Mi blog sobre Economía

viernes, 17 de enero de 2014

Intervencionismo humanitario


Se ha hecho habitual que la superpotencia estadounidense, así como las demás potencias contemporáneas a ella subordinadas, desaten cruentas guerras contra países del tercer mundo con el pretexto de estar asistiendo a sus pueblos en la defensa de los derechos humanos y para llevarles por el camino de la democracia, según ellas interpretan los conceptos de democracia y derechos humanos. 


En última instancia, lo que hace Estados Unidos es defender la sagrada economía de mercado en gesto “humanitario” con la misma energía con que antiguamente acudían las metrópolis coloniales a sacar del salvajismo y civilizar a los pueblos de sus esferas de dominación. El intervencionismo humanitario puede ser abierto o encubierto y puede aplicarse con o sin uso de fuerzas militares. Está llamado a contribuir al objetivo estratégico de crear un nuevo orden mundial que legitime a la superpotencia o sus potencias satelitales en sus actos de intervención en otros estados para alinearlos, ocuparlos, asimilarlos o disolverlos. El argumento esencial con el que, hace siglos, Occidente desarrollaba su política intervencionista contra los países del Sur consistía en proclamar que llevaba a cabo una “misión civilizadora”. Repetidas veces han cambiado posteriormente los pretextos y las maneras del entremetimiento, así como el grado de violencia en su ejecución, pero la estrategia siguió siendo la misma. 

Es fácil advertir de qué hipócrita manera actúan las llamadas potencias occidentales respecto a las violaciones de los derechos humanos por los gobiernos de otros países. Siendo que ellas mismas son las principales violadoras de los derechos humanos, condenan con máximo rigor a aquellos países que su propia política exterior considera adversarios y se muestran liberales y tolerantes con aquellos que son sus aliados. A los primeros, les exigen un cambio de régimen y otras inaceptables providencias que, por no resultar viables, terminan por generar las condiciones para una intervención militar a cargo del país acusador. Respecto a los segundos, ante idénticas faltas, practican el silencio encubridor. 

La idea de que el subdesarrollo es peligroso y desestabilizador, tanto a nivel regional como global, se asocia al intervencionismo humanitario porque fundamenta y justifica los compromisos de “asistir” y “vigilar”, que se han atribuido los países ricos -sin que nadie se los haya formalmente asignado- como responsabilidades ineludibles para conducir por buen camino a los países pobres. 

En tiempos recientes se ha visto a Estados Unidos -a la cabeza de Occidente- intervenir en múltiples países del Tercer Mundo con fines “humanitarios” tales como los de salvar a sus pueblos de la dictadura y de violaciones de los derechos humanos. En el primer caso el propósito es obtener que un país dado cambie su liderazgo político por otro más dócil a la hegemonía estadounidense. En el segundo, es desestabilizar al gobierno del país en cuestión para que puedan hacerse del poder determinados factores afines a Washington que militan en la oposición política dentro del país o complotados con Estados Unidos desde el exterior. 

Al calor del intervencionismo humanitario alcanzan notable auge y protagonismo organizaciones humanitarias privadas y organizaciones no gubernamentales (ONGs) dedicadas a la asistencia al desarrollo u otras causas solidarias, muchas de las cuales resultan ser fachadas de organizaciones de espionaje y subversión de las potencias occidentales que, infiltradas en organizaciones públicas o privadas los países del Sur, sirven a los intereses de sus superiores del Norte. 


Ellas se integran en un modelo de “sociedad civil” orientado al neoliberalismo promovido por Washington en el Tercer Mundo que excluye o resta valor a las organizaciones del estado del país “beneficiado”, así como a las cooperativas obreras y campesinas, los sindicatos de trabajadores en las industrias y la entidades de prestación de servicios, y otras formas de delegaciones populares, en tanto privilegia a las ONGs como mecanismo para proyectar su “ayuda” y su influencia en los pobladores. 

Puede haber ONGs que, analizadas por separado, resulten moralmente intachables y volcadas a la denuncia contra los responsables de que los países del Sur necesiten la ayuda humanitaria que ellas están llamadas a prestar, pero aún éstas sirven al objetivo de deslegitimar la función pública, objetivo básico del intervencionismo humanitario. Tales instituciones autónomas creadas fuera del sistema de los Estados, y las ONGs constituidas con capital de cualquier origen -a menudo desconocido-, actúan dentro de las sociedades civiles de los países del Sur como instrumentos promotores del conformismo conservador sin combatir las causas estructurales de la miseria, de cuya existencia se valen con fines demagógicos. 

¡Cuánta razón tienen quienes piensan que el mundo es peor desde que los ricos empezaron a mostrarse caritativos con los más pobres y a erigirse en pacificadores en sus conflictos!. 


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