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jueves, 16 de enero de 2014

La Realidad y la Irrealidad

IPS
Leonardo Padura Fuentes
padura@gmail.com

Foto: Jorge Luis Baños/ IPS-Cuba
Un sueño que huye en sus cuatro ruedas.

Después de más de medio siglo de su clausura, desde el 3 de enero ha sido reabierto el mercado cubano (bajo control estatal) para la venta de autos nuevos y de uso. La medida forma parte del proceso de actualización del modelo social y económico cubano emprendido por el gobierno en busca de más eficiencia y realismo en las relaciones mercantiles y productivas del país. Pero una simple mirada al listado de precios en circulación hace patente que las cifras estipuladas para la adquisición de un automóvil resultan una quimera, inalcanzable como corresponde, para el 99 por ciento de los moradores de la isla. El argumento oficial para pretender vender un vehículo a tres, cuatro y hasta más veces su precio posible en otra parte del mundo, es que lo recaudado se empleará en la creación de un fondo destinado a la mejoría del transporte público, para beneficio de la gran mayoría de los ciudadanos del país que no tienen autos ni podrán tenerlos con las tasas actuales… ni con las anteriormente existentes…

Mientras leo y releo ese listado de precios me resulta posible imaginar el rostro del médico cubano (pudiera ser un científico, un deportista, un artista) que aspiraba a realizar un acto tan legítimo en el mundo civilizado del siglo XXI como comprarse un auto y, de golpe y porrazo, ha visto esfumarse sus esperanzas con la publicación del listado de precios ahora establecidos. Me es más posible hacer ese ejercicio de imaginación porque conozco a ese médico, en algunos casos me ha curado, incluso, muchos de ellos fueron mis compañeros de estudio, son mis amigos, compartieron conmigo un surco de un corte de caña o de recogida de papas cuando éramos unos adolescentes y nos educábamos en la combinación del estudio y el trabajo como parte de nuestra formación humana e ideológica. Ese médico, incluso especialista de segundo grado, que posiblemente ya estuvo cumpliendo misión en África durante los años 1980 –allá los vi, allá los entrevisté mientras cumplía mi misión como periodista-, estuvo después prestando sus servicios en algún lugar remoto del mundo donde su presencia sirvió para salvar vidas. Allí, en ese sitio remoto, el médico se privó de satisfacer necesidades, incluso de comprar determinados alimentos, para conseguir ahorrar parte de su estipendio y, con la cifra arañada –cinco, seis, siete mil dólares-, regresar a su país y satisfacer su necesidad (o su ilusión) de comprar un auto que nunca ha tenido o que sustituyera al achacoso Moskvich en que se ha movido desde hace 30 años. El rostro de ese médico es el de la frustración y la derrota, el de la muerte de un sueño.

Entre los números fríos de una lista y el rostro imaginado media el abismo existente entre una realidad que se calcula en una oficina y la que un ciudadano vive cotidianamente, la realidad real... Dos galaxias que parecen no tener relación alguna entre sí. Un simple cálculo de la relación entre el valor asignado a los autos nuevos y de uso en venta en el liberado mercado oficial y las posibilidades económicas de la inmensa mayoría de los ciudadanos cubanos, incluidos muchos de sus profesionales más capacitados, demuestra esa desconexión y, de paso, advierte que el altruista principio de repartir los beneficios de los compatriotas permitiendo que unos pocos compren autos mientras otros muchos se beneficien con un transporte público eficiente, tampoco se alcanzará, pues la pretensión teórica que sustenta la decisión oficial va a chocar con la más simple realidad, que hará imposible la venta fluida y beneficiosa de unos artículos gravados con unos impuestos que tocan el firmamento del absurdo.

A través de fuentes oficiales se ha argumentado que: “La baja disponibilidad de autos, la restricción de esta facilidad a un reducido grupo de categorías ocupacionales seleccionadas y la existencia de otro mercado que vende a precios varias veces mayores que los de la empresa comercializadora establecida, generaron inconformidad, insatisfacción y, en no pocos casos, condujeron a que este mecanismo, además de burocrático, se convirtiera en una fuente de especulación y enriquecimiento.” Sin embargo, la fórmula patentada con las nuevas disposiciones y precios para la venta de vehículos automotores no ha hecho más que multiplicar la insatisfacción (llevándola al nivel de incredulidad y de ahí al de frustración) mientras que los precios determinados por las instancias decisoras superan en mucho los más altos de dichas prácticas catalogadas de formas de “especulación y enriquecimiento” (que en muchas ocasiones se reducía a la venta de un auto adquirido para suplir otras necesidades más perentorias, como la de obtener una vivienda o mejorar la que se tenía).

La manifiesta desconexión entre la realidad en la que vive la gran mayoría de la población cubana (incluidos los pertenecientes a ese “reducido grupo de categorías ocupacionales seleccionadas” que podían obtener, luego de muchos trámites y comprobaciones la autorización para comprar un auto, por lo general de segunda mano) y la realidad de las instancias que determinan lo que debe abonar un ciudadano para acceder a determinados bienes y servicios, esta vez ha desbordado los límites de lo imaginable. Ya se sabe que las tarifas de la telefonía celular y el acceso a Internet son privativos, de los más caros del mundo, y que ni siquiera la operatividad del cable tendido desde Venezuela ha conseguido rebajarlas. Que los productos de primera necesidad están gravados con altos impuestos. Que la ley tributaria vigente contempla el pago del 50 por ciento de la ganancias para aquellos que, como trabajadores independientes, obtengan ganancias superiores a los 2500 CUC (50 mil pesos cubanos). Pero también que los trabajadores estatales ganan salarios que, como promedio, rondan los 500 pesos cubanos… ¿Cómo se concilian entonces esas realidades cotidianas y conocidas con el listado de precios de los vehículos recién publicado? ¿Por qué no se tocó este tema (hasta donde sabemos) en el foro de la Asamblea Nacional recién celebrada? ¿Por qué se trató su elaboración como un secreto de Estado?

En realidad, tal desconexión entre realidades llega hasta el absurdo de pretender, con la venta de unos pocos automóviles a precios definitivamente exagerados, ayudar a solucionar los problemas endémicos del transporte urbano, esa carencia que, desde la realidad de mi esquina mantillera, veo sufrir a mis conciudadanos, muchos de los cuales, por no sé qué acto de magia (aunque me lo imagino), deben optar por trasladarse en autos de alquiler pagando 10, 20 pesos y más en el día, para ganar un salario estatal inferior al que requieren para acudir a su centro de trabajo. ¿Cuántos cientos de autos se venderán a las tarifas establecidas y cuántas guaguas se comprarán con ese dinero?

El pragmatismo y el realismo que parecía imperar en la actualización de la política económica cubana, destinados a introducir cambios que agilizaran los mecanismos de un sistema económico atrapado en restricciones y estructuras que se tornaban absurdas y retardatarias, poco tiene que ver con esta medida con la cual, se ha dicho, se pretende modernizar el parque automotor del país y, sobre todo, aliviar los padecimientos del transporte público y, en última instancia, mejorar las vidas de unos ciudadanos que con su trabajo pensaban haber ganado la posibilidad de tener su auto propio... La pretensión de haber encontrado El Dorado o las Minas del Rey Salomón vendiendo un Peugeot del año anterior a un cuarto de millón de dólares o un auto de uso en varias veces su mejor precio posible, es una mueca macabra para el ciudadano cubano que, con su trabajo y esfuerzo, pretendió dar una cierta mejoría a su vida adquiriendo un auto que, desde antes de las nuevas tarifas, ya resultaba suficientemente caro… Pienso que el médico (los médicos) que conozco, igual que otros colegas artistas, o científicos, o emprendedores pequeños empresarios, o esforzados campesinos, hoy tienen una esperanza menos por la cual trabajar y vivir.

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