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sábado, 15 de marzo de 2014

La Protesta de Baraguá

“Tres veces en mi angustiada vida de revolucionario cubano he sufrido las más fuertes y tempestuosas emociones de dolor y tristeza… ¡Ah! ¡Qué tres cosas! Mi padre, el Pacto del Zanjón, y mi madre…”. Antonio Maceo

Autor: Amaya Saborit Alfonso | amaya@granma.cu


¿Realmente creían que al decirle a Maceo —después de diez años de intenso batallar y sacrificio inconmensurable— que la guerra culminaría ultrajando a su Patria y privando a su pueblo de todo aquello por lo que había luchado, él accedería sin traba alguna? Simplemente era inconcebible. El 15 de marzo de 1878, en los Mangos de Baraguá, Antonio Maceo glorificaría los conceptos de Patria, independencia y libertad plena que avizoró Carlos Manuel de Céspedes en La Damajagua; los realzaría contra el general Martínez Campos y contra todos los débiles, los oportunistas, y los que titubeaban queriendo para su nación una paz sin independencia y sin abolición total de la esclavitud.
Martínez Campos sabía a ciencia cierta que la reunión sería determinante y que si se conciliaba el trato con Antonio Maceo, quedaría marcada la derrota total de los cubanos. El Pacto del Zanjón ya había sido firmado por varios mambises en la región camagüeyana y quedaba más que claro que la falta de unidad había sido determinante. En este sentido, mientras unos deponían las armas, otros luchaban en las condiciones menos favorables: con escasez de equipamiento, alimentación y enfrentándose ahora a un mayor número de enemigos, ya que en algunos territorios del país, llegado este punto, no se contaba con defensa.
El Teniente Coronel Fernando Figueredo (testigo presencial del acontecimiento) rememoró que —a su llegada al territorio insurrecto— Martínez Campos preguntó, despojándolo de grados militares, cuál de ellos era el “señor” Antonio Maceo, “nunca lo llamó General, ni a las fuerzas cubanas, Ejército”. Martínez Campos señalaría en posterior encuentro con sus superiores: “pensaba encontrarme con un mulato estúpido, con un rudo arriero que había pedido la entrevista por vanidad personal (…) y descubro en Antonio Maceo a un general capaz de dirigir sus movimientos con tino y precisión”.
Llegado el momento de establecer los diálogos, Martínez Campos escogió bien sus palabras y —a modo de preámbulo— procuró elogiar al General respecto a su juventud (en aquel entonces de 33 años de edad) y campañas militares. Yendo luego al grano, expresó resueltamente: “Basta de sacrificios y de sangre, bastante han hecho ustedes asombrando al mundo con su tenacidad y decisión (…) ha llegado el momento de que nuestras diferencias tengan término y, cubanos y españoles, nos propongamos levantar a este país de la postración en que diez años de cruda guerra lo han sumido”.
Es entonces que acontece el honroso diálogo que tanto se ha reseñado en la historia de nuestra Patria. El general español intentaría dar lectura en ese momento al Pacto, pero Maceo atento, firme y aún con su habitual gentileza, exigió a Campos que guardase el documento: “No queremos saber nada de él”. “¿Es decir, que no nos entendemos?” inquirió el general contrario. “No, no nos entendemos”—respondía concretamente Maceo.
De esa manera se reanudaban las hostilidades, y dentro de ocho días se “rompía el corojo”. Como certeramente dijera Martí al Titán de Bronce al convocarle a la Guerra Necesaria: “Usted es imprescindible a Cuba. Usted es para mí —y lo digo a boca llena— uno de los hombres más enteros y (…) más lúcidos y útiles de Cuba”. No se equivocaba Martí. El ideal maceísta fue, es y será siempre, indispensable para Cuba.


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