Steven Levitt, en su nuevo libro Think Like a Freak [Piensa como un friki], que ha escrito con Stephen Dubner, cree que fue muy listo al decirle al primer ministro británico, David Cameron, que debería desmantelar el Servicio Nacional de Salud y dejar que la magia del mercado se ocupase de la atención sanitaria. Curiosamente, a Cameron esto no le impresionó.
Creo que aquí intervienen diferentes factores. Una es un efecto propio de Levitt, o quizá de la frikinomía: la creencia de que un tipo listo puede meterse alegremente en cualquier materia y de que sus precipitadas afirmaciones son tan válidas como las de los expertos. Recuerden que en su último libro, Superfreakonomics, Levitt lo hizo con el clima, y ofrecía opiniones tan brillantes como la afirmación de que como los paneles solares son negros (aunque, en realidad, no lo son), absorben el calor y agravan el calentamiento de la Tierra.
Por lo tanto, era de esperar que considerase innecesario prestar atención al trabajo de numerosos economistas especializados en sanidad o, ya puestos, a los profundos conocimientos del economista Ken Arrow, y que afirmase tranquilamente que no ve ninguna razón para no confiar en los mercados en este asunto. Y está también el resurgir del fundamentalismo del libre mercado basado en la fe.
Pronto escribiré más sobre esto, pero en diferentes frentes veo múltiples signos de un intento por borrar todo lo que ha pasado en el mundo en estos últimos siete años y volver a la noción de que el mercado siempre es más sabio. Al fin y al cabo, la solución siempre ha consistido en distribuir unos recursos escasos (lo de los trabajadores en paro y las tasas de interés de cero no tienen ninguna importancia). ¿Y por qué habría siquiera que pensar que los precios del mercado se equivocan (no hablemos de la burbuja)?
En el fondo de todo esto hay un problema de metodología. ¿Cómo habría que utilizar el modelo de la competencia perfecta tan querido por los economistas? Por supuesto, solo es un modelo y sabemos que las suposiciones en las que se basa no son ciertas. Ahí está la máxima de Milton Friedman de que eso no importa mientras que las predicciones que haga sean correctas. En realidad, la idea plantea bastantes problemas, y hay buenas razones para sostener que el realismo de las premisas también importa.
Pero una cosa que, desde luego, no habría que hacer –una cosa que incluso Friedman habría dicho, o al menos debería haber dicho, que no habría que hacer– es aferrarse al modelo idealizado del libre mercado cuando hace predicciones deplorables.
En el caso de la asistencia sanitaria, sabemos que todas las suposiciones que hay detrás de la idea del comportamiento óptimo del libre mercado se incumplen flagrantemente. Quizá, aún se podría justificar el tratar la sanidad como un mercado normal si diese la impresión de que, en la práctica, los mercados libres del sector funcionan bien. Pero no lo hacen. En Estados Unidos, aunque nuestro extraordinario sistema privado es extraordinariamente caro, los indicadores generales de la calidad de la atención no apuntan a ninguna superioridad del país. A la vista de esto, la evidencia proporciona buenos motivos para pensar que la premisa de que la sanidad es un sector en el que los mercados privados funcionarán mal se basa en la experiencia.
Si se decide rechazar esta evidencia, si se insiste en que los mercados funcionarán igual de bien para la cirugía que para el calzado, hay que preguntarse si existe alguna cosa que haga que la gente ponga en duda el fundamentalismo del libre mercado. Si la respuesta es no, entonces solo nos están vendiendo fe.
© 2014 The New York Times
Traducción de News Clips.
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