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miércoles, 25 de diciembre de 2013

Las profundas raíces de la crisis económica

Enric Llopis
Rebelión

En ocasiones se formulan interpretaciones excesivamente simplistas sobre las raíces de la actual crisis económica, sus características e impacto. Viene a decirse que el problema reside en el poder financiero y su desregulación, los consiguientes procesos especulativos y la transformación de todo ello en una crisis de deuda (privada y pública). Hay economistas, sin embargo, que apuntan razones más profundas, como Jorge Fonseca, catedrático de Economía Internacional y Desarrollo de la Universidad Complutense y miembro del Consejo Científico de ATTAC. “La actual crisis no es sino una prolongación de la crisis de los años 70”, afirma.

¿Qué ocurrió entonces? Un periodo de acumulación creciente de beneficios y de expansión económica llegó a su máximo, con lo que se hizo imposible mantener la tasa de ganancias capitalista. “La crisis de los 70 es una típica crisis de sobreproducción”, ha señalado Jorge Fonseca en las jornada “Austeridad, euro y crisis sociopolítica” organizada el pasado 20 de diciembre por el Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS) en Valencia.

Tras la crisis del 29 y las dos guerras mundiales se produce la expansión económica de posguerra, la recuperación de la demanda y el consumo. “La clase capitalista necesitaba consumidores”, apunta Jorge Fonseca. Era la época del fordismo y los acuerdos de clase que configuraron el llamado “estado social”. Todos estos procesos eran realmente “funcionales” al sistema capitalista. “En Gran Bretaña representó un gran cambio que la gente pudiera ir al médico sin necesidad de empeñar el abrigo”, recuerda el economista argentino. Pero no ocurrió esto exclusivamente en Europa. Perón, en una célebre conferencia ante los capitalistas de la Bolsa de Comercio, les conminó a ceder el 30% de sus ganancias a cambio de no perderlo todo.

Ocurre, sin embargo, que a medio y largo plazo todas estas “concesiones” supusieron también una erosión en la tasa de beneficios capitalista, que no pararon de crecer entre 1945 y 1966. Por esos años empiezan las primeras medidas de “presión” a la clase trabajadora de todo el mundo, cuya respuesta se expresa en el mayo del 68 francés, en el “cordobazo” argentino de un año después, la represión en la plaza de las Tres Culturas de Ciudad de México y las dictaduras militares en los países de la periferia como consecuencia de los ajustes.

Los procesos de ajuste neoliberal empiezan en América Latina, primero en el Chile de Pinochet, y después van extendiéndose al ámbito anglosajón: Thatcher (1979) en Gran Bretaña y Reagan (1981) en Estados Unidos. A juicio de Fonseca, “ahora llegamos al último reducto, la periferia europea, pero -cuidado- también alcanza a Francia y los países nórdicos”. No caben en este punto explicaciones simplistas: “estamos ante una crisis de gran profundidad -no sólo financiera- que continúa los procesos neoliberales que comenzaron con el golpe de Pinochet, el 11 de septiembre de 1973”.

Otro de los reduccionismos al uso consiste en achacar los problemas actuales simplemente a la moneda única, según el economista argentino. En el fondo hay una cuestión política. Muchos de los problemas de la Unión Europea son de origen, ya están en los tratados fundacionales e incluso en la misma articulación del espacio económico europeo. En 1993 (seis años antes de la entrada en vigor de la moneda única), Jorge Fonseca avanzó hechos que ocurrirían después, en un artículo publicado en Le Monde Diplomatique: Los enfoques neoliberales forzarían a los países más pobres de la unión a políticas económicas y sociales regresivas. Después, en 1999, el euro nació sobrevalorado y contribuyó a desarticular las endebles estructuras productiva de España y el Sur de Europa.

Si acaso, lo que se hace con el euro es ahondar en una línea previamente avanzada. El enfoque mismo de la Unión Europea es “reaganiano”, califica el profesor de Económicas de la Complutense, pues el Tratado de Maastricht, que entró en vigor a finales de 1993, consagra férreos objetivos de déficit y deuda. Ahora bien, la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA) de la década de los 50, en la que se juntaron Alemania y Francia junto a los países del Benelux, y que sienta el precedente del futuro mercado común europeo, ya presentaba un sesgo claramente liberal.

Los problemas monetarios tampoco resultan una novedad. A principios de los 90 entra en crisis el Sistema Monetario Europeo, lo que obliga a la devaluación de monedas como la peseta y el escudo portugués, entre otras, mientras la libra esterlina y la lira son expulsadas del sistema por los ataques especulativos. En esta década también se implementan políticas de ajuste y se carga contra las estructuras productivas de la periferia europea. Incluso, antes, en la década de los 80, ya se ejecutan políticas muy duras de reconversión industrial acompañadas de protestas obreras (en sectores como los astilleros). Es decir, no se trata de fenómenos nuevos.

Lo que sí hizo el euro, apunta Jorge Fonseca, fue “reforzar la división centro/periferia en la Unión Europea”. El centro gira en torno al Bundesbank y las transnacionales alemanas, que actúan, en cierta medida, en alianza con las multinacionales francesas y británicas (aunque Gran Bretaña no forme parte de la moneda única, funciona como un gran paraíso fiscal a través de la City londinense). Entre 2002 y 2010 el Banco Central Europeo (BCE) propulsó una revalorización del euro del 80% (de 0,90 a casi 1,60 dólares por euro). Alemania acumulaba un creciente superávit comercial mientras la periferia de Europa se sumía en déficits cada vez mayores. Además, una parte de la gran empresa alemana se deslocalizaba a China, mientras la periferia europea, cada vez menos competitiva, sustituía producción por importaciones y destruía empleo.

Las gráficas señalan una realidad elocuente. A medida que se revalorizaba el euro frente al dólar, aumentaba el saldo de la balanza comercial alemana y, del mismo modo, se reducía el de países como España. “Es la diferencia entre exportar chiringuitos de la playa y productos Siemens”, ironiza Jorge Fonseca. Y existe también una diferencia de estrategias empresariales. Un producto alemán (de una transnacional germana) puede perfectamente fabricarse en un 80% en China, y sólo rematar en Alemania la fase final. Así se logra vender con un precio final ventajoso. Ahora bien, Alemania se queda siempre con la fase de la producción industrial que genera valor añadido.

España, por el contrario, no dispone de una base industrial sólida. Por ejemplo, la industria automovilística se halla en manos extranjeras y el país no se beneficia de ella. “Sólo con lo que el estado se gasta en mantener los empleos en la Volkswagen o los subsidios para que estas empresas no desplacen su producción, podría haberse desarrollado otra industria en España”, apunta el economista de ATTAC. ¿En qué ha beneficiado a España y la periferia europea la política del euro “fuerte”? Ha permitido una capacidad de compra alta y de manera relativamente barata de los productos alemanes. “Pero a costa de un notable déficit comercial y de destruir puestos de trabajo en tu país”.

Y llega la crisis (finales de 2008). Frente a los lugares comunes propalados por los medios conservadores, el gasto público no explica en absoluto la debacle económica. En 2008 la deuda pública en España representaba el 38% del PIB, una tasa perfectamente asumible. Y tras varios años de superávit fiscal (del 2,2% en 2007), es precisamente en 2008 cuando vuelven a registrarse déficits en las cuentas públicas. Según Fonseca, “el déficit y la deuda lo provocan sobre todo la caída recaudatoria que sucede a la crisis”. Además, el problema no es el gasto estatal, sino “los negocios de la mafia”, porque “¿cómo se explica, si no, que España sea el segundo país del mundo, después de China, en líneas de alta velocidad ferroviaria?”.

Se acabó la época del consumismo exacerbado, de la “burbuja” de la construcción, alimentada gracias al euro (que favorecía la petición de préstamos en la moneda única) y al descenso de los tipos de interés. Se vivía en la ficción de que todos estos procesos y adquisiciones a crédito resultaban baratos. Al final del festín, según Jorge Fonseca, “todos los negocios de las mafias de promotores los hemos financiados con nuestras nóminas en las cajas de ahorros”. Y tampoco la política de abaratar despidos y reducir salarios empezó con la crisis. “Viene de tiempo atrás, sólo que actualmente ha llegado a niveles extremos”, matiza el docente.

Descrita la situación, ¿qué hacer? La hipótesis que plantea el docente consiste en configurar un bloque en el Sur de Europa a partir de los partidos de izquierda y organizaciones sociales que se opongan al neoliberalismo. En segundo lugar, que el Banco Central Europeo (BCE) desempeñe un rol diferente, es decir, que no sólo le preocupe la inflación y garantizar los buenos resultados de la banca. Los tipos altos embridan la inflación pero lo que realmente importa, según Fonseca, es que con las tasas elevadas se atraen capitales del exterior y se refuerza el euro, lo que beneficia a las transnacionales, en general, y a las grandes compañías alemanas en particular. También se impone pedir una auditoría de la deuda, lo que a fin de cuentas no es sino una cuestión política. El estado español abona 30.000 millones de euros anuales en intereses por una deuda fundamentalmente privada, y que se ha estatizado.

A juicio del economista, las organizaciones sindicales también han de revisar sus estrategias. “Han de enterarse de que la época del fordismo y de la expansión se acabó, al igual que la mejora de las condiciones laborales y de la capacidad de consumo mediante la negociación”. Ahora, “los empresarios y las clases dominantes aplican una política de tirar bombas sin admitir negociaciones, y a ello se agrega una política de permanente desprestigio de los sindicatos”.

Otra gran cuestión: ¿Hay posibilidades reales de socavar la hegemonía germánica? Ciertamente, “los países del Sur de Europa somos el patio trasero de Alemania, pero también es verdad que Alemania no es nada sin la Unión Europea; pueden explotar la mano de obra China, pero al final los productos los exportan en la Unión Europea”, responde el catedrático. En conclusión, Alemania tiene mucho interés en mantener unida la UE y esto permite un margen de maniobra para los países de la periferia.

Pero sobre todo, la cuestión batallona en el campo de la izquierda es hoy la posición respecto a la moneda única. ¿Se debe o no romper con el euro? En medio de todos los debates, Jorge Fonseca opina que ésta es una posibilidad, una hipótesis, pero habría que analizar muy bien las consecuencias. Porque, de entrada, habría que crear una moneda nacional, que nacería devaluada; y esto supone que las importaciones resulten más caras, con el consiguiente efecto de pobreza inmediata. Además, la deuda se mantendría en euros (incrementaría), por lo que habría que establecer auditorías y negar el pago de una parte.

Junto a Ecuador, habitualmente se cita el ejemplo de Argentina. Pero “esencialmente Argentina pagó su deuda”, señala Fonseca. Además, en caso de que se decida, sin un acuerdo entre las partes, dejar de abonar la deuda, un país se queda sin financiación exterior y de inmediato se produciría una fuga de capitales (Argentina tiene hoy graves problemas de acceso al crédito internacional). Y la consiguiente pregunta es: ¿Cómo se genera el suficiente ahorro interno para subsanar la coyuntura? Y eso que Argentina se ha beneficiado de una revalorización de los productos agropecuarios y dispone de energía para autoabastecerse. Pero, ¿y España? Un gobierno progresista que adoptara estas medidas se vería, además, acosado en todos los frentes, interno y externo. Entonces, “romper con la moneda única ha de ser una iniciativa muy estudiada y que cuente con un gran consenso social”, advierte el economista.

Jorge Fonseca ha hecho compatible el trabajo en la universidad con el activismo en el grupo “Economía-Sol” del 15-M en Madrid. Allí, recuerda, han insistido en iniciativas que pongan “contra las cuerdas a un sistema que funciona como el totalitarismo perfecto”. Además, “esto nos sirve para reeducarnos”. Defiende medidas para la protección de la vida, por ejemplo, que ninguna empresa (sea Inditex, Mango o cualquier otra) pueda vender productos fabricados por mano de obra esclava en Bangladesh o China (serían, por tanto, “responsables de crímenes contra la humanidad”). “Porque también desde el consumo podemos actuar y no ser cómplices”.

Que ninguna firma con inversiones en paraísos fiscales pueda vender sus productos en Europa (en la etiqueta de cualquier producto figuran los lugares del proceso de fabricación). Irónicamente, Estados Unidos practica, “de manera burda”, esta forma de proteccionismo (productos que no entran en el país porque, se alega, no se adaptan a la legislación alimentaria, ambiental o cualquier otra). Y situar en el objetivo a las multinacionales. Que siempre han actuado del mismo modo: Los crímenes en el siglo XVII de la Compañía de las Indias Orientales holandesa, que entró a sangre y fuego en Asia; el apoyo de la ITT al golpe militar de Pinochet o las semillas transgénicas de Monsanto. “Tenemos la razón moral y ése ha de ser nuestro discurso”, remata el economista.

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