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viernes, 6 de diciembre de 2013

Los curadores cubanos

Por LILY POUPÉE
Cubacontemporanea

Se han escrito varios textos que, a guisa de glosarios simpáticos, reflejan la forma en que nombramos a ciertas molestias del cuerpo y del alma en Cuba. Por ello no me detendré a explicar lo que en nuestro entorno significa tener el cuerpo cortado, la voz tomada, estar empachado, notar en los niños los ojitos fritos, sufrir de pasión de ánimo, estar matungo, encañado, necesitando matar al ratón, con ganas de estirar la pata o de hacer ñámpiti gorrión…

Sin embargo, poco o nada he leído sobre la capacidad con que médicos y enfermeras (y médicas y enfermeros, vale aclarar) consiguen desentrañar semejantes códigos, revelando en ese y otros trances la verdadera naturaleza de su vocación.

Una asignatura no confesada pero fundamental en la formación de los curadores cubanos (usemos el término para evitar reiteraciones) es la que se deriva de la comprensión del lenguaje popular.

De lo contrario, quedarían como ignorantes ante la persona que dice, por ejemplo: se me salió la babilla de la cochezuela, siento atorado el guargüero, tengo dolor de ijá, fíjese en este padrastro que tengo en el dedo, regístreme el interior, siento la cabeza como una calabaza llena de agua, en lugar de una sinovitis de rodilla, un edema de la oro faringe, dismenorrea, paroniquia, una revisión de útero y anejos, y cefalea, respectivamente, forma científica de nombrar dichos órganos y síntomas.

Los viejos y magníficos profesores conocían de esta necesidad y transmitieron a sus discípulos la capacidad de entender el léxico popular de la mejor forma posible.

Existen muchas anécdotas que reflejan el curioso y simple empleo de la terminología médica por parte de una parte significativa de la población. Es posible que algunas pertenezcan al imaginario choteador cubano, pero otras son tan ciertas como que dos más dos es cuatro.

Un ejemplo es la del campesino que llega al hospital preguntando por el negro cirujano porque tiene una úrsula en el deudeno, resumiendo en uno varios equívocos: no necesita de un neurocirujano sino de un gastroenterólogo, ya que sufre de enfermedad ulcerosa, casi siempre ubicada en el duodeno, pero todos lo entienden.

Muchas personas nombran al más concurrido hospital de La Habana no por su nombre real, Calixto García, sino por el familiar “Carlitos”, y son fácilmente comprendidos.

A los especialistas en Podología suelen llamarlos “los calleros”, y muchos creen que el anestesiólogo no es médico, sino un técnico improvisado, aunque dichos profesionales han estudiado tanto como cualquier cirujano.

En sentido general, debe reconocerse que la particularidad de los trabajadores de la salud no radica en sus nombramientos, sino en su capacidad de entrega, cualidad que el pueblo conoce, y de la que muchas veces abusa, dada nuestra camaradería habitual.

La distancia gélida de los profesionales de la salud que se ve en películas y seriales que tratan de hospitales (por cierto, el tema no pasa de moda), pocas veces la encontraremos en Cuba.

Muchos de nuestros curadores cuando tratan a un paciente durante largo tiempo se integran a la familia del enfermo con absoluta naturalidad. Llega un momento en que se convierte casi en una excusa para visitas cotidianas, y en el proceso se completa la empatía, pues todos los integrantes de la familia se consagran a los profesionales de la salud que atienden a “su enfermo”.

Muchos curadores almuerzan, descansan, pasan vacaciones, arreglan sus carros (aquellos que los tengan) gracias a la generosidad de sus compatriotas, y también a la devoción increíble a través de la cual se han ganado dicha amistad.

Por otra parte, no existen reparos en solicitar la presencia de un curador en horas de la madrugada, o un domingo en la tarde. Ni escrúpulos para que en medio de una fiesta, una cena, un concierto o en la puerta de la casa, alguien se acerque y diga: ya que usted es (médico, enfermera, estomatóloga, técnico de radiología o de laboratorio, no importa: en cuanto se sabe que esa persona pertenece al mundo médico, aparece un sujeto con una molestia): ¿podría decirme a qué se debe esta manchita que tengo aquí? Y, acto seguido, el potencial “paciente” descubre su espalda, o el vientre o la pierna.

A esa circunstancia se le llama “El síndrome de ya que…”: Ya que usted usa bata blanca, ¿me puede conseguir violeta de genciana? ¿Por qué mi niña se chupa el dedo? ¿Por qué mi abuela grita de madrugada? ¿Por qué nos erizamos en invierno? ¿Será verdad que la tuberculosis aumenta el deseo sexual? ¿Se puede cortar la culebrilla con rezos?

Y así, las consultas pueden ser infinitas. Lo llamativo es que se obtienen respuestas pues, como norma, los curadores cubanos interrumpen lo que estaban haciendo para prestar atención.

Cuando Esculapio le dijo a su hijo la famosa advertencia: “El mundo te parecerá un vasto hospital, una asamblea de individuos que se quejan”, de cierta manera estaba pensando en una pequeña isla del Caribe, estoy segura.

He visto a médicos llorar en un velorio por un paciente que perdieron, a enfermeras cuidando a un desconocido durante varios días seguidos, a técnicas de laboratorio madrugando frente a la casa de un enfermo que no puede caminar.

He visto a técnicos de radiología bañando a un paciente que ha perdido el control de esfínteres en la sala de rayos X, a camilleros consolando a una familia a la que llevó noticias del hijo grave, y a intensivistas conversando con un anciano que se encuentra en coma profundo.

Me niego categóricamente a aceptar insultos dirigidos al personal de la salud, lo que no significa que sean perfectos, ni que todos ostenten la misma calidad humana, pero teniendo en cuenta la entrega incondicional de muchos de ellos, creo que merecen reverencias.

La noticia reciente de que el 3 de diciembre, consagrado en Cuba durante muchas décadas a honrar a los profesionales de la Medicina, se considerará también Día del discapacitado, nos deja atónitos. (Parece que andamos escasos de fechas para celebraciones, porque otro tanto sucede con el 17 de mayo, que es Día del campesino, de la lucha contra la homofobia y del hipertenso.)

Me asombra esta nueva decisión, así como el increíble mal salario que perciben los médicos, las enfermeras, los técnicos de la salud y los estomatólogos desde hace demasiado tiempo. Prefiero referirme a ambas circunstancias con la misma espontaneidad con que la asumió un amigo galeno y decimista natural, que me hizo llegar unos versos cuya conclusión cierra también esta nota:

Pero ahora me he enterado
que este día también va a ser
Dios mío, no lo puedo creer,
de los discapacitados.
Yo estoy como anonadado,
pero pienso de repente
no está tan mal esta gente
al haberme comparado.
¡Yo soy discapacitado,
pero económicamente!

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