Mi blog sobre Economía

sábado, 25 de enero de 2014

Davos carece de ambiciones

Por John Gapper
Financial Times

Miles de directores ejecutivos, políticos, líderes de organizaciones no gubernamentales y los medios de comunicación se encuentran reunidos una vez más en Davos para los debates anuales sobre la manera de mejorar el mundo. Es un asunto digno, en el que los “grupos de interés” discuten sobre la mejor manera de combinar los negocios con el bien social, como si fueran un parlamento mundial sucedáneo.

El Foro Económico Mundial es evolutivo, por lo general no percibe la crisis que se avecina, pero Klaus Schwab, fundador y empresario, es brillante en la adaptación a la crisis anterior. Enfrentó las protestas contra la globalización de la década de los noventa, invitando a las organizaciones no gubernamentales y empresas a lograr un consenso, e intentó lograr lo mismo después de la crisis de 2008, con los bancos y los reguladores.

El problema es que, a pesar de las fiestas y el torbellino de eventos, Davos parece antiguo y demasiado formal. Lo emocionante son los revolucionarios –las empresas de tecnología que prometen remodelar el mundo, no sólo lograr un acuerdo con el existente. Como sostuvo el fallecido Steve Jobs de Apple: “Es más divertido ser un pirata que unirse a la marina.”

También es más atractivo, especialmente para los integrantes de la exprimida y alienada generación del milenio cuyos problemas serán debatidos por los “baby boomers” en Davos, citando lo que sus hijos les han dicho. Silicon Valley tiene ambiciones más profundas que simplemente pactar concesiones con políticos en un valle suizo.

Bitcoin, por ejemplo. En lugar de hacer frente a los bancos con los tortuosamente negociados estándares de capital y liquidez y demás reglas, ¿por qué no perturbar los sistemas globales de pago con una moneda digital ideada por un hacker desconocido y respaldada por la criptografía en lugar de un banco central?Parece ofrecer más valor por su dinero.

Comparado con esto, las multinacionales como Unilever y PepsiCo que representan el consenso de Davos –aquellas compañías que cuidadosamente utilizan a las ONG en la inspección de las cadenas de suministro, conservan el agua y hacen alimentos procesados más saludables– son entidades reformistas, no revolucionarias.

La tecnología enfrenta sus propios problemas de credibilidad. Google y otros han sido el blanco de los políticos para evitar impuestos y han sido avergonzados por las revelaciones sobre las actividades de inteligencia de la Agencia de Seguridad Nacional. Las empresas que prometen la liberación a través de la tecnología se han convertido en conductos para la vigilancia gubernamental.

Sin embargo, un multimillonario de la tecnología que viste una sudadera con capucha es mucho más atractivo para el público que un ejecutivo de mediana edad con un traje. En una encuesta global anual realizada por Edelman, el grupo de relaciones públicas, 79 por ciento de las personas dijeron que confiaban en las empresas de tecnología, en comparación con 59 por ciento que mostró confianza en los grupos de energía y 51 por ciento que confía en los bancos.

Eso les ayuda a conseguir lo que quieren de los gobiernos. Las empresas de tecnología y los capitalistas de riesgo montaron una rápida campaña para derrotar las propuestas legislativas de Estados Unidos para frenar la infracción de derechos de autor en 2012. Un levantamiento popular derrotó a las compañías cinematográficas y musicales que apoyaban la ley.

Silicon Valley a veces coquetea con la idea de romper con los molestos gobiernos por completo. Larry Page, presidente ejecutivo de Google, propone la creación de campos experimentales similares a Burning Man, el festival en el desierto de Nevada, con nuevas leyes que fomenten la innovación. Peter Thiel, el capitalista de riesgo, quiere ver comunidades flotantes en alta mar “para probar pacíficamente nuevas ideas de gobierno”.

Suena loco de atar, pero no se puede culpar a estos hombres por su ambición, o por entretener una visión global del futuro. Hay un claro eco de los inmigrantes americanos, que dejaron Europa por una nueva frontera donde se renovarían las reglas.

No importa lo inverosímil que sea, este sentido de posibilidad tiene un mayor atractivo románticoque debatir sin cesar sobre el viejo orden. Para la generación del milenio vinculada entre sí a través de Facebook o Snapchat como nodos de una red digital que luchan por encontrar trabajos y hogares en los países sobrecargados, y políticamente paralizados, es un llamado a la acción.

El peligro para las empresas que dependen del consenso de Davos es que tienen el hábito de volverse contra ellas. Las empresas recibieron más confianza que los gobiernos en la encuesta Edelman, pero mucha gente todavía quiere una regulación más estricta de los negocios. Los británicos quieren más regulación energética, los alemanes más regulación financiera, y los chinos normas de seguridad alimentaria.

El descontento popular se centró inicialmente en los bancos después de la crisis de 2008, pero resultó ser contagioso. Ed Miliband, líder del opositor Partido Laborista del Reino Unido, está montando una campaña en contra de los “mercados rotos” en diversas industrias, acusando a las grandes empresas de la manipulación de precios.

No es obvio por qué el sector privado debe estar a la defensiva. Pocas industrias fueron rescatadas como los bancos, o disfrutan de la misma red de seguridad. A los consumidores afectados por la recesión no les gustan los aumentos de precios, pero esas presiones serán aliviadas por el retorno del crecimiento. La política pública carga gran parte de la culpa de las dificultades económicas de los jóvenes.

A medida que la economía mundial se recupere, el futuro se abrirá. ¿Seguirán los negocios el camino de los bancos, arrastrados por conflictos normativos y políticos, o el de la tecnología –que recibe confianza por ofrecer una vida mejor?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por opinar