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miércoles, 21 de mayo de 2014

Ciudades para 'bajar un cambio' y vivir con calidad

Por Guillermo Tella y Martín M. Muñoz

Cuando en 1986, indignado porque una cadena de comida rápida, o de fast food, pensaba abrir un local a los pies de la emblemática escalinata de la Piazza di Spagna, uno de los símbolos de Roma, el italiano Carlo Pretini proclamó la necesidad de defender la slow food o comida lenta, típica de la cultura italiana, puso en marcha un movimiento que rápidamente se extendió a otros ámbitos de la vida. Al proponer desacelerar el ritmo de vida de la cultura contemporánea, inspiró el Slow Movement, al que rápidamente se integraron el Slow Living, el Slow Travel, el Slow Design y, finalmente, las slow cities.

Una comunidad viva. El movimiento Slow City, Cittaslow o Ciudades Lentas surge en Italia hacia fines de 1999. Hoy congrega a cientos de ciudades en una red de 27 países de todo el planeta, entre ellos Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia, Holanda, Portugal, España, Finlandia, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Turquía, China, Canadá y Estados Unidos. En la Argentina ya hay dos experiencias en marcha, ambas en la provincia de Buenos Aires.

Para obtener la membresía del movimiento Slow City, la ciudad debe haber avanzado en el proceso de autoevaluación sobre el cumplimiento de los objetivos planteados para garantizar un estilo de vida urbana conforme a los principios slow. Y, una vez inscriptos, las ciudades pagan una cuota anual por esa membresía. Dado que ninguna ciudad es igual a otra, la adscripción se divide en tres categorías:

Pueblo Cittaslow: para ciudades con menos de 50 mil habitantes.

Partidario de Cittaslow: para ciudades con más de 50 mil habitantes.

Amigo Cittaslow: a individuos y familias que promulguen principios slow.

Para Pier Giorgio Olivetti, Director y Secretario General de la Cittaslow Internacional, el movimiento representa a una comunidad viva que está
invirtiendo en sí misma. Las claves son: identidad, ambiente y responsabilidad. “Una cittaslow, explica, es una ciudad con alma, que trata
de manera holística de manejar la ‘vida con tranquilidad’. Asimismo, es una ciudad que recupera la importancia de la memoria. En un mundo globalizado, corremos el riesgo de perder nuestra identidad, nuestra historia, nuestra perspectiva de un camino de largo plazo. De modo que Cittaslow constituye también un proyecto de calidad en favor de las próximas generaciones”.

Olivetti puntualiza que “nuestros principales enemigos son la ‘desertificación social’ (la tendencia a abandonar un pueblo para migrar a
las grandes ciudades) y la erosión de los principios de cooperación y solidaridad entre las personas, que resulta de difícil aplicación cuando
existen otras prioridades, como la seguridad o el acceso a los servicios básicos”.

Gente lenta. Sin necesidad de vivir en ciudades “lentas”, es frecuente encontrar personas que, buscando una calidad de vida menos estresante, abandonan las grandes ciudades en busca de pequeños pueblos que les ofrezcan lo que ya la ciudad no puede: tranquilidad y un ritmo de vida sereno y apacible. “En algún momento empecé a elegir hacer las cosas con más tiempo, apostando a menos cosas pero con mayor disfrute”, dice Silvina Ozzu, que se mudó de Buenos Aires a Las Heras, en la provincia de Santa Cruz. “Muchas veces entiendo que uno corre sin detenerse a pensar si efectivamente es necesario imprimirle ese ritmo voraz a sus días. Por eso me pareció oportuno adoptar para mi vida los postulados de este movimiento”.

Dado que las ciudades se vuelven cada vez más grandes y aceleradas, las comunidades pierden identidad y libertades para administrar sus propios tiempos y deseos. Ante eso, Gabriela Asan, que vive en Laguna Brava, partido de Balcarce, una ciudad que se postula como lenta (ver recuadro), considera que “es cada vez mayor el número de personas que optamos por alejarnos de esa forma frenética de vida hacia lugares alejados y en contacto con la naturaleza. Esta búsqueda permite desarrollar actitudes más contemplativas y mayores capacidades para encauzar nuestros objetivos personales y familiares. El contacto con la naturaleza torna a la vida más placentera”.

De los Apeninos a las Pampas. El pueblo de Orvieto, a 131 kilómetros de Roma (Italia), es la sede de la organización internacional del movimiento Cittaslow (www.cittaslow.org). Bajo el lema “una ciudad pequeña, una historia grande”, este pueblo ha sabido cómo sacar provecho de sus ventajas comparativas en el contexto regional, salvaguardando aquellas características que lo destacaban del resto: su paisaje, su arquitectura, sus campos, su gastronomía.

Y tales atributos son difundidos para captar potenciales visitantes y residentes que buscan un goce –como señalan– “intensamente simple”. “Más allá de las diferencias de cada ciudad, el enfoque Cittaslow es el mismo”, señala Pier Giorgio Olivetti, y agrega “las ciudades que optan por un modelo slow se tornan más respetuosas de su patrimonio cultural y ambiental y se definen por el principio de la ‘resiliencia’, es decir, por la capacidad de su colectivo social para sobreponerse a los resultados adversos de su entorno, utilizando al máximo la sabiduría local”.


Al otro lado del Atlántico, en California, el pueblo del Valle de Sonoma eligió también adherir al movimiento de las ciudades lentas. “Sonoma
resolvió sostener sus propios valores en lugar de ser otra ciudad tan genérica con la misma comida rápida”, dice Gary Edwards, presidente de la asociación local (www.sonomajacks.org). En cambio, “nuestro pueblo apostó a su singularidad para crecer, más que en altura, en profundidad, lejos de las demandas de la moda y atentos a la rica historia cultural del valle”.

Del vértigo a la contemplación. El arquitecto Manuel Ludueña –uno de los responsables del equipo técnico que impulsó el plan estratégico para
Balcarce (ver recuadro)– sostiene que el Movimiento Slow “es una de las manifestaciones socioculturales más apropiadas para aproximarse hacia la sostenibilidad, centrada en el uso del tiempo social”. Entre sus ventajas se destacan: la subjetivación de las personas como parte de un grupo social y la revalorización de los bienes naturales.

Evidentemente, para la ciudad constituye un cambio sustancial dado que el tiempo se transforma en experiencia vivencial y la velocidad se torna en una aspiración ausente.

Al respecto, Ludueña caracteriza a estas ciudades como: “territorios sin ruidos, con circulaciones pausadas, con conversaciones y encuentros amenos y en espacios públicos adecuados, con calles sin asfaltar y con más suelo absorbente, con arroyos a la vista y baja presencia de automóviles, con agricultura urbana y fauna asociada, con abundante autoproducción artesanal, con baja densidad de población, con infraestructuras básicas y servicios de movilidad compartidos”.

Finalmente, para quienes habitan las grandes ciudades modernas, ¿es posible ralentizar nuestras vidas?

Para Pier Giorgio Olivetti, la respuesta es afirmativa, aunque destaca que el trabajo será más arduo. Dependerá de las condiciones en las que se lance el proceso y de la fuerza de voluntad de sus habitantes para sostenerlo.

“Actualmente –aporta– estamos trabajando en ciudades como Barcelona, Bruselas, Busan (Corea) y Viena para compartir nuestro modelo en algunos de sus barrios”.

Manuel Ludueña explica que muchos vecinos que hoy no residen en comunidades slow defienden igualmente sus principios: se niegan a que pavimenten las calles porque impermeabilizan el suelo, promueven la clasificación y el reciclado de residuos sólidos domiciliarios, construyen viviendas ecológicas y energéticamente sustentables, se alejan del automóvil para generar desplazamientos peatonales o en bicicleta y adhieren a la filosofía de la Permacultura, al trabajo conjunto con la naturaleza y no en contra de ella.

Vivir sin prisa. En el marco del movimiento slow, las ciudades disfrutan del silencio, preservan las tradiciones, el patrimonio y el ambiente, y
privilegian el placer y la calma. Consiste en una apuesta colectiva en favor de una forma de vida más apacible que rechaza a la velocidad como noción de progreso. Además, allí se promueve la producción artesanal mediante huertas tradicionales, se controla la emisión de gases nocivos para el ambiente, se usan energías renovables, se respeta a la naturaleza y se cuida del paisaje y de las cuencas visuales.

Este modelo de ciudad que defiende “vivir sin prisa” ha tomado enorme impulso en muchas ciudades como una alternativa a los agudos procesos de metropolización instalados, que tanto afectan a la calidad de vida.

Se trata de pueblos que decidieron ser refugio contra la gran velocidad, lejos del ruido y del tránsito intenso, lejos del ritmo frenético y lejos de
la incisiva idea de la ciudad como espacio de consumo.

En definitiva, es una elección de vida que ofrece tiempo, ese tiempo que tanto escasea en las metrópolis modernas.

La experiencia argentina

El municipio de Balcarce y la ciudad balnearia de Mar de las Pampas, ambos en la provincia de Buenos Aires, han adoptado principios del movimiento de slow cities. El Plan Estratégico Balcarce 2020, elaborado recientemente, puso en práctica los lineamientos generales en una pequeña localidad denominada Villa Laguna Brava. El propósito fue realizar –junto con los vecinos– un desarrollo urbano del pueblo con características compatibles con las del turismo sostenible, enfocado hacia una gestión que respete la integridad cultural y los procesos ecológicos esenciales. Se trata de una villa turística, con escasos 600 habitantes permanentes y un entorno único en la Provincia, que logra combinar un espejo de agua natural, navegable, rodeado por sierras que datan de aquellos momentos previos a la separación de los continentes. Para capitalizar este refugio natural, la propuesta emergente consistió en favorecer la diversidad biológica y los sistemas de
soporte de la vida. Esta iniciativa no busca explotar el lugar sino crecer junto a él, revalorizando aquello más genuino.

En este sentido, se pretende consolidar a Villa Laguna Brava como área de residencias basada en criterios desostenibilidad. Para ello, en torno a las costas de la laguna fue creada una zona de tipo buffer de protección ambiental. Asimismo, para incentivar el turismo responsable, se incorporan guarda-parques y guías ambientales y se promueven las producciones alternativas con cultivos orgánicos y con alimentos artesanales. Esta iniciativa apela a revalorizar aquello más genuino: un modo de vida diferente, más humana y natural, más productiva y solidaria.

“Nos pareció sumamente atractiva la posibilidad de adherir a nuestro pueblo a este movimiento, tanto para proteger el ambiente y el paisaje como para promover una forma de vida alternativa a habitantes y visitantes”, dice Gabriela Hassan, que vive en Villa Laguna Brava. “Tenemos la vocación de seguir ese camino slow”, agrega.

Por su parte, la ciudad balnearia de Mar de las Pampas, en el partido de Villa Gesell, fue la primera en Argentina que se propuso en 2006 ser una comunidad lenta. Desde entonces ha logrado que el municipio aprobara el proyecto propuesto para alcanzar la membrecía oficial. Además, este hecho fue capitalizado para generar mayor afluencia de turismo slow.

“A aquellos lugares pequeños en los que aún no ha llegado la aceleración de las grandes ciudades, este movimiento puede brindarles herramientas para promover un desarrollo turístico capaz de proteger la identidad local”, dice Hassan.Ecoportal.net

Perfil

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