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domingo, 25 de mayo de 2014

La sustitución digital de la mano de obra

Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU’s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University

MILÁN – Una vez más, las tecnologías digitales están transformando las cadenas globales de suministro y, con ellas, la estructura de la economía global. ¿Qué necesitan saber al respecto las empresas, los ciudadanos y los gobiernos, que luchan por seguir el ritmo de los cambios?

El primer efecto de la digitalización en las cadenas de suministro fue un aumento de la eficiencia y una reducción drástica de los tiempos de espera de los pedidos. Siendo el capital más móvil que la mano de obra, la actividad económica (producción, investigación, diseño, etc.) se trasladó a cualquier país o región accesible que contara con mano de obra y capital humano relativamente baratos. Con apenas un ligero retardo, la complejidad se volvió manejable, y el modelo de suministro lineal (donde algo que se produce en el país A se consume en el país B) dio paso a un modelo más complejo con redes de suministro más fragmentadas pero más eficientes.

Entretanto, con el crecimiento de las economías emergentes y su transformación en países de ingresos medios, se produjo un cambio drástico del lado de la demanda. Los productores de los países en desarrollo, que antes constituían una fracción relativamente pequeña de la demanda global, se convirtieron en grandes consumidores.

Esto llevó a las redes globales de suministro a transformarse otra vez, para hacer lugar a la fragmentación y la dispersión en ambos lados de su estructura, el de la oferta y el de la demanda, en un proceso al que a veces se denomina “atomización habilitada por la tecnología”. Dicha atomización consiste en la división de las redes de suministro en partes cada vez más pequeñas, y permite superar las ataduras de la proximidad y las consiguientes restricciones impuestas por los costos de transacción que predominaban antes.

Por ejemplo, la provisión de muchos de los servicios relacionados con la demanda intermedia y final depende del conocimiento, la experiencia, la información y la comunicación, pero no depende de la proximidad geográfica ni del movimiento físico de bienes. Estos servicios representan una parte importante de la economía global y están derivando cada vez más rápido hacia el sector transable: la tecnología digital y de la información cuenta con capacidades cada vez mayores y sale a la caza de recursos humanos imperfectamente móviles y nuevos mercados de alto crecimiento.

En el transcurso de esta transformación, millones de personas se han integrado a la economía global, lo que trajo consigo consecuencias de gran alcance (y en muchos casos, todavía no resueltas) en materia de pobreza, precios, salarios y distribución del ingreso.

Ahora se aproxima una segunda ola de digitalización que puede ser incluso más intensa y que supone la sustitución de mano de obra en tareas cada vez más complejas. Este proceso de sustitución de trabajadores y desintermediación ya se viene produciendo desde hace algún tiempo en el sector servicios: basta pensar en los cajeros automáticos, la banca electrónica, la planificación de recursos empresariales, la gestión de relaciones con los clientes, los sistemas de pago móvil, etcétera. Y la revolución ahora se está extendiendo a la producción de bienes, donde los robots y la impresión 3D desplazan a la mano de obra.

Es importante comprender los aspectos económicos de estas tecnologías. El costo que supone su implementación se concentra mayoritariamente al principio del proyecto; ese costo incluye el diseño de hardware (por ejemplo, sensores) y, más importante, la creación del software del que dependerá la capacidad de ejecutar las diversas tareas. Una vez obtenido esto, el costo marginal del hardware es relativamente pequeño (y disminuye conforme aumenta la escala) y el costo marginal de replicar el software es básicamente nulo. La existencia de un inmenso mercado global potencial que permitirá amortizar el costo fijo inicial de diseño y prueba de los sistemas obra como un poderoso estímulo a la inversión.

Es decir que a diferencia de la ola de digitalización anterior, que impulsó a las empresas a buscar en todo el mundo fuentes de mano de obra valiosa subutilizadas y emplearlas, en esta ronda el impulso será hacia la reducción de costos mediante la sustitución de mano de obra.

Esta transformación tiene importantes efectos colaterales. Los bienes físicos suponen costos de logística y de tiempos de espera, derivados del mantenimiento de inventarios y de la dificultad de hacer predicciones exactas sobre el mercado. Pero el uso de tecnologías intensivas en capital digital llevará inevitablemente a que la producción se traslade al mercado final, dondequiera que esté. Esta relocalización constituirá un cambio fundamental en la estructura de las redes globales de suministro.

Un ejemplo particularmente extremo lo ofrece la impresión 3D, una tecnología que permite crear una variedad increíblemente amplia de productos imprimiéndolos de a una capa por vez; se puede aplicar, por ejemplo, a materiales de construcción, calzado deportivo, lámparas de diseño, alas de aviones, etcétera.

Conforme los costos de esta tecnología se reduzcan, es fácil imaginar que la producción adquirirá un carácter extremadamente local y personalizado. Además, será posible producir en respuesta a la demanda real, no a la demanda esperada o prevista. En cierto sentido, esto representa la última etapa de compresión de las cadenas de suministro, porque las empresas podrán producir de acuerdo con la demanda final y con una demora mínima.

Pero hay otra tecnología con fundamentos digitales, la robótica, cuyo impacto no se limita a la producción. Aunque sus ejemplos más conspicuos son los autos sin conductor y los aviones no tripulados (drones), el potencial transformador de los robots en la logística no es menos importante. En la actualidad, el puerto de Singapur, uno de los más eficientes del mundo, es controlado por computadoras y grúas robóticas que programan el movimiento de contenedores y la carga de los barcos.

Los países en desarrollo que transitan las etapas iniciales del proceso de crecimiento necesitan comprender estas tendencias. La mano de obra, por más barata que sea, dejará de ser un activo tan importante para el crecimiento y la creación de empleo; esos países ya no podrán confiar en la producción industrial intensiva en mano de obra y orientada a procesos como modo eficaz de integrarse a la economía global.

De modo que veremos relocalización en todas partes, incluso en países de menores ingresos. No es que la producción desaparecerá, sino que demandará menos mano de obra. Tarde o temprano, todos los países tendrán que recrear sus modelos de crecimiento en torno de las tecnologías digitales y del capital humano que hace posible su implementación y su expansión.

Esta transformación también alcanza al comercio minorista. En muchas economías, tanto avanzadas como en desarrollo, se está produciendo una expansión de la venta a través de Internet y de la logística subyacente. En China este proceso se da en forma vertiginosa, y se estima que solo una parte de la expansión se produce en detrimento del comercio tradicional.

Antes bien, parece que la venta a través de Internet provoca una aceleración de todo el mercado de consumo. Participantes con conocimiento del tema consideran que el nuevo modelo de comercio minorista integrará formas de venta física y venta electrónica, cada una de ellas modificada por la presencia de la otra (pensemos una vez más en el modelo basado en la impresión 3D, que puede convertirse en una forma de producción masiva y personalizada guiada por la demanda, y su combinación con los sistemas de pago móvil y las redes sociales). Habrá un tercer elemento fundamental, y será la integración del aprovisionamiento con la logística y la venta.

Estamos entrando en un mundo donde los flujos globales más importantes no estarán compuestos por bienes, servicios y capital en su forma tradicional, sino por ideas y capital digital. Adaptarse demandará un cambio de mentalidades, de políticas, de inversiones (especialmente en capital humano) y, muy posiblemente, de los modelos de empleo y distribución. Nadie sabe a ciencia cierta cómo se desarrollará el proceso. Pero intentar comprender a dónde nos llevan las fuerzas y tendencias tecnológicas es un buen punto de partida.

Traducción: Esteban Flamini
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