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Por J.J. Nieves OnCuba
La apertura económica en Cuba ha vuelto atractiva para algunos artistas la posibilidad de montar un espacio donde puedan trabajar y comercializar su obra al mismo tiempo.
Es la conjugación de un dueto usualmente separado (creador/vendedor) pero que en la cotidianidad nacional, resulta una fuente de ingresos y motivación para exponentes de diversas manifestaciones.
Compartimos algunas historias.
Vladimir
Participante habitual en salones y concursos, Vladimir Rodríguez ha logrado legitimar su discurso visual como uno de los exponentes de vanguardia en el arte “de provincia” (ese a ratos soslayado por su cualidad extra habanera).
“Años atrás vender tu trabajo tú mismo equivalía a casi considerarte un proscrito”, afirma ahora que decidió montar un estudio-taller y comienza a apreciar el resultado de saltarse intermediarios.
“Aquí establezco un vínculo mucho más directo que el que lograr una institución que representa a 500 personas. He conversado con personas desde Australia hasta Europa, de América y de África y el intercambio con ellos es ya por sí mismo un paso importante para la promoción de mi carrera”, apunta.
“Buenos días”-interrumpe una joven que toma de la mano a un niño pequeño y diestro con el uso del teléfono móvil como cámara fotográfica- “¿Podemos pasar a ver la exposición?”, pregunta y obtiene como respuesta una sonrisa displicente del artista, en gesto de asentimiento. “¿Ves?”, dice Vladimir, “aunque no compre nada, esta visita ya es una satisfacción”…
José Carlos y Yahily
Antes de que otros creadores establecidos se atrevieran a intentarlo, dos jovenzuelos saltaron prejuicios y estereotipos para intentar conseguir una forma de vida. José Carlos Beltrán, de 23 años, y Yahily Martínez Molina, de 22, exponen y comercializan en “LAND”, su propia tierra prometida.
“Empezamos en Trinidad con 18 años, apegados a la creación más comercial para el turismo, la llamada “candonga”. Allí, a pesar de estar muy extendido la venta del estereotipo (negras, “almendrones”…), también existían algunos espacios para la defensa de las propuestas de mayor nivel, y con ellos aprendimos”, cuentan.
“Tuvimos que finalizar nuestra experiencia en Trinidad porque no era fácil mantener un alquiler para vivir y un alquiler para vender; así que luego de regresar a Cienfuegos observamos que aquí no había ninguna galería y decidimos montarla.”
Lourdes
Antes incluso que José Carlos, Yahily y Vladimir, otra artista disponía de un espacio personal para crear y vender, aunque promovido como iniciativa cultural del gobierno en la provincia.
Lourdes Trigo, diseñadora de modas y Premio de la UNESCO en 2006 por el rescate de tejidos y bordados, recibió hace dos años un céntrico espacio en la urbe conocida como la Perla del Sur, empleado hasta entonces como salón de juegos para niños.
Probó primero comercializar mediante la cadena estatal Caracol, pero fracasó. “Trabajaba en consignación. Yo ponía la pieza a un precio, se le incorporaba el impuesto del 10 %, por representación del Fondo Cubano de Bienes Culturales (FCBC) y un margen comercial de más del 200 % de la empresa”.
“Un vestido que yo ponía en 20 CUC, se exponía al público en cincuenta y pico; y eso demoraba mucho su salida, a pesar de que se vendía más rápido que sus similares importados”, expone la diseñadora.
Presta a encontrar su nicho de mercado, Lourdes desarrolló una línea de costuras actualizada. “En Trinidad existen artesanas y artesanos que hacen maravillas con las manos, pero están ajenos a la moda. Eso limita el valor de sus obras, a pesar de la rareza de su ejercicio en la modernidad industrial”.
Sin importar lo sui géneris de su propuesta, Lourdes ha comprobado que, en efecto, no es lo mismo diseñar que vender.
Pasen y compren…
“Aquí ofrezco mi obra sin concesiones formales”, sentencia Vladimir: “Estoy viviendo de vender el mismo trabajo con el que digo lo que pienso”.
De otro lado, José Carlos defiende la propuesta de arte que hacen en LAND, pero no se niega a cierto tipo de demandas comerciales. “De vez en cuando llegan y me piden 10 o 20 Chevrolet y los hago, porque al final es dinero y me hace falta”.
Yahily tercia para reafirmar la condición de arte conceptual que venden en su estudio. “Hay un mercado de extranjeros que tiene gusto refinado, y muchos si vienen y compran una figura de negrita o un Chevrolet lo hacen para adquirir un souvenir, porque cuando van a comprar un trabajo de otro nivel saben lo que compran”.
Antes de abrir sus estudios/galerías/talleres, estos creadores debían vender sus obras a través del intermediario estatal: el FCBC, por ellos llamado simplemente como “el Fondo”.
“La diferencia en las ventas es sustancial”, afirma Vladimir, “por la gestión que podemos hacer y porque siempre es muy interesante para el comprador conocer al artista, complementar con la propia argumentación del creador el sentido de una obra.”
Además, al negociar en vivo pueden ofrecer precios más baratos, cuando lo deseen.
“Generalmente ponemos la obra en el mismo precio que en el Fondo”, dice Rodríguez, “pero aquí pago 10 por ciento de los ingresos al representante, más el siete por ciento a la ONAT (el fisco). Si el cuadro se vendiera en una galería institucional, el Fondo se reserva el 30 por ciento del ingreso, más el siete por ciento de la ONAT. Ese margen del 20 por ciento de diferencia entre vender allí y hacerlo aquí me da más oportunidades.”
Lourdes y los jóvenes de LAND experimentan una situación similar.
“De mis ventas el 20 por ciento es para el Fondo y el 5 por ciento para la ONAT; pero tengo que depositar al representante todo el dinero del ingreso diario. Estamos demandando que esa situación cambie porque es un problema. A la hora de reinvertir me cuesta trabajo, porque a veces aparece la oportunidad de comprar materia prima y no tengo el dinero hasta que llegue el cobro mensual”, señala la diseñadora.
A pesar de este inconveniente, los cuatro entrevistados afirman percibir ganancias con esta modalidad de venta. “Y eso que no estamos en temporada turística alta”, insiste Vladimir, quien espera la pronta llegada de grupos de norteamericanos asiduos a la ciudad desde hace algunos años.
Muchos de los gastos en las galerías-taller se los lleva el acondicionamiento de los locales, casas particulares antiguas que necesitan rehabilitaciones. “Aquí faltan muchas cosas como alfombras en el piso, luces dirigidas y cristales en las ventanas,” explica José Carlos mientras observa las paredes rojas y blancas de su espacio.
“Eran sitios que no estaban concebidos para mostrar arte. Ahora voy tratando de convertirlos en lo que es mi idea de lo que puede ser un centro cultural, en el lugar al cual se venga también a disfrutar las obras y no solo a mercadearlas”, argumenta Vladimir.
La apertura implica también seguir dependiendo de la representación estatal, que obliga a vender pinturas y esculturas en presencia de un funcionario del Fondo; aunque no se trate de creaciones especialmente protegidas por la legislación nacional (como los grabados). Por demás, estar cerca de la sede principal del FCBC no es garantía alguna de prontitud en la presencia del representante.
“Puede venir una persona a las ocho de la noche cuando en el Fondo no hay nadie trabajando y no puedo venderle la obra hasta la mañana siguiente”, revela Rodríguez. “Si le vendo y esta persona tiene un problema en la Aduana por no contar con los documentos establecidos, el Fondo no se responsabiliza por interceder en esa circunstancia.”
“El país tiene que llegar al punto en que los artistas con estos espacios dispongamos de los medios en nuestras manos para ofrecerle al comprador todas las garantías de que el producto que le vendemos puede salir del país sin contratiempos”, desea Vladimir.
La promoción del sitio artístico resulta referencia coincidente entre estos cuatro exponentes de la apertura. “Tenemos que depender solo del azar de que pase el cliente frente a la puerta”, expone Yahily, quien añora un sitio web y otros soportes que les permitan llegar más allá de sus paredes.
Para estos creadores todavía no resultan suficientes las plataformas publicitarias autorizadas, como las páginas amarillas del directorio telefónico o la conexión a internet mediante las costosas y escasas salas de navegación.
La competencia cobra también sus dividendos. Lourdes sintió con fuerza el impacto de las casas de venta de ropa importada desde Ecuador o cualquier otro país, que proliferaron bajo la licencia de “modista o sastre” en la apertura al trabajo por cuenta propia desde 2011.
“Este año ha sido muy difícil la comercialización por esa competencia injusta que sufrimos. Y digo injusta porque esas personas no pagan los impuestos que pago yo y tampoco producen las piezas, sino que las revendían” apunta Trigo.
A pesar de los avatares del mercado y otros, las propuestas artísticas sobreviven y se expanden. Vivir de vender el arte hace tiempo dejó de ser motivo de proscripción para convertirse en una nueva y legítima oportunidad de prosperidad.