Mi blog sobre Economía

lunes, 5 de mayo de 2014

En la justa medida



CATALEJO 5 MAYO, 2014 ÚLTIMO JUEVES


Por Tania Chappi Docurro

Algunas de las imágenes ofrecidas en la sala Fresa y Chocolate, del ICAIC, como pequeño entrante al asunto en discusión (“El arte y la literatura: canon y mercado”, específicamente en el contexto cubano), me transportaron a lugares ya conocidos: los Almacenes San José, en la Avenida del Puerto; los talleres de pintores en La Habana Vieja: sitios donde me he detenido por razones contrapuestas, unas veces ante la originalidad de una obra y otras para constatar, lamentablemente, la presencia de patrones manidos, el interés por satisfacer ante todo el supuesto gusto de los turistas.

No obstante, coincido con Rafael Hernández, director de Temas y moderador del encuentro, quien puntualizó: “El propósito no es satanizar el mercado, sino analizar la interacción entre él y la creación artística o literaria; queremos entender la incidencia de este fenómeno en la realidad cubana; ¿en qué medida es un problema o una solución a dificultades relacionadas con la creación, la calidad y el consumo cultural?”. Le acompañaron en esta ocasión, Ares (Arístides Hernández Guerrero), artista de la plástica; Magda González Grau, realizadora audiovisual; Emir García Meralla, escritor, periodista e investigador; y Yoss (José Miguel Sánchez Gómez), escritor de ciencia ficción; mientras un centenar de personas componían el auditorio.

Los expertos reflexionaron en primera instancia acerca de cuál es el canon del arte y la literatura existente en el contexto cubano de los últimos veinte a veinticinco años. Y cómo ha incidido en dicha norma la irrupción del mercado a partir de 1990.

“No existe un canon único en las artes visuales en Cuba, quizás lo que más las defina en este momento sea su pluralidad: hay una expresión plural desde el punto de vista generacional (es decir, conviven diversas generaciones), de los discursos, las temáticas y las maneras de expresarse”, explicó Ares. Entre las características actuales de esa manifestación artística se hallan “el vínculo con el mercado y la utilización habitual de la metáfora”.

El pintor y caricaturista recordó que a principios de los años 90 fue adquirida “una importante colección de obras que formaban parte de la exposición Cuba OK. Peter Ludwig, uno de los coleccionistas más importantes de entonces, consideró relevante el arte que se estaba haciendo en el país, por la calidad y por su discurso social.

“Hoy las creaciones muestran diferencias con el llamado Nuevo arte cubano —desarrollado en la década de los 80—, aunque también cierta afinidad: los artistas siguen manteniendo un discurso donde está presente la indagación, la preocupación por la sociedad, pero desde el punto de vista estético han cambiado varias cosas en la concepción de las obras, y en ocasiones resulta evidente el interés por el mercado. Otra característica es la tendencia a expresarse desde lo nacional con un discurso más universal; ello permite entrar a circuitos en los cuales la propuesta puede ser asimilada no solo por el tema sino por la forma. En muchas zonas de las artes plásticas, además, ya es habitual el encarecimiento de la producción: por sus elementos tecnológicos numerosas obras necesitan un importante aporte económico para poder realizarse. Un elemento del canon son los nombres en inglés; cada vez con mayor frecuencia se ven exposiciones con esos títulos, tal vez con la intención de que puedan ser asimiladas por posibles compradores extranjeros”, detalló el experto. Y añadió que en Cuba no hay un coleccionismo nacional, debido sobre todo a factores económicos; si bien en los años 70 surgieron el Fondo Cubano de Bienes Culturales y algunas galerías comerciales, “el mercado para las artes plásticas cubanas es foráneo y sus leyes no fueron establecidas ni por los creadores ni por las instituciones del Estado”.

Sobre la pluralidad, Magda González Grau abundó: “La creación artística y literaria en Cuba ha estado signada por la política trazada a principios de la Revolución para democratizar el acceso a la cultura. El gobierno revolucionario brindó posibilidades para que todo el mundo hiciera el arte que deseara, sin ser esclavo del mercado. Como resultado, las tendencias son muy plurales. En la Isla incluso se publican libros que no van a ser muy vendidos, se hacen festivales de música a pesar de que quizás las salas no se llenen; la intención ha sido dar espacio a todas las manifestaciones. Eso resultaba posible porque el Estado era el mecenas, pero ahora las reglas están cambiando; la situación económica obliga a que también la producción cultural se vuelva de alguna manera rentable. Es un reto tremendo, ya que lo existente hasta ahora ha sido bueno para la cultura y ha distinguido el país dentro de un universo donde las leyes del mercado son inexorables”.

Emir García Meralla afirmó que en la esfera de la música, en Cuba jamás ha dejado de existir el mercado. Un ejemplo de ello es Pello el Afrokán y su orquesta, que décadas atrás, gracias a la popularidad de su ritmo mozambique, cobraban cincuenta mil pesos cuando tocaban en el Estadio Latinoamericano. Otros intérpretes, además de recibir el salario que les asignaba la empresa a la cual pertenecían, “por la izquierda negociaban” dinero extra por actuar en bailables.

“La crisis económica de los años 90 trajo un cambio: los músicos se empezaron a insertar en un mercado interno deformado, pues no trabajaban para los cubanos, sino para los turistas foráneos. Empezó la moda Cuba en el mundo y La Habana se llenó de extranjeros deseosos de bailar y comprar discos”. El mercado de la música impulsó el de otras manifestaciones. Se destapó un filón hasta entonces dormido en el país: el de los derechos de autor, los artistas comenzaron a buscar cómo entrar a la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE); vinieron buenos empresarios en materia de música, conocedores de las artes plásticas y la literatura, “pero también filibusteros que se llevaban cualquier cosa”. En general, ni los artistas ni los escritores ni las instituciones estaban preparados para entender el mercado, dijo el investigador. Según él, en realidad el impacto del arte cubano –salvo el de Buena Vista Social Club— no es tan trascendente como muchos quisieran, y en lugar de hablar de un mercado mundial es mejor referirse a circuitos donde ha sido bien acogido.

Los últimos veinticinco años marcan el surgimiento y consolidación de una nueva tendencia en el canon literario y artístico de la nación, aseveró Yoss. “Antes lo que se escribía estaba regido por lo que se editaba aquí, y esto por lo estimado acorde con los principios de una sociedad socialista. Llegaron los 90 y los narradores empezaron a publicar fuera de la Isla textos que hasta ese momento las editoriales cubanas rechazaban. El escritor ya no dependía exclusivamente del Estado”. Desde entonces, y de manera inevitable, “la apertura ha sido cada vez mayor” en los ámbitos de la literatura, la música, las artes plásticas.

Dentro de Cuba, “las editoriales trataron de crear un equilibrio entre los imperativos del mercado y los de los valores ideológicos y culturales”, planteó el escritor. Equilibrio todavía no alcanzado, al menos en la esfera literaria, puesto que “hay una desconexión total entre la oferta y la demanda”.


Yoss, escritor de ciencia ficción; Emir García Meralla, escritor, periodista e investigador; Magda González Grau, realizadora audiovisual; Ares, artista de la plástica; y Rafael Hernández, director de la revista Temas, integraron (de izquierda a derecha) el panel de Último Jueves dedicado a “El arte y la literatura: canon y mercado”.

Las dos caras de la moneda
Disímiles impactos del mercado, favorables y desfavorables, sobre el canon artístico y literario, y sobre el creador, mencionaron los disertantes. “En el caso de las artes visuales, quien logra ubicarse en él adquiere una solvencia económica que le permite sobrevivir, dedicarse a la producción artística, e incluso optar por determinadas opciones estéticas y creativas. Artistas cubanos de gran valía han conseguido introducirse en colecciones y circuitos importantes. Sin embargo, el mercado también ha llevado al estrellato a creadores cuya obra no tiene suficiente validez. La mayor contradicción entre mercado y arte se traduce en el conflicto entre comercializar lo que se ha creado o crear solo para vender, son dos cosas completamente diferentes. Es beneficioso encontrar vías para comercializar las obras, pero generar un movimiento de creadores interesado nada más que en vender es el fin para los artistas y para la cultura de un país”, reflexionó Ares.

Más adelante él y Magda González Grau deliberaron acerca de cómo supuestas necesidades del mercado llevan a conformar un erróneo canon artístico. En lugar de brindar a los turistas la cultura que se hace verdaderamente en Cuba, se les ofrece un producto que se supone es lo esperado por ellos, o adecuado a lo que solicitan las agencias foráneas, empeñadas en que este es el reino de la rumba, no el de la música de concierto. En los hoteles no actúa una orquesta de música de cámara, aunque por ser algo inesperado puede resultar atractivo. Incluso se contratan empresas extranjeras para crear la imagen y las campañas turísticas del país. Y esa imagen, ese producto cultural, lo que muestra es las nalgas de las mulatas.

Favorable es que el mercado internacional obligue a los intérpretes cubanos a superar una debilidad de las composiciones nacidas en la Isla durante las últimas décadas, sobre todo en la música popular bailable: el exceso de localismos, alegó Emir García Meralla. Al mismo tiempo, esta insistencia conlleva aspectos negativos: “El mercado pautó que la música cubana que se debía retomar era la de los años 50, parecida a la hecha por Buena Vista Social Club. Eso limita a quienes hacen otro tipo de arte. Existen músicos cubanos cuyas creaciones exhiben patrones más universales y han triunfado mundialmente, pero no es lo habitual”.

De acuerdo con las palabras de Yoss, “el principal efecto del mercado ha sido que, como pidió el Papa Juan Pablo II, Cuba se abrió al mundo y este se abrió a Cuba. A la hora de escribir, hemos tenido que asimilar influencias foráneas, y el mundo ha debido aceptar que los cubanos emplean un vocabulario particular en la literatura, en la música”. Ejemplificó con lo ocurrido en las historias de ciencia ficción: además de los cánones anglosajones, los cultores en la Isla utilizaban “los de la literatura socialista, la preocupación ética de la narrativa soviética; cuando intentamos vender nuestras obras fuera del país no fueron aceptadas”. Él y otros autores integrantes del grupo Fantástico cubano han ido adecuando sus relatos, de modo que ni sean tan locales ni del todo universales, puesto que a las editoriales y a los lectores extranjeros les gusta “el color local”.

Otro efecto de la “influencia innegable del mercado en el mundo cultural cubano” es que, “a despecho de la política igualitarista del país y para desesperación de algunos dirigentes, está creciendo una capa de cuentapropistas”, es decir, personas que medran con el arte, y se “está generando una intensa desigualdad social y cierto malestar a nivel popular”, señaló el escritor.

Magda González Grau, se mostró en desacuerdo con emplear el término “cuentapropismo” para calificar a los artistas y escritores. Argumentó que no tiene nada en contra de los cuentapropistas, pero observa una significativa diferencia entre ellos y los creadores: “De los primeros el Estado necesita que ejerzan su trabajo en un marco legal y paguen los impuestos, el día que le interese de los creadores solo eso, en Cuba no habrá socialismo —y tal cosa no va a ocurrir—, pues los artistas y escritores crean bienes espirituales que son patrimonio de la nación”.

Como sucede en el resto de las artes, el mercado ha influido, y en muchas ocasiones no para bien, en la cinematografía nacional. “Durante los años 90 proliferaron las coproducciones con empresas extranjeras; para sobrevivir el cine cubano tuvo que hacer grandes concesiones desde el punto de vista artístico, de guion, de adaptación”, admitió esta realizadora. De igual modo le preocupa la postura de algunos jóvenes: “A veces los muchachos, con tal de colocar sus filmes en la cadena de premios y festivales, hacen concesiones hasta desde el punto de vista conceptual. Si saben que un tema va a tener pegada, porque son asuntos silenciados, lo eligen oportunistamente. Eso no es bueno”.

Concedido el micrófono a la concurrencia, entre las múltiples preguntas y razonamientos de esta se destacó el parlamento de una investigadora, quien especificó elementos relevantes a la hora de comprender la función del mercado. Entre otras ideas, manifestó: “Es muy importante la socialización del hecho creativo, porque ese hecho no se convierte en un acontecimiento cultural hasta que no llegó al consumo, momento en que los creadores logran trasladar sus puntos de vista, sus apreciaciones; y para eso los mercados son una vía, aunque no la única ni siquiera la fundamental”.

A continuación los panelistas respondieron o comentaron las inquietudes del público, incluso aquellas colaterales al tema central del debate, como la conformación de los gustos y la satisfacción de estos por parte del mercado.

“Un papel fundamental desempeñan las vías por la que se difunde el arte. Este tiene una gran ventaja en relación con otras mercancías: es la única que mientras más consumes más quieres, pero la necesidad de consumir no está colocada dentro de las personas cuando nacen, va surgiendo y se crea un patrón de consumo”, sostuvo Ares. Por su parte, Magda González Grau opinó: “El mercado debe tener en cuenta a los públicos, pero no satisfacerlos ciegamente, sino considerar que sus gustos se pueden educar, modificar”.

¿Matrimonio posible?

En qué medida los mecanismos de mercado pueden promover un canon artístico o literario donde prevalezcan la calidad y la libertad creadora, inquirió Rafael Hernández.

Para Yoss, tal aspiración no es factible: “El mercado ni favorece ni perjudica la calidad, esta es completamente independiente. Todos los productos culturales tienen su público y aunque se pretenda alejarlo de determinadas creaciones, él siempre hallará la forma de encontrarlas. No importa que no se pasen por televisión ciertas películas, las personas las buscarán, ni que algunos libros no se publiquen, los interesados acudirán a Internet”.

“Negociar con los pantalones bien puestos” con quienes aportan los fondos necesarios para la creación, o controlan el mercado, es la propuesta de Emir García Meralla.

“Debemos mantener lo bueno que tenemos, no ser esclavos del mercado, asumirlo como una fortaleza y no como una debilidad; los creadores tenemos que poner los pies en la tierra y pensar que la buena cultura puede ser un producto vendible y reportar beneficios a los artistas y al país”, razonó Magda González Grau. Un excelente ejemplo, por su calidad artística y lo recaudado en la taquilla, es el filme Conducta. “Su director, Ernesto Daranas, realizó la película que quería, de manera casi independiente. Hizo un melodrama —género muy popular y comercial— para hablar de un tema importante, necesario: la educación. Las salas de cine se llenaron”.

El mercado no se reduce al momento de vender y comprar, indicó Ares; “es una cadena que incluye la inversión en la formación artística, la producción de la obra, la difusión y el consumo popular de ese arte. En Cuba forman parte de ella el Estado y sus instituciones. Para que estas últimas funcionen, tendrían que ser diferentes a las que conocemos, no constituir un freno, ser facilitadoras; necesitan flexibilidad total, teniendo en cuenta las características de la producción artística y las condiciones económicas del país, que son completamente diferentes a las de años atrás”. Testimonio de que lo anterior resulta posible es la carrera de Kcho, un artista exitoso en el mercado internacional, quien accedió a este a través de un espacio institucional: la Bienal de La Habana. “Las instituciones, los medios de comunicación masiva, tienen que estimular lo mejor del arte. La crítica especializada y el debate son muy importantes para crear una cultura del entretenimiento, del conocimiento, en relación con los procesos culturales”, concluyó el panelista.

Con su pregunta final, Rafael Hernández instó a seguir reflexionando: ¿Cómo procedemos para salvar la calidad artística y hacer que la cultura nacional no dilapide sus riquezas? Sin dudas la interrogante merece que le dediquemos otro Último Jueves.

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