzado el tiempo.

Pero eso es la política. En lo que a la economía se refiere, hay solo una posible respuesta al absurdo triunfalismo de los austeros: ¡Niuc! ¡Niuc! ¡Niuc!

Traducción de Gerardo Chaves para La Nación

Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y Premio Nobel de
Economía ( 2008).

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