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domingo, 26 de enero de 2014

Pobreza perenne

Por: Paul Krugman Premio Nobel economia

Quería decir algo acerca del 50º aniversario de la Guerra contra la Pobreza del presidente Lyndon Johnson. Hacia 1980, según el Centro de Presupuesto y Prioridades Políticas, existía un amplio consenso en que había sido un fracaso. Pero, como también concluía el mencionado centro a principios de este mes en un artículo en Internet, cuando se hacen las cuentas correctamente, la afirmación no se sostiene: los cálculos de la pobreza que tienen en cuenta las ayudas estatales –ayudas del tipo de las otorgadas por la guerra contra la pobreza– muestran un descenso significativo desde la década de 1960. En Estados Unidos hay más miseria absoluta de la que debería, pero menos de la que había antes.

A pesar de todo, es evidente que los avances contra la pobreza han sido decepcionantes. Pero, ¿por qué?

En este punto del razonamiento es importante ser consciente de que los conservadores estadounidenses están atascados en un discurso fosilizado; un relato sobre la persistencia de la pobreza que pudo tener algo de cierto hace tres décadas, pero que hoy día es absolutamente falso.

La historia en la década de 1970 era que la guerra contra la pobreza había fracasado por culpa de la desintegración social: los intentos del Gobierno por ayudar a los pobres se veían superados por el desmoronamiento de la familia, el aumento de la delincuencia, y así sucesivamente. Y en la derecha, y en cierta medida en el centro, se afirmaba a menudo que las ayudas estatales, si es que fomentaban algo, era esa desintegración social. Por lo tanto, la pobreza era un problema de valores y de cohesión social, no de dinero.

Eso ha sido siempre mucho menos cierto de lo que la élite quería creer. Como puso de relieve tiempo atrás el sociólogo William Julius Wilson, la disminución de las oportunidades de trabajo en el ámbito urbano efectivamente tenía mucho que ver con la desintegración social. No obstante, había algo de verdad.

Pero de eso hace mucho tiempo. Hoy día la delincuencia ha disminuido considerablemente, igual que los embarazos de adolescentes, y así sucesivamente; la sociedad no se ha desmoronado. En cambio, lo que sí se ha derrumbado han sido las oportunidades económicas. Si los avances contra la pobreza han resultado decepcionantes a lo largo del último medio siglo, la razón no es la decadencia de la familia, sino el aumento de la desigualdad extrema.

Estados Unidos es un país mucho más rico ahora que en 1964, pero, a lo sumo, solo un poco de esa mayor riqueza ha chorreado hasta los trabajadores que están en la mitad inferior de la escala de la distribución de la renta.

El problema es que la derecha estadounidense sigue viviendo en los años setenta del siglo pasado, o, para ser exactos, en una fantasía reaganista de los años setenta; su noción de un programa antipobreza sigue consistiendo en lograr que esos vagos se pongan a trabajar y dejen de vivir de la seguridad social. El hecho cierto de que los empleos de nivel más bajo, si es que alguien puede conseguir uno, no están lo bastante remunerados como para sacar a la gente de la pobreza, simplemente, no se ha entendido. Y la idea de ayudar a los pobres ayudándoles de verdad sigue siendo una herejía.

¿Será posible alguna vez desligar este debate de las reinas del bienestar y demás? No lo sé. Pero, por ahora, la clave para entender los razonamientos sobre la pobreza es que la causa principal de que esta persista es la fuerte desigualdad de los salarios brutos, pero la derecha no es capaz de admitir esta realidad.

© 2014 The New York Times.

Traducción de News Clips.

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