El pasado 21 de febrero, el azar concurrente me deparó una ocasión singular: participar como profesor invitado en una clase de la Universidad de Harvard. Aunque he impartido cursos como profesor visitante en instituciones académicas de Estados Unidos, la invitación al seminario de posgrado “Negociar la Reconciliación: el caso Cuba-EE.UU.”, que me cursara el Dr. Robert Mnookin, director del Programa de Negociación de la Facultad de Derecho de Harvard, tuvo un carácter muy especial. Para tomar parte en él, no necesité visa, ni boleto de avión, ni permiso de salida, ni tuve que pasar por sucesivas entrevistas en la SINA ni en las oficinas de Homeland Security en Miami. Lo hice (o más bien, lo hicimos) sentado en la oficina de Rafael de la Osa, en Cubarte, gracias a su apoyo entusiasta, y al concurso técnico de Idelsis Gallardo, René López y Luis González, quienes lograron —magia de Skypemediante— que mi presencia atravesara miles de kilómetros de distancia y dificultades de todo tipo, y se materializara en aquella aula remota. Lo que nunca olvidaré de ese momento, además de mi expresión atónita en la enorme pantalla de 9 pies de altura en la pared del aula, fue la explosión de aplausos de los estudiantes, en medio de la clase que ya había empezado, jubilosos porque habíamos logrado una conexión que parecía imposible, y que a todos allá y aquí –técnicos y maestros incluidos--, nos cogió de sorpresa. Lo único que atiné a balbucear fue: “Ah, we made it!”.
Seguramente esta no haya sido la primera videoconferencia que tiene lugar entre los dos lados; pero quizás sea la primera en que se comparte una clase universitaria en tiempo real. En todo caso, para mí resultó una experiencia reveladora. Pensé que me iba a ser difícil hacerme entender; que mi imagen se iba a fragmentar en dropouts, como en los videos de la película del sábado; que no iba a conseguir captar lo que me decían del lado de allá en el inglés de Boston; que la conexión se iba a caer una y otra vez. Sin embargo, todo funcionó perfecto. Al otro día, Bob Mnookin me escribió entusiasmadísimo, y lo seguimos repitiendo en semanas sucesivas.
Quisiera partir de la evocación de este acontecimiento, para comentar algunas lecciones de mi muy elemental experiencia de Internet, que confluyen de manera particular en la problemática de nuestra cultura de la comunicación digital.
1) El recurso de la tecnología: metalenguaje y espacio de encuentro
Tengo en mi correo copias de los mensajes que se intercambiaron los analistas de redes de Harvard y los de Cubarte para poner a punto la conexión los días previos a la clase. Lo primero que salta a la vista cuando uno las lee, es que, aunque se trataba de una experiencia nueva para ambos, se entendieron instantáneamente. Yo les había explicado a los del otro lado todos los niveles que debían de transitarse del lado de acá para establecer una conexión de Skype, que permitiera transmitir audio e imagen. Aunque estábamos partiendo de contextos muy diferentes, una vez que se logró la aprobación institucional, ambos cooperaron en el acoplamiento y lograron ir atravesando las sucesivas esclusas de los dos sistemas informáticos.
Lo interesante para mí no fue tanto comprobar que todos los ingenieros, sean cibernéticos o biogenéticos, comparten un metalenguaje; sino que ambos pudieron identificar de inmediato el tipo de problemas que tenían delante, y colaborar en encontrarles soluciones alternativas, adaptadas a las condiciones de uso de Internet en Cuba, y a las muy peculiares circunstancias en que se establece la comunicación electrónica con los Estados Unidos. Como resultado de ese entorno particular, ambos equipos parecían intelectualmente retados por los problemas que tenían delante, y por la posibilidad de interactuar con una contraparte tan inusual. Al margen de representar una tarea asignada o de otro incentivo (por demás, inexistente en este caso), para los nuestros (y esta es solo una impresión personal) comprobar que podían jugar en esa liga constituía una motivación por sí misma, de naturaleza estrictamente profesional, es decir, cultural. Creo que, para los del otro lado, también funcionó el desafío profesional, pero muy en particular, les dejó una representación del otro cubano, con el cual pudieron entenderse en un territorio de alta especialización, y con el que se sintieron cómodos, culturalmente hablando.
Lección 1: Para los fines de la comunicación digital y sus usos a nivel nacional e internacional, esta experiencia muestra que la cooperación científico-técnica, educacional, artística, etc., constituye una dimensión particular, que puede ser aprovechada, facilitada o inhibida por las prácticas político-institucionales, pero que en todo caso tiene su autonomía y su espacio de realización propios.
2) El medio no es el mensaje: el conocimiento como bien público (y escaso)
La participación en aquel seminario sobre negociación de conflictos partía de una carencia: los que iban a impartirlo no eran expertos en Cuba. Para cualquier ejercicio de negociación, se requiere definir claramente, de los dos lados, los antecedentes, intereses, motivaciones, disposición al diálogo; qué ganan o pierden en un proceso negociador; cuáles son las agendas, condiciones, objetivos; qué factores políticos, religiosos, étnicos, psicológicos definen el conflicto. Nada de lo anterior se puede deducir lógicamente, sino depende de particularidades históricas, rasgos idiosincráticos, etc.; pues como cualquiera puede sospechar, un cubano no negocia lo mismo que un srilankés o un zulú. Ahora bien, si se trata de la Cuba contemporánea, la oferta de un conocimiento académico o investigativo resulta especialmente escasa. Estos requisitos reducían drásticamente las opciones disponibles, y creaban las condiciones propicias para la cooperación.
Aunque la demanda de conocimiento especializado sobre Cuba en medios académicos y culturales se acrecienta, también vía Internet, esta no da lugar entre nosotros, sin embargo, a una producción equivalente de bienes y servicios educacionales y culturales, especialmente diseñados para la circulación digital. A pesar de contar con el know-how, ninguna universidad cubana brinda, por ejemplo, programas de estudio distant learning sobre Cuba. La carencia de base, sin embargo, es mucho más profunda. En efecto, si un estudiante extranjero se interesa por matricularse en un curso, digamos, sobre la Revolución cubana, se sorprendería al saber que ni siquiera viniendo a la isla podría hacerlo. Paradójicamente, si una institución establecida se propone organizar este tipo de actividades de difusión y extensión, tropezaría probablemente con el cuestionamiento a lo que aquí se llama su objeto social. Esta lógica, que establece líneas demarcatorias estrictas entre arte y literatura, educación superior, ciencias y medios de comunicación, contribuye a incitar las interferencias burocráticas mutuas en lugar de articular los diversos espacios donde se despliega naturalmente la vida cultural del país. No se necesita una investigación para saber, naturalmente, que esas fronteras sectoriales rígidas quedan totalmente rebasadas por la dinámica propia de los medios digitales.
Un sistema de servicios educativo-culturales, que permita poner en circulación el inmenso caudal digitalizable de obras y patrimonio de la cultura cubana, el acervo intelectual de sus instituciones académicas y de investigación, la creatividad y vivacidad del intercambio de ideas que tiene lugar en el campo de la cultura y las ciencias sociales, se colocaría en la base de un esquema de difusión alternativo, que permitiera llegar a competir cualitativamente en el mercado global de la información.
Lección 2: Se requiere 1) disponer de una oferta de bienes y servicios culturales de calidad superior, a partir de la integración entre los diversos campos; 2) diseñada de manera tal que pueda hacerse efectiva en el lugar y el momento necesarios, y 3) muy particularmente, articulable con un esquema de cooperación no solo con canales alternativos, sino también con circuitos establecidos de carácter académico y cultural.
3) La comunicación hablante-auditorio: diversidades, aboliciones, confusiones.
Como experiencia comunicativa, la que tiene lugar vía Internet trastorna los patrones culturales establecidos. Los resultados concretos son fascinantes. Uno es la abolición del espacio y de los desfases temporales: el rostro agigantado (y aparentemente humano) de un cubano (de la Cuba de Castro) que irrumpe de pronto en un aula universitaria de Nueva Inglaterra; la concurrencia de climas, vestimentas, usos horarios, en un mismo entorno visual; la sincronización de acciones y movimientos en montajes que responden a un significado común; la instauración de un referente de sentido, aunque temporal, compartido. Todos estos epifenómenos enriquecen el contexto cultural comunicativo con dimensiones novedosas.
Ahora bien, en la vastedad del ciberespacio, otras transfiguraciones se multiplican, no todas con resultados igualmente enriquecedores.
Al trastocarse los roles de hablante y auditorio (fenómeno en sí mismo interesante), cada miembro delauditorio, en teoría, puede convertirse en hablante, y crear lo que, según Habermas, es una condición de la esfera pública: todos los hablantes son iguales. En esta dinámica, sin embargo, no solo se minimizan las diferencias entre hablante y auditorio, sino puede quedar abolido, de paso, el valor agregado que representa la función editorial. En efecto, según cierta visión libertaria relativamente extendida en Internet, toda jerarquía es malévola, pues “nadie es mejor que nadie”, de manera que la escritura no se reconoce solo como derecho de todos, sino como capacidad uniformemente repartida, cuya práctica no exige normas ni dominio expresivo, y se identifica con el puro ejercicio de la libertad de palabra. Aquí tiene lugar un desplazamiento conceptual, que identifica libertad de palabra con ausencia de normas, que confunde la gramática, las reglas elementales del diálogo y respeto al otro, con la coerción y la censura. En el fondo, este desplazamiento asume la sociedad civil como un espacio anómico, una especie de potrero donde todo se vale.
Dentro de este contexto de aparente permisividad, a menudo también quedan abolidas la identidad, la visibilidad y la transparencia. El hablante pronuncia palabras dentro de una caja negra —donde no ve a nadie, aunque todo el mundo, supuestamente, lo pueda ver a él—, dirigidas a interlocutores remotos, a quienes no distingue, porque permanecen ocultos, detrás de un pseudónimo, o de una dirección electrónica que no conduce a ningún país ni puede ser verificada. Este rasgo por sí mismo no aporta valores que tributen a una mayor calidad comunicativa.
La otra posible baja en esta permisividad irrestricta es la de la responsabilidad. Gracias a las reglas de juego asumidas, en particular el anonimato optativo, se puede ejercer una irresponsabilidad total o parcial. A pesar de la promovida ética de los blogs, y sus normas, ni el hablante ni el auditorio están obligados a responder por argumentos (o la falta de ellos), a reconocerse responsables de lo que dicen, o cómo lo dicen, a expresarse como si estuvieran cara a cara con el interlocutor. La anonimia y la irresponsabilidad hacen que el hablante goce de inmunidad, y eventualmente, de una peculiar impunidad.
Irresponsabilidad e impunidad no constituyen, definitivamente, valores propios de la libertad de expresión, sino más bien manías de una cultura autoritaria que nos sigue acompañando, también en el ciberespacio.
Lección 3: Se necesitan políticas culturales comunicativas que partan de reconocer el valor de las nuevas formas de intercambio y comunicación para el desarrollo cultural, de reforzar una genuina educación para el uso inteligente y cultivado de Internet, y al mismo tiempo, de fomentar la transparencia, y minimizar la irresponsabilidad, sin recurrir a mecanismos autoritarios que han probado su ineficacia en el tiempo, y que se revelan como contraproducentes.
4) Dominio y control informativo: acceso, participación, concurrencia
A pesar de las limitaciones impuestas para la conexión a la red dentro del territorio nacional, el acceso real directo e indirecto, se multiplica. Por vía de cuentas de correo electrónico, del mercado estatal y, sobre todo, privado formal e informal de productos informativos y de entretenimiento, y mediante soportes como memorias flash, DVD, celulares, mp3, etc., la difusión y el acceso de productos digitales se ramifica en extensión y profundidad dentro del tejido social.
El uso de la comunicación digital deja atrás viejos métodos de control de acceso, del tipo poner un custodio en la puerta. No porque no se puedan poner porteros, técnicamente hablando, sino porque su eficacia es muy tenue. Desde noticias nacionales hasta videos underground, pasando por panfletos políticos, rumores, cartas apócrifas y películas pre-estrenadas, el consumidor conectado a esa red de distribución acaba accediendo a todo, salvo a una lectura crítica orientadora.
Este contexto de oferta se caracteriza por la saturación, la carencia de jerarquías y juicios de valor, la marea de opiniones y fuentes indistintas, el ruido, la autorreferencialidad, la redundancia y la pacotilla informativa. Distinguir lo que vale y brilla dentro de ese torrente no es tarea fácil.
Según la lectura de algunos compañeros, la mera referencia a esos productos del mercado informal los legitimaría, les reconocería un estatus que no merecen, los normalizaría o acreditaría de alguna manera. En lugar de examinar las causas de los complejos problemas culturales de la era digital en el nuevo contexto social cubano, esa lectura se limita a negarles registro de residencia; en vez de una política comunicativa dirigida a enfrentarlos en el plano práctico, repite esquemas y reglas propios de otras etapas y culturas mediáticas; en lugar de tomar el toro por los cuernos, le da un pase de muleta mental, como si así pudiera borrarlo del ruedo.
Orientar significa algo más que desatar campañas y controlar accesos. Responder exige percatarse de que las condiciones de la comunicación digital han superado ya las clásicas distinciones estratégicas entre escribir para “adentro” y para “afuera”, pues en Internet esa línea fronteriza claramente definida ya no existe. Es tiempo de que se asuma en toda su extensión las implicaciones y el significado de nuestra actual articulación con el mundo. Esa conexión comunicativa cualitativamente distinta forma parte de las condiciones de reproducción de una cultura política diferente a la que predominó hasta la década de los 80.
Lección 4: Solo mediante una crítica cultural radical, integrada a un nuevo orden comunicativo que responda realmente a una nueva mentalidad, y que no se limite a flexibilizar el acceso, se pueden transformar los términos de la participación, y generar prácticas que permitan a los espectadores-consumidores convertirse en actores protagonistas ilustrados.
5) Políticas de rebote y otras cuestiones de estrategia comunicativa
Como bien saben los que se ocupan profesionalmente de estos menesteres, diversos eventos y fenómenos nacionales, transmitidos al exterior por corresponsales extranjeros, o surgidos como reacciones externas a materiales posteados en sitios de la isla, tienen a menudo un efecto de rebote en la política doméstica. Este efecto, basado en fuentes secundarias, condiciona visiones pregnantes sobre las políticas.
En esta mecánica, la imagen transmitida, no el evento mismo, se convierte en el referente. La lectura aparece contaminada por interpretaciones y juicios de valor arrastrados a lo largo del circuito comunicativo. Como la motivación de la reacción son estas adherencias propias del rebote, resulta muy difícil restablecer del todo el sentido original del acontecimiento, de forma que las aclaraciones difícilmente llegan a despejar del todo las percepciones formadas. Entrar en la liza de las ideas en esas condiciones equivale a pelear con una mano atada a la espalda.
La racional que coloca estos eventos en la pantalla política es la de la seguridad nacional. Aunque no se trate de reales amenazas a la seguridad, la mentalidad creada por décadas de asedio condiciona reacciones marcadas por una actitud defensiva. Solo el fomento de una cultura de la comunicación digital puede permitir rebasar este estadío primario, propio de la apropiación neófita de una nueva tecnología, a la que lo mismo se le atribuyen cualidades liberadoras que amenazantes.
Tomar la iniciativa en este campo, en lugar de adoptar una actitud defensiva, atrapada en la mecánica del rebote, requiere un clima comunicativo donde el ejercicio de la crítica y el debate sean la norma y la práctica sistemática, no un permiso, una licencia, una regla o un llamamiento, sujetos a la dirección de donde sople el viento. Solo la instauración de ese clima podrá desarrollar un estado de debate fluido, capaz de autorregularse, y asimilar estridencias naturales, que el propio debate puede corregir.
Lección 5: Se requieren políticas culturales de la comunicación que generen confianza, y puedan traducirse en prácticas efectivas, no sujetas al síndrome del rebote. Sabremos que estas políticas se han asimilado a una nueva cultura cuando los administradores de las redes no tengan que esperar las señas, para saber si las aplican o no.
En otros aspectos de nuestra vida nacional, y en particular de nuestra historia reciente, desde este territorio denominado “la cultura” se han podido dar pasos que han abierto más de un camino. De la voluntad y la determinación de todos, intelectuales y dirigentes, depende también que podamos contribuir a renovar nuestra cultura de la comunicación, en sintonía con la época que vivimos.